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Ningún acontecimiento del pasado ha envejecido tan bien como lo han hecho las camelias del general Alfonso Armada y Comyn. 200 años tienen. “Las más antiguas de Galicia” y, por ende, de España. Lo dice Pilar Vela que, además de bióloga, es vicepresidenta de la Sociedad Internacional de la Camelia. 40 años después del intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981, ahí siguen, inalterables a los vientos de la Historia en los que se han visto envueltos los Armada, que van desde la invasión napoleónica hasta la intentona golpista.
En el pazo de Santa Cruz de Rivadulla (Concello de Vedra, La Coruña), el hombre a quien todos apuntaron como el que iba a ser líder del nuevo Gobierno de concentración que surgiría del golpe militar, el misterioso “Elefante Blanco”, encontró refugio y consuelo entre las más de 200 variedades de una de las plantas más majestuosas que se pueden encontrar en el mundo: las camelias.
Refugio, porque se convirtió en el sambenito de las élites políticas desde aquel oscuro episodio de la recién estrenada democracia española. Y consuelo, porque fue condenado al ostracismo, después de una vida dedicada al servicio del Rey, como su tutor. Fue señalado como uno de los tres “conspiradores”, junto al teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero Molina y al Capitán General de la III Región, Jaime Milans del Bosch y Ussía.
Ahora, el hijo mayor del general, Juan Armada y Díez de Rivera, es quien está al frente de un legado que supera hasta hasta su propio padre: una tradición familiar que se remonta al siglo XVII. “Prefiero no hablar”, dice Juan Armada en conversación con EL ESPAÑOL, en las vísperas de un 40 aniversario que ha pillado a la monarquía en crisis, con el Rey Emérito en Abu Dabi, y con parte de un Gobierno que habla de un “horizonte republicano” sin rubor.
“En mi casa siempre hemos sido monárquicos y me duele lo que está ocurriendo. Quienes deberían hablar no lo hacen, y yo no quiero que lo que yo pienso se me vuelva en contra, o en contra del Rey”, dice Armada, un ingeniero agrónomo que se dedicó a fondo al Jardín Botánico de Madrid y que ahora hace lo propio en icónico pazo familiar. Allí fundó su padre, en octubre de 1988, poco antes de ser indultado tras cinco años en prisión por su implicación en el 23-F, la sociedad Ortigueira S.A., un referente en el cultivo, producción y exportación mundial de camelias.
Las camelias del general
La empresa de los Armada cuenta con 11 empleados y facturó 185.232 euros en el último ejercicio del que hay datos disponibles, 2017. Su valor patrimonial neto es de 565.036 euros. Pero el de los Armada no es un negocio boyante, ni mucho menos pretende serlo, porque lo primero, en Santa Cruz de Rivadulla, es la tradición, el amor por la naturaleza y la conservación. En aquel ejercicio, el balance final de este negocio familiar fue de -51.597 euros, una vez pasados los costes de personal y demás gastos.
Ortigueira fue una de las primeras empresas impulsoras de un sector que, en la actualidad, en Galicia, factura alrededor de 7 millones de euros anuales, con una producción de más de un millón de ejemplares de camelias que son admiradas por mayoristas y minoristas del mundo entero, sobre todo en Europa. Esto, sin descuidar el ingente mantenimiento de un pazo y un jardín que, en 2020, fue galardonado con el premio Jardín de Excelencia Internacional de Camelia que otorga la Sociedad Internacional de la Camelia.
El alcalde del Concello de Vedra no duda en definir el lugar como el único pazo del mundo que se conserva y mantiene como es, hecho que habla del talante de los Armada. “Si vinieran unos extraterrestres y tuviéramos que enseñarles lo que es un pazo, ese es Santa Cruz de Rivadulla. Mientras que otros pazos se han convertido en atracciones turísticas, hoteles o lugares para eventos, en Santa Cruz parece que no haya pasado el tiempo. Se mantiene todo igual que hace 200 años: los propietarios residen en él, y el jardín y los viveros de producción están vivos”, dice Carlos Martínez Carrillo, el edil.
El robusto palacio de campo, con 60 habitaciones, siete hectáreas de jardín y 30 de viveros sigue siendo la casa solariega de los Armada desde que naciese bajo el auspicio de Carlos II en el siglo XVII. Todo pervive casi como entonces, hasta en un detalle como la calefacción. “Tenemos unas estufas en las habitaciones que ocupamos en invierno, pero es imposible calentar un edificio como éste”, dijo el general en una entrevista con El Mundo hace 20 años.
Las camelias llegaron en el siglo XIX cuando el “tío Iván” -como se conoce familiarmente al VIII marqués de Rivadulla- levantó el invernadero y plantó allí camelias de Francia, Gran Bretaña, Bélgica y Portugal.
El empeño de varias generaciones ha convertido a Santa Cruz de Rivadulla en el espacio botánico más importante de Galicia. En el jardín del pazo no solo se encuentran las variedades más exóticas de camelias, sino que también hay magnolias gigantescas, hileras de boj, palmeras washingtonia, tulipaneros de Virginia, helechos australianos, rododendros, azaleas y acebos, además de 500 olivos centenarios que flanquean un conjunto de avenidas. Fue el primero de su tipo en Galicia, y de los robustos árboles se produjo aceite de oliva hasta el siglo pasado.
“Unos vecinos más”
Martínez Carrillo, el alcalde, habla de los Armada como unos vecinos más: “Siempre han cedido un terreno cuando la comunidad lo ha requerido y sus puertas están abiertas a todo el mundo. Es una familia muy querida, con independencia de los avatares de la Historia”.
En Santa Cruz, por ejemplo, se encuentra una iglesia parroquial donde se celebra misa todos los días y a la que cualquiera puede asistir. También tiene lugar, todos los años, la fiesta de “El Patio”, en la que se reúnen hasta 3.000 personas dentro del recinto para comer pulpo y disfrutar de los fuegos artificiales. “No sé cómo será la nobleza en otras partes, pero aquí es difícil distinguir el pazo de un espacio comunitario”, afirma el edil.
Armada pasó los últimos 25 años cuidando de sus jardines y dedicado a una vida bucólica, en silencio y discreción por lo sucedido aquel 23 de febrero. Carmen Salinero, otra bióloga entregada a las camelias, recuerda que siempre que iba a Santa Cruz, el general -a quien describe como un “caballero, que sabía estar”- le preguntaba si iba con alguien. Si estaba sola, la invitaba a pasar para contarle apasionado las novedades sobre sus plantas. “Desde lo del golpe de estado no se dejaba hacer fotos”, asegura Salinero sobre un general que, además, fue jardinero.
En 2013, cuando murió Armada, la ausencia de la Casa Real en el sepelio fue un duro golpe sentimental para una familia que sirvió con devoción a la Corona desde que se tiene constancia. Tanto es así, que incluso se vincula a Juan Carlos I como parte del entramado del golpe, aunque se especula que finalmente se echó para atrás.
Si Juan ha seguido con las camelias de su padre, 40 años después, los demás hijos del general continúan con vidas alejadas del poder y del foco mediático, pero cerca de la nobleza. Alfonso es abogado y directivo de una empresa de alquiler de bienes inmuebles, Ardirisa, a través de la que gestiona el patrimonio familiar. Rafael y Pedro son sacerdotes. El último fue superior de los jesuitas en Gijón. Asunción se casó con el duque de Tetuán y Victoria es vicepresidenta de Lostrego, otra gestora familiar en las provincias de La Coruña y Pontevedra.
Un cura famoso
Los hijos de los otros dos grandes protagonistas del 23-F, sin contar al Rey, han seguido igualmente fieles al legado de sus padres. Pero en las familias Tejero y Milans del Bosch, la tradición militar se ha mantenido como una constante, a diferencia de los Armada. Antonio Tejero, a sus 88 años es, de los tres golpistas, el que sin duda pasó más tiempo entre rejas: no salió de la cárcel hasta 1996.
Tuvo seis hijos. Carmen y Dolores se casaron con militares. Su hijo Antonio se convirtió en guardia civil y protagonizó un suceso por el cual fue destituido del cuerpo: en 2014 celebró una cena por el 33 aniversario del intento de golpe de Estado con algunos de los participantes, entre ellos, su propio padre. Años más tarde, fue readmitido al cuerpo tras la presentación de un recurso. Entonces, era teniente coronel, rango al que ascendió en 2010.
Elvira es maestra y Ramón es el más conocido de los vástagos. Es sacerdote, al igual que dos de los hijos de Armada. Ejerció durante 18 como párroco de la iglesia de Santa Teresa de La Cala de Mijas (Málaga) y siempre acompañó a su padre en las pocas apariciones públicas que tuvo desde su salida de prisión. De hecho, el propio Antonio Tejero acudía asiduamente a misa a la parroquia de su hijo. Ramón era muy querido en el municipio. La impronta que dejó se manifiesta, por ejemplo, en que la plaza frente a la iglesia lleve su nombre a día de hoy. En 2015 fue designado párroco de La Cala del Moral y Totalán.
Desde 2020, Ramón Tejero está en otra parroquia, la de la Virgen Madre de Nueva Andalucía, en Marbella. A esta iglesia van aristócratas que pasan temporadas en la localidad de la Costa del Sol. Curiosamente, en esa iglesia, Ramón sustituyó al hermano de otro apellido asociado a las bambalinas de la política y el poder, Pedro Villarejo, hermano del comisario José Manuel Villarejo.
Ramón ha llenado páginas de periódicos y revistas por hechos como presidir la ceremonia religiosa de la inhumación de Franco en el cementerio de Mingorrubio (Madrid), después de ser exhumados del Valle de Los Caídos los restos del dictador. También fue el centro de atención por aparecer en episodios como el caso de Julen Roselló, el niño que murió de forma accidental dentro del pozo de Totalán.
Al cura hijo de Tejero nunca le ha pesado su apellido y siempre ha defendido a su padre, a quien, en una carta enviada a Abc en 2009, definió como "un hombre de honor, fiel a sus principios religiosos y patrióticos, coherente y sincero”.
Ramón tampoco ha escondido su filiación política, que le ha marcado desde el inicio de su vocación. El día de su ordenación, en enero de 1989, cuando tenía 24 años, el convento de la Visitación de Santa María de Madrid se produjo un acto de exaltación del franquismo: era la primera vez que su padre salía de prisión, con un permiso para asistir a la ceremonia, y allí se congregaron dirigentes de formaciones de extrema derecha.
Juan, el último de los hijos de Tejero, siguió los pasos de su padre y el resto de sus hermanos, con excepción de Ramón. Es, en la actualidad, sargento de la Guardia Civil en Ávila, y ha pasado previamente por destinos como Málaga, Segovia o Madrid.
“Cerdo e inútil”
De quienes no ha trascendido apenas nada es de los hermanos Milans del Bosch y Portolés, hijos del general Jaime Milans del Bosch y Ussía, protagonista de la salida de los tanques a las calles de Valencia aquel 23 de febrero. De Juan, Jaime e Iván no existen apenas registros de su actividad, más que del último, catedrático de Derecho Internacional Privado vinculado a la Universidad CEU San Pablo en Madrid, donde reside.
Una pariente lejana de los tres hermanos, con quienes no tiene relación desde hace muchos años, sitúa a Juan y Jaime en Jerez de la Frontera, según ha contado a este periódico. Se saben pocos detalles más. Juan hizo carrera militar como su padre. De él solo se conoce que, en diciembre de 1983, fue ascendido a comandante de la Legión.
Poco después del golpe de estado fallido, Juan fue procesado en un consejo de guerra por llamar “cerdo e inútil” al Rey Juan Carlos, algo que él mismo reconoció. También aquel año, golpeó en el hombro al presidente del Cabildo de Fuerteventura al paso de la bandera durante una parada militar.
Eran tiempos calientes para tres familias que ligaron para siempre sus apellidos al intento de golpe de Estado que trató de revertir la transición democrática del 78 y que, hoy, intentan seguir con sus vidas, entre púlpitos y camelias, como guardianes de los secretos que solo sus padres conocieron.