El pasado 6 de octubre, una turba de jóvenes independentistas saboteó una carpa de la asociación de estudiantes constitucionalistas S’ha Acabat en la Universidad Autónoma de Barcelona al grito traducido de “fuera fascistas de la universidad” y “pim, pam, pum, que no quede ni uno”. Las imágenes de aquel día configuran un fresco que diagnostica la situación en una universidad catalana que 15 días más tarde acogió a Oriol Junqueras en sus aulas, con la armonía sin escraches de un rapsoda del nacionalismo.
El día posterior a que los fanáticos cercaran y arrancaran la carpa, la consejera de Universidades de la Generalitat, Gemma Geis, hizo suyo un tibio comunicado de la UAB en el que bajo la fórmula “determinados partidos políticos” se apelaba a Partido Popular, Ciudadanos y Vox como instigadores de una supuesta “instrumentalización ideológica”. En concreto, la de colocar un stand en un lugar sitiado por consignas secesionistas.
Este martes, la propia consejera se reafirmó ante la interpelación en sede parlamentaria de Vox, que preguntó a la Generalitat acerca de qué medidas serán adoptadas para que el episodio no se repita en el futuro. Lejos de una condena de los hechos, siquiera apática, en nombre del Govern, Geis lamentó y condenó “la utilización política de los campus universitarios, que invisibiliza la labor excelente de docencia, investigación y transferencia de conocimiento que llevan a cabo las universidades catalanas”.
Fundada en 2018, en su mayoría por universitarios procedentes de las juventudes de Societat Civil Catalana, S’ha Acabat no conoce la celebración de un acto sin escaramuzas. Por ello, el último gesto de indiferencia institucional no supone ninguna sorpresa para una organización que ganó judicialmente a la UAB después de que la institución le denegara la inscripción en el directorio de colectivos de la universidad. El TSJ de Cataluña halló en ese comportamiento la vulneración de hasta cinco derechos fundamentales.
"Politizar la universidad"
“Es lo de siempre: la máxima responsable de las universidades en Cataluña, que en teoría debe velar por garantizar la neutralidad institucional y que se respeten los derechos y libertades de todos los estudiantes, lejos de condenar lo que constantemente pasa en lugares como la UAB, echa balones fuera e incluso, en alguna ocasión, ha alentado a esa gente a seguir”, espeta a EL ESPAÑOL Jordi Salvadó, vicepresidente de S’ha Acabat, con cierto sentimiento de frustración “por el abandono de nuestras instituciones”.
“Ella justifica su condena hacia colectivos como S’ha Acabat argumentando que lo que hacemos es politizar o instrumentalizar la universidad”, sigue Salvadó, “pero es la primera que en el acto de apertura del curso académico, este año en la misma Universidad Autónoma, apeló a la libertad de los presos políticos; la misma que no ha condenado la presencia de Oriol Junqueras cuando vino a dar una charla. Aquí demuestran su arbitrariedad, su doble vara de medir”.
Salvadó es una de las caras más visibles de una organización que ha abanderado cierta resistencia, herederos de la batalla sociológica contra esos reflejos condicionados pavlovianos que apuntaba Antonio Escohotado. Tiene 26 años y el discurso asentado de lidiar contra embozados y matones que, al reconocerlo, le pasan cerca y escupen al suelo “como perdonándole la vida”.
Vivir amenazados
El más veterano de S’ha Acabat, junto a una compañera menos ducha en estos entuertos, fue el protagonista del penúltimo titular que copó la asociación. Sucedió el pasado 27 diciembre, cuando, al cruzar el umbral del portal de casa, recibió una llamada en número oculto. No era una felicitación navideña sino amenazas de aquellos a los que incomoda su mera existencia. “Puto facha”, “al fascismo hay que combatirlo” y “puta España” fueron las proclamas ya típicas, manidas, proferidas al otro lado de la línea. “Me asusté”, reconoce.
Fue el inicio de varias semanas de hostigamiento, de llamadas de madrugada, de verse engullido en grupos de Whatsapp y Telegram de hasta 3.000 personas donde se organizaban fiestas ilegales y se distribuían drogas, de mensajes con extrañas proposiciones sexuales, de decenas de llamadas de teleoperadoras y de ver su nombre inscrito en formularios online.
Jordi sospecha de “un grupo de independentistas que recientemente emitió un comunicado diciendo que iba a combatir a las asociaciones detrás de la campaña del bilingüismo en las escuelas, los que defendemos el 25%: hay una cuestión ideológica”.
“Por mucho que nos amenacen o insulten, nos sentimos orgullosos de lo que hacemos y mucha gente nos anima a seguir”, asegura Salvadó. Entre esas personas figura especialmente Cayetana Álvarez de Toledo, diputada del PP por Barcelona, que siempre ha destacado el papel de renuencia de S’ha Acabat en la sociedad civil.
Álvarez de Toledo, además, sabe lo que es resistir entre apologetas en el campus de Bellaterra. A lo sucedido aquella mañana del 11 de abril de 2019, invitada por la asociación a celebrar un acto junto a Manuel Valls y Maite Pagaza, entre otros, le dedica algunas páginas en su libro Políticamente Indeseable (Ediciones B, 2021), donde también recuerda las declaraciones de Laura Borràs al día siguiente: “Hay gente que busca problemas y cuando buscas problemas, los encuentras”.
"El odio es real"
“Tanto a nivel institucional como universitario las organizaciones constitucionalistas estamos acostumbradas a estar desamparadas, no condenan con firmeza los actos que sufrimos”, asegura Júlia Calvet, presidenta de la asociación desde octubre del año pasado.
Calvet reconoce que todo el que se inscribe en la asociación -ya son más de 100 socios, 300 los simpatizantes- sabe a lo que atenerse. “Cuando tú asumes este tipo de responsabilidades sabes a lo que te estás exponiendo, aunque te das cuenta cuando estás ahí. No hay que normalizar estas situaciones por mucho que las suframos día a día porque no es lo democrático”, reflexiona.
A sus 20 años, esta líder estudiantil se crio en una familia muy catalanista, secesionistas algunos de ellos. “Esto me ha ayudado a respetar otras visiones”, estima Calvet. “Yo he tirado por otro lado y respeto a cualquier persona que piense diferente a mí sin ningún problema, la verdad. Condeno a los independentistas radicales, esos que ejercen la violencia hacia personas que no piensan igual que ellos”.
Alguno de los pasajes descritos por los miembros de S’ha Acabat arrojan situaciones orwellianas, reminiscencias de comportamientos sucedidos en otros lugares de España hace no mucho tiempo, como reconocer a compañeros de pupitre encapuchados al otro lado de la pancarta.
“Ese odio que realmente está entre las personas. Nosotros lo que hacemos es eso, resaltar la realidad del odio en Cataluña: eso es lo que les molesta más. Cometen algunos fallos de la cantidad de odio que tienen. El odio es real”, apuntilla la presidenta de S’ha Acabat.
“Ves que al otro lado hay personas que sí conoces. A mí no me ha pasado tanto porque en la Pompeu Fabra, donde yo estudio, no hay el mismo rifirrafe que hay en la Autónoma, donde estudian muchos compañeros míos que prefieren no significarse tanto porque al día siguiente tienen que volver a clase con los mismos. Frustra y puede dar miedo, pero es lo que hay”, narra Calvet, que ha visto alejarse a amigos próximos por su militancia.
- ¿Qué le pasa a una sociedad en la que pierdes amistades por el hecho de sentirte española?
- Es chocante que una persona con la que has compartido cosas te deje de hablar o discrepe contigo porque chocas políticamente, con muchas no hablas de política porque sabes que hay. Es difícil al principio, pero te das cuenta de que el problema lo tienen ellos, porque yo no les he dejado de hablar porque piensen distinto. Si han optado por separarse por ideología se lo tienen que mirar ellos.
“Control absoluto"
“El problema de las universidades catalanas, y concretamente en la Autónoma, es que son espacios donde las juventudes separatistas están muy bien organizadas, son bastante numerosas y tienen un control absoluto de la universidad”, cuenta Jordi Salvadó.
Se refiere a asociaciones radicales como la SEPC (Sindicato de Estudiantes de los Países Catalanes), Arran o La Forja, a menudo más atendidas en su reclamaciones por las instituciones. Fue la SEPC quien se creó junto a la Plataforma per la Llengua un buzón web donde poner en la diana a aquellos profesores que no impartieran clase en catalán. Quejas remitidas directamente a los rectorados catalanes.
En los escraches también han participado grupos ultras de equipos de fútbol como los del Club Esportiu Europa o los Desperdicis, barra brava antifeixista del Sant Andreu. “El pasado 25 de noviembre también organizamos un acto y tuvieron que entrar los Mossos d’Esquadra: salimos escoltados bajo botes de humo por el mayor dispositivo que se ha desplegado en una universidad en España”, asegura el vicepresidente de la asociación.
Pese a ello, nunca se ha procedido a identificar a ninguno de los boicoteadores. “Si yo he recibido más de 15 de ataques en la misma universidad y he interpuesto muchas denuncias ante los Mossos d’Esquadra, ¿cómo puede ser que un cuerpo como este no sea capaz de identificar a nadie de los que vienen a amenazarme? Lo que se transmite es impunidad para los autores”.
“No quiero miradas”
Más allá del día que se topó a la salida de un baño con dos de estos “matones”, o el día que circuló por Whatsapp su cara junto a la otros compañeros tachada, “como cuando ETA señalaba a personajes públicos”, es reveladora una de las situaciones vividas por Jordi Salvadó una tarde de biblioteca, preparando un trabajo junto a otros compañeros de clase.
“Un grupo de 15 personas que pasaban por al lado me reconocieron y comenzaron a apedrear la cristalera que daba a la calle, a dar golpes al cristal, a llamarme fascista, a insultarme. Mis compañeros, que nunca me habían creído lo que les contaba, que si exageraba y tal, cuando vivieron eso me pidieron perdón por no haberme creído”.
Lo sucedido no desembocó en una exaltación de la amistad, sino en un alejamiento. “A partir de ese día se distanciaron de mí, por miedo. La gente en público nunca te defiende, pero en privado sí”. “Paso de que haya miradas”, le dijeron algunos.
Sin embargo, no apelan al resentimiento: “No queremos que se perciba que el mensaje es de derrotismo, de victimismo, sino todo lo contrario. Nosotros evidenciamos una realidad en Cataluña: el acoso al que se expone un constitucionalista cuando da la cara y defiende públicamente sus ideas. Nos sentimos orgullosos de lo que hacemos y vamos a seguir haciéndolo. Hay que levantar la cabeza y tirar para adelante”.