Gustavo Biosca no solo parece simpático. Lo es. Cerveza mediante, ningún tema es tabú en su mesa y todo es amabilidad hacia su interlocutor. Cinco dobles caerán en dos horas. Pero la bebida no es necesaria para soltar una lengua ya de por sí afilada y pesimista con la realidad que describe. Contrasta con la ingenuidad de su mirada y su inocente tono de voz ronca que le cuesta imponer al ruido ambiente.
Gustavo Biosca no solo parece estar loco. Lo está. Fue precisamente eso lo que le llevó a la televisión. “Yo soy cómico y estoy loco”, le dijo a Santiago Segura en la audición para el programa Sabías a lo que venías de La Sexta. Era el año 2007 y el canal verde acababa de empezar a funcionar bajo la batuta de Emilio Aragón y al auspicio del Gobierno de Zapatero. Contratado.
Nació así la figura del cómico suicida. Megáfono en mano y, a veces, protegido por un casco de bici, Biosca se dedicó a repartir a diestro y siniestro. Siempre empezaba igual: Hola, yonquis de… e inserte a continuación cualquier vocablo que se le pueda ocurrir. Si estaba en una concentración de fans de Star Wars, soltaba que “el Halcón Milenario es una mierda de nave”. Si los sujetos a ofender eran independentistas vascos, se presentaba como “el mago español” en una herriko taberna. En una manifestación constitucionalista en Barcelona dijo que “la Constitución es más aburrida que un libro de Ana Rosa Quintana”. Y así, con todo. “Me gustaba putear a la gente con un chiste”, admite sin rubor. “Ahora mismo, con la mitad, de la mitad, de la mitad de lo que hice, voy a la cárcel”.
En la pantalla, todo eran risas. La notoria capacidad que el cómico suicida tenía para cagarse en la madre de cualquiera se metió al telespectador del joven canal en el bolsillo. Sus vídeos corrían también rápido por YouTube, donde todavía perviven. Pero al tiempo que despertaba las carcajadas de los telespectadores, Biosca entró en un bucle de autodestrucción bajo importantes dosis de cocaína. Juerga a juerga. Raya a raya. El cómico suicida iba agitando ese peligroso cóctel de dinero, fama y adicción.
Han pasado 14 años desde aquello. El Biosca de entonces poco tiene que ver con el de ahora. Entre medias hay muchos pasos fallidos por clínicas de desintoxicación, un libro que narra su batalla contra la cocaína, largas temporadas de asexualidad y una estancia de nueve meses en Perú donde descubrió la otra sustancia que le cambió la vida: la ayahuasca. Biosca nunca se presenta como víctima de nada salvo de sus propias decisiones. Su vida es una tragicomedia castiza que se desgrana en dos horas de conversación regada con cerveza y comida casera.
Bragas en el asiento del copiloto
Ha elegido un territorio amigo para esta entrevista. Cita a EL ESPAÑOL en La parrilla de Usera (Madrid), de la que es parroquiano. Todo el personal le saluda como quien se encuentra con un viejo amigo. Frente a los entrevistados que contestan con monosílabos y a quienes cuesta sacar media declaración interesante, él es una fábrica de titulares. “Los seres humanos son todos unos hijos de puta. Desde pequeño me di cuenta”. Toma ya.
Gustavo Biosca nació hace 44 años en Madrid. Es el pequeño de tres hermanos en una familia acomodada. Pese a esto, nunca se ha sentido de ninguna parte porque creció turnándose entre tres barrios: Oporto, Plaza de España y Delicias. “Todo el mundo tenía un barrio pero yo tenía tres”.
—¿Tu infancia estuvo bien?
—La infancia de nadie estuvo guay.
—¿Por qué no? Hay infancias muy buenas. La mía no fue una de ellas, pero las hay.
—Estás poniendo el ejemplo. No conozco a nadie que me haya dicho: ‘Mi infancia fue la hostia’. La infancia no puede ser guay porque un niño está luchando entre lo que está ocurriendo y por qué los mayores reaccionan de una manera. Tienes un choque con la realidad. Todo lo que te imaginabas no va a ocurrir. Ninguna infancia ha sido guay. Hay una frase que es: tu vida va, según te haya ido en el patio del colegio.
—¿Y cómo te fue a ti en el patio del colegio?
—Me fue como me tenía que ir. Yo era un tío raro. No tuve problemas de bullying pero podría haberlos tenido porque yo era un tipo afeminado. Pero tenía mucho éxito con las tías y eso gustaba también a los malotes. Pues eso, era raro. Era mago, skater, que en esa época no se llevaba. En el patio del cole era el raro; en la vida real soy el raro. Es así.
El joven Biosca dijo en una ocasión una de esas frases que una madre nunca quiere oír: “Mamá yo no quiero estudiar, yo quiero ser mago”. Y así fue. “Estuve hasta los 20 años estudiando magia. Como mago era malísimo. Era muy nervioso, muy tímido. A mí lo que me atraía era el humor”, asegura. Pero no cualquier humor, el que está cada vez más proscrito, el que hiere. “En mí había un troll. No me gustaba hacer un chiste, me gustaba putear a la gente con un chiste. Yo he metido bragas en el asiento del copiloto de los coches de mis colegas muchísimas veces. Porque sabía que iban a tener un marrón. Nunca sabré lo que ha pasado, porque él se va y a los dos meses no me relacionan con las bragas. Nunca me han contado nada”.
—¿Pero cómo puedes hacer un chiste o una broma de la que no vas a ver la reacción?
—El chiste está hecho para mí. En cuanto hago eso y se va, sé que algo le va a pasar. Ese es mi logro.
—¿Pero no te interesa saber qué ha pasado?
—En alguna ocasión sí me ha pasado. Una vez una amiga mía se operó de las tetas y me regaló todos sus sujetadores. Acabaron en el asiento del copiloto de todos los coches de mis colegas. Y alguno me dijo: ‘No te lo vas a creer. Me ha aparecido un sujetador debajo del asiento del coche’. ¿Y qué ha pasado? ‘Bueno, he tenido suerte de que no lo ha visto mi mujer’. Pero a otros sí que lo habrá visto su mujer.
—Joder… ¡Eres el diablo!
“Lo odiaba”
Llegó el año 2007 y con él, el salto de Biosca a la pequeña pantalla. En la audición para Sabías a lo que venías, el actor (y presentador) Santiago Segura sentó a los aspirantes y les preguntó qué habían hecho. “Yo en ese momento no había hecho mucho. Bueno, nada”, confiesa el cómico. Frente a los que presumían de haber dirigido tal y cual, él se presentó como el loco, el kamikaze que podías mandar a morir por las risas. “Contratado. Es lo que queremos”.
“En realidad, eso que hice en la tele, yo lo odiaba. No me gustaba. Yo era guionista del programa y surgió que lo hiciera yo”. La idea del cómico suicida se le ocurrió a él y a Jorge Segura, inspirados por la película Made in USA donde los “amantes del peligro” se dedicaban a hacer decir burradas gratuitas por la calle. “Es que es una movida. Te tienes que meter en una manifestación a insultar a la gente. Hay que tener cojones y yo no los tenía”.
Pese a su supuesta falta de atributos, hizo “bolos suicidas” en las Barranquillas de Madrid, en un picadero donde las parejas buscaban intimidad al calor de sus coches, en Gibraltar, en una convención del PSOE, en una manifestación fascista... Tenía para todos. Y de más de uno salió mal parado.
—¿Hay algún capítulo del cómico suicida que no saliera en absoluto bien y que no pudo ser emitido?
—Muchos.
—¿Pero que no saliera bien porque no resultara gracioso o porque salisteis a tortas?
—Ambas cosas. A veces no ha resultado gracioso. Pero en el día de las Fuerzas Armadas nos llegó la policía y nos dijo: ‘Como hagáis esto, os vais detenidos tú y todo tu equipo’. En Gibraltar [ese sí que fue emitido] estuvimos detenidos hasta que devolvimos la bandera de España. Nos pedían 40 años de cárcel por pasar una bandera de España a Gibraltar.
Por aquel entonces, Biosca ya tenía una estrecha relación con el polvo blanco. Podía gastarse 600 euros en cocaína en una noche. “Yo tenía mucho vicio. Nada más. Yo me he dado cuenta de que en mi vida nunca he sido un yonqui. He sido un tío que ha consumido, nada más. He consumido más de lo normal y me he pegado fiestas. Nunca he estado tirado en la calle. Yo nunca me he levantado llorando porque necesitara cocaína. Nunca he robado a nadie. Yo lo que hacía eran fiestas de puta madre, que fueron menguando hacia cosas más oscuras. Le he pegado al satanismo, al sadomasoquismo, esas cosas”.
“El cáncer de la comedia”
Actualmente, Biosca sigue siendo cómico. Suicida, no. Pero cómico sí. Y el mundo de la comedia le duele. “Se ha ido a la mierda. Antes el cómico buscaba ser gracioso. Quiero decir: ser gracioso porque le gusta hacer reír a la gente. Eso se ha perdido. Ahora lo que quiere la gente es ser famosa”.
“Hoy en día no hay cómicos buenos. No es como hace 10 años que había comicazos de la hostia, como Paco Calavera, Kikín Fernández, Jorge Segura, Juan y Punto… y muchos se han perdido porque no saben venderse en internet, ni chupar el culo, ni follarse a nadie. Hoy en día, la comedia es: ‘No te hagas actor ni modelo. Hazte cómico’. Vas a los open mics y entonces te están esperando mogollón de pollas o coños para que los chupes. Y una vez que lo hagas, si vales, te meten en una sección en la tele. Así es. No hay talento. Los cómicos de ahora no son cómicos de corazón”.
Lo que más despierta el odio de Biosca es la plataforma Atrápalo.com. “Es el mayor cáncer de la comedia”, dice. Pese a esto, el monólogo que ahora tiene en el Teatro de las Aguas de Madrid está anunciado en dicha plataforma y tiene muy buenas críticas. Aún así no se corta un pelo.
“En Atrápalo han sido muy listos y buscan los comentarios. ¿Pero quién pone un comentario en Atrápalo? Al que no le ha gustado. Pero también los comentarios buenos son mentira todos. Se los compran los cómicos. Atrápalo les deja que se compren entradas. No lo pueden controlar pero lo saben. Entonces, los cómicos que copian chistes populares, monólogos de otros y chistes de internet van a Atrápalo y montan un show falso. A cuatro euros 50 entradas. Las compra y pone los comentarios él, su prima la de Cenicientos, el novio de su amiga la de no sé dónde, su amigo del colegio... Ponen 50 comentarios que ha pagado él, a nombre de sus colegas y que son maravillosos. Y encima, puedes pagar a Atrápalo para que te posicione tu espectáculo. Todos los cómicos mierda lo están haciendo, yo no lo hago. Yo por ahí no entro”.
“Yo no me considero bueno, me considero profesional. Puede gustar o no, pero puedo defender el show. Esta gente no puede ni defenderlo. Invierten todo su dinero en posicionar su puta mierda de show, que está clonado de otros. No es original”.
En el 'chino facha'
A Biosca ya le importa muy poco quedar bien o no con alguien. No le importa tirarse de cabeza a la polémica. “¿Hacemos fotos en el chino facha?”, dirá al final de la entrevista. Y se echa a reír, como el chaval que propone una chiquillada al compañero de pupitre. Dicho y hecho. Tras la comida tiene lugar una de las sesiones de fotos más surrealistas que haya realizado este periodista. No le importa un pimiento retratarse con Chen Xiangwei o en su restaurante lleno de elementos que exaltan la dictadura, lugar habitual de peregrinaje de quienes desean que Franco siguiera vivo.
Hemos hablado de la subida, pero no de la caída. El programa Sabías a lo que venías apenas estuvo siete meses en antena. Su última emisión fue el 25 de noviembre de 2007. Biosca se fue a la calle arrastrando su adicción. “Lloré”, recuerda. Su relación con Segura no terminó todo lo bien que empezó, por razones que prefiere no contar en este reportaje.
Adicto y sin trabajo, Biosca empezó un periplo de centro de desintoxicación en centro de desintoxicación. Y no fue bien. “El mayor timo de la historia. Es un campo de concentración en el que te quitan el dinero”. No duda en tachar a los psiquiatras de los centros como “vendemotos”.
“Un tío que no se ha drogado en su vida no te puede asesorar sobre como dejar la cocaína. ¿Qué sabe ese tío de las drogas? Nada. Sabe lo que le cuentan. ¿Tú puedes saber de Egipto sin ir a Egipto? Puedes saber un poco”.
Biosca lo pasó mal, “no por síndrome de abstinencia, sino porque la coca mengua tu cabeza y te dan depresiones”. Y pese a esto, se niega a admitir haber vivido un infierno. “Según van pasando los años y vas mirando atrás te va cambiando el concepto de tu vida. ¿Qué infierno has vivido? Has estado drogándote en todo tipo de camerinos, discotecas y hoteles con todo tipo de gente. ¿Qué infierno es ese?”.
“El Harvard de los yonquis”
En su enésimo intento por desintoxicarse, Biosca aterrizó en Perú dispuesto a que un chamán le quitara sus males en nueve meses. La clínica es “el Harvard de los yonquis”, en sus propias palabras. Otra vendida de moto, salvo por la ayahuasca. “La ayahuasca era un componente más de la terapia. Pero no estaba en ningún momento diseñado para que dejes la coca. La ayahuasca es, después de haber nacido en este planeta, lo más bestia que me ha pasado. Es un choque entre dimensiones. Tu cerebro se abre y ves otras dimensiones en las cuales no puedes participar, eres observador. Es como un televisor que va sintonizando otro canal”.
Tras esta experiencia, Biosca confiesa haber tomado esta droga alucinógena “unas 70 veces”. Al contrario de lo que pueda parecer, la ayahuasca no es una droga agradable. Su nombre proviene de la lengua quechua y significa “soga de los espíritus”.
“Cuando la tomas, te vuelve loco. Te pega una hostia que lo flipas. Hay veces que te da un viaje agradable, pero pocas veces. Normalmente, te enseña dimensiones muy negativas. Te da un paseo por tu mente y te hace recordar cosas que ni te imaginarías que te ibas a acordar. A mi me hizo recordar el sonido y el olor del sofá de mis abuelos en el pueblo. Me transportó ahí. Es una cosa increíble. La realidad se descompone. Se desestructura. Se desintegra. Pero no se integra a otra realidad, se integra en otras realidades desestructuradas. No las ves enteras, ves cachos. Estás en un sitio donde se unen todas las dimensiones”.
—¿Te ayudó?
—Sí, me ayudó a creer que existen otras realidades y que esto es una mierda de paletos.
Las anécdotas de Biosca con esta droga darían fácilmente para hacer un libro. Otro, en realidad. El cómico suicida contó en 2014 su vida —de la mano del escritor Rafa Millán— en el libro Diario de un cocainómano. Se negó a usar un negro y obligó a la editorial a firmarle el libro también a Millán. La portada está basada en Miedo y asco en Las Vegas, una película que da poco de lo primero y mucho de lo segundo. A Biosca nunca le gustó la portada. Quería algo que representara mejor lo que había vivido: un fondo negro y rayas de coca.
Ahora Gustavo es más feliz que cuendo hacía “bolos suicidas”. Tiene una novia que vino de Dubai solo para conocerle a él. Esta mujer, de origen chino, le ha hecho abandonar la asexualidad. "He recuperado el amor, he recuperado mi sexualidad y he recuperado la confianza en una persona". También está limpio, aunque “alguna vez la he cagado. Pero no yo. Todos los adictos. No conozco a nadie que no la haya vuelto a caer alguna vez”.
Pero lo que cualquier lector que haya llegado hasta aquí querría saber es:
—¿Volverías a hacer el cómico suicida?
—No —responde tajante-. Me lo han propuesto y he dicho que ni de coña.
—A mucha gente le encantaba.
—No es mi problema, es el suyo.