Galán y García Hernández, los protomártires que la II República quiso enterrar en la Puerta de Alcalá
Los dos capitanes fueron fusilados en Huesca en 1930 por encabezar la fallida sublevación de Jaca contra la Monarquía de Alfonso XIII.
10 abril, 2021 02:44Noticias relacionadas
- Ser de Vox en Vallecas, vivir allí y con un negocio: "Te tienes que callar y eso no es libertad"
- “Es mi crío”: Pilar, la camarera que lucha para adoptar a un argelino de 22 años que llegó en patera
- Desinfectando la ‘Plaza Roja’ de Vallecas del “virus de Abascal y Vox”: cepillo, lejía, EPI y mucho rencor
El mismo día 14 de abril de 1931 en que se proclamó la Segunda República, hace ahora 90 años, los enfervorizados partidarios del nuevo régimen se afanaron en derribar las estatuas de la Monarquía que poblaban Madrid. Cayeron la de Felipe III en la Plaza Mayor y la de Isabel II en la de Ópera, y se intentó también, infructuosamente, tirar la gigantesca efigie ecuestre de Alfonso XIII frente al estanque del Retiro.
La de Isabel II fue sustituida por un busto de la Libertad, al que acompañó enseguida una fotografía de los capitanes Fermín Galán y Ángel García Hernández, los militares que habían encabezado la fallida sublevación de Jaca (Huesca) contra la Monarquía, fusilados en Huesca el 14 de diciembre de 1930.
De hecho, una mano anónima escribió aquel 14 de abril en el antiguo pedestal de la reina: “Plaza de Fermín Galán”, y así se conoció la plaza de Ópera durante los ocho años siguientes, hasta la entrada de las tropas de Franco en Madrid, el 28 de marzo de 1939, al final de la Guerra Civil.
La sublevación militar de Jaca, el 12 de diciembre de 1930, tuvo como objetivo derribar la Monarquía encarnada por Alfonso XIII y proclamar la República en toda España, de acuerdo con las directrices del comité revolucionario creado por las fuerzas antimonárquicas adheridas al Pacto de San Sebastián, si bien la sublevación se adelantó varios días respecto al plan del comité.
Capitán del Regimiento Galicia
Fermín Galán, nacido en San Fernando (Cádiz), era capitán en el Regimiento Galicia 19. Había actuado heroicamente en 1924 en la guerra de África con la Legión, el cuerpo fundado por José Millán Astray y Francisco Franco. El propio Franco elogió su comportamiento en aquella acción en Xeruta, donde resultó gravemente herido. Se le postuló para la máxima condecoración militar española, la Cruz Laureada de San Fernando, que se le concedió póstumamente por la República en 1934.
Galán había sido encarcelado en 1926 por su implicación en el golpe de estado contra la dictadura del general Primo de Rivera. Amnistiado tres años más tarde, volvió al Ejército, implicándose en la conjura contra Alfonso XIII. En Jaca contactó con varios oficiales de la guarnición y paisanos, entre ellos el capitán de su mismo regimiento Ángel García Hernández, vitoriano, de 30 años, también veterano de la guerra de África con la Legión, con quien encabezaría la sublevación.
En pocas horas, los rebeldes alzaron en armas a las fuerzas del Batallón de Montaña La Palma 8 y del Regimiento Galicia 19 y se hicieron con el control de Jaca, tomando prisionero al gobernador militar de la plaza, entre otros jefes y oficiales. Proclamada la República en el Ayuntamiento de Jaca, donde se colocó en el balcón la bandera tricolor, los insurrectos formaron una columna con 900 efectivos para dirigirse a Huesca. En la madrugada del día 13 los sublevados llegaron al Santuario de Cillas, donde les esperaban las fuerzas gubernamentales mandadas por el general Ángel Dolla. Los disparos de la artillería gubernamental contra las posiciones de los sublevados causaron cuatro muertos, tres soldados y un chófer, y provocaron la rendición de las fuerzas sublevadas.
Consejo de guerra
Al día siguiente, el 14 de diciembre, Fermín Galán y García Hernández fueron sometidos en Huesca a consejo de guerra, condenados a muerte y fusilados. La asonada tuvo nula repercusión en el resto de las guarniciones, pero había logrado un propósito de valor incalculable: la tan ansiada República tenía ya sus mártires. Para muchos, la Monarquía se había dado ya su tiro de gracia.
El improvisado homenaje popular a Galán y García Hernández en la plaza de Ópera, en el día del advenimiento de la República, expresaba una voluntad ya acariciada por las fuerzas antimonárquicas incluso antes de las elecciones municipales del 12 de abril que decidieron la caída de Alfonso XIII: la de honrar a los protomártires republicanos con un gran monumento en Madrid. Incluso la misma tarde de la proclamación del nuevo régimen, una manifestación convocada por el sindicato de estudiantes Federación Universitaria Escolar (FUE) recorrió las calles de la ciudad abogando por una suscripción nacional para levantarlo, idea que acogió inmediatamente el Heraldo de Madrid, que creó a tal fin un patronato presidido por la esposa del presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora, quien aportó personalmente 1.500 pesetas.
Al cumplirse el primer aniversario del 14 de abril, el monumento de Madrid seguía sin levantarse, aunque obtuvo el apoyo económico del Ayuntamiento de la capital, encabezado por el socialista Pedro Rico. Pero le salió un competidor en Jaca, donde el alcalde abrió otra suscripción nacional para erigir allí el monumento, a la que el jefe del Gobierno, Manuel Azaña, entregó 5.000 pesetas en unas fechas muy simbólicas, días después del frustrado golpe del general Sanjurjo.
Casi dos años después del 14 de abril, el proyecto seguía sin materializarse. En octubre de 1933, a las puertas de unas nuevas elecciones generales, en las que triunfará el bloque de derechas, se relanza la suscripción nacional para el monumento en Madrid bajo los auspicios del presidente de la República. El Banco de España, que en teoría debía abrir una cuenta para recibir las donaciones, las rechaza por defectos en la constitución de la comisión promonumento, lo que provoca un escándalo mayúsculo hasta que se solventa.
En 1934, se cumple también el tercer aniversario de la instauración de la República sin noticias del mausoleo. El 9 de mayo el gobierno de Ricardo Samper, del Partido Radical de Lerroux, hace suya una iniciativa de Izquierda Republicana y acuerda trasladar los restos de Galán y García Hernández desde Huesca a Madrid para que sean inhumados en el nuevo monumento. Se trata de un arco de triunfo en lo que entonces eran prácticamente las afueras de la ciudad: la prolongación del paseo de la Castellana, en el cruce con la calle Joaquín Costa, donde hoy están los Nuevos Ministerios. La madre de Galán y la viuda de García Hernández dan su aprobación al traslado.
Enredo burocrático
Pero el proyecto se enreda en los laberintos burocráticos del ayuntamiento madrileño. La comisión pro-monumento presenta una instancia al alcalde socialista Pedro Rico requiriéndole la autorización correspondiente para enterrar a los protomártires en Madrid, pero después de varios días sin recibir respuesta descubren que la instancia se había perdido en el despacho del regidor. Por fin, el pleno del ayuntamiento aprueba el 10 de agosto de 1934, por unanimidad, el mausoleo y la inhumación de los dos capitanes. Los concejales monárquicos explican su voto favorable diciendo que respetan “a todos los que honradamente saben morir por un ideal, sea éste cual fuere”. El 31 de agosto, el gobierno de derechas concede la Cruz Laureada de San Fernando a Fermín Galán por su heroísmo en la guerra de África.
Sin embargo, una nueva iniciativa viene a cruzarse en el proyecto. La comisión pro-traslado de los restos pide el 1 de septiembre al alcalde Rico que mientras se construye el mausoleo de la Castellana los restos de Galán y García Hernández sean inhumados bajo la mismísima Puerta de Alcalá. El ayuntamiento da su conformidad unos días después y acuerda con el gobierno que la inhumación se realice en un acto solemne el 15 de septiembre. Se acuerda asimismo que junto con los dos capitanes fusilados sean enterrados, también emparejados, los soldados Valentín Barrera García, Pascual Ejarque Pérez y Simón Navalpotro Mallordo, y el chófer Eugenio Longue Periel, muertos en el combate de Cillas (Huesca) contra las fuerzas gubernamentales durante la sublevación de diciembre de 1930.
Desde el día 7 de septiembre, el arquitecto municipal, Bernardo Giner de los Ríos, acomete con celeridad los trabajos de preparación de las tres sepulturas y de fabricación e inscripción de las lápidas. En pocos días, las tumbas ya están a cielo abierto bajo los arcos de la Puerta de Alcalá. Entre tanto, la revista Crónica inicia una campaña para que la Puerta de Alcalá sea la morada definitiva de los protomártires republicanos, idea que el alcalde Pedro Rico suscribe. La ceremonia, no obstante, se retrasa por decisión del gobierno, que considera que la marcha de los preparativos impide que pueda realizarse “con todo su esplendor”.
La izquierda considera que el gobierno de Samper ha sucumbido ante las presiones de la prensa de derechas contraria al homenaje. En compensación, el gobierno aprueba una pensión extra de 6.000 pesetas para la madre de Galán y la viuda de García Hernández, y otra de 3.000 para las familias de los soldados y el chófer.
Sin fecha prevista para la inauguración, el 11 de septiembre se producirá un grave hecho que terminará por desbaratar todo. Se trata de la incautación en San Esteban de Pravia (Asturias) de un gran alijo de armas y municiones que transporta el vapor “Turquesa” en preparación del golpe armado que el PSOE y la UGT asestarían en octubre siguiente contra el orden constitucional republicano.
La noticia da al traste finalmente con el traslado y la inhumación de Galán y García Hernández en la capital. El gobierno llega incluso a sospechar que los insurrectos pretendían atentar durante la solemne celebración contra el presidente de la República y los miembros del ejecutivo para hacerse con el poder. En consecuencia, el día 14 ordena que se paralicen las obras de la cripta bajo el monumento de Carlos III y que se desmonten las tribunas que el alcalde Rico había dispuesto ya. También se prohíbe al alcalde de Huesca exhumar los restos de los protomártires.
De la proyectada inhumación de Galán y García Hernández en la capital no vuelve a hablarse hasta después de la victoria del Frente Popular en las elecciones generales de febrero de 1936.
El equipo municipal de Madrid, repuesto el 20 de febrero después de su disolución por su implicación en el golpe revolucionario de octubre, relanza la iniciativa, “ahora que hemos recobrado la República”, y reclama al gobierno que se fije como nueva fecha para el traslado el 14 de abril, quinto aniversario de la Segunda República. Pero empieza de nuevo la polémica. El alcalde de Huesca, Manuel Sender, se niega a que salgan de la ciudad los restos y así se lo hace saber personalmente al presidente del gobierno, Manuel Azaña. Además, pide que el monumento proyectado en Madrid se levante en su ciudad.
Monumento al traste
La nueva controversia detiene otra vez el proyecto. El 13 de julio es asesinado Calvo Sotelo. El 17 de julio se subleva el ejército en África. En pocas semanas la nación entera estará en guerra consigo misma. Una contienda que, por cierto, divide y enfrenta a los mismos oficiales que habían secundado en diciembre de 1930 la intentona prorepublicana comandada por Galán y García Hernández.
De los 32 capitanes, tenientes y alféreces condenados por la Monarquía en 1930 por su participación con Galán y García Hernández en la sublevación de Jaca, 28 tomaron partido ante el golpe militar del 18 de julio de 1936, y no precisamente por el mismo bando. De aquellos 28 oficiales, 17 fueron leales al gobierno del Frente Popular y 11 se unieron al golpe de Franco y Mola para derrocarlo, según mis recientes investigaciones.
Solo seis años y medio después del golpe de Jaca, la guerra fratricida situará en bandos enemigos a los implicados en la sublevación de 1930, que se combatirán unos a otros parapetados en las trincheras de las dos Españas. De los antiguos compañeros de sublevación de los protomártires de la República, dos capitanes cayeron en combate, uno en cada ejército, y dos tenientes serían fusilados, uno por cada bando.
De la cripta bajo el arco central de la Puerta de Alcalá, donde iban a ser sepultados Galán y García Hernández, es posible que queden aún trazas en el subsuelo del monumento. De la historia de este proyectado mausoleo republicano perviven las crónicas en la prensa de la época. Son el testimonio de una iniciativa cuya peripecia vendría a reflejar las convulsas vicisitudes de la Segunda República, alumbrada con la sangre de los dos capitanes fusilados y finalmente anegada -antes, durante y después de la Guerra Civil- bajo la de centenares de miles de españoles.
| Pedro Corral es periodista y escritor