Las rejas en las ventanas de Altavista, en el municipio de San Martín, dan una idea de lo asfixiante que es la vida en esta urbanización aledaña a la capital de El Salvador, una de las más problemáticas de todo el país centroamericano. Los barrotes convierten las viviendas en una prisión, pero también en el único refugio donde guarecerse de las pandillas que controlan este barrio obrero a base de extorsión, crimen y amenaza. En una de estas casitas, recubierta de ladrillo verde, vivían Oscar Martínez, Tania Vanessa Ávalos y su bebé Valeria. Oteando el mundo que le esperaba a su hija a través de esas verjas, el joven matrimonio decidió que lo mejor para ellos sería seguir los pasos de tantos otros salvadoreños: escapar.
Tania, de 21 años, llamaba cariñosamente a su marido 'sequito', por lo delgado que estaba. A sus 25 años, Óscar ya cargaba sobre sus hombros el peso de una familia. Trabajaba como cocinero en una pizzería del municipio de Ilopango, al este de San Salvador. Su escaso sueldo era lo único que los mantenía a flote, porque su esposa acababa de dejar su trabajo de cajera en un restaurante chino para poder cuidar a Valeria, su primer bebé, de apenas dos años.
La historia de esta pareja es parecida a la de cientos de ciudadanos de El Salvador, Honduras o Guatemala que un día hacen la maleta para huir de una vida de pobreza rodeada de violencia. En el caso de Óscar y Tania, el cobijo lo tenían garantizado bajos el techo de Rosa Ramírez, la madre del joven. Les había cedido el dormitorio más amplio de los dos con los que cuenta su vivienda para que estuvieran lo más cómodos posible con su hija. Sin embargo, ellos querían formar su propio hogar, en una zona segura donde prosperar y criar a su gorda, que era como llamaban a la pequeña Valeria. Y a ser posible, en los Estados Unidos, un país donde en una semana se puede ganar más dinero que en un mes en El Salvador.
La idea que les rondaba por la cabeza no era nueva. Muchos vecinos ya se habían unido a las caravanas de migrantes para tratar de alcanzar ese sueño americano, del que les separaban más de dos mil kilómetros. Y muchos habían logrado entrar en EEUU, antes de que la administración norteamericana comenzara a levantar un muro burocrático, a falta de hormigón, para frenar la llegada de irregulares poniendo trabas al proceso de solicitud de asilo.
Pese a estas dificultades, su plan estaba trazado, atravesar México hasta llegar a la frontera estadounidense, pedir asilo, cruzar al otro lado y entrar en contacto con los familiares que ya vivían allí, como Carlos Alberto, el hermano de Óscar, que aguardaba dispuesto a ayudarles. Una vez instalados, encontrarían trabajo, ahorrarían dinero y comprarían una casa.
La madre de Óscar, en cambio, no lo veía tan claro. “Desde que me dijo que se querían ir, le pedí que no lo hiciera”, recuerda Rosa Ramírez, en declaraciones a varios medios en su domicilio tras la tragedia. “Tenía una mala sensación, como una premonición. Como madre, sentí que podía pasar algo”.
“Hijo, no te vayas. Pero si te vas, déjame la niña”, le rogó Rosa cuando le dio a conocer su intención de emigrar al norte.
“No, mamá. ¿Cómo puedes pensar que la voy a dejar aquí?”, replicó él, según recuerda su madre.
La imagen del éxodo de Centroamérica
Antes de partir, Óscar vendió su motocicleta y pidió dinero prestado para costear el viaje. Cuando lo consiguió, el pasado 3 de abril, el matrimonio y la pequeña de 23 meses dejaron atrás su vida en El Salvador. Enfilaron el camino que muchos otros centroamericanos habían emprendido antes, sin sospechar que su aventura acabaría casi tres meses después, el pasado domingo, en el Río Bravo, frontera natural entre los dos países, con Tania contemplando desde la orilla mexicana cómo el agua se llevaba la vida de su marido y a su bebé.
“Decían que tenían miedo por cómo se estaba poniendo la situación (en México) con los migrantes por la presión de Trump; por eso decidieron cruzar el río. La idea de ellos era entregarse a la migración de Estados Unidos”, afirmó a El Diario de Hoy de El Salvador Wendy, hermana de Óscar. Su hermano se lo había comentado aquel mismo domingo, a las 13.38, a través de Facebook. Nunca volvieron a contactar.
Sus cadáveres aparecieron este lunes. Un fotógrafo los inmortalizó en una instantánea que ya se ha convertido en símbolo del éxodo centroamericano y ha devuelto a Washington el debate sobre la crisis migratoria, que promete ser eje de la campaña presidencial de 2020.
Esa imagen, cuya publicación también ha generado controversia entre los medios, es la que ha evitado que la muerte de este padre y su hija haya pasado inadvertida en la prensa norteamericana. Sin ella, su caso habría sido una cifra más que añadir a la lista de bajas e incidencias del drama de la frontera sur, que en 2018 se cobró la vida de 283 personas que intentaban cruzar, 96 de ellas perecieron en el Valle del Río Bravo.
La fotografía, publicada primero por el diario mexicano La Jornada y luego distribuida por AP, saltó a todos los medios nacionales e internacionales, que la compararon inevitablemente con el caso de Elian, el pequeño sirio cuya muerte también fue fotografiada y conmovió al mundo en 2015.
De momento, según ha comentado la familia, lo que movió a Óscar y Tania a salir de El Salvador fueron razones económicas, no el miedo a la violencia. De hecho, su madre asegura que el barrio estaba tranquilo últimamente y que no habían tenido enfrentamientos con las pandillas. Sin embargo, el relato de esta historia quedaría incompleto sin esbozar la realidad que anhelaban dejar atrás: la urbanización Altavista, en el municipio de San Martín.
En su barrio, más pandillero que policía
En esta zona próxima a la capital salvadoreña, se calcula que hay un pandillero por cada 533 habitantes, mientras que sólo se cuenta un policía por cada 2.000. Eso sin contar con los afines a los miembros de estas bandas, es decir, padres, hermanos, parejas y otros amigos de estos delincuentes que proporcionan información y vigilan todo lo que se mueve.
Ante esta situación, las extorsiones a los comercios son una constante, así como las amenazas para aquellos que no acceden a las peticiones de los mafiosos. Así lo recogía a finales de 2017 El Diario de Hoy de El Salvador.
Óscar y Tania no habían tenido roces hasta ahora con las pandillas, según afirma su madre, pero querían una vida mejor. Dejaron atrás la mayoría de sus pertenencias y alguno de los juguetes de la pequeña Valeria a cargo de su abuela y emprendieron el camino. “Era su sueño, un buen futuro para su familia”, recuerda ella.
Salieron de El Salvador y atravesaron Guatemala y México. Una vez en suelo allí, su primera parada fue Tapachula, en el estado de Chiapas. Allí se quedaron dos meses hasta que lograron un visado humanitario para permanecer legalmente en el país, a la espera de poder acudir al norte, a pedir asilo en un puesto fronterizo de EEUU, según recoge AFP, que ha rastreado el trayecto que hizo la familia.
Con la idea cumplir el último tramo, se dirigieron hacia la ciudad de Matamoros, a la que sólo separa de Bronsville (Texas) el Río Bravo. En este camino los acompañó otro salvadoreño de 19 años, Milton Paredes.
Un muro de burocracia
El pasado domingo se precipitaron los acontecimientos. La pareja acudió a la oficina del paso fronterizo del Puente Nuevo, según comenta Paredes a AFP. Sabiendo de las limitaciones que había impuesto la administración Trump al trámite de peticiones de asilo, querían asegurarse de conseguir un hueco para inscribirse.
Las restricciones al número de peticiones tramitadas es una de las barreras burocráticas que, a falta de muro, el presidente norteamericano ha levantado para desincentivar la llegada de centroamericanos desde finales de 2018.
Hasta entonces, si un emigrante presentaba una solicitud de asilo en la frontera, generalmente podía permanecer en EEUU, bajo custodia o en libertad, mientras se resolvía judicialmente su expediente, lo que podía llevar meses. Esta era una forma de garantizarse, al menos a corto plazo, la entrada a los EEUU.
El sistema comenzó a verse desbordado tras la llegada las primeras caravanas con miles de centroamericanos, que acabaron saturando los centros de custodia y acogida del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, también conocido como ICE. La pasada primavera ya atendían a más de 50.000 personas, cuando su límite es de 45.000.
A esto se suma que en enero, Trump puso en marcha el Protocolo de Protección de Migrantes (MPP por sus siglas en inglés), también conocido como política de espera en México. Desde entonces, la mayoría de centroamericanos tienen que aguardar a que se resuelva su petición de asilo en territorio mexicano, en lugar de en EEUU. Esto ha llevado a muchas organizaciones a denunciar la peligrosidad para este colectivo de las ciudades fronterizas mexicanas.
Óscar y Tania ni siquiera tuvieron la oportunidad de iniciar el proceso, porque la oficina del Puente Nuevo estaba cerrada hasta el lunes. Ante esta situación, según relata Paredes y la hermana de Óscar, decidieron que cruzarían el río a nado para entregarse a la policía al otro lado de la frontera y pedir asilo allí.
El criminal Río Bravo
Volvieron cerca del puente, en una zona donde el agua parecía tranquila. La distancia era de unos 30 metros. Creían que podrían conseguirlo sin problemas. Sin embargo, el plan fallaba en un punto, que el peligro los esperaba bajo la superficie, por las fuertes corrientes.
“No te vayas a arriesgar a pasar el río con una niña, es muy peligroso, ese río es muy criminal”, le advirtió Carlos Alberto, hermano mayor de Óscar, que lo esperaba en EEUU, y que habló con él antes del trágico desenlace.
No le hicieron caso. Se dividieron en dos grupos y entraron al agua. Óscar se echó a su espalda a Valeria, dentro de su camiseta, mientras que Tania lo intentó con el otro salvadoreño. La joven y su compatriota tuvieron que darse la vuelta ante la fuerza de la corriente. Cuando regresaron a la orilla mexicana, vieron cómo el río arrastraba a su marido y su hija. Ella sólo pudo gritar.
Alertados por la esposa, las autoridades mexicanas iniciaron la búsqueda del padre y el bebé, pero tuvieron que desistir al anochecer. Los cuerpos aparecieron a la mañana siguiente hinchados por la descomposición, según detalló Protección Civil de Matamoros.
"A los que están pensando en emigrar (a EEUU), les diría que deberían pensárselo, porque no todos pueden vivir ese sueño americano del que escuchan”, comenta la madre de Óscar tras saber de la muerte de su hijo y su nieta. “Esa imagen es impactante, pero al mismo tiempo me llena de ternura, porque en ningún momento la soltó. La protegió. Murieron en los brazos del otro”, añade.
Tres niños ahogados más
El padre de Óscar, José Martínez, habló por teléfono con su hijo el viernes, y pensaba que todo iba bien. “Había estado en México por unos días, y todo había ido maravillosamente”, comenta. La situación era otra.
Según el diario mexicano La Jornada, eran miles los inmigrantes que deambulaban en los alrededores del punto fronterizo de Matamoros esperando para ser llamados y presentar su solicitud de asilo, mientras que sólo se daban unas tres citas a la semana. Según este medio, las condiciones de estas personas era pésimas. “Pasando hambre y hacinamiento, y bajo temperaturas de hasta 45 grados centígrados, los migrantes esperan la oportunidad de ser escuchados y lograr mejores condiciones de vida”. Óscar y Tania no quisieron pasar por aquello.
Los cadáveres serán repatriados a El Salvador gracias a que el presidente, Nayib Bukele, se ha comprometido a financiarlo. De lo contrario, la familia necesitaría reunir entre 7.000 y 8.000 dólares, una cantidad con la que no contaban.
Ese mismo fin de semana, según publica el Washington Post, los agentes de la Patrulla Fronteriza encontraron cuatro cuerpos más, tres de ellos niños, cerca de una sección del río, al oeste de Brownsville. A principios de mayo, también hallaron el cadáver de un bebé de 10 meses. De ellos no hubo foto, ni amplios reportajes, ni debate.