La facultad de Ciencias Políticas de la Complutense ya no es lo que era. Somosaguas ha perdido su duende, aunque algunas pintadas en el interior aún recuerden lo que un día fue: el lugar de nacimiento de un fenómeno llamado Podemos. De aquellos años de efervescencia de la izquierda poco queda. Ya no hay conciertos en la explanada tras la cafetería, ni boicots a charlas de políticos que no comulgan con las ideas mayoritarias. Una profesora fue fugazmente diputada y volvió a ocupar su despacho en estos pasillos. Otro no llegó ni a eso. Y un tercero, Pablo Iglesias, lo sigue siendo, pero ya por poco tiempo.
Fue en este edificio de ladrillo y cemento donde se fraguó el movimiento político y social que venía a revolucionar las instituciones. La revolución, al final, tampoco ha sido para tanto. De aquí salieron Íñigo Errejón, Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero y Carolina Bescansa, el núcleo fundacional de Podemos. Los dos últimos siguen aquí, tras sendas salidas abruptas del partido.
La admiración que despertaba el líder de los morados en estos muros ya no es tal. Los que fueron sus alumnos y admiraban sus clases hace tiempo que se graduaron. Y muchos de sus votantes han menguado tanto aquí como en el resto de España. Este es un viaje por el pasado de Iglesias, ¿y quizás por su futuro? Hay quien cree que volverá a Somosaguas.
El trío de la A
El sol invade la facultad de Ciencias Políticas en esta mañana de marzo. La vida que antes tenía este lugar ha menguado notablemente por la pandemia. Ahora a nadie se le ocurre fumarse un porro en el pasillo, algo que antes era frecuente. En la puerta, Ana, Alba y Adela —el trío de la A— comentan con este periódico la última jugada de Iglesias, el cambio de la vicepresidencia a la candidatura para presidir la comunidad capitalina.
“Es una estrategia para frenar a la derecha en Madrid. No creo que tenga que ver con un aspecto egocéntrico de él. Me parece algo inteligente, porque en el Gobierno no está haciendo absolutamente nada, bueno, tampoco le dejan”, opina Ana. “Puedes estar o no de acuerdo con él, pero sabe de política, así que habrá meditado bien lo que ha hecho”, añade una de sus compañeras.
“Al final a la izquierda siempre le pasa lo mismo, que no se pone de acuerdo. Y hay un peligro mayor, que es la ultraderecha y el fascismo. Creo que habría que dejar un poco de lado todas esas discusiones y egocentrismos, y unirse un poco. Ya no por ellos, sino porque es lo que nos gustaría a la gente que votamos a la izquierda”.
Las tres votan a la izquierda. Una de ellas no es de Madrid, por lo que no podrá votar a Iglesias ni aunque quisiera. Otra, está indecisa. La tercera, “seguramente, sí”. Pero hay algo en lo que las tres coinciden sin fisura alguna:
—¿Creeis que Iglesias va a conseguir frenar a Ayuso?
—No —responden las tres a coro.
En el despacho de Bescansa
En los pasillos donde están los despachos de los profesores reina un silencio sepulcral. Casi todas las puertas están cerradas. Una que está abierta es, curiosamente, la de Carolina Bescansa. Toc toc. ¿Se puede? El despacho es pequeño y está bien iluminado. La que fuera fundadora y diputada de Podemos está sentada en su mesa con la cabeza fija en una montaña de papeles.
A Bescansa le empiezan a pesar los años. Sus ojos no desprenden la misma vida que cuando era diputada, aunque tampoco ha pasado tanto tiempo. Preguntada por el tema que nos ocupa, declina amablemente hacer declaraciones.
Quien sí decide hablar, aunque desde el anonimato, es una antigua profesora de Iglesias. La mujer que ayudó a formar al vicepresidente cree que puede haber tres posibles razones detrás de esta decisión, aunque ninguna es incompatible con las demás. En primer lugar, “seguramente la división del Gobierno sea mayor de lo que creemos”. Segundo, “quiere reflotar Podemos en Madrid”. Y tercero, “yo creo que quiere volver a dar clase. Le gustaba mucho y era muy bueno”. Otra profesora que la acompaña coincide con ella.
Sobre la división de Podemos y Más Madrid, que no confluyen juntos a las elecciones del 4 de mayo, no lo ve grave. “Además, es muy difícil. Esos puentes se rompieron hace tiempo”.
'Fuck pijos'
En los muros interiores de esta facultad se pueden leer mensajes de los más variopinto, aunque siempre escorados a la izquierda, el anarquismo o el feminismo. Borbones ladrones, en una columna; fuck pijos, en una pared junto a un garabato parecido a una hoz y un martillo; o, un clásico, machete al machote, escrito con espray blanco sobre una pared de ladrillo.
Junto a esta última pintada está Diego, un simpático joven con atuendo de sharpero, es decir, pelo rapado, botas altas, pantalón y chaqueta ajustadas. En la chaqueta luce una chapa con la bandera de Madrid, pero con una de las siete estrellas convertida en una hoz y un martillo. No hay lugar a dudas de su ideología, pero tampoco le echa para atrás hablar con un periodista de un medio liberal sobre el último movimiento de Iglesias.
“Es una estrategia hábil, pero creo que ahora la gente no está demandando tanta mediatización de la política ni tantos juegos tan complejos, sino una política que transmite más tranquilidad. Recuperando las palabras de [Julio] Anguita: programa, programa, programa. La gente quiere certezas”.
“Que Iglesias entre en la campaña, por un lado reactiva a todo el electorado de izquierdas, progresista y trabajador. Pero por otro lado, tienen ya que dejarse de papeles protagonistas y centrarse en eso, en programa... ¡y a escuchar a la calle!”.
—¿Crees que va a hacer algo frente a Ayuso?
—Creo que la izquierda va a sumar para ganar las elecciones.
Del círculo a la Asamblea
La organización asamblearia es un clásico de la izquierda. En los orígenes de Podemos, sus bases se organizaban alrededor de los círculos, es decir, asambleas constituidas en torno a un territorio o a una cuestión ideológica o social. Estaba el círculo vallecano (y también el del barrio de Salamanca), el círculo feminista, el círculo cannábico y, uno de los más importantes, el círculo complutense, llamado así en honor a la universidad que vio nacer al partido.
La asamblea que quiere gobernar Pablo Iglesias ahora es bien distinta. En ella no se debaten tanto cuestiones ideológicas como medidas concretas que afectan a la vida de los madrileños. Pero el futuro y el pasado de Iglesias tienen algo en común: tanto la Asamblea de Madrid como su antigua casa están en Vallecas. Fue el barrio que abandonó para irse al chalé, algo que sus vecinos vecinos no perdonan. Ya no es de los suyos.
Si no, que se lo pregunten a El Pirata, un llamativo personaje entrevistado este lunes por la sección de Cultura de este periódico. “Vamos a ver: a mí no me cae bien Pablo Iglesias ni Ayuso, me gusta la gente de Vallecas de toda la puta vida. Si yo nazco en Vallecas y me voy a La Moraleja, ya no soy de Vallecas. ¡Este se ha ido de aquí y eso no me cuadra…! Yo cuando salga de aquí, al cielo”, declaraba Francisco Javier, El Pirata. “Llevo 61 años aquí y aquí me voy a morir, ¿sabes? Si te vas del barrio, ya no eres del barrio”.
La antigua casa de Iglesias queda a poco más de dos kilómetros de la Asamblea de Madrid, la que será, previsiblemente su nueva oficina. Quizás, ahora que está más cerca, vuelva a visitar un bar en el que solía desayunar, el Mesón Tino. “Sí, solía venir por aquí. Mi padre le conocía, pero yo no le he visto”, asegura el hijo del dueño. “Una vez se fue sin pagar un café, o eso me contó mi padre”. Ahora Iglesias tiene mucho más fácil saldar esa deuda.