¡Hola, amigos y amigas! Bienvenidos a un nuevo reportaje de EL ESPAÑOL. Hoy vamos a construir una entrevista. Para ello, solo vamos a necesitar una grabadora, una cámara de fotos, viajar a Zarautz y tomar un txakoli con el tipo que presentó Bricomanía durante 26 años. Pero no os preocupéis, ya que podréis seguirme desde casa. Vamos a usar material como un móvil, una tablet o un ordenador. Y como siempre, ganas de aprender y de pasarlo bien. Mientras vamos montando, os dejamos con un briconsejo de jardinería. (Resumen del briconsejo: echad mucho sustrato).
Seguramente al leer este primer párrafo, el lector haya puesto estas palabras en boca de un tipo rubio con acento vasco que salía en televisión construyendo cosas. Y, aunque a todos nos suena la escena, pocos saben que ese célebre presentador se llama Kristian Pielhoff, tiene 60 años, es natural de Zarautz (Guipúzcoa), habla cinco idiomas y nunca se imaginó que estaría dos décadas en antena dando briconsejos.
Hace casi un año que la emisión de Bricomanía en televisión llegó a su fin. En más de dos décadas, el programa pasó por Televisión Española, Antena 3 y Telecinco, es decir, por el podio de la televisión nacional. En sus últimas horas, ocupó un pequeño espacio en el trastero de Nova, el canal de Atresmedia. En diciembre de 2020 fue su última emisión. Pero Kristian Pielhoff todavía tiene el mono. “El mundo de la tele tiene algo que engancha”, confiesa. Este periódico ha viajado a la localidad guipuzcoana para descubrir a un personaje tan célebre, tan querido y, a su vez, tan desconocido.
“No vemos mucha luz”
La mar está brava en Zarautz. La lluvia ha dado una tregua que los surfistas —y algún intrépido bañista— han aprovechado para disfrutar de las olas. Kristian llega a la cita puntual cual suizo. Ha citado a este periodista en el restaurante más prestigioso del pueblo: el de Karlos Arguiñano.
Lo del txakoli no es un recurso estilístico basado en un cliché. Para él, es su religión de mediodía. Entre respuesta y respuesta se lleva la copa a la boca. Pielhoff no rehúye ninguna pregunta y en todo momento se ha mostrado más que dispuesto a esta conversación que se alarga durante 40 minutos. La última aparición sonada del presentador en televisión fue en una cuña publicitaria del programa Salvados, en la que explicaba cómo bajar la factura de la luz. Sencillo: agarre el martillo y líese a golpes con el contador.
“Es un poco mi nueva línea, un poco más killer, más salvajillo”. Aunque el programa que le hizo famoso ya no está en antena, Bricomanía sobrevive a duras penas en YouTube. “Se buscó un nuevo formato y hemos hecho un pequeño equipo de cuatro personas. Estamos haciendo ahora pequeños bricomanías, un poco más sencillitos”, relata. “Empezaremos a grabar el mes que viene o mediados de este. Para tener la cabeza fuera del agua”. Pero, mal que le pese, el programa ya no es lo que era: “No vemos mucha luz. Todo va a toda leche, todo cambia. Estamos intentando darle la vuelta y a ver si alguien nos da un toquecito y retomamos el tema”.
La marca del programa sigue siendo propiedad de Bainet, la productora que lo puso en marcha allá por 1994, y que pertenece —en su mayoría— al chef Karlos Arguiñano. Kristian y él son amigos y se ven todos los días paseando por el malecón de Zarautz. Arguiñano fue su jefe, entre comillas. Como resulta lógico, Bainet también produce los programas de cocina del chef vasco.
La historia de los briconsejos se remonta a principios de los 90. Fue ahí cuando un joven vasco —de ascendencia alemana— desencantado con el mundo laboral que vivía, se presentó a una peculiar audición. “El bricolaje era un hobbie. Y llega un día que hacen un casting aquí en casa Arguiñano y se presentan 200 personas. Aparezco yo, meto la nariz, acojonado, y voy pasando pruebas, pasando pruebas… Y no hubo enchufe, eh. Y ya desde Madrid, Televisión Española dijo: ‘Te ha tocado’. Y arrancamos. Hicimos 12 programas de prueba. Muy duros, por cierto. Para grabar 17 minutos estábamos 10 horas. Claro, todo era nuevo. Fue avanzando, de una tele pasamos a otras. Y así, pues 26 años”.
Aunque pueda parecer improbable en la era del streaming y las redes sociales, hubo un tiempo en que las marcas se daban tortas por aparecer en Bricomanía. El espacio llegó a tener dos millones de espectadores en sus días de emisión y, claro, ninguna empresa pasa por alto el jugoso impacto publicitario que brindaba el programa, además, con la simpatía, cercanía y confianza que transmitía Pielhoff.
“Los primeros 12 o 15 años entraban sponsores a patadas. Eran los que sustentaban el programa. Entraba muchísima publicidad. Hasta nos llamaron la atención. Nos decían: ‘Hostia, macho. Que tenéis tantas marcas en la tele que estáis ya rozando el límite’. Había momentos en los que te agobiabas. ¡Tengo que enseñar tantas cosas que no me da tiempo de hablar!”, cuenta el presentador.
Según su relato, Bricomanía nació además en un momento en que los hábitos de consumo en el hogar estaban cambiando. “Tenemos aquí [en el País Vasco] mucha influencia francesa. Aquí no había grandes centros de bricolaje. Había ferreterías que, desgraciadamente, ahora no existen. Arrancamos con el inicio de los Bricodepot o Leroy Merlin. Íbamos de la mano”.
“Yo creo que la mitad de la gente que veía Bricomanía, no hacía las cosas. Simplemente les caíamos bien. Igual descubrías que había un tornillo especial que servía para sujetar bien la madera o algo. La gente iba encontrándose con cositas. Dábamos muchísima información en el programa”.
—¿Cómo consigue uno estar 26 años en antena sin quemarse ni repetirse?
—Lo primero, con un buen equipo detrás. Eso es muy importante: gente creativa y con ganas de hacer las cosas bien. Y luego, la parte que a mí me toca que es la de presentar, hacerlo natural. Ya te darás cuenta durante la entrevista que soy el mismo ahora que en la tele. No cambio casi nada. De hecho, tengo los mismos amigos que hace 26 años. Y luego, pues comunicar bien, sonreír, ser positivo y llegar a la gente. No es que haya estudiado para ello, yo soy técnico de empresas turísticas.
Cinco idiomas, cuatro continentes
No entraba en los planes de Pielhoff salir en televisión. Ni de lejos. “No, para nada”. Lo suyo era —y es— el turismo, una actividad que ha compaginado siempre con la televisión. Sin embargo, cuando nació Bricomanía ni siquiera se dedicaba a eso. “Yo estuve de director comercial. No me iba mucho. Eso de ir con traje y corbata y decir que todo lo que yo vendo es super bueno... Ya sabemos esto cómo funciona. Estaba un poco quemadito”.
Posteriormente, afianzada su posición en antena, pudo volver a los viajes que tanto le apasionan. Tenía un bagaje idóneo para ello. Tres de sus abuelos son alemanes, aunque él ha nacido y vivido toda la vida en Euskadi. Pielhoff habla cinco idiomas (castellano, vasco, alemán, inglés y francés), aunque él asegura no dominar ninguno.
"Yo soy una rata. Una rata no hace nada bien, pero lo hace todo. No nada, pero si le echas al agua, sí. No corre, pero si tiene que huir, también. ¿Puede comer? Sí. Puede comer langosta pero puede comer mierda. Tiene esa capacidad de adaptarse. soy un poco rata yo. Creo que si miro en el horóscopo chino me sale rata”. No es el caso. 1961 fue el año del buey.
—¿Has guiado viajes por todo el mundo?
—Sí, básicamente.
—¿En los cinco continentes?
—No, me falta Australia. Siempre me pilla a traspiés. Cuando aquí es verano allí es invierno.
—¿Tienes ahí una espinita?
—No, una espinaza.
Y las andanzas de Pielhoff no han terminado. Estas navidades tiene programado un viaje a Senegal. Asimismo, tampoco ha terminado su relación con el mundo turístico. El mes que viene le toca ser moderador en una convención de agencias de viajes en Huelva, ante 1.000 personas. Eso, en lo profesional. En lo personal, en cambio Pielhoff es mucho más reervado. Nunca ha recibido a la prensa en su casa, ni tiene intención de hacerlo. Lo que se sabe es que, ya desde hace años, comparte su vida con una mujer (Lurdes, sin O) y la compañía de perros. Actualmente, tiene uno llamado Nur ("es luz, en árabe"). No tiene hijos.
Parece la vida soñada de muchos: televisión, viajar y, además, intimidad. No lo niega: “He sido un auténtico privilegiado”. A día de hoy, “la gente me sigue conociendo mogollón. Gente de todas las edades, hasta terceras generaciones”. Y eso, en contra de la imagen de la fama televisiva, le brindaba a nuestro entrevistado el empuje para seguir adelante con el programa.
“Gente que me paraba por la calle y me decía: ‘Kristian, tengo un hijo autista. Cuando ve el programa, no sé qué tienes, que se queda parado. Se relaja’. Y me ha pasado con varios casos. Algo tiene el programa o algo tengo yo o algo tiene la tele. Aquello nos valía de motivación para tirar otros 100 programas. Detalles de esos hemos tenido muchos. Positivos, un 99%. Críticas, muy pocas. Fue perfecto hasta el final”.
“Vamos a reírnos un poco”
La conversación toma un sendero imprevisto cuando Pielhoff saca a colación el tema del humor. Ahora que los límites del humor están en boca de todos, no seremos nosotros quienes omitamos el tema.
Todo el que sale en televisión puede ser objeto de burla y Pielhoff no ha sido una excepción. “Latre me ha imitado mil veces. Siempre ha sido muy simpático. El humor me encanta. Si yo me río de mí mismo y que se rían del programa me parece genial. Tenemos que darle un poco de alegría a la vida”.
Como quien da un alegato final en favor de una causa perdida, Kristian sale en defensa de poder reír, aunque sea arriesgando en caer en la demonización de las redes sociales y su inquisitiva persecución de según qué chistes. “Yo estoy totalmente abierto al humor. Señores, señoras, señorías: vamos a reirnos todos un poco. Hace falta. Cuando te vas a la cama después de haber estado media hora riéndote con los amigos, es como si tuvieras siete orgasmos. Qué bien, qué a gusto. Estamos un poco limitados. Hay que pensar tanto el humor para no herir a alguien, que al final deja de ser humor”.
Pero, en el lado totalmente opuesto, el humor no es lo único que está de actualidad. Recientemente se cumplían 10 años del fin de la lucha armada de la banda terrorista ETA, un acontecimiento que ha puesto de manifiesto lo abiertas que están todavía las heridas en la sociedad vasca. Kristian, que es más vasco que el árbol de Gernika, lo sabe bien. Él vivió el conflicto desde la zona cero durante toda su vida. Y todo, “con dolor”.
“Me han tocado muchas cosas de cerca, de un lado y del otro. Es doloroso, angustioso. Me considero de aquí y muy de aquí. No me he casado con nadie, pero tal y como vives aquí, en un pueblo pequeño, conoces gente de distinto tipo”.
“No hay que olvidar nada de lo que pasó atrás. Nunca. ni de un lado ni del otro. hay que hacer una reflexión muy profunda que llevará tiempo. El tiempo no es que lo cure todo, pero pone las cosas en su sitio. ¡Todavía no hemos superado las heridas de la guerra civil! ¿Queremos ahora superarlo todo de golpe? Necesitamos tiempo”.
El paso de ETA por Zarautz ha dejado varios episodios en las hemerotecas dignos de mención. El más sonado, el atentado del el 3 de noviembre de 1980 que segó la vida de cuatro guardias civiles fuera de servicio y un civil. También hubo un atentado fallido contra un concejal del PP en 2001. Sería impensable para cualquier periodista no tratar este asunto cuando tiene delante a un vasco célebre y querido por todos. “Todo lo que pasa en tu pueblo te duele”, resume Kristian.
—¿Crees que el pueblo español tiene cierta tendencia cainita, de matar al hermano?
—Yo creo que el pueblo español es super creativo y super vivo. Esa creatividad tenemos que aprovecharla, pero no para dar por culo al vecino. Sino para ser positivos, para tirar para adelante. Vamos a arrancar entre todos. Es que hacemos un plan de educación que cada cuatro años cambia. ¿Por qué no hacemos un proyecto estratégico de país?
—¿Prohibirías los ‘ongi etorri’ (los actos de bienvenida a etarras excarcelados)?
—No soy quién para opinar de eso. Creo que tiene que haber un respeto general.
Insistamos.
—Pero, cuando ves que se celebra uno, ¿qué es lo primero que se te pasa por la cabeza?
—Primero, no lo veo. No lo he visto porque no me ha tocado. Veo lo que pone en la prensa. Entonces, no lo vivo en caliente. Tendría que verlo para ver qué está pasando ahí. Opinar sobre cosas sin verlas, no sé. Yo tengo respeto a todo el mundo. No es mi función opinar políticamente de eso. Yo creo que es la sociedad, con el tiempo, la que va a tener que decir si está bien o está mal, es respetuoso o no… No me mojo ahí.
La entrevista concluye al tiempo que empieza a chispear de nuevo en Zarautz. Ay, las fotos. Kristian pide otro txakoli y se dispone a posar para este periódico antes de que al cielo, caprichoso él, le dé por enviar un diluvio. Durante la corta sesión de fotos, dos viandantes reconocen al presentador y son incapaces de contener su ilusión. “¿Ves?”. Si hay algo parecido a un efecto Bricomanía, sigue vivo.