“Es bonito tener dos niños con altas capacidades intelectuales, pero es extremadamente duro porque la gente que nos rodea no acepta la diversidad”. Esta es la valoración final de Ania, una madre con dos hijos con altas capacidades, durante una conversación con este diario. Tanto ella como su marido, Fernando, han estado mucho tiempo batallando para que sus vástagos, Mía y Eloy, sean educados en función de las necesidades especiales que tienen. “Si no, el talento se puede desaprovechar”, dice la mujer, apesadumbrada, pues ella también tiene estas altas aptitudes y sabe de lo que habla. Lo ha vivido en primera persona.
Cuando era una niña que no alcanzaba los nueve años de edad, la mujer fue evaluada en el conservatorio de música donde aprendió a tocar el piano y el violín. “Un profesor se lo sugirió a mis padres y me evaluaron. Salió que tenía altas capacidades intelectuales y ellos llevaron ese documento a mi colegio. Allí les dijeron 'no hagáis nada, que se volverá normal'. Mis padres no hicieron nada más y me enteré de esto hace cuatro años, cuando mi hija fue evaluada y le dijeron que también tenía altas capacidades. Yo siempre me sentí diferente, por ello no quiero que mis hijos se sientan así”, explica Ania Placzkowska (Białystok, Polonia, 1985).
Ahora, la historia se repite. Mía y Eloy, de 11 y ocho años, también han sido evaluados y los dos tienen altas capacidades intelectuales, pero su vida no ha sido fácil. Por ello, tanto Ania como el padre de los menores, Fernando Gimeno (Calanda, Teruel, 1982) llevan años luchando para que sus hijos reciban una educación adecuada. Pero ellos no son un caso aislado, tal y como ha ido contado EL ESPAÑOL, los Gargallo o los Fernández de Castro son otras familias de España con hijos con altas capacidades, lo que les ha llevado a vivir una vida de batalla contra los colegios y las instituciones para su bienestar.
No son casos aislados. Serían demasiados casos aislados. En España, de hecho, hay 41.000 menores con altas capacidades intelectuales –anteriormente conocidos como superdotados– identificados, según los últimos datos recogidos por el Ministerio de Educación y Formación Profesional. “Pero hay más, porque el propio Ministerio dice que el 10 % de la población española tiene altas capacidades, lo que significa que hay 4,8 millones de personas que las tienen. En el caso de los menores, hay unos 820.000 niños, pues la población escolarizada es de 8,2 millones”, explica a este diario Beatriz Urriés, vicepresidenta de la Asociación Sin Límites Aragón.
Este desfase entre las cifras oficiales y las que manejan los especialistas se debe a que muchos orientadores escolares, bien por exceso de trabajo; bien por falta de profesionalidad, evitan evaluar a los menores con altas capacidades “porque no son su prioridad”. Así lo denunciaba Beatriz Urriés y así lo ha vuelto a hacer este pasado jueves Ania, la madre de los Gimeno: “Me gustaría que los orientadores buscaran tiempo para atender a los niños con altas capacidades. Sé que están saturados, pero me gustaría que tuvieran más ganas de trabajar, porque mientras tanto los niños lo pasan mal”.
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La historia de Mía
Ania explica que actualmente su hija necesita acudir a un psicólogo porque “no se hicieron bien las cosas con ella”. “Es verdad que ella ha flexibilizado –adelantado un curso académico–, pero ocurrió de manera tan brusca que mi hija lo pasó mal. Hacer las cosas mal provoca que se estén cargando el talento y, sobre todo y más importante, a estas personitas”, añade. En todo caso, Mía, que actualmente tiene 11 años y acaba de concluir sexto de Primaria, ya se encuentra mejor, pero lo pasó mal durante varios años de este ciclo formativo.
Todo comenzó cuando, siendo un bebé, Mía empezó a demostrar cosas impropias de su edad. El día que cumplió seis meses de vida, se puso de pie; cuando tenía tres años, “ya hablaba perfectamente y le gustaba mucho hablar de política y de justicia”, cuenta su madre a este diario. “Y lo más llamativo es que, desde bebé, a Mía le parecía muy curioso el tema de la muerte, una característica muy común entre las personas con altas capacidades. Prefería ir a un cementerio antes que a un parque, porque quería conocer y no entendía a dónde van los cuerpos cuando morimos, etc. Eran cosas impropias de su edad”, añade Ania.
Pero todo estalló en Primaria. “Terminamos de ver su precocidad cuando Mía, con seis años, empezó a tocar instrumentos. Tocaba de maravilla el piano y no le costaba aprender. Tenía un potencial artístico y verbal muy grande. De hecho, su profesor de conservatorio nos dijo cuando tenía siete años que hablaba como una persona de 16 y que la deberíamos evaluar”, continúa Ania. Lo hicieron en Zaragoza. Y bingo: Mía tenía altas capacidades intelectuales.
Como hicieron los padres de Ania cuando ésta era pequeña, Fernando y su mujer acudieron con el informe privado al colegio público de Calanda donde estudiaba la niña. Tenían la esperanza de que se adecuaran a la necesidades Mía. “La orientadora la evaluó y nos dijo que había varias formas para ayudar a mi hija: flexibilizar, ampliar parcialmente los contenidos de algunas asignaturas o no hacer nada”, recuerda esta madre. Fernando y ella optaron por la ampliación de contenidos, pero ya sería con vistas al siguiente curso, cuarto de Primaria.
Y cuando llegó ese año las cosas no salieron como esperaban los Gimeno. “Pasaban semanas y semanas y no estaban enriqueciendo los contenidos que tenía que estudiar Mía, por lo que nos volvimos a reunir con el colegio para ver qué pasaba. Luego empezaron a darle más contenidos en Lengua e Inglés, pero la profesora de Mates se negaba a hacerlo. Decía 'no lo voy a hacer' pese a tener ya un informe de la inspección de Teruel”, denuncia Ania. Entretanto, la niña lo estaba pasando mal.
Pregunta.– Mía, ¿antes de flexibilizar te aburrías en clase?
Respuesta.– Me aburría muchísimo y no estaba a gusto porque mis compañeros tenían una actitud muy infantil. Gritaban mucho y a mí me impedían concentrarme.
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La situación se estaba volviendo insostenible, pero en enero de 2022, cuando Mía ya había cursado la mitad de cuarto, el centro propuso la flexibilización. Sin cortapisas. “Nos lo dijeron un miércoles, hablamos con la niña, y el jueves ya inició quinto curso. Era importante que ella accediera y lo hizo, porque es una niña que se adapta a los cambios, pero a sus compañeros les costó más adaptarse a ella. El colegio no hizo nada, pero cuando empezaron los insultos ya hablamos nosotros con los padres de los otros niños, y la situación se solucionó. Pero el colegio no hacía nada”, explica Ania. Eso lo corrobora la propia niña: “Creo que a mis compañeros les costó más adaptarse a mí”.
Felizmente, Mía terminó quinto y también sexto de Primaria ya “adaptada”, pero la celeridad con la que flexibilizó ha provocado que ahora “tenga acudir al psicólogo”. “Tenemos la sensación de que el colegio escurrió el bulto con lo del enriquecimiento de contenidos. Lo de flexibilizarla se hizo de la noche a la mañana y ella lo pasó mal. No hubo transición”, dice Ania. Ahora, la menor va a entrar primero de la E.S.O., lo cual le ilusiona mucho, pero sin olvidar las metas que ella misma se ha puesto.
De mayor quiere ser actriz, “porque se me da muy bien interpretar, actuar, imitar acentos, cambiar de emociones”, sin olvidarse de sus pasiones: tocar el piano, pintar con acuarela y, por supuesto, los idiomas. “Mi asignatura favorita es Francés. Antes me gustaba más el inglés, pero he perdido un poco el interés”, concluye la niña.
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Su hermano Eloy
Pese a ello, lo cierto es que el caso de Mía no ha quedado aislado en la familia Gimeno. “Es frecuente que en una familia haya varios hermanos con altas capacidades. Hay un factor genético”, explica Beatriz Urriés de Sin Límites Aragón. Eso, por ejemplo, también ocurre en el caso de los Gargallo o de los Fernández de Castro. Por ese componente hereditario, Eloy Gimeno, de ocho años, también ha sido evaluado y también tiene altas capacidades intelectuales. “Pero es un perfil totalmente diferente”, explica su madre.
“En su caso no habló hasta los tres años. Decía palabras, pero no hablaba”, recuerda su madre que sí destaca que Eloy comenzó a caminar con tan sólo 10 meses. “Y también en la guardería nos decían que era muy bueno jugando con figuras geométricas, formando series, que era un crack con las cosas dirigidas hacia la visión espacial”, continúa.
El niño fue evaluado a nivel privado hace un año, cuando tenía siete años y, aparte de tener altas capacidades intelectuales, también tiene TDAH. Por ello, el niño es incombustible y practica multitud de deportes en los que ya empieza a destacar. “Por ejemplo, acaba de quedar sexto de España en su categoría en bicicleta de trial”, dice su madre con orgullo, pero también practica motocross, kárate, patinaje…
Eloy, a nivel académico “saca buenas notas y desde primero dijeron que iban a evaluarle en su colegio para ver si tenía altas capacidades”. “Va a acabar segundo y seguimos esperando. Se lo toman con mucha calma y no me gustaría que Eloy lo llegase a pasar mal, como su hermana. En su caso, el colegio nos decepcionó. Por eso quiero hablar, porque los niños con altas capacidades tienen necesidades educativas especiales que deben ser atendidas en el momento adecuado. Son niños que aunque sean maduros, no dejan de ser niños que no saben cómo gestionar sus emociones”, culmina Ania.
P.– Mía, me ha dicho que tu hermanito también tiene altas capacidades. ¿Qué harás como hermana mayor?
R.– Siempre que pueda, le ayudaré y le daré consejo. Quiero que sepa que en todo momento estaré allí para apoyarle y que puede contar conmigo.