Flashback. Mediados de junio de 1995. La noche ya ha caído sobre el verano de París. Entre las brumas asoma una maleta flotando en las aguas del río Sena a su paso por los Campos Elíseos. Varios viandantes que pasean por los alrededores, sorprendidos por el hallazgo, llaman a la Policía gala, que al instante se presenta allí pensando que puede ser la chica que buscan desde hace varios días. Con esfuerzo y la ayuda de varios buzos los agentes sacan a la superficie aquel bulto. Su desproporcionado peso les hace estar casi convencidos de que es ella.
Al abrir la maleta, los policías encuentran en su interior el cuerpo decapitado y desmembrado de una mujer joven. Tras practicarle la autopsia, los forenses concluyen que el cadáver es el de Corinne di Dio, una parisina de 32 años a la que se le ha perdido el rastro tres días antes, el tiempo que lleva sin pisar la empresa en la que trabaja como administrativa.
La Policía Científica gala halla varias huellas cuando analiza la maleta y el cuerpo en busca de pistas que le lleven al asesino. Los investigadores llegan a la conclusión de que pertenecen a un varón, pero son incapaces de ponerle rostro y nombre ya que no tiene antecedentes en Francia y, por lo tanto, no está incluido en ningún fichero de delincuentes con el que cotejar las huellas.
Durante los días posteriores los agentes llaman a declarar al entorno de Corinne: compañeros de oficina, amigos, familiares... Y también a su antigua pareja, Antonio, un belga de padres españoles que emigraron a Charleroi a mediados de la década de los años 50. Aunque en ese momento la relación amorosa entre ambos está rota desde hace meses, la fallecida y él, que trabaja en un mercado de París, tienen un hijo en común de 4 años. De ahí que a los policías les sea necesario interrogar al ex.
Pero no tienen suerte. Los investigadores no imputan el delito a nadie tras escuchar a Antonio y al resto de su entorno. No encuentran nada sólido para hacerlo. Pasan los meses y la Policía francesa va perdiendo las esperanzas de encontrar al autor de tan macabro hallazgo. Durante los siguientes 22 años el caso permanecerá dentro de un cajón polvoriento de una comisaría parisina.
Flashforward. Sábado 11 de noviembre de 2017. 10.15 horas de la mañana. Un hombre con gafas y pelo ralo que viste vaqueros y chaqueta azul sale del portal número 2 de la calle Herradura de Utrera (Sevilla). Va acompañado de un varón algo mayor que él. Varios policías españoles enviados desde Madrid los interceptan cuando ambos se disponen a subirse a bordo de un moderno Chrevrolet. Uno de ellos, Antonio Márquez Gómez, de 57 años, resulta detenido. Su acompañante, Ángel, que es su hermano mayor, queda libre.
Pocos minutos después de su detención, a 525 kilómetros de distancia, suena el teléfono de Pedro Agudo en su despacho en el sótano de los juzgados madrileños de Plaza de Castilla. Es el inspector jefe de la Unidad Adscrita a los Tribunales de la Policía Nacional. Agudo dirige un grupo de medio centenar de agentes. La mayoría, especialistas: extranjería, transporte, seguridad ciudadana, policía científica, judicial, GEOS… Son los mejores en lo suyo. “Jefe, lo tenemos. Es nuestro”, le dice su intercolutor.
“Por fin”, pensó Agudo en sus adentros. Había caído el descuartizador del Sena. Hombre de mil rostros obsesionado con su seguridad, resultaba ser Antonio, el ex de Corinne, de quien las autoridades galas sospecharon desde el primer momento.
En España, Antonio Márquez era un delincuente de largo historial con varios pasos por prisión: fue un atracador de bancos en los 80 que solía disfrazarse para dar sus palos, había ‘trabajado’ como narcotraficante… Ahora, junto a su hermano Ángel, tenía una plantación indoor de marihuana en El Palmar de Troya, a 10 de kilómetros de Utrera. Era su gran sustento. Ambos se cobijaban en un piso alquilado a nombres de sus padres, que residen en Gandía (Valencia). A ellos les desviaban también los recibos de luz y agua. Del patriarca era el Chevrolet con el que se movían. Todo para tratar de no dejar rastro.
Tuvo un hijo con Corinne en 1991
Antonio Márquez Gómez nació en Charleroi (Bélgica) el 13 de octubre de 1960. Sus padres, Francisco y Encarnación, habían emigrado unos años antes en busca de trabajo al país centroeuropeo. Por ese entonces ya tenían otro hijo, Ángel, nacido en 1955 en Sevilla, de donde procede la familia.
Antonio creció en la ciudad belga hasta la adolescencia. Siendo un veinteañero, él, su hermano y sus padres retornan a España, donde poco después, sin trabajo ni estudios, dará el salto a la delincuencia, un mundo que ya no abandonaría jamás. A finales de la década de los años 80 del siglo pasado Antonio se convirtió en un peligroso delincuente. Siempre disfrazado con pelucas y vestimentas engañosas, cometió varios robos con arma de fuego en bancos de Madrid y de Andalucía. Aquello le llevó a pasar entre rejas poco más de cuatro años.
Cuando sale de prisión, Antonio decide probar suerte en Francia. Piensa que la será fácil empezar una nueva vida: le ayudará el hecho de que habla perfectamente el idioma del país vecino. Instalado en París, donde encuentra empleo en un supermercado, conoce a Corinne, con quien inicia una relación. En 1991 Antonio y Corinne tienen un hijo al que llaman Román.
Tras el nacimiento del vástago, la relación entre ambos empeora y Antonio toma una decisión drástica: rompe con Corinne y se marcha de Francia. Pero se lleva con él a su hijo. La Justicia gala determina que incurre en una sustracción de menores y solicita su extradición a Francia. Tras detenerlo en España, en 1994, Antonio retorna a París, donde le imponen pena de prisión. Pasa menos de un año entre rejas.
Cuando vuelve a quedar libre, retorna a España. Pero se la tiene jurada a la madre de su hijo, del que no quiere separarse de ningún modo. En junio de 1995, una mañana Corinne sale de su apartamento de París para ir a su puesto de trabajo como administrativa. Pero no llega a la empresa en la que trabaja. Su entorno denuncia y, tres días después, su cadáver aparece descabezado y desmembrado dentro de una maleta que flota sobre las aguas del río Sena.
Los investigadores policiales encuentran huellas dubitativas -no concluyentes- en la parte exterior del bulto, en la tela interior y también en el cuerpo de la asesinada. Saben que pertenecen a un varón, pero no conocen quién: la tecnología que por ese entonces usa la Policía no es tan avanzada y las huellas tampoco aparecen en ningún archivo de delincuentes. El caso se archiva y el tiempo deja caer una losa sobre él.
Actúa la Fiscalía internacional
20 años después del asesinato de Corinne di Dio, en 1995, un equipo de la Policía parisina retoma casos irresueltos hasta la fecha. Uno es el hallazgo del cuerpo decapitado y desmembrado en el Sena. Los agentes, dos décadas después, siguen pensando que el autor del asesinato es Antonio, el belga de padres españoles con el que la mujer tenía un hijo.
Las autoridades francesas piden que se le ubique y se le detenga. Sospechan que está en España, donde ha sido condenado en varias ocasiones por narcotráfico. Además, sobre las espaldas de Antonio pesa una orden de busca y captura para cumplir una pena de cuatro años de prisión y el pago de 4 millones de euros que le impuso la Audiencia Provincial de Almería en octubre de 2012.
A Antonio Márquez se le condenó por liderar, junto a su hermano Ángel, una banda de narcos que pretendía introducir en las costas andaluzas 78 fardos de hachís procedentes de Marruecos. En total, 2.335 kilos de droga que en el mercado ilegal habrían alcanzado un valor de 3,2 millones de euros. La Guardia Civil abortó el alijo y detuvo a los traficantes. Antonio consiguió salir en libertad provisional a la espera de juicio y se convirtió en un fugitivo.
El Inspector Agudo asume el caso en abril de 2017
Tras la petición de las autoridades galas, en abril de 2017 llega una comisión rogatoria a los juzgados de Plaza de Castilla, en Madrid, de la que se hace cargo Pedro Agudo, jefe de la unidad adscrita a dichos tribunales. “En ese momento tengo poco margen de maniobra”, dice Agudo este miércoles, cuando a primera hora de la mañana se cita con el reportero. “La orden de busca y captura finalizaba en marzo de 2018 y, por otro lado, la ley de criminalidad francesa también me apremia: el delito prescribe en 2018, a los 23 años, con los agravantes del delito (desmembramiento…). Teníamos que detenerlo antes, pero no sabíamos dónde estaba”.
La Policía española se pone a trabajar de inmediato, pero el inspector, perro viejo, sabe que el fugitivo mantiene unas medidas de seguridad “extremas”. “Aunque piensa que lo de Francia es algo olvidado, sabe que aquí se le busca por la condena que tiene que cumplir”.
Tras recibir el encargo desde Francia, Pedro Agudo encarga a varios miembros de su equipo que centren sus esfuerzos en el hijo que Antonio y Corinne tienen en común. Tras el asesinato de su madre, Román se instaló en España con su padre, del que desconocía su oscuro secreto. Los investigadores saben que padre e hijo siguen teniendo relación y que, aunque no se ven con frecuencia, de vez en cuando se llaman. “Pienso -dice Agudo- que en algún momento tienen que ponerse en contacto. O se ven o se llaman. Por eso fijo tres fechas clave: el día de cumpleaños del hijo, que es en julio, el 24 y el 31 de diciembre. La flauta sonó pronto”.
Comete un error: llama a su hijo para felicitarlo
Los chicos de Agudo ‘pincharon’ el teléfono de Román, que hoy en día tiene 26 años y reside en Madrid. En junio de este año registraron una llamada desde un número asociado a una tarjeta de pago. El interlocutor de Román era una voz masculina al que llamaba “papá”, a la que le preguntaba cómo estaba, le decía que quería verle, le pedía que no arriesgara mucho y de la que se despedía con un “ten cuidado”.
Antonio cometió un error después de mucho tiempo. Ese día llamó a su hijo para felicitarle por su cumpleaños. “Salió el padre que lleva dentro. Es un delincuente, pero quiere con locura al chaval”.
Tras monitorear el teléfono del que llamaba Antonio Márquez, la Policía española supo que se movía por la provincia de Sevilla, donde se va mudando de piso en piso cada tres o cuatro meses. Antes de Utrera, él y su hermano habían pasado por San Juan de Aznalfarache, Alcalá de Guadaíra… Miembros del equipo de Pedro Agudo se desplazaron hasta tierras sevillanas. Tras dar con la llamada al hijo supieron que en agosto de este año él, su hermano y la pareja de éste, de origen bielorruso, se habían instalado en el bajo C del número 2 de la calle Herradura de Utrera.
En el contrato del alquiler del piso, en los recibos de luz y agua y hasta en el buzón aparecían los nombres de sus padres, Francisco Márquez y Encarnación Gómez, cuya residencia real está en Gandía (Valencia). Desde allí mandaban dinero y comida a sus hijos a través de envíos por Correos. La vivienda en la que Antonio se instaló está situada justo al lado de la puerta del ascensor por el que él y su hermano accedían al garaje donde estaba aparcado el Chevrolet. Era una forma idónea de salir del edificio sin apenas ser vistos por los vecinos.
“Antonio y Ángel tenían una plantación indoor en El Palmar de Troya, la cual visitaban juntos de vez en cuando. Durante los seguimientos comprobamos que Antonio sólo salía para tomar café alguna mañana, ir a la plantación y comprar en el súper. El resto del día hacía vida de claustro”, cuenta Pedro Agudo.
Antonio Márquez estaba obsesionado con su seguridad. Cada mañana, antes de salir a la calle, reconocía la zona desde la puerta de entrada al edificio. A veces usaba gorros, en ocasiones gafas de sol… Seguía el ‘modus operandi’ de cuando era atracador de bancos, siempre intentando disimular parte del rostro. Tampoco conducía. Cuando salía en coche junto a su hermano se sentaba en el asiento del copiloto. Temía que la Guardia Civil de Tráfico le diera el alto en algún control y que lo identificaran. “Es un tipo listo”, reconoce el inspector jefe. “No se trata de un delincuente de medio pelo”.
Los vecinos: "Ha sido un fantasma"
A los pocos días de la detención de Antonio Márquez, este reportero visitó la zona en la que vivía oculto el descuartizador del Sena. En el número 2 de la calle Herradura nadie sabía que durante los últimos cuatro meses allí había estado un asesino. "¿Aquí, debajo de mi casa? No me lo puedo creer", dice el presidente de la comunidad de vecinos. "Ahí, en el bajo C, no puede ser. Vive un hombre con su pareja", asegura ahora su mujer. "Señora, se lo garantizo", le responde el periodista. "Pues habrá sido como un fantasma", espeta la señora.
Pero sí, el asesino ha pasado por aquí. Ahora la Policía está cotejando las huellas con aquellas que encontraron los agentes galos hace 22 años en la maleta y en el cuerpo de su ex. En pocos días será extraditado a Francia. Suerte que se le ha detenido. "Nos confesó que en dos semanas tenía previsto cambiar de piso", confiesa el inspector Agudo.