La escritora Susan Sontag abordaba en uno de sus textos la belleza en la obra de Walt Whitman, quien intentaba encontrarla en “cada objeto, condición, combinación o proceso”. Esta búsqueda le llevaba a plantearse la trivialidad de la vida como conjunto de momentos arbitrarios de los cuales algunos son bellos y otros no. Es precisamente esa arbitrariedad la que Sontag analiza determinando que resulta complejo discernir los buenos y malos momento, o los hermosos si en todo hubiese belleza.
“No dudo que la majestad y belleza del mundo están latentes en cualquier minucia del mundo […] No dudo que, en las trivialidades, insectos, personas comunes, esclavos, enanos, malezas, desperdicios hay mucho más de lo que yo suponía” Walt Whitman
Las pequeñas diferencias son capaces de crear el dibujo de una realidad heterogénea en la que no todo es hermoso. En la ciudad, los contrastes y las diferencias construyen una belleza que solo es comprensible desde una perspectiva global. La mirada distanciada es capaz de entender el conjunto sin deslizarse en los pequeños detalles. Es sólo cuando, al comparar las instantáneas fijadas en pequeños rincones, que se produce el análisis emocional por contraste. Es cierto que en todos se puede atisbar un matiz de belleza, especialmente al razonar de manera pausada los elementos que lo componen, porque siempre hay algo que resuena con las emociones personales. Este criterio perceptivo de la arquitectura crea una jerarquía entre obras, de tal manera que los lenguajes se asocian no sólo a diferentes usos, sino también a ciertas categorías sociales. Las diferentes etapas de la historia se han apoyado en los lenguajes arquitectónicos para definir su identidad. Pero esta afirmación solo es válida para obras cultas o cierta clase social. En este sentido, la arquitectura vernácula desaparece de la historiografía hasta ser recuperada a mediados del siglo XX con exposiciones como la ‘arquitectura sin arquitectos’ de Bernard Rudofsky.
“Salvo las paredes –continúa Teresa–, apenas queda nada de la casa que tu conociste. A menudo me pregunto dónde habrá ido a parar todo lo que en ella guardábamos. No lo digo con nostalgia, después de lo que nos ha tocado vivir en estos últimos años. Pero a veces, cuando miro a mi alrededor y descubro tantas ausencias y al mismo tiempo tanta tristeza, algo me dice que quizá con ella se fue nuestra capacidad para sentir de verdad la vida. Ni siquiera sé si esta carta llegará a tus manos. Las noticias que recibimos de fuera son tan pocas y tan confusas. Por favor escribe pronto, que sepa que aún vives. Recibe todo mi cariño. Teresa”. El espíritu de la colmena, Victor Erice
Arquitectura que construye sociedades
Durante la dictadura española, especialmente en su primer periodo, el referido como la autarquía, la escasez de medios y el impacto emocional de la posguerra crean una atmósfera en la que la arquitectura se convierte en el reflejo de la construcción de una nueva sociedad. En esta etapa de escasez, se produce una mayor polarización social, en la que una parte de la sociedad, beneficiada tras la guerra y otra, la perjudicada, se ven cada vez más distanciadas. La separación entre ambas se pone de manifiesto no sólo en las dimensiones más visibles de día a día, sino también en aquellas que parecen difuminarse en un segundo plano, construyendo una estructura social que poco a poco se consolidaría.
En la etapa de la autarquía se produce un esfuerzo de reconstrucción del país que aprovecha la circunstancia para crear un nuevo contexto social en base a los principios de la dictadura. Se construye tejido residencial como los poblados de colonización y otras actuaciones de crecimiento urbano, pero también obra pública como edificios docentes o sanitarios. El lenguaje arquitectónico se adapta a cada una de las intervenciones, de tal forma que se crea un ‘estilo’ para cada actuación en función a su contexto social. Además, aparece una nueva arquitectura monumental de referencias herrerianas. Los edificios públicos de tipo sanitario o docente se ven afectados por esta concepción lingüística y adaptan su lenguaje a la clase social a la que van dirigidos, es decir, los colegios públicos presentaban una arquitectura más modesta que los privados, y de la misma forma los sanatorios públicos eran obras más sencillas que los privados. La posibilidad de acceder a enseñanza o sanidad de pago se estableció como una diferencia social determinante en tiempos de polarización. La estética distintiva entre unos y otros asocia el lenguaje arquitectónico a la clase social y de forma subliminal indica a quienes la habitarán una posición concreta.
El Sanatorio de Riazor
En A Coruña, la arquitectura de los sanatorios es una tipología que tiene una larga historiografía. La posición privilegiada de la ciudad frente al mar, la designó como muchas otras, como lugar perfecto para curar ciertas dolencias. Además de esta condición, la ciudad contaba con varios sanatorios independientes públicos y privados según diferentes especialidades o atención primaria. Muchos de ellos eran pequeñas construcciones de principios de siglo XX asociadas a las actividades industriales. En el barrio de Ciudad Jardín, se construyeron algunos equipamientos sanitarios de pequeña escala. Entre ellos destacan el Sanatorio Modelo de Antonio Tenreiro (1944) y el Sanatorio Larrea de Antonio Vicens Moltó (1945). El Sanatorio Modelo ha sido transformado y ampliado respecto a la obra original, sin embargo, el Sanatorio Larrea mantiene su integridad estética.
Proyectado por el arquitecto Antonio Vicens Moltó, el Sanatorio de Riazor (nºLa c6 avenida de la Habana), posteriormente conocido como Sanatorio Larrea (debido a la presencia de este prestigioso profesional), fue construido en 1945. El edificio sigue una tipología sanitaria específica que, además, se inserta en un contexto urbano considerado ‘higiéncio’ al encontrarse dentro de Ciudad Jardín, y mostrando a través de este conjunto de factores y una estética racionalista limpia la adhesión del edificio a una clase social alta. El edificio refleja a través de su estética dos aspectos fundamentales, por una parte, la humildad constructiva de la escasez material de posguerra y por otra, una imagen sobria pero vanguardista que muestre el enfoque social hacia una clase alta. De hecho, lo singular de esta obra radica precisamente en la consecución de una obra de aspecto moderno, capaz de mostrar riqueza con muy pocos medios.
El edificio presenta una organización en ‘L’ para permitir la mayor penetración de luz natural, y la ventilación. La orientación del edificio también tiene que ver con esta condición higienista que se estableció desde principios del siglo XX. Todo el volumen se construye con hormigón armado, al igual que el cercano Sanatorio Modelo, un tipo de hormigón pobre con un armado muy diferente al actual.
La fachada del edificio presenta una característica que lo singulariza, y que es un rasgo muy propio de Vicens Moltó, la curva en fachada. El edificio en L presenta una característica curva en su vértice de tal forma que las dos fachadas que convergen en éste se convierten en el frente del edificio. La curva se veía subrayada por una esbelta cornisa que recortaba el volumen. Oiginalmente el edificio contaba con tres plantas, que se veían reducidas en el ala izquierda, a dos. La fachada era sobria y su único ornamento era un discreto resaltado de la cabeza de los forjados mediante una pequeña moldura. El ritmo de huecos era constante, sólo se alteraba para resaltar la curva. Su proporción vertical y su posición a haces interiores, es una estrategia sencilla para dotar de cierto ornamento. En la actualidad, la fachada y el volumen han sido ligeramente modificados mediante el añadido de una cubierta quebrada a dos aguas de pizarra. Se han modificado varios huecos de fachada, mediante la fusión de un conjunto de huecos en una galería. Las modificaciones del edificio permitieron transformar su uso, y convertirlo en Escuela Universitaria de Turismo, aunque apenas unas décadas después ha recuperado su uso sanitario.
Pequeños fragmentos de vida
A veces no es necesario buscar la belleza en la arquitectura de la ciudad, sino simplemente contemplar aquellos lugares que por una u otra razón provocan emociones agradables o simplemente recuerdan cómo sentir la vida. Y es que si la arquitectura de la ciudad transmite tristeza, quienes la habitan se verán envueltos en un hábitat que terminará por transformar sus dinámicas sociales. Y es que las ciudades están construidas por quienes la habitan. En la novela En los Ángeles sin un plano, Richard Rayner realiza un retrato de la ciudad en la que, las descripciones de los espacios urbanos se transforman tras la primera frase en un retrato social.
“Llegué a conocer Los Ángeles. Llegué a conocer a unos de mis vecinos. Tenía una barbita de chivo y un pelo que le crecía verticalmente. Las bolsas de debajo de sus ojos eran del tamaño de canastas de baloncesto, y llevaba unos zapatos muy puntiagudos hechos de piel de cocodrilo. Parecía que se había escapado de una película de Beatniks. Se presentí una noche preguntando si tenía veneno para ratas” Richard Rayner. En los Ángeles sin un plano
La ciudad se compone de arquitecturas capaces de revelar instantáneas de su historia, pero también de crear espacios en los que las personas que las habitan pueden desarrollar sus propios relatos, incrustándolos de forma natural en esa narrativa. Quizás solo es necesario pasear buscando aquellos lugares en los que dejar pequeños fragmentos de biografía personal.