Del martes al miércoles, como si fuese otra semana más, don Mariano Puig, patriarca de su familia, y líder del negocio de la perfumería en España fue noticia al dejarnos discutiendo entre nosotros sobre lo que somos y lo que seremos, ignorantes de que seremos polvo y poco más.
Las esquelas, que los diarios digitales aún no han reinventado, escupían sus honores al conocerse el fallecimiento a los 93 años: Medalla al Mérito en el Trabajo, Gold Medal The Spanish Institute, Cruz al Mérito Naval, Miembro de la Real Academia de la Lengua, Miembro del Patronato Internacional del Museo del Prado... entre muchas otras. No ha trascendido la causa del deceso.
En la mañana del miércoles, mientras EL ESPAÑOL animaba al país a despertar, Ana Botín publicaba su recuerdo personal, el mío es más fugaz. No bailé nunca con él, hubiese sido raro, como si contaba Ana Botín en una fotografía que ilustraba el sentido post de su cuenta de Instagram. “Recuerdo muy bien el día (...) cuando hace unos 20 años me llamó Mariano Puig para invitarme a ser parte del Consejo de Exea”.
Exea es la empresa que creó su padre Antonio y que don Mariano y su hermano Antonio, y hoy sus hijos, con Marc Puig al frente, han llevado a la primera división mundial de la perfumería y la moda. No pasa desapercibido para la memoria de Botín que “consiguió una transición familiar ejemplar” y eso es cierto. Nunca es fácil trasmitir los poderes en la empresa familiar con éxito.
Debió ser don Mariano, bautizado así en homenaje a su abuelo materno, muy querido. Javier Godó (79), conde y editor de La Vanguardia, saltó al ruedo a firmar la despedida de Puig el miércoles a esa hora que los diarios impresos visten las calles. “Yo he perdido un amigo que siempre estaba dispuesto a escuchar, a involucrarse, a actuar”, escribió Godó resumiendo la soledad del editor, arropado por las élites de su comunidad, de su ciudad, de la Barcelona de los prodigios y de las barricadas indepes.
“Toda mi vida he intentado involucrarme para que Barcelona no fuera una ciudad de provincias” escribió en La Vanguardia Mariano Puig hace cuatro años y Godó lo resaltó para explicar que el empresario no se ciñó al devenir de sus negocios y fue generoso con sus compatriotas.
El abogado Cuatrecasas (67), “Emili” para los del bufete escribió: “Evitó el conflicto tanto como amó la concordia. (...) El Less is More que nos legó Mies -Van der Roe- bien podría haber sido el lema de su actitud y de su vida”.
“Andaba en la escritura de sus recuerdos para un libro que quería recordar a su esposa María (...)” contó en su obituario, para su vieja/nueva casa El País, Eugenia de la Torriente que se había ganado la confianza de familia desde su puesto de directora de Vogue y que firmó para Assouline el libro Puig: 100 años de una empresa familiar. No hay empresa de éxito que no tenga libro que cante sus alabanzas. El formato se ha exagerado en innumerables ocasiones, aunque no es esté el caso.
Allí se cuenta como los cuatro hermanos que formaron la segunda generación, Antonio, Mariano, José María y Enrique, tomaron los mandos cuando en 1979 su padre les aconsejó que permanecieran unidos. Con el silencio de los fusiles tras las guerra civil los Puig crearon el primer pintalabios, que España ya empezaba a querer sonreír a color y quería oler bien y no a trinchera, con el nacimiento de Agua de Lavanda. El hermano mayor de Antonio, fallecido en 2018, aportó la creatividad. Mariano su visión empresarial.
En la década de los cincuenta con España maniatada por la dictadura consiguió exportar al mercado americano su agua con olor a Lavandula y traerse la distribución de la norteamericana Max Factor. Ya en la década de los sesenta Puig puso el foco de su internacionalización en París y don Mariano firmó su acuerdo de colaboración con Paco Rabanne para la creación de sus fragancias.
En 1987 se vivió un punto de inflexión al incorporar los perfumes de Carolina Herrera hasta que en 1995 se firmó la división de moda. Mariano Puig fue uno de los miembros fundadores del Instituto de la Empresa Familiar que presidió entre 1995 y 1997, su hijo Marc lo presidiría en junio del 2020 en plena pandemia sanitaria y empresarial.
España ya empezaba a querer sonreír a color y quería oler bien y no a trinchera
Deja un negocio bien vivo que factura 2.000 millones, -el 85% es internacional y operan en 150 países con 26 filiales- que ha incorporado emblemas como Nina Ricci o Jean-Paul Gaultier. La Torre Puig en Hospitalet, obra de Rafael Moneo (83) y las oficinas de prensa de los románticos Campos Elíseos, son las banderas de esta empresa que compite con el emporio de Bernard Arnault (72), el hombre más rico de Europa según Forbes, y el tercero del mundo, por algunas de las pocas marcas de lujo que aún permanecen “independientes”.
Casado con María Guasch con la que tuvo cinco hijos, don Mariano fue muy deportista, sobre todo esquiador, de montaña, y luego esquiador náutico que lo acogió como campeón de España y luego como presidente de su federación. Fue campeón de España de esquí náutico en dos ocasiones. La mar siempre le llamó.
Bajo su presidencia Puig impulsó y patrocinó la Copa del Rey en Palma, uno de los hitos sociales que más han beneficiado a la isla, y luego en Barcelona la regata Puig Vela Clásica, una de las grandes citas de clásicos del Mediterráneo cada mes de julio.
Tan sólo hablé con él un día, una mañana de julio de aquella regata y sentí cómo las tripulaciones se giraban y el viento parecía pararse. No quiso navegar entonces. Saludó, charló con todos y se fue a tomar el aperitivo, pero sí le escuché eso que muchos cuentan que su padre le dijo y él le diría a Marc: “En la vida hay cinco etapas: aprender a hacer, hacer, enseñar a hacer, hacer hacer y dejar hacer”. Debe haber otra etapa más en la que don Mariano Puig estará ahora, viajar.