Archivo y Museo de Bellas Artes: el edificio de A Coruña que nunca se construyó
La historia de un edificio proyectado por el arquitecto Rafael González Villar, y cómo éste cambió el destino arquitectónico de la ciudad con una obra que nunca se construyó.
29 julio, 2020 06:00Era una moneda de 10 céntimos de Eslovenia. En ella aparecía un edificio muy singular pero, tras examinar con mucho detalle, éste no aparecía en el plano de la ciudad. Era un edificio de Jože Plečnik que parecía no haber existido. Y sin embargo aparecía como símbolo en aquella moneda. ¿Sería Plečnik como J.S. Carberry? No, no, porque hay fotografías de Plečnik y esa barba que ocupa toda su cara. De lo que hay rastro pero no certeza es de ese edificio, al igual que de Carberry.
En 1929, el profesor Spaeth anunciaba una conferencia de Carberry en el Sayler Hall de la Universidad de Brown (Providence) con el título de "Revestimientos arquitectónicos arcaicos griegos en conexión con la filología jónica". Pero aquello nunca sucedió, ni Josiah Stikney Carberry apareció. Sin embargo, esto se convirtió en tradición y todos los años se anunciaban conferencias del ya famoso profesor, especialmente con fecha de viernes 13 o 29 de febrero, y junto a ellos se escribía: ‘Dulce et decorum est desipere in loc’ (Es agradable y apropiado ser tonto de vez en cuando).
Mientras, los alumnos celebraban el día con vasijas rotas y recaudaban fondos para la fundación de su inexistente esposa. Pronto la broma dio la vuelta y eran los propios estudiantes los que intentaban colar en sus trabajos científicos publicados menciones a Carberry, siendo celebrada como todo un logro.
Fantasías tan reales que cruzan la barrera de lo que pudo ser, de lo que fue en un universo paralelo o de una fantasía delirante. Es la voluntad de aquellos que ven en lo ilusorio una pequeña veta de brillante realidad y deciden prolongar el escenario un poco más hasta convertirlo en juego de intriga para el presente. Frente al racionalismo del diplomático Charles Maurice de Talleyrand, se presenta una vía de escape con media sonrisa: ‘lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible’ (Talleyrand)… o no.
Aquello que nunca fue
Hay una historia paralela de las ciudades y de la arquitectura, que es la de ‘aquello que nunca fue’. A veces se contempla con anhelo algunos proyectos que son sólo eso, ideas en papel, en forma de espléndido dibujo, de un nuevo camino arquitectónico que no pudo ser. Pero, ¿y si como el profesor Carberry estos apareciesen disfrazados de cuando en cuando sin existir en realidad?
Hay una lista muy interesante y larga de la que se pueden destacar el Cenotafio de Newton (Etienne Louis Boullèe), el rascacielos en Manhattan (Antoni Gaudi), el Gran puente sobre el Hudson (Gustav Lidenthal), la cúpula de Manhattan (Richard Buckminster Fuller), Nuestra Señora de Luján en Buenos Aires (Josep Puig i Cadafalch) o la Mole Littoria idea de Mussolini para la Roma Imperial del Duce. Son muchos más, tantos como aspiraciones imperialistas de algunos autócratas, locuras de otros o intentos fallidos de ideas que podrían haber funcionado. Pero no hace falta entender quién es el profesor Carberry para entender por qué se organizan conferencias con sus amplios conocimientos y magnificente presencia como aliciente, como tampoco lo es para disfrutar de la belleza de la obra de Plečnik, tanto la construida como la que refleja una pequeña moneda de 10 céntimos de euro.
Todas las ciudades tienen en su trayectoria histórica ideas que no fueron, caminos por los que la morfología urbana hubiese derivado en otro escenario. A Coruña cuenta con una colección de proyectos no construidos, desde la Ciudad de las rías de Andrés Fernández-Albalat (1968) a las Viviendas en la Plaza de Vigo de Ramón Vázquez Molezún (1957). De entre ellos hay un proyecto llamativo del arquitecto Rafael González Villar, quien ha dejado obras relevantes en la ciudad como Villa Molina (1915), el Cine Avenida (1937), el Kiosko Alfonso (1912) o la recientemente quemada Casa Carnicero, y en Santiago de Compostela el Edificio Castromil (1922). González Villar proyecta un edificio para la Real Academia y Archivo Histórico de Galicia, en un momento, 1929, en que se están replanteando muchos aspectos sobre el futuro del urbanismo coruñés.
Un edificio monumental de González Villar
El proyecto del Museo de Bellas Artes es una idea de largo recorrido en la ciudad, que nace en 1917 por iniciativa de Fernando Álvarez de Sotomayor, Antonio Palacios y Francisco Llorens. El ayuntamiento y la sociedad coruñesa eran favorables a esta iniciativa, por ello pronto se inician las gestiones necesarias para buscar el emplazamiento de este edificio. En 1918 el presidente de la Academia, el Marqués de San Martín, inicia las conversaciones con el ayuntamiento, cuyo tema fundamental aún era el de la ubicación de esta nueva obra.
Se plantea en un primer momento situarlo en el convento de San Agustín, pero este emplazamiento impediría desarrollar el proyecto del mercado de San Agustín que en 1927 se encargaría a Leoncio Bescansa, aunque sería finalmente diseñado por Antonio Tenreiro y Santiago Rey Pedreira. Tras mucho debate, el ayuntamiento determina el derribo del antiguo caserón que ocupaba el convento a pesar de que la Academia de Bellas Artes ya había asumido la ocupación del inmueble. El Archivo municipal mientras tanto se almacenaba en los sótanos de la Capitanía y Rafael González Villar ocupaba su cargo como presidente de la Real Academia de Bellas Artes.
El desarrollo urbano de esta área era complejo, ya que se superponían numerosas actuaciones que incluían el proyecto del Mercado de San Agustín, el Palacio de Maria Pita, la iglesia de San Jorge y la Plaza del Marqués de San Martín. Aunque finalmente Archivo y Museo de Bellas Artes se desligaron, González Villar proyectó una propuesta para un edificio que albergase ambas instituciones en el espacio posterior al convento de San Agustín.
La propuesta era un monumental edificio que transitaba entre el art dèco y el racionalismo, pero cuyo lenguaje se integraba en el entorno urbano fuertemente condicionado por la iglesia de San Jorge. La posición del edificio proyectado por González Villar es peculiar, pero no desde el punto de vista contemporáneo. El edificio se separa de la iglesia de San Jorge, como sucede en la actualidad, determinando que el templo quede exento. Sin embargo, el edificio preexistente, el convento de San Agustin, se encontraba adosado a la iglesia. Ese ligero desplazamiento forma parte de los nuevos planes urbanos que tendían a incluir plazas y apertura de nuevas calles para evitar la congestión, pero también permite que el edificio de la Academia se perciba como una pieza exenta, y revestirse así de una cierta monumentalidad a pesar de encontrarse tras el palacio de María Pita (obra del arquitecto Pedro Mariño y terminado en 1917, por lo tanto de reciente construcción).
El proyecto de González Villar era un edificio ambicioso, no sólo en su formulación tipológica, sino por su repercusión urbana: ocupaba un antiguo convento que se demolería, se colocaba a la sombra del Palacio de Maria Pita, pero incorporando al igual que este edificio una plaza a su frente que además incluía una iglesia barroca. El edificio comprendería en su interior la memoria y el arte de A Coruña, y se convertiría en la escolta del lugar que representaba el poder de la ciudad: la Plaza de María Pita y su casa consistorial. La figura poética de la ciudad custodiada por su memoria, su arte y su cultura, se hace realidad con la dualidad de ambos edificios.
Sin embargo, el contraste visual desde un punto de vista contemporáneo sería bastante confuso, ya que la fachada de la plaza de Maria Pita responde al regionalismo, el Palacio que ocupa el ayuntamiento es ecléctico aunque con referencias barrocas, y el edificio de González Villar un art dèco fundido con el racionalismo. Una mezcla que saturaría la estructura contemporánea, que ya no sería unitaria y centralizada en María Pita, sino que se convertiría en un sistema compuesto en que una plaza principal y una satélite presentarían una estructura similar, aunque esta se desequilibraría por la presencia de la iglesia de San Jorge en la plaza de menor tamaño.
La acuarela con la que González Villar representa su propuesta, una forma de representación habitual en la época, muestra una perspectiva ligeramente falseada y que evita mostrar el edificio de Pedro Mariño en favor de la iglesia de San Jorge, con la que además su edificio se conecta mediante un arco. El edificio presenta alguna similitud con el actual edificio de Correos, por su composición y lenguaje racionalista, aunque incorpora en su fachada una volumetría fragmentada que introduce elementos art dèco. Para no competir en términos lingüísticos con la iglesia de San Jorge, el edificio se retranquea a medida que avanza en altura, y desarrolla una transición a través del arco de conexión con la iglesia, que va progresivamente abstrayendo el lenguaje barroco para convertirlo en art dèco. La materialidad del edificio es respetuosa con el enclave urbano, utiliza granito al igual que la iglesia, pero el resto de paramentos se pintan en blanco. En este caso no se utiliza ningún tipo de decoración como los azulejos de Villa Molina o las decoraciones detallistas del edificio Castromil.
El arco que realiza la transición entre la iglesia y el edificio de González Villar, contribuye urbanísticamente al conjunto de la intervención que forman las dos plazas articuladas con el mercado de San Agustín y su espacio frontal. El tiempo pasaba y la ciudad continuaba su desarrollo urbano y González Villar comienza a construir la plaza de Marqués de San martín que acompaña a su proyecto, pero no había solución para el archivo que, en 1930 se traslada Santiago de Compostela (aunque volvería a la ciudad en 1936). El proyecto se detiene, ya que en 1931 el ayuntamiento da preferencia a la construcción del mercado de San Agustín. Desplazado el archivo a Santiago de Compostela, el proyecto albergaría únicamente el museo de Bellas Artes, pero éste queda en suspensión hasta que algunos años después se reactive la iniciativa que culminaría en el magnífico edificio del arquitecto Manuel Gallego (inaugurado en 1995), galardonado con el Premio Nacional de Arquitectura en 1997.
Las ciudades paralelas
"- Cuando era niña, nos mudábamos con mucha frecuencia. Yo escribía notas las doblaba hasta hacerlas muy pequeñas y las escondía en diferentes lugares para que, si un día quería volver, hubiera un pedazo de mí esperándome.
– ¿Alguna vez volviste?
– No. ¿Ves? Es lo que te digo. Porque no tuve que hacerlo."
Diálogo de A Ghost Story de David Lowery
Los caminos fueron diferentes, y el proyecto de González Villar lamentablemente nunca se llegó a ejecutar, pero esta ausencia permitió un avance urbano y que se construyese el mercado de San Agustín y el actual del Museo de Bellas Artes. Una ausencia presente, una de esas cosas ‘que nunca fueron’ como J.S. Carberry y que sin embargo parecen formar parte de una realidad paralela cuya existencia parece reconfortante. Hay una y mil ciudades entre todas aquellas que fueron o podrían ser y también una ciudad real que está al otro lado de la puerta.