–Pues mañana ha reservado un chico que se la va a comer entera y va a pedir más comida–asegura.
En la plaza del Salvador, corazón de la zona vieja de Leganés, ha abierto un nuevo restaurante especializado en comida portuguesa en el que la carne se sirve en grandes cantidades y las ideas se exponen transparentes. Ambas en su punto, vaya.
En el local que antes ocupaba una vieja pizzería, junto a una de las icónicas iglesias del municipio madrileño, ahora se erige un restaurante de comida portuguesa amplio, con platos tradicionales y barriles viejos.
“Todo esto es mío. Era de mi familia, de mi padre”, explica Carlos Manuel Amador, de 47 años: su dueño. “Llevamos poco tiempo, unos cinco meses, pero he ido trayendo todas estas cosas porque quiero que sea como mi casa”.
En la carta, las retahílas de productos son las típicas de cualquier lugar de comida portuguesa. Que si bacalao, que si tablas de embutido, que si francesinas calientes. Pero, lo que más destaca, es su bifana –un tradicional bocadillo portugués– de 1.200 gramos, la cual vale 25 euros y viene con varias sorpresas incorporadas. Entre ellas, un reto: si te la comes tú solo en siete minutos, te sale gratis y, encima, la casa te paga 25 euros extra.
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Una vida de hostelero
“Empecé en la hostelería muy joven, en 1991, con 14 o 15 años”, explica Carlos Manuel, que es natural de la ciudad de Oporto. “En 1998, monté mi primer restaurante y desde entonces no he parado”. Este oriundo de Portugal, que se recuesta soberbiamente sobre la silla mientras habla con EL ESPAÑOL, asegura que lleva tanto tiempo y ha hecho tanto dinero con restaurantes que ya empieza a hacer cosas solo para divertirse.
“He hecho mucho dinero. Tras la crisis, no sabía muy bien que hacer [con él]. Ya lo tenía todo hecho. He llegado a regentar cinco locales a la vez”, continúa relatando. “Sobre el 2011, empecé a ver programas americanos, tipo Crónicas Carnívoras, en los que se hacen retos con platos gigantes, y pensé que yo también lo quería hacer”.
Por eso, hace cinco meses, montó su nuevo restaurante, el Gastrobar Lusitano. Aunque, asegura, quiere muchos más: “Son como mis hijos, necesito tener más. Me encanta lo que hago. En 10 años me veo haciendo lo mismo que ahora, porque es algo que me encanta”.
Cuando montó este nuevo local, Carlos Manuel empezó a pensar en la carta. Era obvio que quería servir bifana, un plato tradicional portugués que consiste en un pequeño bocadillo con carne de cerdo laminada en trozos muy finitos y bañada en una salsa que, por el sabor, al lector español le puede recordar muy vagamente a la tradicional carne mechada; sin embargo, tenía un problema: el precio.
“La bifana es comida callejera, de la que se sirve en puestos. En Portugal, vale como 2,60 euros, y a mí eso no me sale rentable. Esto es un restaurante, no un puesto de comida. Si vienen cinco personas a tomarse cinco bifanas, yo gano muy poco”, resume con mucha seguridad mientras ojea el móvil y señala con su índice ancho cada punto del local.
La idea del reto
A nuestro protagonista, en consecuencia, se le ocurrió una idea sencilla, pero efectiva: si lo que él necesitaba facturar por cada ración de bifana eran 25 euros, ¿por qué no hacer una bifana gigante que, además, se pudiera promocionar como reto para el comensal?
“Lo que yo quiero es que venga aquí un grupo, se tome unas cervezas y se pida una bifana. Con una, comen cuatro personas bien. Además, con el reto la puedo promocionar. En mi casa siempre nos ha gustado mucho comer, así que nos gustan estas cosas”.
Así, Carlos empezó a mover entre los gurús de la gastronomía, cuentas con miles (¡o millones!) de seguidores en TikTok e Instagram que rebuscan por España las mayores excentricidades culinarias de los restaurantes, esta extraña promoción. Y, al parecer, le ha funcionado.
El reto, en principio, es sencillo. Con unas horas de antelación, llamas al restaurante para reservar y ellos lo preparan. Cuando llegas, pides tu consumición, te sientas y, al rato, Carlos se planta en tu mesa con un gigantesco bocadillo de carne rodeado de patatas y un cronómetro. Si te lo comes en siete minutos, te sale gratis y te premian con 25 euros. Si no, puedes invertir todo el tiempo del mundo en comértelo, pero pagando la correspondiente cuenta.
“Yo hago esto porque quiero”, continúa. “Simplemente, con un par de locales que tengo alquilados, ya gano más de 5.000 euros. Me gusta mucho la hostelería, es como mi vida. Aunque ahora es más difícil encontrar trabajadores”.
“Ahora”, añade mientras se recuesta en su silla y coquetea con su copa repleta de agua, “la gente tiene muy pocas ganas de trabajar. Ese es el problema de la hostelería. La gente quiere venir aquí y trabajar sus ocho horas diarias. Lo primero que me pregunta una persona cuando viene [a pedir empleo] es qué días va a librar. Dicen, también, que se gana muy poco, pero no entienden que si ganan, por ejemplo, 1.200 euros al mes, también se llevan otros 300 de lo que comen, cagan y mean aquí. Eso no lo cuentan”.
A pesar de que se vea desalentado por, según su perspectiva, las pocas ganas de trabajar de la gente, Carlos no tiene ninguna intención de parar. De hecho, ya tiene preparado su próximo reto gastronómico, con el cual espera romper todos los récords que todavía le quedan por batir: una francesina de 5 kilos y medio.
“La francesina más grande del mundo está en Oporto y yo la quiero superar. Es de 5 kilos y yo la quiero hacer de 5 kilos y medio. Todavía no sé bien cómo lo voy a hacer, pero quiero batir el récord. Sobre el reto, no sé si la haré así de grande para que se la coman entre dos o más pequeña para que sea uno solo. Creo que es un reto posible, pues yo, en mis tiempos, me comía una buena fuente de francesina”, apuntilla sobre este plato tradicional portugués, similar a un emparedado sólo que con muchos más ingredientes y capas.
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Dos kilos de carne en 7 minutos
Tras nuestra charla, llega la hora de la verdad: ¿podrá comerse este humilde reportero de EL ESPAÑOL, en solo siete minutos, un bocadillo gigante de 1.200 gramos de carne para irse del bar sin pagar la cuenta (y con 25 euros extra en el bolsillo)?
“Yo que tú no usaría tenedor, se van a reír de ti como te vean en el vídeo”, asegura Carlos mientras prepara la mesa para el reto, en la que solo hay un puñado de servilletas, un doble de cerveza, una copa de agua y un cronómetro con el tiempo.
Cuando llega la hora, trae una bandeja metálica en la que un gigantesco pan casero, blandito pero crujiente, acoge muchísima (pero muchísima, no es una exageración) cantidad de carne bañada en una especie de salsa hecha con cerveza y otros ingredientes que, por razones obvias, no se pueden desvelar aquí.
“El truco esta en engullir, no en comer”, me aconseja Carlos Manuel. “Mastica hasta que sientas que tienes la carne rebasándote la garganta. Ahí, paras y bebes, pero luego sigues”.
Lo cierto es que, nada más ver el bocadillo, soy perfectamente consciente de que no voy a conseguir zampármelo en tan poco tiempo (probablemente, tampoco en una hora). Con el cronómetro preparado, marcando siete minutos exactos, y Carlos vigilante, por eso de si se me ocurre meterme un pedazo del plato en los bolsillos, empieza el reto.
Al primer mordisco, saboreo la carne, que es jugosa, suave, está bien cortada y tiene un punto de cocción perfecto; también me gusta el pan, pues se nota que es casero. Sin embargo, el plato es demasiado pesado y empiezo a asimilar que, aun no siendo un tipo pequeño, no me lo voy a comer.
“Primero el pan, luego la carne y, por último, a por las patatas”, me grita Carlos mientras mastico, deslizando mis dientes por los bordes, y miro a las cámaras de EL ESPAÑOL con la boca embadurnada en salsa (qué cómodo se siente uno haciendo esto frente a las lentes del diario).
Cuando llevo ya una tira de bocados y unos 3 minutos de reto, entiendo que el secreto está en la grasa: el bocadillo, aunque delicioso, es demasiado pesado; demasiado grande para un estómago no especializado en este tipo de concursos.
Finalmente, al acabar los siete minutos, me he comido solo un cuarto de bifana, lo que sería la ración para una persona, y tengo el orgullo más herido que el estómago. Aun así, le doy amistosamente la mano a Carlos: he perdido, tendré que vivir con ello (y con el cargo de la cuenta).
El reto, desde luego, es divertido, aunque se recomienda hacerlo en la intimidad, con risas y amigos, y no delante de los lectores de un periódico. Por si la bifana te humilla, más que nada.