Son pocos (por no decir menos) los gallegos que no han tenido contacto alguno con el ritual de la queimada. Este proceso, de discutido origen, llega a nuestros días como un símbolo de orgullo y de reafirmación de una sociedad, la gallega, fuertemente influenciada por un imaginario único, fruto de su localización privilegiada y de la mezcla de culturas que han dado forma a su historia desde sus comienzos.
Para aquellos que todavía son novatos en esto de los conjuros, debemos decir que la queimada se trata de una bebida alcohólica que lleva consigo la ardua tarea de combatir maleficios y de la que se dice que funciona como protección contra seres malvados. Su origen se suele atribuir a las poblaciones celtas que habitaron Galicia, aunque se haya confirmado que esta posibilidad no es cierta, ya que el aguardiente (principal ingrediente de esta bebida) no podía ser destilado hasta la llegada del alambique a nuestras tierras, ya por el siglo XII. Por lo tanto, el origen de la queimada se suele situar un poco más cerca de nuestro tiempo en el eje cronológico, durante la Edad Media (que es cuando también se introdujo el azúcar de caña, otro ingrediente principal de la receta).
También se baraja la posibilidad de que sea una evolución natural fruto del gran consumo de aguardiente que se realizaba en la Galicia rural, ya que tenía fama de medicina. El antropólogo Xosé Manuel González Reboredo plantea que sobre los años 50 se comienza a consumir esta bebida en reuniones sociales y familiares, a modo de festejo o de colofón tras una contundente cena. Una tradición que no tardó en popularizarse, ya que propició la aparición de los icónicos recipientes de barro, ideados especialmente para esta receta.
A pesar de que su supuesto origen celta es bastante discutido, la queimada sigue guardando el misticismo y simbolismo de la cultura castrexa. Se dice que la queimada simboliza los cuatro elementos, la tierra, el agua, el aire y el fuego; que tenían gran importancia en las culturas antiguas. La tierra viene representada por el pote de barro cocido, el agua por el aguardiente y el aire por donde subirán y se multiplicarán las llamas. El fuego es, por tanto, el gran protagonista, ya que se supone que purificará las almas de aquellos que beban la queimada y que será el encargado de proteger a los consumidores de cualquier tipo de meigallo.
De hecho, el componente mágico se muestra en todo su esplendor cuando se pronuncia el tradicional conjuro: “Mouchos, coruxas, sapos e bruxas…”, mientras se realiza la queimada. Este poema de tinte fantástico tiene un origen mucho más cercano, ya que fue creado en Vigo, en el año 1967, por Mariano Marcos Abalo. El conjuro tuvo tanto éxito que comenzó a distribuirse por toda Galicia sin la autorización de su autor, algo que consiguió arreglar en el año 2001 tras registrar la propiedad intelectual del mismo. Ahora, este conjuro que busca echar fuera cualquier tipo de maleficio y espíritu maligno es ya un tesoro popular.
La queimada se ha convertido con el paso de los años en un evento social en sí mismo, por lo espectacular de su elaboración y por el componente místico que guarda. El momento ideal para realizar este rito es el verano, ya que es preferente realizar la queimada en un sitio al aire libre (para ahorrarnos posibles disgustos) y por la noche, donde las llamas de la queimada muestran todo su esplendor. Es tradicional tomarla durante la noche de San Juan, aunque cualquier momento es bueno para echar fuera los males de ojo, sobre todo ahora que las reuniones sociales son tan limitadas y los momentos compartidos son tan pocos.
Pero ¿cómo realizamos nuestra propia queimada? Lo primero es tener una de las llamativas potas de barro cocido, con un buen cucharón y unas tazas o vasos (también de barro) para servir a las personas invitadas a la mesa. Es imprescindible contar con un aguardiente de gran calidad, para asegurarnos una buena combustión y un sabor final embriagador y dulce. También necesitaremos azúcar, unos 120-150 gramos por litro de aguardiente. Por supuesto, no pueden faltar la ralladura de naranja y de limón, y hay quien le suele echar granos de café (sin moler) o incluso piezas de fruta, como manzana o uva (aunque esto es un sacrilegio para los más puristas de esta bebida).
La preparación es relativamente sencilla, aunque siempre hemos de ir con cuidado de no quemarnos. El primer paso consiste en añadir el azúcar y el aguardiente en el recipiente de barro, donde añadiremos también las peladuras de limón y naranja. Para plantar el fuego nos serviremos del cucharón, donde pondremos un poco de azúcar con aguardiente y le prenderemos fuego. En cuanto se estabilice la llama, acercamos el cucharón al recipiente de la queimada para que empiece a arder toda la mezcla. Vamos removiendo poco a poco, sin llegar al fondo. Si queremos impresionar aun más a los comensales, podemos levantar el cucharón para crear pequeñas cascadas de fuego (pero con cuidado, que nos conocemos). Añadimos durante este proceso los granos de café, y comenzamos a remover el fondo, que es donde se habrá depositado el azúcar.
A medida que la llama se va consumiendo, es de obligado cumplimiento recitar el conjuro para que las propiedades curativas y protectoras de la queimada funcionen. Dependiendo de cuándo apaguemos el fuego (podemos forzarlo con una tapa), el resultado final estará más o menos fuerte. La manera más tradicional es esperar a que el alcohol esté casi consumido y apagarlo con un soplido. Se trata de una bebida que se sirve caliente, por lo que es necesario contar con un recipiente que aguante bien el calor (normalmente unos vasos de barro cocido). Finalmente, solo nos queda disfrutar una bebida dulce, que reconforta el cuerpo (y el alma, según los celtas). Una tradición que sigue y seguirá viva a golpe de aguardiente. Meigas fora!