'Habla, pueblo', vuelve el lema 45 años después a las elecciones de Madrid: "los de ahora son unos ignorantes"
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Hay que ir a votar. Hay que hacerlo para frenar ese fascismo que amenaza con desmantelar todo aquello que, entre todos, queremos construir. Algunos, seamos sinceros, meterán su papeleta pensando en evitar que el comunismo, o lo que ellos califican así, se haga con todo. Por eso hay que acudir a las urnas. La sociedad está dividida, hay miedo y amenazas, tensión y polarización. Pero queremos una sociedad más democrática. Punto. Hay que ir a votar y el lema está claro, cristalino: “Habla, pueblo”. Nada más.
Aunque pueda parecer lo contrario, estando como están las cosas, este pequeño prólogo y el eslogan que culmina no van sobre las elecciones autonómicas del próximo martes en la Comunidad de Madrid. En realidad, se trata del sentir que había en 1976, cuando España se volcó en el Proyecto de Ley para la Reforma Política y votó en referéndum el 15 de diciembre de ese año. Y el pueblo habló; la participación fue del 77% y el 97,36% votó que sí. Pero, antes, recapitulemos.
Sólo había pasado un año desde que el dictador, Francisco Franco, hubiera muerto y el Gobierno encabezado por Adolfo Suárez quiso emprender una reforma que permitiera que, usando las propias leyes franquistas, las Cortes se hicieran un harakiri y se eliminaran las estructuras de la dictadura. La aprobación por referéndum hizo posible que luego hubiera las primeras elecciones democráticas, el primer Congreso democrático, la Constitución y todo lo que vino después. Y durante esa campaña todos coreaban al unísono una canción que repetía el mantra “habla, pueblo, habla”, cantada por el grupo Vino Tinto y usada por el Gobierno para fomentar la participación.
Han pasado exactamente 45 años desde aquello y, a pesar de las diferencias más que notables, los eslóganes vuelven a ser los mismos. Hay dos bandos. Del “comunismo o libertad” de la derecha, a la elección entre democracia o fascismo de la izquierda; de la “dictadura de la Cadena Ser” de Vox, al grito de “¡No pasarán!” de Adriana Lastra (PSOE) tras conocer una misiva a una ministra con una navaja ensangrentada que al final resultó ser enviada por una persona con problemas psiquiátricos. Madrid nunca ha sufrido una campaña tan bronca, y además amenaza con ser el preludio del tono en las generales.
“Es un despropósito total lo que estamos viviendo ahora”, explica Pascual Ortuño (Yecla, 1951), magistrado de la Audiencia Provincial de Barcelona, recién jubilado hace dos semanas, y antiguo miembro de Vino Tinto que estuvo cantando a diestro y siniestro ese “Habla, pueblo, habla”. “Prácticamente hasta 1982, los mítines eran grandísimos porque muchos íbamos a todos los que había, para ver qué decían los candidatos. Había un respeto por ver lo que se decía ahí. Ahora no hay nada de eso; los mítines son para los tuyos y nadie más, se ha perdido esa sensación de la utilidad de la política”, añade.
Que la crispación se ha adueñado de la campaña en Madrid no es sólo un sentir. Sigue preguntando por ello el CIS, a pesar de que ya no se pueden publicar encuestas desde este jueves. Y la Junta Electoral de Madrid, el órgano encargado de velar que las elecciones y la campaña se desarrollan de manera justa, igualitaria y sin cometer abusos, ha tenido que tirar de las orejas a todos los partidos menos a dos, Más Madrid y Ciudadanos. En esta campaña se ha incumplido la Ley Electoral de manera flagrante en múltiples ocasiones. Todo parece estar en juego, como si no se hubiera aprendido nada de entonces.
Habla, pueblo, habla
La noche previa al referéndum de 1976, el periodista de Televisión Española José María Íñigo apareció en su programa nocturno y así presentó a Vino Tinto. “Bienvenidos a esta noche que esperamos que, de ahora en adelante, se convierta en una auténtica fiesta”, dijo bajo su bigote característico. “Qué duda cabe que, desde hace unos cuántos días, habrá una canción, ya la hay, que está ocupando todos los ránkings, en este caso inexistentes, de popularidad. Una canción que, una y otra vez, ustedes y nosotros, hemos escuchado y vamos a seguir escuchando”, seguía. Y empezó:
Habla, pueblo, habla.
Tuyo es el mañana.
Habla, y no permitas que roben tu palabra.
Habla, pueblo, habla.
Habla sin temor,
no dejes que nadie apague tu voz.
—Al venir usted de ese contexto, ¿qué piensa cuando ve campañas electorales como la de Madrid?
—La actitud de entonces era la de vamos a pensar en un consenso. Pero España es el país de la tortilla, el “cuando vengan los míos, te vas a enterar”, el darle la vuelta a la tortilla. Y en esas estamos.
Durante la dictadura, todo lo jurídico se vertebraba en torno a las Leyes Fundamentales del Reino y los Principios Fundamentales del Movimiento. Eran normas dictatoriales, hechas de aquella manera por unas cortes formadas por franquistas que habían sido colocados ahí. Sin embargo, permitían la reforma y la modificación. Era muy importante en aquellos tiempos, con la sociedad como estaba, entender que si se quería transitar un camino hacia la democracia había que hacerlo dentro de la legalidad -un debate que aún no ha muerto y que sigue reapareciendo en cuestiones como la independencia de Cataluña-.
Fue a Torcuato Fernández-Miranda, presidente del Gobierno interino tras el asesinato de Luis Carrero Blanco y después presidente de las Cortes franquistas, al que se le ocurrió introducir la reforma democrática a través de las propias leyes del régimen. Él y Suárez promulgaron la Ley para la Reforma Política que permitiría aquello y se aprobó el 18 de noviembre de 1976 en las Cortes y fue sometida a referéndum un mes después, el 15 de diciembre.
Antes de las urnas, el Gobierno empezó una campaña mastodóntica para fomentar la participación. La idea básica era “vota ahora para decidir después” y ahí jugaron un papel fundamental los medios de comunicación, especialmente Televisión Española - de la que Suárez había sido director y conocía bien su poder-, y la canción Habla, pueblo. De ella, dijo el periodista y escritor Francisco Umbral, dandi por antonomasia, que “sirvió para ganar un referéndum”.
“Hicieron la canción por encargo del Gobierno de Suárez y, una vez hecha, se pusieron a buscar el grupo”, rememora Ortuño vía telefónica desde la Barcelona en la que ahora reside. “Nosotros, Vino Tinto, habíamos ganado un programa de televisión que se llamaba La Gran Ocasión y, como sólo había un canal, nos hicimos muy famosos, todos nos conocían y hacíamos actuaciones con coetáneos como Mocedades”, explica. “Hubo cierta discusión en el grupo sobre si debíamos aceptar el contrato o no, si queríamos colaborar con el Gobierno”, añade.
El asunto no era poca cosa ya que Vino Tinto fue un grupo que nació en los ambientes universitarios, abiertamente contra el régimen, y que hasta había participado en la Revolución de los Claveles de Portugal. “Al final, quisimos estar en un momento histórico”, dice, y pusieron su grupo a disposición de la canción. “Había cansancio en la gente y se comprendió que no se podía seguir así, que no podía haber un Franquismo 2.0, una reedición”, comenta.
“Y la canción todavía está en el recuerdo de la gente por eso. Es lo que decía, dar la voz al pueblo, que nadie te la acalle, y fue un elemento muy importante”, añade. Sin embargo, poco tiempo después de aquello, Vino Tinto se separó. Aunque fue porque eran universitarios y la mayoría quería seguir su propia carrera -por eso Ortuño acabó siendo magistrado- parece venir a avisar que la unión tenía fecha de caducidad. Y en esas estamos hoy.
Fascismo vs. comunismo
—Usted, cuando ve que en Madrid hay que elegir entre comunismo o libertad y que hay que pararle los pies al fascismo… ¿qué piensa?
—Pienso que son unos ignorantes. Están jugando con unos conceptos que no saben lo que significa y el dolor que hay detrás de ellos. Lo que pasa que es más fácil gritar y decir esto o lo otro a base de eslóganes y descalificaciones que hacer lo que es la política de verdad: contar cómo vas a recaudar los impuestos y dónde los vas a emplear. Hay que entender la política como lo que es: administrar los recursos en beneficio de los ciudadanos. Punto. Todo lo demás es maquillar. Hay una clase política, digamos, ‘profesionalizada’, que está haciendo mucho mal al país.
La campaña electoral en la Comunidad de Madrid se ha venido transformando, de algunos días a aquí, en una torpeza maniquea. Se presentan como una absoluta dicotomía entre el bien y el mal, con los partidos enfangados y con aquellos políticos aún sensatos tirados al carro por sus asesores. Han pasado 45 años de aquel consenso democrático y esa intención de construir un país y se vuelven a usar los mismos términos. Si hasta el Habla, pueblo se asemeja al eslogan de Unidas Podemos: “Que hable la mayoría”.
Esta vuelta a 1976 la parió la presidenta, Isabel Díaz Ayuso, el día que convocó las elecciones y dijo que los madrileños tenían que elegir entre “socialismo o libertad”. Cuando Pablo Iglesias anunció que se presentaba, el eslogan cambió a “comunismo o libertad”. En uno de sus primeros vídeos de campaña, el candidato de Unidas Podemos ya hablaba de combatir el fascismo. Cuando le tendió la mano a la candidata de Más Madrid, Mónica García le respondió con una acusación velada de machismo: “Las mujeres estamos cansadas de hacer el trabajo sucio para que en los momentos históricos nos aparten”.
Días más tarde, Vox hizo un mitin en Vallecas en el que le lanzaron piedras al grito “fuera fascistas de nuestros barrios” y Santiago Abascal, lejos de mostrar mesura, fue al cordón policial para plantarle cara a los radicales de izquierda, poniendo aún más en riesgo la seguridad de los asistentes. Luego llegaron las balas en sobres amenazando a Pablo Iglesias, la incredulidad de Vox y el guirigay que se montó en el debate de la Cadena Ser.
Si hasta Ángel Gabilondo, que se presentaba como el “soso, serio y formal” que quería “gobernar en serio” ahora decora sus mítines con una frase en la que se lee “No sólo es Madrid, es la democracia”. Los únicos que han querido salirse de esta tónica como reclamo electoral han sido los de Ciudadanos, que este jueves desplegaron una lona en la que se leía “Traidor, fascista, amargada, parásito, rata. El Madrid de los insultos o el Madrid de la concordia. El 4 de mayo, tú eliges”. Sin embargo, el calado es discutible ya que el partido de Edmundo Bal lucha por no desaparecer de la Asamblea el próximo martes.
“Cuando ahora se habla de crispación, habría que recordar lo de entonces”, explica Pascual Ortuño. “Antes había presos políticos de verdad en la prisión y no existía el derecho de asistencia al detenido. Lo veíamos en la universidad. A un compañero mío lo arrestaron y lo tuvieron colgando boca abajo unas cuantas horas mientras le daban patadas”, añade. “Al pueblo español nos han metido en un juego… y no creo que sólo tengan la culpa los extremos, Vox y Podemos, también hay que culpar de ello a los grandes partidos. Nos han metido en un bucle del que no estamos saliendo”, comenta.
Rompiendo la ley
Esta crispación, y el hecho de que estamos ante una campaña inédita, no sólo se ha notado en las palabras gruesas pintadas a brochazos, sino que se ha llegado a incumplir de manera flagrante la Ley Electoral. Menos en el caso de Más Madrid y Ciudadanos, la Junta Electoral de Madrid ha aprehendido al resto de formaciones políticas que se presentan a las elecciones este martes.
La más castigada por el órgano competente de vigilar las reglas del juego electorales ha sido la propia presidenta, Isabel Díaz Ayuso. La Junta le ha abierto esta semana expedientes por mezclar su cargo en la Puerta del Sol con el de candidata y hacer campaña en actos institucionales. Uno ha sido por el 8 de abril, en un homenaje al torero Víctor Barrio, en el que vulneró el artículo 50.2 de la Ley Orgánica del Régimen Electoral General al hacer “campaña de logros”.
El segundo ha sido por presentar, el 12 de abril, un avión de Iberia en el que promocionaba Madrid y en cuyo acto habló, de nuevo, de sus logros. En ese mismo expediente, se habla de otro acto -el 16 de abril- en el que la presidenta visitó las obras del puente que unirá Valdebebas y la Terminal 4 del aeropuerto de Barajas. Ahí, valoran que estaba inaugurando de forma encubierta una obra pública no concluida con “connotación electoralista”. También ha acusado a la Dirección General de Medios de Comunicación de la Comunidad de Madrid por utilizar redes y páginas web institucionales sin neutralidad política.
Pero Ayuso no es la única afectada por la Junta. Al PSOE le tuvieron que pedir que se dejaran de repartir folletos para fomentar el voto por correo con la cara de Ángel Gabilondo antes de que empezara la campaña oficialmente. También le reclamó que quitaran la inmensa pancarta que promocionaba la candidatura en la Plaza de Callao de Madrid, aunque finalmente quedó en nada. A Pablo Iglesias le afeó haber usado su despacho en el Ministerio de Derechos Sociales para lanzar su campaña por Madrid y pidieron que se retirara una alusión electoralista en una campaña lanzada por Unidas Podemos en Facebook.
Vox también ha andado en el alambre. El pasado 21 de abril celebró un acto electoral en Paracuellos del Jarama, una localidad que entonces tenía restricciones de movilidad, y la Junta Electoral pasó el asunto a la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid, que abrió un expediente informativo. Lejos de aprender, este mismo jueves hicieron lo mismo en Villanueva de la Cañada -zona confinada- alegando que es un “derecho político”. También trajo cola el cartel contra los menas desplegado en el metro, que pasó de la Junta a la Fiscalía. Aunque un juez se negó a ordenar la retirada, los fiscales consideran que genera “hostilidad”.
Y en esas están los ciudadanos llamados a votar el próximo martes.
—¿Hay algo que le gustaría trasladar a los candidatos y a la sociedad que votará el 4-M? -le pregunta este diario a Pascual Ortuño.
—Me gusta repetir lo que me dijo un mediador internacional que había estado en Colombia y mediando también entre Argentina y Chile. Me dijo que para solucionar estas situaciones de tensión, lo único que se puede hacer es juntar a la gente joven para que se den cuenta de dónde estamos y que piensen cómo se podría haber evitado. Se tienen que sentar las nuevas generaciones a pensar cómo cambiar las cosas.