Una noche en 'Las Caras de Jesús', la tradición de Semana Santa donde la gente apuesta y se arruina
Hay quien sale trasquilado y hay quien hace verdaderas fortunas con este juego practicado en Calzada de Calatrava (Ciudad Real). Esta es su historia.
16 abril, 2022 04:31Noticias relacionadas
Las monedas ya están en el aire. El hombre de la mascarilla tiene ante sí, en el suelo, un importante fajo de billetes de 50. Puede haber un total de 700 u 800 euros, de los que la mitad le pertenecen y la otra mitad son de la banca. Si salen dos cruces se lo llevará todo; si son caras, perderá su apuesta. El breve instante en que vuelan las monedas se hace eterno. La sala enmudece. Es una de las primeras apuestas fuertes de la tarde. Las monedas tocan suelo. Una es cara y… la otra bailotea caprichosa sobre su eje unos segundos hasta finalmente, dejar también la cara hacia arriba. Gana la banca.
El juego se llama Las Caras de Jesús y se juega en Calzada de Calatrava (Ciudad Real). Lo llamaron así por ser una tradición exclusiva de la Semana Santa en el pueblo natal de Pedro Almodóvar. En realidad, esta tradición poco tiene que ver con la religión y bien se podría llamar las dos caras de Harvey Dent, el villano de Batman que deja todas sus decisiones a lo que diga una moneda lanzada al aire. “El mundo es cruel. Y la única moralidad en un mundo cruel es el azar. Imparcial, sin prejuicios, justo”. Palabra de Harvey.
Las probabilidades de ganar y perder en este juego son exactamente las mismas, algo de lo que no puede presumir ningún otro juego que se pueda encontrar en una casa de apuestas al uso. Y, además, totalmente libre de impuestos. Mismamente, hasta la ruleta, apostando solo a colores, tiene un número que decanta la balanza en favor de la banca: el cero, que no es ni rojo ni negro. Ese 51,4% de probabilidad lo determina todo para que la banca siempre, siempre salga ganando a la larga. Ahora bien, las cantidades de dinero que se manejan aquí convierten al Codere de tu barrio en Disneylandia.
—¿Sabes la tradición, no? —pregunta una señora al descubrir al periodista en el corro.
—¿Cuál tradición?
—Apostar a tu mujer.
—¡¿Cómo?!
—Sí, sí. A mí me lo han hecho. Obviamente, he mandado a freír espárragos a mi marido y al otro.
Madre mía… Que no se entere la ministra de Igualdad.
La fiesta de Calzada
Es Jueves Santo. Según la tradición bíblica, hace alrededor de 2.000 años que el tipo más influyente de la historia de la humanidad celebró su última cena. Hoy, en 2022, sigue sin estar claro el origen del juego de Las Caras. Hay quien lo relaciona con las 30 monedas de plata que recibió Judas por traicionar a Cristo. Pero en torno a este juego hay más leyendas que certezas, como comprobará el lector a continuación.
El cielo se ha portado bien este año y el sol brilla alto sobre el cielo de Calzada de Calatrava. Eso ha permitido que la procesión de la Santa Cena haya hecho su recorrido con normalidad tras dos años de parón por la dichosa pandemia. La encabezan los soldados, la rama militar heredera de la orden religiosa de Calatrava, que reconquistó estas tierras frente al invasor árabe siglos atrás.
Le siguen los nazarenos con sus picudas capuchas y la imagen de Jesús en la última cena, dando la primera eucaristía a sus apóstoles. Por último, la banda municipal atrona la calle Real con sus metales y redobles.
El ambiente es tremendamente festivo, se nota que hace ya tiempo que esto no ocurría. La procesión pasa por delante de la Cooperativa Agrícola Casino, donde el Viernes Santo se montan dos de los mayores corros para jugar a Las Caras. ¿Pero, en qué consiste este peculiar juego? La dinámica parece sencilla pero para este periodista han hecho falta varias conversaciones y verlo en persona para entenderlo del todo.
Una vez se forma el corro, cualquiera puede apostar. La apuesta se hace con un gesto tan sencillo como dejar cualquier cantidad de dinero —siempre billetes— en el suelo frente a uno mismo. Es entonces cuando la banca se pasea y dobla esa cantidad, es decir, iguala la apuesta. Pero, ¿quién es la banca? También cualquiera.
Todo aquel que tenga un fajo lo suficientemente ancho para responder a las apuestas presentes puede ser banca y tiene, además, derecho a tirar las monedas. Ese derecho se lo puede ceder al baratero o a cualquier persona presente. Si salen dos caras, la banca se lleva todo el dinero del suelo. Si salen dos cruces, cada jugador recoge su apuesta doblada. Si sale una cara y una cruz, se vuelve a tirar.
El baratero se encarga de cantar los resultados, de manejar el fajo de la banca y de recoger las ganancias. Es decir, de agilizar el juego. Sencillo, ¿no? Pues también se pueden hacer apuestas bilaterales. ¡200 euros a caras!, puede gritar cualquiera, y que un presente acepte esa apuesta.
La tradición manda que hay que esperar al Viernes Santo para empezar a jugar. Pero hay años que se empieza incluso una semana antes en corros privados. Este es uno de esos años, pese a que la ley no lo permite. “La Guardia Civil hace la vista gorda”, afirman varios vecinos consultados. Es ahí de verdad donde está la pasta, donde la gente se puede dejar los ahorros de una vida o, por el contrario, ganar más dinero del que nunca había soñado. Las monedas deciden. “Ahí se apuestan miles de euros e incluso escrituras de tierras... sí, sí”, asegura Jaime, un trabajador del Ayuntamiento.
Jose trabaja de camarero en el citado Casino y es un apasionado de este juego. “Llevo palmados 500 euros en tres días”, asegura con una sonrisa de oreja a oreja. No ve el momento de salir de trabajar para seguir jugando. El año que más dinero ha ganado, se llevó la friolera de 9.000 euros. El que más ha perdido, 2.000. Menos mal que su familia le paró a tiempo.
“Hay gente que ahorra todo el año para jugar y también hay gente que se endeuda con el banco y se gasta lo que no tiene… Hay de todo”, explica este simpático hombre. “Pásate luego por el [bar] San Isidro y verás”. Pero antes de pasar por ese corro clandestino, hay que dar con alguien que haya salido verdaderamente trasquilado de este juego. Pero que no se entere el ministro de Consumo.
La leyenda de Avelino
Es media tarde y un grupo de quinceañeras hace botellón en un callejón cercano al centro, al meollo de la fiesta. Hechas las debidas presentaciones, toca lanzar la bomba:
—¿Sabéis de alguien que se haya dejado un verdadero pastón en este juego?
Piensan un segundo. No lo tienen claro.
—¿O que haya perdido su casa?
—Ah, sí. ¡Avelino! —salta una.
—¡Es verdad! —responde otra-. Se quedó sin dinero y puso las llaves de su casa en el suelo.
—Y perdió, claro —remata una tercera chica.
Madre mía, hay que hablar con Avelino (nombre ficticio para salvaguardar su identidad). Es aquí cuando se descubre que Las Caras es un juego lleno de leyendas y rumores acrecentados por el efecto boca a boca. Todos los jóvenes —¡y hasta el Ayuntamiento!— aseguran que la gente se juega sus bienes en estas apuestas. Muchos están convencidos, pero nadie lo ha visto nunca. Y ahí están los mayores para desmentirlo.
“En las caras lo que se juega es dinero”, asegura uno de los cofrades. “2.000, 3.000, lo que sea, pero dinero contante y sonante”. Esto lo corroboran Carmen Romero y Nieves López, dos de las vecinas más veteranas del pueblo, de 95 y 96 años, respectivamente. “Eso es mentira”, dice Carmen tajante. “Me acuerdo de que mi marido me metía lo que ganaba en el mandilillo. Y yo le decía: ‘¡Cuando pierdas te sales!’”. Y se echa a reír a carcajada limpia. “Entonces no jugaban más que los hombres. Ahora ya juega todo el mundo”.
Respecto a Avelino, no solo le daba a Las Caras. Le daba a todo por internet. El pobre hombre tenía un problema de ludopatía grave y terminó pagando con su casa lo que no pudo con su bolsillo. Pero nunca puso sus llaves en el suelo para aportarlas. Y, de haberlo hecho, nadie le hubiese visto esa apuesta. Es posible que sea una leyenda asentada o que unas quinceañeras le hayan tomado el pelo a este foráneo. Las dos opciones son igual de probables.
Lo que sí ha ocurrido en alguna ocasión es que alguien haya respondido de una deuda con la cesión de una parcela de terreno, según varios testimonios. Al fin y al cabo, Calzada es un pueblo predominantemente agrícola: patata, cereales, vid, olivo, berenjenas. La Mancha misma.
"Esto es calderilla"
Cae la tarde en Calzada y es el momento, ahora sí, de ver Las Caras en primera persona. En el corro del San Isidro hay más billetes que en un cajero automático. En estos tiempos en que todo se paga con tarjeta, con Bizum, con criptomonedas, en definitiva, con números en pantallas, ver tanta guita contante y sonante parece mentira. Una anomalía en Matrix.
Cristian y David son de Puertollano, que está a solo 37 kilómetros, y son parroquianos absolutos de este juego. Ambos manejan un fajo digno de ver, pero no es nada comparado con lo que tienen enfrente. “Esto es calderilla”, dice Cristian, que habla con una sonrisa perenne. “Ahí enfrente es donde se maneja”.
Efectivamente, enfrente están apostando unas cantidades que rozan el absurdo. El sueldo mensual de este reportero es una apuesta alta, pero no descabellada. “¡50 caras!”, grita un chaval que no pasará de los 13 años. Nadie le ve la apuesta. ¿Juega con sus ahorros o habla por boca de un adulto? ¿Es un joven manteniendo la tradición o un futuro ludópata? Apuesten.
Dos horas después, pasada la cena, Cristian y David siguen en el mismo sitio. Se pueden pasar la noche entera aquí. "Y sin beber ni nada", sonríe de nuevo Cristian. Su vicio es otro, aunque se nota que apuesta con más cautela que otros. En la silla donde hace un par de horas estaba el chaval hay ahora un hombre adulto con un anillo de oro que deslumbra al público cada vez que menea su fajo. “¡300 caras!”, apuesta. Y dos personas le compran la apuesta. Así, cada pocos minutos, además de lo que deja en el suelo. A la mañana siguiente, un vecino identificará a ese hombre como un importante camello de Puertollano.
—Ese vende mantecados.
—¿Mantecados?
—De coca.
—¡Ah! En Madrid los llamamos pollos.
—Tiene menos cotizado que mi sobrino de un año.
Sea como fuere, no podemos visitar calzada sin hacer una apuesta, por pequeña que sea, ¿no? “¡20 caras!”, canta uno. Y sin pensarlo demasiado respondo: ¡20 cruces! Acto seguido echo mano de la cartera y agarro un billete azul mientras miro al sujeto en cuestión. Sí, puedo responder de mis deudas, le digo con esa mirada. Es un código de honor presente en cada apuesta. Aquí todo el mundo mira a los ojos, muestra la pasta y, por supuesto, paga. Muchas veces, hasta con una sonrisa. El baratero tira las monedas. Cruces.
Y así es como, un par de jugadas después, el arriba firmante salió del bar San Isidro 50 euros más rico de lo que entró. Alabada sea Santa Potra y, sobre todo, ¡que no se entere la ministra de Hacienda!