Ahora incluso bromea al recordarlo. En cuanto el equipo de cirujanos le despertó al terminar la operación, lo primero que Teófilo Rodríguez dijo al volver en sí fue: "¡¡Tengo hambreeeee!!". Pasado el tiempo, trata de restarle importancia, tomárselo con humor, pero no olvida que era un peligro real el que acechaba. Siente y sabe que estuvo al borde de un situación irremediable. "A veces lo pienso con calma, en frío, y no alcanzo a saber cómo estoy siendo capaz después de tantos años. Es muy difícil el valor que yo le he echado".
En apenas un año ha logrado perder 200 kilos. Tiene 35. Hace doce meses no lograba caminar solo, y las actividades más elementales de la vida cotidiana resultaban una quimera para él. Algo tan sencillo como atarse los zapatos. O como cortarse las uñas de los pies. O como poder frotarse la espalda con una esponja en la ducha. "Antes no podía ir a un baño sin que me ayudasen. Tenían que asearme en una cama. No me podía ni levantar. Para una persona obesa, este es un cambio radical. Algo muy grande".
Teo mide 1,84. Su complexión física es ya otra. Su fisionomía está cambiando por completo tras los que pueden haber sido los doce meses complicados de su vida. Estas últimas semanas ha comenzado a saborear las cosas sencillas de la vida, de las que antes no podía disponer: un breve paseo, montar en coche, sentarse en un bar a tomar un refresco con los amigos. Diez años estuvo en la peor situación posible. "Los mejores de la vida. La juventud. Todos se me fueron con estos problemas. Mi novia, el otro día me vio a la cara y me dijo, tienes cara de niño. Yo le dije, es que ahora estoy como un niño. Y quiero disfrutar todo lo que no he podido estos últimos años".
Pasó una década así. Una década en la que sus problemas de tiroides (detectados en la infancia) y la enfermedad de obesidad mórbida que padecía lo fueron engullendo hasta dejarlo postrado en la cama. "Sin apenas salir de casa. Viendo la televisión, jugando a la consola. Y ahora esto. El cambio que estoy teniendo yo no sabía que era posible tenerlo".
Vive el protagonista de esta historia en un pequeño municipio llamado Turís. 6.600 habitantes, a 40 kilómetros de Valencia. Está allí con su familia. Sigue viviendo allí donde los suyos le han venido ayudando todos estos años. Antes precisaba de una furgoneta para los desplazamientos de larga distancia. Pero el cambio radical que ha experimentado le permite ya desplazarse a los sitios en automóvil.
Todo esto queda ya atrás, y Teo ha podido rehacer su vida tras la proeza alcanzada en el último año. Es mediodía cuando se produce la conversación con EL ESPAÑOL. Justo antes de la hora de comer. Entre sus nuevos hábitos ya incluye el emprender alguna que otra caminata matutina, con el objetivo de ejercitar su cuerpo y continuar con el plan establecido. Largos paseos en los que ponerse a prueba e ir recuperando el músculo que sustituya la grasa que va desapareciendo progresivamente de su cuerpo.
La mala experiencia en el hospital
Lo ocurrido hace un año con el hospital de Valencia todavía le hace revolverse ante la mala experiencia.No lo olvida. "Ahora ya me lo tomo mejor, pero el año pasado fue indignante. cuando el hospital me mandó para casa metido en un camión de mudanzas. No me trataron como a un animal. Me trataron como a un mueble". En aquel entonces el hospital decidió darle el alta en contra del criterio de la familia. Lo mandaron para casa, después de algunas semanas ingresado en un estado realmente crítico. Le llevaron a su vivienda metido, como él bien dice, en el típico camión de mudanzas. No había ambulancias adaptadas a su situación.
Lo volvieron a ingresar poco después. Comenzó un calvario de cuatro meses interno en los cuales perdió un total de 100 kilos, un primer paso para el que se ha producido ahora: que ha podido, por primera vez en mucho tiempo, bajar de la barrera de los 200.
Ha sido tras la operación a la que se sometió a mediados del pasado mes de mayo. Fue una cirugía de estómago. Se la practicó el afamado doctor Ballesta, experto en este tipo de casos. Todo salió bien, y pudo regresar a casa diez días después. Desde entonces prosigue con su régimen, con su reducción continuada de peso. Y con su vida.
-Me dijeron después de la operación que los primeros meses iba a alucinar bajando peso. Apenas ingieres alimento. El cuerpo está absorbiendo grasa, grasa y grasa. Ahora ya va a costar un poquito más, pero tenemos previsto que de trece a dieciséis meses se produzca ya la bajada total. Es decir, desde este mayo hasta septiembre del año que viene".
El punto de inflexión
El verano del año 2018 supuso el punto de inflexión para el protagonista de esta historia. Apenas lograba levantarse de la cama. Pasaba los días sin moverse, precisando a cada instante la ayuda de los suyos, incluso en las tareas más cotidianas. Recuerda incluso episodios de permanecer totalmente inconsciente. Lo llevaron al hospital en Valencia. Dice que allí quisieron darle el alta. "Me tuvieron dos semanas en una camilla en un pasillo de observación".
Su hermana fue quien accionó el mecanismo que lo detonó todo y que llevó a medios de todo el mundo a dirigir su atención hacía allí. Hacia la situación extrema de un joven que llegó a pesar en aquel momento, agosto de 2018, 396 kilos. "Fue ella quien se puso en contacto con el periódico El Levante. Escribieron un artículo. Al día siguiente todas las televisiones comenzaron a llamar.
La primera noticia del caso, la que saltó a todos los medios era sencilla: el hospital de Manises le mandaba para casa y se negaba a atenderle porque no contaba con los medios para ello. Ahí saltó todo.
La operación del doctor Ballesta
Un día de octubre del año pasado sonó el teléfono en la casa de Teo en Turís. Cogió alguien de la familia. Al otro lado de la línea se encontraba el doctor Carlos Ballesta, una eminencia en el ámbito de la cirugía de la obesidad. Había leído la historia en los periódicos y la había escuchado en las televisiones. "Por aquel entonces -dice Teófilo-, yo ya sabía que me tenían que operar, pero los hospitales públicos se negaron a intervenirme aquí en Valencia. Se pusieron en contacto con tres cirujanos en la comunidad y los tres rechazaron la operación por riesgo de que falleciese".
El doctor Ballesta contactó con la familia del chico. Deborah, la hermana, acudió a ver al especialista a Granada el pasado mes de octubre. "Él nos dijo que ya estaba para operar, y que había que operarme de urgencia", explica Teófilo. A los pocos días, el afamado doctor Ballesta volvió a levantar el teléfono. Esta vez, para hablar directamente con la persona a la que iba a operar. "El 23 de noviembre yo todavía estaba en el hospital de Manises y vio a verme allí. Me dijo que me iba a operar y que no nos iba a cobrar nada. Dijo: yo me encargo de Teo, no os preocupéis".
A partir de entonces comenzaron cinco meses de angustias. Teo volvió a casa. Había logrado despojarse de 100 kilos en su prolongada estancia en el hospital. Todo un otoño y hasta el inicio del invierno. Pero no resultaba suficiente. Era el momento de preparar la operación para que se produjese en las mejores condiciones. Y para que, además, llegase a buen puerto. "Se alargó durante todo ese tiempo. Yo ahora le debo mi vida, porque fue la única persona que quiso operarme. Todos tuvieron miedo menos él. Él, miedo, ninguno. Ya había operado a un chico de Cádiz que pesaba trescientos kilos. Ahora somos amigos. Estuvo en México hace unos años operando a otro joven. Es una autoridad en estas operaciones.
La operación se alargó durante tres horas y media. Consistía en insertar un bypass gástrico. Salió todo a la perfección. Luego Teo permaneció ingresado del 10 al 17 de mayo. Acude desde entonces a revisarse periódicamente al hospital.
Una infancia muy difícil
"No es lo mismo estar ingresado en el hospital que en casa. No tienes la nevera". Estos últimos meses en casa desde la operación han resultado difíciles, pero ha seguido perdiendo peso. Hasta 70 kilos en total. Su rutina ha cambiado por completo. Se pasa mucho por la piscina para cuidar la espalda, para tonificar. Mueve piernas, brazos. El objetivo es recuperar músculo y sustituir la grasa. "Lo estoy llevando muy bien".
Desde entonces come poco. De todo, pero poco. Solo tres comidas al día. "Como mucho me desayuno un zumo, porque un bollo no me entra. Y carnes tampoco".
El origen de la enfermedad de Teo se localiza en su época de infancia. A los ocho años le detectaron el problema en el tiroides y ya advirtieron a su madre de que lo iba a pasar mal, de que iba a aumentar de peso con una enorme facilidad. "La infancia la pasé muy mal, sobre todo en el colegio. La gente era muy mala. Sí que he sido muy feliz con mi familia. Estamos todos muy unidos, y en gran medida por su esfuerzo y sacrificio. Por todo lo que mee han ayudado".
Ahora Teo ya puede salir a comprarse ropa, algo que antes resultaba utópico para él. Todas sus prendas se las tenían que confeccionar a mano, ya que en las tiendas no había tallas para él. "Pero el otro día pasé por delante de una y entré a comprarme un pantalón. Más de quince años sin poderme comprar ropa en una tienda". Un gesto sencillo y cotidiano.