El sargento que presuntamente mató de un disparo al legionario Alejandro Jiménez el 23 de marzo de 2019 durante unas maniobras en Agost (Alicante) y quienes lo encubrieron, un capitán, dos tenientes, un cabo y tres soldados de la Legión, han recurrido el auto de procesamiento contra ellos emitido a finales de agosto por el juez togado militar número 23 de Almería. El magistrado los acusó de distintos delitos, tales como encubrimiento, deslealtad, desobediencia y obstrucción a la justicia.
Según el juez, los procesados orquestaron una trama para intentar ocultar lo ocurrido y anular la responsabilidad del sargento Saúl Antonio G. P, al mando de Alejandro Jiménez. En sus recursos, a los que EL ESPAÑOL ha tenido acceso, todos siguen la misma línea de defensa.
Continúan sosteniendo que la muerte de Alejandro Jiménez, de 21 años, fue producto de un accidente y que ninguno de ellos mintió después a los investigadores de la Policía Judicial de la Guardia Civil que se hicieron cargo del caso.
Los recurrentes contradicen la tesis del juez, contra quien cargan duramente. En el recurso del principal encausado, el sargento Saúl Antonio G. P., se recoge que el magistrado “ha generado, a la par que confeccionado una construcción jurídica que tiene como única base y piedra angular la errónea e inexacta interpretación de un informe que extrapola una realidad totalmente incongruente” en base a “las suposiciones” de la Policía Judicial.
En el escrito presentado por el letrado del citado sargento también se señala que las conclusiones a las que llega la Guardia Civil “han generado el envenenamiento e intoxicación del presente procedimiento hasta el momento”.
El juez procesó al sargento por homicidio imprudente, abuso de autoridad y obstrucción a la justicia. Le pide 330.000 euros de responsabilidad civil. Le mantiene la retirada del pasaporte y una comparecencia quincenal en sede judicial.
Al capitán lo procesó por deslealtad, encubrimiento y desobediencia a agentes de la autoridad. A los dos tenientes, por deslealtad (elevaron un informe falso a sus superiores), desobediencia, contra los deberes del mando y encubrimiento, delito que también se atribuye al cabo y los tres soldados, entre otras acusaciones.
La investigación
Alejandro Jiménez, perteneciente al Tercio Don Juan de Austria y destinado en Viator (Almería), murió el 25 de marzo de 2019 en el campo de tiro militar de Agost. La versión oficial: un accidente. Transcurridos cuatro meses, el juez levantó el secreto de sumario. La Policía Judicial de la Guardia Civil desmontó la versión A. Dijo que había una B. Y que muchos de quienes presenciaron los hechos mintieron.
Ni fue una bala rebotada, ni le entró por la axila, ni procedía de otro pelotón. A Alejandro Jiménez Cruz lo mató una bala que le entró por el pecho, nunca por la axila. El chaleco que llevaba estaba caducado y se le habían quitado las placas de protección. Tampoco hubo rebote en ninguna piedra. El disparo vino directo, según confirmaron los peritos del servicio de balística de la Guardia Civil. Y lo que es más grave: a Alejandro lo mató su propio sargento, que se encontraba a 12,5 metros de él dándole directrices.
Al frente de la compañía estaba Antonio C.R., un joven capitán tinerfeño que en el momento del accidente no se encontraba con el resto de los militares durante el ejercicio. Estaba en otra base, recogiendo munición.
Uno de los tenientes que vio caer a Alejandro fue el que le comunicó por walkie que se había producido un accidente. Acudió raudo al lugar de los hechos. No era obligatorio que estuviese presente durante el ejercicio, pero él sostuvo, desde el primer momento, que sí se encontraba allí cuando Alejandro recibió el tiro. Mintió.
Lo explicó de esa manera en su testimonio ante la Guardia Civil de Novelda (Alicante), cuyos agentes se desplazaron hasta el lugar de los hechos para iniciar una investigación. En todo momento, el capitán se mostró esquivo y poco colaborador con los investigadores.
Su rango militar, superior al de los agentes que le interrogaban, hizo que les contestase con impertinencias. En su cabeza, una única teoría: la bala había llegado rebotada por el disparo de algún soldado del otro pelotón: “No hace falta ser un lince para saberlo”, les contestaba con altivez, al tiempo que apremiaba para que el cuerpo de Alejandro fuese “incinerado para poder recibir un funeral”.
Pero la investigación abierta motivó una autopsia concienzuda del cadáver del chico. El proyectil no había salido del cuerpo de Alejandro, algo que resultaría clave finalmente. Le entró por el pecho, siguió por las costillas, le dañó el pulmón derecho y acabó entre el izquierdo y el corazón.
Con la investigación en marcha, el capitán convocó el día 27 a los militares que habían estado presentes durante el suceso para afinar las declaraciones. Les hizo formar un corro. Sus subordinados escucharon.
“A mí me va a caer un puro muy grande. Yo sé que dentro de tres meses me voy a ir de la compañía. Me mandarán a alguna oficina. Vosotros no sois culpables de esto. Ha sido un accidente y no voy a permitir que nadie os inculpe y os destroce la vida. Decid absolutamente la verdad. Pero no le digáis a la Guardia Civil que consolidásteis a vuestro pelotón arriba. Decid que estábais unos cuatro o cinco metros más abajo”.
Tras las consignas del capitán, prácticamente todos los testimonios empezaron a concordar. Todos declararon con frases cortas, breves, concisas. Pocos recordaban que el capitán les hubiese mandado mentir respecto a su posición. Todos creían en la teoría del rebote de la bala. Todos… menos F.J.P., un amigo de Alejandro, que fue con la verdad por delante hasta las últimas consecuencias.
La Guardia Civil determinó que el proyectil que mató a Alejandro había salido del fusil del sargento Saúl Antonio G. También se supo que el capitán mandó limpiar el lugar de los hechos a las pocas horas del fallecimiento del legionario.
"Confabulación falsaria"
Miguel Ángel González, abogado del sargento al mando del legionario fallecido, le recuerda al juez instructor que “su juicio personal está, como lo demuestra el contenido de las actuaciones, invariablemente contaminado en sentido incriminatorio hacia todos los investigados desde el mismo momento en que se procedió a la incoación del sumario, cuando aún careciéndose de toda prueba que lo sustentase, le fue transmitido por los integrantes de la Policía Judicial la intuición de la existencia de una suerte de confabulación falsaria por parte de todos ellos para ocultar una supuesta, e inexistente, negligencia” de su cliente.
En el recurso del sargento también se hace referencia a la entrevista al padre del legionario fallecido publicada por EL ESPAÑOL el pasado 29 de agosto de 2020. En ella, Juanjo Jiménez, progenitor de la víctima, aseguró: "Quiero venganza, esos legionarios no merecen el uniforme de mi hijo".
“Reiterando el más acendrado respeto al dolor de unos padres que han perdido a su hijo”, señala el recurso, “pero con humano reproche de tal deleznable deseo de venganza e injusto juicio sobre la honorabilidad de los militares investigados, y con el mismo tamaño de letra que se defiende el derecho a la libre expresión de los familiares, se ha de reivindicar el derecho, igualmente fundamental, de los procesados, a proclamar alto, claro y reiteradamente la realidad sucedida, y por ellos vivida en diferente medida (...)”
El recurrente insiste en que “no se produjo ningún disparo, ni por parte del sargento G., ni por parte de ninguno de los presentes, después del alto el fuego ordenado por dicho suboficial, y que, por el contrario, sí que eran muchos los disparos y silbidos de bala que tanto en forma de rebotes, como por trayectorias directas, se escuchaban tras dicho alto el fuego, procedentes del campo de tiro situado más a la derecha, en el que continuaba ejecutando un tema similar de fuego real”.
En aquella entrevista concedida a este diario, Juanjo Jiménez se refería a que buscaba “venganza” por los cuatro meses de mentiras y falsas condolencias que, según él, le expresaron los procesados mientras pesaba el secreto de sumario. En cuanto a la muerte de su hijo señaló que sólo espera “justicia” y que desea alcanzarla a través del juicio.
En otro de los recursos, en concreto en el del capitán Antonio C. R., se recoge “el rechazo a la criminalización sistemática contra los ahora procesados emprendida por el entorno del finado, especialmente por el padre del mismo, por el hecho de decir, desde el primer momento, y aún en la actualidad, pues están, como lo están las defensas, absolutamente ciertas de que el fallecimiento se produjo a consecuencia de un rebote procedente del otro campo de tiro”.
Las maniobras
Sobre las 4 de la tarde de aquel 25 de marzo de 2019 los militares fueron divididos en dos pelotones de siete personas cada uno y debidamente separados. Ambos grupos realizarían el ejercicio de forma simultánea, alejados entre sí para evitar que una bala de fuego amigo acabase provocando una tragedia. Los dividía un merlón, una pequeña elevación en la que se ubicaron los blancos contrarios.
Cada legionario disponía de su propio fusil de asalto y obedecía las órdenes de su sargento que, desde una posición más retrasada, daba la orden de abrir fuego, de cesarlo, de cambiar de objetivo o de finalizar el ejercicio, clavar rodilla en tierra y descargar el arma. Así estaba Alejandro Jiménez Cruz cuando lo mataron: desarmado y con una rodilla en tierra.
El pelotón obedecía las órdenes del sargento Saúl Antonio G. P., que era el que ordenaba disparar. Pero cuando parecía que había concluido la práctica de tiro, el sargento se inventó un enemigo de última hora. Otro objetivo al que disparar que hizo que la alineación inicial de los soldados en forma de W se modificase. En esa W, Alejandro ocupaba uno de los vértices superiores, el flanco izquierdo.
En el derecho se encontraba F.J.P., uno de los mejores amigos de Alejandro en la Legión. Su compañero de vivencias desde que ambos ingresaron en el tercio. El único que, a juicio del instructor, ha contado la verdad. Se encuentra de baja psicológica.
Todo sucedió muy rápido. Después de improvisar este último objetivo a disparar, los soldados recibieron órdenes de su sargento de clavar rodilla a tierra y descargar el arma. El ejercicio, parecía, había concluido, mientras en el otro pelotón seguían disparando a sus dianas. Fue entonces cuando se escuchó el estremecedor lamento de Alejandro.
El sargento al mando del legionario abatido es en ese momento un bilbaíno de 32 años destinado en Viator. Estaba al cargo de la coordinación del ejercicio. Él fue, según los testigos presenciales, el primero en ir a socorrer a Alejandro. A pesar de que se encontraba en una posición más retrasada y que debería haber sido el que más problemas tuviese para identificar lo que había sucedido, salió como una exhalación a ayudar al soldado herido. Mientras, gritaba “¡Alto el fuego!” y su teniente advertía por radio de que había habido un accidente al grito de “Real, real, real”.
Alejandro perdió la conciencia. Tanto el sargento como otro legionario con conocimientos sanitarios fueron los primeros en auxiliarlo. Ellos taponaron la herida con sus propias manos. Ellos vieron que el chico había recibido el tiro en el pecho y no en la axila, como le contaron a la familia. El chico murió esa misma tarde, tras evacuarlo a un hospital. A partir de ahí, según el juez instructor, se orquestó una trama para ocultar lo ocurrido y cerrar el caso como un mero accidente más en el Ejército español.