“Botifler”, “charnego”, “fuig d'ací” (huye de aquí). El ahora comedido, discreto en el tono y conciliador Gabriel Rufián (ERC) sufrió el desprecio de un grupo de separatistas catalanes la noche de este pasado sábado cuando se acercó a una protesta convocada en la plaza Urquinaona de Barcelona. “Mentider” (mentiroso), le gritaron también.
Tras aguantar de forma estoica durante unos segundos, el diputado republicano se marchó con el gesto torcido. Los que, según él pensaba, iban a recibirle con gusto, en realidad comenzaron a aplaudir mientras lo veían perderse entre las calles del centro de la Ciudad Condal. “¡Fuera, fuera, fuera!”.
Un día después, en la Plaza del Reloj de Santa Coloma de Gramanet, un pueblo del cinturón rojo de Barcelona, la gente toma café y té en las terrazas mientras departe sobre el sonrojo vivido por Rufián hace sólo unas horas. “A ese ya no se lo cree nadie. No puede dar ejemplo. Ni de cordura por un lado, ni de liderazgo con los suyos”, asegura Mustafá, un marroquí de 61 años nacido en Tánger. "Yo sí viví en una dictadura. España es un paraíso al lado de mi país".
La Plaza del Reloj de Santa Coloma está en el centro del barrio del Fondo. Aquí, entre estas calles en cuesta y estrechas, creció Gabriel Rufián rodeado de hijos de inmigrantes andaluces, extremeños, murcianos o manchegos que llegaron durante los 60, 70 y 80 a tierras catalanas en busca de empleo y prosperidad. También lo hicieron así sus abuelos y sus padres, procedentes de Jaén y Granada.
Este domingo, cuando el reportero visita el Fondo, la barriada sigue siendo un foco de atracción de inmigrantes, pero ahora los vecinos vienen de mucho más lejos: Pakistán, India, República Dominicana, Marruecos, China, Costa de Marfil, Senegal, Bolivia, Ecuador… El antiguo hogar de Rufián es la ONU concentrada en unas cuantas calles. Si falta algo aquí, probablemente sean catalanes de nacimiento. En el Fondo, son minoría.
Ademar es boliviano. Tiene 42 años. Aunque reside en Badalona, un pueblo vecino, cada domingo viene a Santa Coloma a ver a su hija, que vive aquí con la madre -su exmujer-. “La gente reaccionó así con Rufián anoche porque ya están cansados de mentiras. Políticos como él les han lanzado a la calle y ahora piden mesura, diálogo con Madrid y contención. Si de verdad pensaban hacer la revolución sin derramar una gota de sangre, la llevaban claro… Lo sé porque soy latino y sabemos de lo que hablamos”, dice Ademar mientras espera a su hija tomando una lata de cerveza sentado en un banco.
Gazpacho y rumba por tés y kebabs
En los años 80 y 90, cuando Rufián aún era un niño, el Fondo sabía a gazpacho y a tortilla de patatas, sonaba a flamenco y a bulerías, y bailaba sevillanas y rumbas. Rufián se crió en un entorno que ha cambiado mucho. Ahora sus calles están llenas de letreros de bares en los que venden kebabs y comid halal, de bajos convertidos en locutorios o en centros estéticos donde adolescentes chinas hacen la pedicura por cinco euros. Hoy, en cambio, el dirigente de ERC vive a caballo entre Barcelona y Madrid, y viaja en AVE o en avión.
Si anoche lo despreciaron quienes él considera de los suyos, este domingo lo rechazan también aquellos que ahora pasean por las calles que él un día recorrió en pantalón corto y en bicicleta.
“Es muy difícil ser de izquierdas, vestir como un pijo, cobrar del Estado español, abanderar el independentismo, pedir que la gente salga a la calle a manifestarse y luego querer que los chavales a los que has engañado con lo de la República te reciban con los brazos abiertos cuando te acercas a que te enchufen las cámaras de los periodistas. ¡Aclárate, hijo mío!”, pide con vehemencia Manuela, una hija de andaluza y de catalán que vive en el Fondo. “Porque la sentencia del ‘procés’ ha dicho eso: que quienes lideraron todo esto lo hicieron sabiendo que la república catalana era una pantomima. Ahora, que cada palo aguante su vela”.
Gabriel Rufián es otro desde hace unos meses. Atrás quedó el diputado irreverente que se llevó una impresora al Congreso, que llamó “Felipe GonzáleX -por la ‘X’ de los GAL-” al expresidente o que tildó de “traidores” a los socialistas que se abstuvieron en la Cámara Baja para hacer presidente a Mariano Rajoy en octubre de 2016.
Ahora ocupa la portavocía de su partido en el Congreso de los Diputados, hace reiterados llamamiento al diálogo, insiste en salir a las calles de una forma pacífica y ya no vocifera ni insulta desde su asiento en Madrid. “Frente a la violencia de porra y barricada, barrera humana de la sociedad civil”, decía horas antes de llegar a la concentración de la que luego se marchó entre abucheos y gritos.
"La gente mira su carnet"
“Lo digo sabiendo que no sigo mucho la actualidad política, pero me parece que un señor de un partido tiene que ser coherente. A Rufián ya no lo ven como uno de los suyos. Es una pena porque me parece un buen tío”, dice Redouan, otro tangerino afincado en Gramanet. Tiene 41 años y una niña de seis que nació en Cataluña.
“Ahora que es tibio para algunos, la gente vuelve a mirar su carnet de identidad. Saben que vive bien, que gana dinero, que sus raíces no son de aquí… ¿Y con esa cara de chico bueno te presentas ayer en la misma calle donde unos chavales quieren la independencia a pedradas? Mejor no, hermano, mejor no”.
Los abuelos paternos de Gabriel Rufián proceden de Bobadilla, un pueblito jiennense de 1.000 habitantes ubicado en la cordillera penibética, entre Córdoba y Jaén. Se llamaban Juan Rufián Cano, al que apodaban el de la Frasca, y María Pérez Salazar, la de los borregueros.
Tras hacer el servicio militar en Melilla, Juan tuvo cuatro hijos con María. El matrimonio era republicano y socialista. Sus vástagos se llamaron Purificación, Rafael, Juan y Antonio. La familia al completo se trasladó hasta Barcelona a principios de los años 60 del siglo pasado.
Se instalaron en Santa Coloma de Gramanet. El abuelo de Rufián pronto encontró trabajo en la construcción. La abuela se encargó de sus cuatro hijos y de las tareas del hogar mientras su marido, albañil, traía el jornal a casa.
Pasaron los años y Antonio Rufián, uno de los cuatro vástagos de Juan y María, creció, se hizo adulto y conoció a Pepi Romero, una joven nacida en Cataluña pero de padres de Turón (Granada). Los chicos se hicieron pareja y tuvieron a Gabriel. Los Rufián Romero siguieron viviendo en Santa Coloma hasta mediados de los 90, cuando se mudaron a Badalona tras cerrar un taller de peletería en el Fondo, donde su único hijo sigue estando en boca de muchos de sus vecinos.