1971. España entra en la recta final de la dictadura, casi tan agonizante como lo estaba su máximo exponente. Serrat publicaba su álbum Mediterráneo, el Partido Carlista se transformaba en una extraña izquierda regionalista y en las playas españolas ya se podían ver topless. En enero de ese año, Ramiro Calle trajo a este país cambiante algo totalmente nuevo: el yoga. ¿Y ese, en que equipo juega?, respondía la sociedad de entonces ante ese desconocido término. Ahora, se cumplen 50 años de la llegada a España del yoga.
Ramiro Calle perteneció a esa hornada de jóvenes boomers rebeldes, abundante en el mundo y muy minoritaria en una España ensombrecida por la sociedad tradicionalista. Fue la generación tomó las calles de París en mayo del 68, que llenó el festival de Woodstock en el 69 y buscó desesperadamente algo más allá del mundo polarizado de la Guerra Fría. Es en estos años cuando los libros de Herman Hesse y Stefan Zweig pasaban de mano en mano para descubrir a esta generación la mística de un mundo desconocido para Occidente. Ambos son un referente para Ramiro: "Me identifico con Hesse cuando dijo: 'No creo en ninguno de los valores de esta sociedad. En ninguno".
Medio siglo después de abrir su centro Shadak en Madrid, recibe a EL ESPAÑOL en su casa, ornamentada con budas y un sitar (el clásico instrumento de cuerda indio), aunque asegura no saber tocarlo. Desde el primer momento apea el usted a los periodistas y se presta a todas las preguntas que se le plantean. No duda en una sola respuesta, no hay ningún eeeh, ni ningún hmmm en hora y media de conversación. Ramiro ya ha reflexionado casi todo lo reflexionable, aunque él jamás dirá eso de sí mismo. Él sigue investigando, buscando realidades y plasmándolas en el papel. “Ese es el leit motiv de mi vida: la difusión”.
Se considera a sí mismo un “sabueso” en busca de la paz mental, aunque siempre ha defendido que un yogui no es un salva almas. “Muchas veces cuando voy a dar una conferencia digo: disculpadme que me defina un poco. Soy descreído, soy incrédulo y soy un ácrata sin acrimonia”. Su pensamiento es como el de “un buen gourmet” que coge de todas las cocinas. “Yo voy cogiendo del sufismo, del yoga, del budismo, del tantra, del taoísmo, del zen, de la mística cristiana… voy cogiendo lo que creo más necesario para las personas en este mundo convulso, totalmente despiadado y caótico en el que vivimos. Porque, lamentablemente, esta sociedad no se preocupa para nada del bienestar espiritual, ni psíquico, ni mental del individuo”.
Hablar con Ramiro es ir recogiendo frases para enmarcar. Con la serenidad de una calma tropical, el yogui suelta latigazos verbales contra nuestra sociedad. Pero lo hace siempre en plural. Se considera parte del problema. Ramiro nos ve —y se ve a sí mismo— ofuscados, ególatras, superficiales y con mala salud mental. Y por eso medita e invita a meditar.
“La meditación es el arte de parar, de desconectar para conectar con uno mismo de dejar de lado un momento este maldito impostor que es el ego, para experimentar paz interior. Cuando el pensamiento cesa, se despierta o surge la luz del ser. Nos ayuda a ser más humanos. Esta sociedad neurótica hace individuos neuróticos. Emerson decía que la sociedad confabula contra el individuo. Tenemos que hacer un gran esfuerzo para ser mentalmente independientes y recuperar nuestra libertad interior”. Para ello, el yogui expone una serie de consejos.
La conversación con Ramiro comienza como lo hacen muy pocas: con la muerte. Él la vivió de cerca, vio la luz al final del túnel y —contra todo pronóstico— volvió para contarlo. Fue en el año 2010, cuando volvió de un viaje de Sri Lanka con listeria, una bacteria que mata a unas 250 peronas al año. Cuando descubrieron lo que tenía, le daban horas de vida. Finalmente, estuvo tres semanas en coma.
“Yo mismo, dentro del coma, yo sabía que me estaba muriendo”, recuerda. Estando inconsciente, escribía de su puño y letra: “Desconectadme, matadme, esto es un infierno”. A día de hoy, conserva todavía esos escritos, que le sirven de brújula. Son “un despertador" para cuando se cree más que alguien. “Cuando me dejo llevar por lo banal, lo superficial y el ego, saco esos escritos míos y los leo”.
—¿Temes ahora que te hubiesen hecho caso y te hubiesen desconectado?
—Pues mira, yo nunca he tenido apego excesivo a la vida. Para mí, la vida es un viaje, un drama. Pasamos, estamos en este escenario unos cuantos días y nos marchamos. Creo que es importante constatar cada día que todo es impermanente, todo es transitorio, que todo está constantemente mudando y que venimos, y nos vamos. Mi gran amigo Babaji Shibananda de Benares me decía: “Querido Ramiro. Venimos, nos hacemos la fotografía y nos vamos. Este no es nuestro hogar”.
Esa fotografía es el legado que dejamos al mundo. El de Ramiro son más de 200 libros (sobre divulgación, meditación, historia novelada y hasta cuentos), el primer centro de yoga de España y haber enseñado a más de medio millón de personas. Además, tiene más apariciones en prensa que muchos periodistas veteranos. Y aún así le extraña que a veces se deje llevar por el ego. Con este bagaje, resulta imposible no tratar con él temas trascendentales e intentar ver más allá. Y vamos con todo.
¿Tienes una idea de dios?
Tengo una idea de lo cósmico. No soy ni teísta ni ateo, podríamos decir que soy transteísta. Porque entre teísmo y ateísmo hay una división dual.
Pero está el agnosticismo
El agnóstico bien orientado es magnífico, igual que el ecléctico, igual que el escéptico… ¡Hay que dudar! No de una manera sistemática, sino para seguir investigando y para comprender que, al final, uno es su propio refugio y que el maestro no está fuera, somos nosotros. Tenemos que perseguir las enseñanzas que nos ayuden a humanizar, a elevar el dintel de la consciencia a desarrollar la orquídea más preciosa que es la de la compasión. Tenemos que ser más compasivos, también con los animales.
Sí, yo tampoco como carne
¿Por salud o por ética?
Lo segundo
Es que hay muchos que lo hacen por salud, únicamente por su propio cuerpo. Estamos de acuerdo entonces. Igual que no puedo con las corridas de toros. No soporto ni entiendo que un ser humano pueda atormentar y matar a otro ser sintiente por diversión. Es que no hemos desarrollado esta idea del ser sintiente. Todo lo que siente, sufre. Uno de los seres que yo más amo y es mi hijo, que a muchos les sonará demencial, es mi gato Nim. Cuando Luisa pensó que yo ya no volvía a casa, me daba por muerto, ella adoptó a un gato. Él desde el primer momento se ponía en mi lado de la cama y se ha convertido en mi gran maestro. De hecho le he propuesto a mi editor hacer un libro que se llame ‘lo que he aprendido de mi gato en 10 años’.
¿Has visto un documental llamado ‘Lo que el pulpo me enseño’?
Sí, lo he visto. Es precioso.
Un pozo de miseria
En la mochila de Ramiro Calle hay más de 100 viajes a la India en busca de la espiritualidad que no hay en Occidente. Allí conoció a su amigo arriba nombrado, Babaji Shibananda de Benares, una de las personas que más le ha influenciado. Frente a esa visión romántica e idealizada de la India, planteamos lo siguiente.
Voy a citar a un tío mío: "En la India yo comí en un restaurante con un niño sin piernas debajo de la mesa recogiendo las sobras”. ¿Hemos idealizado un pozo de miseria?
Víctor Hugo dijo una cosa: la India es nuestra gran abuela. Nosotros la veneramos, pero la India también cayó en tiempos modernos en la ciénaga de la ignorancia total. Lo importante para mí es la India eterna, la India antigua, con una herencia espiritual, científica, literaria y artística impresionante. Pero, efectivamente, la India moderna sigue los mismos patrones materialistas y competitivos que los países occidentales, pero con un grave problema, una gran jaqueca, que son cientos de millones de personas con las que hay que manejarse para que puedan sobrevivir. Sí, claro que hemos idealizado la India, pero la gente que va, lo hace porque espera encontrar el sabor inconfundible de la espiritualidad. La India hoy en día es un gran supermercado espiritual. Hay que buscar su sabiduría prístina, su conocimiento de antaño.
¿Crees en el karma?
Creo en la ley de acción y reacción. Por poner un ejemplo: si tú lanzas al aire una moneda en algún lado caerá. Ahora, quizás tú no veas donde ha caído. Quizás ha venido una ráfaga de viento y no veas siquiera que la moneda ha caído. Pero, como decía Buda: nadie puede escapar a los resultados de sus actos, a las consecuencias.
¿Seguro?
Hay que pensar que uno mismo es su castigo. El karma no es solamente lo que generamos fuera, es también lo que generamos dentro de nosotros. Pero, la justicia, en la mente humana, es un mito. ¿Por qué? Porque no somos humanos. Ese es el problema, que no somos humanos. Somos animales de la misma familia que el chimpancé y el orangután. Pero con una diferencia: hemos adquirido el dudoso privilegio de un cerebro humano, y no para bien muchas veces. Implica más odio, más ofuscación, más celos, más rabia. El karma es como una daga que uno se puede clavar a sí mismo. A mí me preguntas en mis clases: ¿Crees en la reencarnación? Yo digo que bastante tengo con ocuparme de esta vida como para ocuparme de las pasadas y de las futuras. Hay que vivir el eterno presente, el aquí y el ahora. Pero hay que hacerlo con amor, con belleza de alma, con dedicación y con entrega.
¿Has visto una película llamada ‘Hijos de los hombres’?
No, la veré.
Me ha venido a la cabeza por esto que estamos hablando. Presenta un futuro distópico en el que no nacen niños y la humanidad, en vez de esperar plácidamente su extinción viviendo en paz, anda pegándose tiros, con la gente viviendo en guetos, con guerras… Cuando la vi pensé: ¿de verdad no viviríamos nuestros últimos 80 años de existencia en paz, como deberíamos haber vivido siempre? ¿Entiendes lo que te digo?
Totalmente. Fíjate si lo entiendo que hay un ejercicio de meditación y reflexión muy interesante que se llama la última hora de mi vida. Si yo te dijera a ti ahora: ¿Cómo querrías que fuera la última hora de tu vida? Nunca lo pensamos, pero la muerte siempre está presente. Reflexionar bien sobre la muerte nos puede humanizar, porque nos damos cuenta de cuánto tiempo perdemos en supercherías y fruslerías. Ponemos toda la atención en lo banal, lo superficial y nunca vamos a lo esencial, que es la paz interior. Cuando a mí me piden que me defina, yo digo que soy un sabueso rastreando la paz interior.
¿Te sientes libre en la sociedad en la que vivimos?
Imposible.
¿Cómo has llevado el confinamiento y el toque de queda?
Bueno, eso no me afecta. Los tres meses para mí han sido una delicia. Imagínate, fue la oportunidad de estar meditando, leyendo, escribiendo, acariciando a mi gato y charlando con Luisa. Para mí fue una delicia. Lo único que me daba pena es que estaba el centro de yoga cerrado y no podía dar clase. Por eso fui más activo en las redes. Volviendo al tema, nadie puede sentirse libre. ¿Tú sabes por qué surgieron los primeros anacoretas? Porque no querían pagar tributo a esta sociedad. No tributo monetario, sino tributo de su tiempo y de sus ideales. Esta sociedad conspira contra el individuo y por eso la libertad hay que ganarla dentro de uno mismo.
En una ocasión dijiste que 100 personas pensando negativamente pueden hacer que 1.000 piensen negativamente. ¿Es más fácil hacer el mal que hacer el bien?
Hay científicos que aseguran que la mente humana está discapacitada. Si cuesta lo mismo sembrar concordia que discordia con la palabra, ¿por qué se siembra tanta discordia con la palabra? ¿Por qué juzgamos, descalificamos, ofendemos, calumniamos y difamamos? Si cuesta lo mismo ser amoroso que despiadado, ¿por qué somos despiadados? Tenemos que cambiar lo que se llaman los engramas cerebrales. Son como bucles donde nos hemos metido un surco repetitivo de conciencia del que no podemos salir. Estamos siempre en la negatividad. Pero si, aparentemente, cuesta lo mismo cultivar hábitos positivos que negativos, ¿por qué esa tendencia a lo negativo? Es por autodefensa, por miedo.
Hablemos de sexo, que esto nos interesa a los jóvenes. Tú has practicado la abstinencia y la ascesis. ¿Lo recomiendas?
No.
(Risas).
Yo lo he practicado en épocas muy intensas de meditación, concentración y trabajo interior. En esos momentos practiqué la ascesis en muchos sentidos: en la comida, en las relaciones sociales, en la sexualidad… Pero lo que hay que hacer es practicar una sexualidad equilibrada y consciente. Hay tres vías: la vía del célibe, que es muy respetable; la vía de la sexualidad ordinaria; y la vida que nosotros llamamos del tantra, que es la sexualidad consciente y no compulsiva. Yo no demonizo absolutamente nada, pero lo que sí te digo es que ser un coleccionista compulsivo de contactos sexuales también merece que uno se haga una psicoterapia. Como el que constantemente necesita comer o el que constantemente necesita el alcohol.
Rato y el ego
La conversación con Ramiro da un giro de 180 grados cuando pasamos hablar de estos temas tan trascendentales, al salseo más puro y duro. Ramiro es principalmente conocido por haber enseñado yoga a personajes como el futbolista Guti, la reina Sofía o Rodrigo Rato. Este último fue alumno suyo durante más de 30 años y hasta le prologó su libro Ingeniería emocional.
¿Cómo es posible que alguien con tanto bagaje espiritual cayera donde cayó Rato? Ramiro le preguntó esto mismo y la respuesta fue “ego”. “A Rato le pudo el ego. No necesariamente el suyo sino el de toda su camarilla”.
Cuando Rato llegó a Bankia venía de ser director gerente del Fondo Monetario Internacional durante los años 2004 al 2007, con honores y categoría de jefe de Estado y un sueldo impresionante: casi 400.000 dólares al año libres de impuestos. Al volver a España, el exministro vio como todos sus antiguos amigos (José Antonio Moral, Francisco Baquero, Miguel Blesa, etc), a los que él había ayudado hasta la cima del éxito económico, se habían convertido en millonarios y él, en comparación, seguía siendo un pobre.
Ramiro considera que Rato usó lo aprendido “un poco como Darth Vader, sólo para adquirir más fuerza mental, más poder”. Ambos personajes usaron la meditación para moverse en el lado oscuro de la fuerza. “Si tú desarrollas mucha concentración y control mental, eso lo puedes usar de manera negativa. Es como la electricidad: nos da luz, nos da calor, pero también nos puede electrocutar”.
Para ejemplificarlo, va mucho más allá: “Hitler se rodeó de un gran cuerpo de especialistas de budismo tibetano y en concentración. ¿Para qué? Para aplicarlo para el mal. El ego se puede aplicar al bien o al mal, y hago una distinción: Hitler y la madre Teresa de Calcuta. Los dos tenían ego, pero una lo aplicaba bien y otro mal”.
La conversación con Ramiro termina tarde, le hemos robado más tiempo del que debíamos. Llega con retraso al centro para dar clase, pero no pierde oportunidad de regalar —tanto al redactor como al fotógrafo— un ejemplar de su último libro, Enseñanzas del guerrero espiritual. Ya en la calle, garabatea una dedicatoria en la primera página: “Tu propio ser es el ser”. Y se pierde por las calles del madrileño barrio de Salamanca.