Rebobinemos. Miércoles a mitad de mañana. Me llama mi jefe. Primero, un intercambio de frases vacías como un ‘qué tal va la semana’. Luego, va directo al asunto.
¿Y qué quieres que haga?, le pregunto. "Bueno, si te has montado en una lancha con más de dos toneladas de hachís encima, imagino que lo de ir a un par de prostíbulos a ver si se cumplen las medidas sanitarias por el coronavirus no te dará mucho apuro, ¿no? Ahora que hay tantos contagios en ese tipo de sitios, deberíamos ir a comprobar qué se está haciendo en ellos".
Río. Mi risa es nerviosa. No sé si se percata de ello. Detesto, odio a los puteros y a quienes explotan sexualmente a las mujeres para ganar dinero. Sé que me sentiré incómodo allí.
Me paro a pensar unos segundos mientras él sigue hablando. Bueno, adelante, le digo. Acepto.
Tampoco sé si me queda otra. En parte el jefe tiene razón: cuando aquello de la lancha pudieron meterme preso en Marruecos, caerme a las aguas del Estrecho o que llamaran a mi mujer, embarazada por aquel tiempo, para decirle que estaba en un calabozo de cualquier comisaría del sur de España. Pero todo fue bien, descuidad.
Antes de decidir cuándo voy, convenzo a mi jefe para que pueda venir conmigo el compañero Marcos Moreno, fotógrafo. Más allá de que yendo acompañado por otro hombre me costará menos disimular que no voy a lo que se suele ir a ese tipo de lugares, él se encargará de la parte gráfica. Y yo, por si acaso, llevaré un bigardo de casi dos metros a mi lado con una espalda que da sombra en verano.
Llamo a Marcos. Se viene, dice. “Nos tomamos un par de copas, vemos cómo están un par de locales y nos volvemos”, le digo antes de colgar. “Vale. Nos vemos mañana -me responde-. Voy a contarle el encarguito a mi mujer”.
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21.30 horas del jueves. Hace un rato que nos hemos incorporado a la autovía A4 a la altura de Sevilla. Vamos en dirección a Madrid. Cuando pasamos por Carmona vemos unas luces a lo lejos. Azules, rojas, moradas. Es un prostíbulo pegado a la carretera. Nos salimos de la A-4 por un carril de desaceleración. Marcos está nervioso. Yo, más.
Primera parada. El Chaparral. Aparcamos el coche en un descampado donde hay tres o cuatro vehículos más. Nos acercamos a pie hasta la puerta de entrada del local. Justo encima del marco de la puerta de acceso hay un cartel que pone ‘Cafetería y bar de tapas’.
¿Nos habremos equivocado? No. Es una forma de burlar la ley. Este tipo de negocios están dados de alta como establecimientos hoteleros o de restauración. Las mujeres que trabajan allí ofreciendo sus servicios sexuales a cambio de dinero son supuestas clientas de las habitaciones que ocupan con los hombres que les pagan.
Esa es la teoría en la que se amparan este tipo de negocios. La realidad es otra en la mayoría de ellos: explotación, trata de mujeres, menudeo de drogas...
Pero Marcos y yo entramos a esta cafetería que no sirve comida ni cafés. A la izquierda hay un pasillo. Hostal, dice un letrero. A la derecha, pegadas en una pared, dos pegatinas cuadradas avisan al visitante: en una se pide mantener dos metros de distancia física entre personas; en la otra se recuerda el uso obligatorio de la mascarilla.
Por ahora vamos bien.
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El Gobierno pidió este viernes a los Ejecutivos de las comunidades autónomas el cierre de todos los prostíbulos de cada región. Lo hizo la ministra de Igualdad, Irene Moreno, a través de una carta, en línea con las restricciones establecidas a bares, discotecas y locales de ocio, que han de estar cerrados antes de la una de la madrugada.
Tiene lógica la petición: uno ya no podía tomarse una cerveza en una terraza pasada esa hora pero, en cambio, sí podía pagarle 50 euros a una prostituta para acostarse con ella. Antes los puteros que el ocio nocturno.
Montero reconocía en la misiva su “honda preocupación por los brotes conocidos en prostíbulos y locales de alterne" en España. Durante esta semana se han conocido 12 contagios detectados en Las Palmeras, un burdel de carretera de Alcázar de San Juan (Ciudad Real). Siete mujeres que trabajan allí han dado positivo. Cinco convivientes también. Pero ningún cliente ha aparecido todavía pidiendo hacerse una prueba PCR, confirman fuentes de la Consejería de Sanidad de Castilla-La Mancha.
Pero el de Alcázar de San Juan no es el único caso. Este martes se supo de un brote en un prostíbulo de Cox (Alicante), según informó el Diario Información. Eran cuatro positivos en la Sala Pipo’s. Los hechos se remontaban a dos semanas atrás. El local echó el cierre el 31 de julio. En abril, casi al principio de la pandemia, se registraron 14 positivos entre trabajadoras y clientes de otro negocio igual en Rincón de Soto (La Rioja).
“Considero importante que se actúe específicamente sobre aquellos lugares donde se ejerce la prostitución", continuaba la carta de Irene Montero. “Sería un elemento fundamental ofrecer a estas mujeres, tras los cierres de los locales, alternativas dignas que se hagan cargo de su situación".
En España hay cerca de 1.600 locales de alterne. Sobre la mayoría no pesa ninguna restricción por la pandemia, salvo la advertencia de la ministra.
Según IU, el único partido que ha alzado la voz en estas últimas semanas pidiendo el cierre de estos negocios, el 80% de los llamados “clubes de alterne" están en Castilla-La Mancha.
Son las mismas cifras que maneja el Instituto de la Mujer de esta región. Precisamente, a última hora de este viernes, los gobiernos de la citada comunidad y de Cataluña dieron orden para imposibilitar la actividad de estos establecimientos. El ejecutivo de Madrid dijo que lo estaba estudiando.
Hasta un 39% de los hombres de España han consumido prostitución alguna vez, según un estudio de la Asociación de Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer Prostituida (APRAMP).
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Pero estábamos en El Chaparral.
Accedemos a una sala en la que suena salsa. Tiene pinta de bar cutre. Muy cutre. Hay una barra de madera de unos 10 metros de largo a la que hace años nadie le ha dado una capa de barniz. Detrás de ella, una mujer de unos 40 años con mascarilla blanca y piel mulata. Y a la espalda de ella, una vitrina llena de botellas de alcohol y pequeños botellines de champán, por si hay algo que celebrar.
- ¿Qué os pongo, amores?
En la esquina izquierda, junto a un sofá, hay cuatro mujeres entretenidas con sus teléfonos móviles. Al vernos llegar han dado un respingo. Todas llevan mascarillas pero ninguna se distancia de las otras más de un palmo. ¿Qué hay de la distancia física que se pide al entrar al local?
Marcos Moreno y yo nos sentamos en dos banquetas que hay junto a una mesa alta próxima a la barra, llena de dispensadores de gel hidroalcohólico. Nos limpiamos las manos. El fotógrafo y yo nos ponemos frente a frente.
A la espalda de Marcos hay una mujer rubia que dialoga con un hombre de mediana edad. No los separa ni medio metro. Sólo charlan. No se rozan -todavía-. Los dos cubren su boca y su nariz con mascarillas. Cuando pasan a la habitación, 10 minutos después, deciden quitárselas de camino a ella.
- Dos gin tonics, por favor. Vamos camino de Madrid y simplemente hemos parado un rato a tomar algo. Nada más.
Ese ‘nada más’ lo he dicho con énfasis. O eso creo. Igual ha sonado con boca pequeña y no se me ha interpretado muy bien. Para cuando la camarera ni siquiera ha terminado de servirnos las copas, dos mulatas -una, de casi dos metros; la otra, chaparra- se acercan a nosotros. Casi rozan nuestros codos. En ningún momento se quitan las mascarillas. Les insistimos en que sólo vamos a tomar una copa.
- Vamos camino de Madrid. Sólo venimos a tomar algo.
- Llevadnos con vosotros, responde una, la más bajita.
- ¡Quéeeee va, hija! No podemos- les responde Marcos.
En ese instante yo doy un sorbo a mi copa. O eso intento. Estoy tan incómodo que se me ha pasado quitarme la mascarilla del rostro y se me ha mojado la parte externa en el gin tonic. ¡Si me viera mi abuela!
El hombre que dialoga con la prostituta de cabello rubio no es el único cliente de El Chaparral, amén de nosotros dos. Otros dos hombres charlan entre sí en otra mesa situada a mi espalda. Las chicas les rondan de vez en cuando. Cuando nos vamos ninguno ha entrado a una habitación con alguna de ellas.
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23.15 horas. Tras dejar El Chaparral hemos continuado la marcha en dirección a Madrid. Llegamos a La Carlota, un pueblo cordobés junto a la A-4 y a 33 kilómetros la capital de provincia. Llegamos al S'cándalo, uno de los referentes de los puteros españoles que pasan por el sur.
Esto ya es otra cosa. De lejos, antes de echarse a un lado en la autovía, parece un parque de atracciones nocturno. Ocupa una extensión más amplia que una enorme área de servicio vecina que incluso dispone de zona de aparcamiento nocturno para camiones.
El S'cándalo se anuncia en internet como un hotel, algo curioso porque en su perfil de Facebook sólo aparecen mujeres en ropa interior y se promocionan sesiones con “striptease, bailarinas, gogós y dj”.
Antes de lanzarnos a entrar, Marcos tira unas cuantas fotos desde el parking contiguo al del prostíbulo. Mientras, yo veo cómo un cliente de unos 40 años camina hacia su todoterreno mientras se apaña la entrepierna. Ha salido de una terraza al aire libre de la que procede la música caribeña que se escucha a lo lejos -otra vez salsa-.
Dos hombres de unos 30 años llegan en un coche con un remolque en el que cargan una moto de cross. El portero les pide que aparquen cerca de donde nosotros estamos estacionados para no molestar a otros clientes a la hora de maniobrar. Al acercarse hasta ellos vemos que el puerta lleva la mascarilla por debajo de la barbilla. Los dos chicos que se bajan del coche ni siquiera se la ponen.
En la puerta de la terraza del S'cándalo el portero habla ahora con otro hombre que tampoco lleva mascarilla. Fuma a menos de medio metro de él. Se les ve bromear, reír. No parecen acordarse que el país sufre una pandemia desde hace medio año.
Una joven rubia que ha salido hace unos minutos hablando por teléfono vuelve a entrar al local. Lleva la cara al descubierto. Parece que nos ha visto porque se vuelve mirando hacia nosotros. Click. Marcos la ha captado. En la foto se ve que otra prostituta, sentada en una banqueta y de piel morena, tampoco lleva mascarilla.
Parece ser la tónica: de siete personas -cuatro clientes, dos chicas y un portero- sólo éste último usa mascarilla, aunque no se cubra con ella ni la boca ni el rostro.
Nosotros decidimos finalmente no pasar a la terraza del S'cándalo. Un sólo contagiado puede originar un brote en un abrir y cerrar los ojos. Sin mascarillas, sin distancia física de dos metros…
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Al día siguiente, este viernes, llamo al S'cándalo. Ana, que dice ser la encargada, se pone al otro lado del teléfono. Le explico que la noche anterior decidimos no entrar a la terraza de su negocio por temor a contagiarnos. "Sólo vimos al portero con mascarilla, y la llevaba tapándole el cuello", le digo.
Ana -no acepta darme sus apellidos; creo que es un nombre falso- asegura que todos sus empleados pasaron test para detectar el virus antes de reabrir, que han pasado una inspección sanitaria y que en el local se mantienen todas las medidas de seguridad. "A todos los clientes se les toma la temperatura al entrar", dice a modo de justificación. "No lo viste porque no entraste. Tenemos las mesas separadas, no servimos en barra...".
Le explico que tenemos imágenes de prostitutas y de clientes sin mascarillas, y otra del portero con ella por debajo de la mandíbula. "Estaría fumando o algo, no sé. Las chicas son huéspedes de mis habitaciones. No puedo controlarlas en todo momento. Ellas no trabajan para mí". ¿Y qué hacen allí? "Pues haberle preguntado a ellas".