Con solo 15 años, en plena efervescencia juvenil, Carlos tuvo la madurez de aparcar sus estudios de Máquinas y Herramientas en las Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia de Linares porque su padre no podía trabajar a causa de una discapacidad visual. Aquel adolescente se puso a currar en un supermercado entregando a domicilio las compras que hacían los clientes, con el único objetivo de que en casa no le faltase de nada ni a sus padres ni a sus dos hermanos. Esta historia pone de manifiesto los valores familiares de Carlos: el linarense al que dos policías nacionales apalearon sin piedad, por un simple tropezón a la salida de la Cafetería La Galería.
“Por más vueltas que le doy no tiene sentido lo que me hicieron: no me entra en la cabeza y no sé qué te puedo decir, no entiendo ni el cómo ni el porqué”, reflexiona Carlos en la entrevista que concede en exclusiva a EL ESPAÑOL. “Tengo dolores y me han mandado mucha medicación, pero lo que a mí me preocupa más es mi hija: está muy afectada mentalmente por todo lo que pasó, no duerme porque no puede quitarse de la cabeza las imágenes de lo sucedido”.
La inquietud que demuestra Carlos por su chiquilla evidencia otro aspecto que marca la personalidad de este hombre, de 49 años, con el que se ensañaron el agente de la escala de la básica, Manuel, y el subinspector, José Luis: es un padrazo cuya prioridad es una adolescente de 14 años. “Le he tenido que retirar el teléfono a mi hija para que deje de leer cosas y de ver vídeos en las redes sociales sobre lo que pasó”, justifica esta padre de familia sobre la decisión adoptada con la menor.
— Carlos, no busco sensacionalismo ni quiero hacerle revivir un episodio tan duro como el que sufrió este viernes, pero es inevitable la pregunta: ¿Conocía a los agentes que le dieron una paliza?
— No sabía ni que eran policías nacionales.
— Entonces, ¿por qué le pegaron con semejante violencia en la terraza de la Cafetería La Galería?
— Yo salía por la puerta del local y me di un codazo con un hombre, que tenía el pelo canoso (el subinspector José Luis). Entonces me dijo: ‘Vamos 1-0’. Y yo me lo tomé a pitorreo y le dije: ‘Bueno, pues ya empataremos otro día’. En ese momento fue cuando el chiquitillo (el agente Manuel), se levantó de la mesa de la terraza, se vino agresivo a por mí y se produjo la pelea.
Y lo que ocurrió está grabado —segundo a segundo— en varios vídeos, incluidos en la causa judicial, y que se viralizaron esa misma tarde del viernes tras la agresión. La grabación más explícita dura seis minutos y siete segundos. Los policías parece que inicialmente se tranquilizan después del primer intercambio de golpes con Carlos, todo ello, tras la mediación de Francisco Javier —el cuñado de Carlos—. Sin embargo, esa calma fue la antesala de una tempestad de violencia desmedida donde los policías no solo apalearon a Carlos, sino también a su hija menor de edad y al cuñado.
— ¿Usted recuerda algo de lo que pasó a la vista de la cantidad de golpes que recibió por parte de los dos policías nacionales que iban de paisano?
— Mi hija regresaba de entregar un paquete en Correos y se encontró la pelea en la puerta de la cafetería. Como vivimos cerca, yo le dije a mi hija: ‘Vámonos de aquí que al final se va a liar’. Y mira si se lió. El chiquitillo (el agente Manuel) me redujo porque salió corriendo y me atacó por la espalda cuando iba andando hacia mi casa. Se echó encima mía y se me enganchó por el cuello. Nada más caer al suelo, me quedé de rodillas, y el otro hombre más mayor (el subinspector José Luis), primero me pegó varias patadas y luego cogió una botella de cerveza que había en la acera y me la estampó en la cabeza. Me quedé inconsciente y ya no me pude defender. Después ya he podido ver los vídeos y he comprobado que no pararon de darme puñetazos.
— Durante la madrugada de este domingo, el Juzgado de Instrucción número 3 de Linares ordenó el ingreso en prisión del agente y el subinspector que le dieron una paliza. ¿Cómo valora la decisión judicial?
— Me siento bien. Lo que peor podrían haber hecho es dejar sueltos a esos dos policías y encima dando vueltas por Linares. Han hecho lo correcto: encerrarlos en la cárcel.
Las imágenes han sido claves en este caso que instruyen los juzgados. También han contribuido a prender la mecha de la indignación de la sociedad linarense que sufre mucho desde hace demasiado tiempo: durante tres años consecutivos Linares ha sido la población de más de 20.000 personas con mayor tasa de paro de España (30,9%) y la pandemia de coronavirus ha provocado que se multipliquen los cierres de negocios. En las últimas fechas ya bullía el malestar en la ciudad y este sábado, los linarenses, gente solidaria hasta las trancas como ya demostró con la crisis de Santana, se lanzaron a las calles para reclamar Justicia por su paisano Carlos.
Este padre de familia, empleado en una fábrica de cepillos recogedores para máquinas de basura, se convirtió este sábado —salvando las distancias obvias— en la versión española del estadounidense George Floyd, que murió asfixiado por el policía Derek Chauvin. Evidentemente, y por suerte, Carlos no falleció. A este linarense no le presionaron con la rodilla hasta la extenuación como al afroamericano, pero le dieron puñetazos y patadas en la cabeza cuando le tenían reducido contra la acera.
Los agentes Manuel y José Luis que le apalearon no estaban de servicio como Derek Chauvin, iban de fiesta en su tiempo libre, pero al igual que ocurrió con Floyd, el caso de Carlos provocó una reacción ciudadana marcada por las protestas, los actos vandálicos y las cargas policiales. En Linares no se movilizó a la Guardia Nacional como ocurrió en Mineápolis, pero en las calles linarenses se libró durante horas una auténtica batalla campal que obligó al desembarco de decenas de antidisturbios de Úbeda, Andújar, Jaén y Granada.
A nivel mundial, las publicaciones relacionadas con Linares llegaron a ocupar el puesto número nueve en Twitter. Algo inaudito y otro nuevo paralelismo con lo sucedido en redes sociales con George Floyd. El saldo de las protestas fue aterrador y pasará a la historia de esta ciudad andaluza: 14 detenidos entre los manifestantes, dos de ellos menores de edad, y un total de 20 policías heridos de diversa consideración —uno de ellos fue atropellado por el conductor de una motocicleta-. También hubo bajas entre los manifestantes, a tenor de un vídeo que circula por redes sociales donde un joven aparece con la pierna ensangrentada.
Inicialmente, el Ayuntamiento de Linares ha cuantificado el coste de los daños en unos 30.000 euros. Los desperfectos fueron causados por los manifestantes, en especial, por un par de grupos de radicales organizados que salieron a liarla aprovechando la protesta organizada contra la paliza a Carlos. Aprovechando la convocatoria arrancaron marquesinas y señales de tráfico, quemaron contenedores...
— Carlos, ¿qué opina de los actos de protesta que se vivieron este sábado en los juzgados, en la Comisaría de Policía y en distintas calles de Linares?
— No me ha gustado. No quiero que la gente se manifieste provocando incendios y liándose a pedradas con los agentes. Por dos policías corruptos no hay que culpabilizar a todos los demás. Los policías nacionales que han venido a visitarme al hospital se han portado conmigo en todo momento como lo que son, unos verdaderos hérores.
— ¿A la gente que salió a protesar de manera pacífica qué les diría?
— Estoy muy agradecido. No me lo esperaba. Tengo el teléfono saturado de mensajes de mucha gente a la que ni conozco. Me han escrito de Barcelona, Santander, Salobreña... Si me pongo a decirte todos los sitios desde los que me han escrito nos pasamos el día. Me he sentido muy arropado desde el principio. Estoy tratando de responderle a todo el mundo, pero como son tantos, pues a los que no sé quiénes son simplemente les doy las gracias por su apoyo.
Entre las muestras de cariño que ha recibido, no han faltado las de los miembros de las cofradías de la espectacular Semana Santa que atesora Linares y con la que Carlos guarda un vínculo especial. “Llevo en bandas de música desde que era un crío: he pasado por la del Rescate, la Borriquilla, la Santa Cena...”, enumera. El tono de voz de su respuesta pone de manifiesto la devoción que siente por la Semana de Pasión y que provocó que con solo 8 años, cambiase la pelota y los partidos en el mítico campo de fútbol de la calle Zambrana, por los instrumentos de música.
“Empecé con la trompeta y ahora estoy con los instrumentos de percusión: actualmente estoy en la banda de Jesús Nazareno, donde toco el timbal y la percusión, pero también llevo muchos años empujando el trono de la Santa Cena y así seguiré hasta el día que pueda achuchar”, bromea. A su hija de 14 años también la ha 'enrolado' en la Semana Santa.
Otra de las pasiones de Carlos es el deporte y prueba de ello es que hace unos años formó el Club Linares Patina: “Entre un monitor y unos cuantos amigotes creamos un pequeño club de patinaje en línea y estuvimos unos siete años enseñando a los niños a manejarse con los patines”.
Cada domingo, en la pista de baloncesto del parque Oeste en la Estación de Almería, era habitual ver a Carlos, un tipo musculoso, pertrechado con ropa deportiva, y calzando patines. “La idea era echar un día sano y enseñar a todo aquel que apareciera por allí: niños o mayores”. El club se fue al garate por las obligaciones laborales de sus miembros, la pandemia de la Covid y en el caso concreto de Carlos, por un accidente de tráfico, que sufrió en septiembre cerca del Ayuntamiento.
“Un coche se saltó un ceda el paso y embistió nuestro vehículo; mi mujer conducía y yo iba de copiloto, tengo roto el menisco y el ligamento cruzado de la rodilla. Estoy a la espera de que me operen: menudo año bonico que llevo”, vuelve a tirar de humor Carlos después de haber recibido una somanta indiscriminada de puñetazos y patadas en la cabeza, a manos de dos policías nacionales que estaban fuera de servicio. Y todo por un mero tropezón en una cafetería.
— ¿Cómo se encuentra de las lesiones que le causaron los agentes?
— Este lunes me tienen que ver en el Hospital San Agustín porque tengo rota la nariz y me cuesta un poco respirar: me tienen que decir cuándo me van a operar. Además, los médicos me han dicho que la semana que viene tendré que ir al Hospital de Jaén para que un especialista me valore la fisura que tengo en la córnea del ojo izquierdo. Me han dicho que en función de cómo vayan evolucionando los moratones que tengo y que todavía me impiden abrir el ojo porque lo tengo hinchado, a lo mejor, me podrían ver el miércoles o el viernes. Pero todo depende de cómo evolucione la lesión.
— ¿Los médicos le han dicho si corre el riesgo de perder visión por los puñetazos de los policías?
— Casi seguro. Digamos que hay posibilidades al 90%. Tengo una fisura muy pronunciada. Los médicos quieren esperar a lo que digan los especialistas, pero en el TAC parece que casi, casi, que perderé algo de visión.
De consumarse esas secuelas el pobre Carlos sufrirá una cruel ironía del destino: padecer problemas de visión como su progenitor. “Mi padre era ciego de un ojo y el otro lo tenía casi perdido: la economía en mi casa no era boyante, alguien tenía que tirar del carro y me tocó trabajar”. En plena adolescencia, tuvo que cambiar las aulas de las Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia por un supermercado. Allí tuvo su primer puesto de trabajo, de repartidor, y así palió el déficit que había en la economía familiar debido a que la discapacidad del progenitor le impedía tener un empleo.
“Llevo trabajando desde los 15 años: primero de repartidor, luego en la construcción de albañil, en una empresa de limpieza puliendo suelos, haciendo tareas de mantenimiento... No me ha quedado otra que ser un currante”, cuenta.
Ahora le toca descansar en casa, donde se recupera de sus lesiones mientras recibe el cariño de su hija y su esposa, Inma: la mujer a la que conoció hace 31 años. "Mi mujer está muy preocupada por su hija". La adolescente, una menor de edad de 14 años, presenta una fisura en el antebrazo y una contusión en el rostro porque cuando acudió a auxiliar a su padre, el subinspector José Luis primero la tiró contra la pared y después le soltó un puñetazo.
Las consecuencias de aquella quedada de viernes en la Cafetería La Galería, entre Carlos y su cuñado, Francisco Javier, se han convertido en una auténtica prueba de fuego para esta familia que afronta un proceso judicial contra dos policías nacionales. "Mi mujer sabe que yo soy un hombre fuerte, pero a escondidas, como todo el que quiere a alguien, pues sé que se desahoga (llorando)”.
— ¿Qué le han dicho los policías nacionales que se ha puesto en contacto con usted desde que el viernes le pegaron un agente y un subinspector?
— Me han pedido perdón, una y mil veces. Me han dicho que están muy preocupados por la situación y que les va a caer todo el peso de la ley a los que me pegaron: no los van a mirar como policías. Este viernes cuando estaba en el Servicio de Urgencias del Hospital San Agustín, un comisario vino a verme, sobre la una y media de la madrugada, y me dijo que ni a un delincuente se le trata como a mí.