Narrar lo inverosímil, hechos fantásticos e irracionales, del mismo modo que se cuenta cualquier suceso cotidiano. El realismo mágico tiene cabida para todo tipo de historias y las normaliza del mismo modo en el que la tradición oral gallega explica la vida.
Galicia está llena de mitos, leyendas, cuentos y romances que fueron transmitidos de generación en generación. Pepa a Loba, la Santa Compaña y las historias compartidas por los mayores al lado de la lareira en las que puentes, meigas, mouros, fuentes o lavandeiras son los protagonistas tienen mucho en común: todos ellos son narrados como algo real a pesar de incluir muchos elementos y personajes de dudosa existencia.
Esta forma de contar, de dar respuesta a lo cotidiano, es la que emplea el escritor colombiano Gabriel García Márquez (1927-2014) en su realismo mágico. Cien años de soledad marcó un antes y un después en la literatura española y en esta corriente literaria de mediados del siglo XX, pero ¿cuál es la vinculación entre el premio Nobel de Literatura y Galicia?
Una forma de contar muy gallega
Miles de gallegos y gallegas emigraron durante los siglos XIX y XX huyendo del hambre e intentando encontrar un trabajo que les permitiese labrarse un futuro mejor. Los padres de la panadera Tranquilina Iguarán Cotes fueron dos de ellos. "Se movía en un mundo de fronteras difuminadas entre vivos y muertos, y solo estos merecían la atención de sus relatos", recoge el Centro Virtual Cervantes (CVC) sobre esta mujer.
¿Quién fue Tranquilina Iguarán Cotes? Era la abuela de Gabriel García Márquez, el cual creció escuchando los relatos fantasmagóricos de la gallega al mismo tiempo que leía a Julio Verne, Alejandro Dumas o los hermanos Grimm. No son estos los únicos que influyen en la manera de redactar del autor colombiano: su profesor de literatura Carlos Julio Calderón Hermida, el poeta Carlos Martín y otros autores como Rubén Darío o Jorge Rojas fueron fundamentales en su desarrollo literario.
Hubo, sin embargo, un libro que lo impulsó a seguir adelante con su faceta como escritor, la cual había comenzado en sus años como estudiante. Gabo leyó La Metamorfosis de Kafka en agosto de 1947, cuya traducción de Jorge Luis Borges lo devolvió a la veta narrativa de su abuela, según el CVC.
Veinte años después, García Márquez publicaba Cien años de soledad, quizás la obra más representativa del realismo mágico y en la que el autor usaba el método de la panadera para contar la historia de Macondo y los Buendía. Así lo reconoce en El olor de la guayaba, libro que escribió junto a su amigo Plinio Apuleyo Mendoza y en el que explica la forma de redactar una de sus novelas más conocidas: "Narrar las historias más extraordinarias, inverosímiles y conmovedoras con la cara de palo con que las contaba ella".
Gabriel García Márquez en Galicia
El escritor gallego Carlos G. Reigosa recoge en La Galicia mágica de García Márquez la influencia que la abuela tuvo en la forma de contar del autor colombiano. Reigosa se encontró con García Márquez en Los Ángeles, ocasión que aprovechó para preguntarle dónde estaba Galicia en su obra. "En la forma de contar", respondió, dejando claro que la comunidad está presente en cada palabra.
Gabriel García Márquez recibió el premio Nobel de Literatura en 1982 por sus novelas e historias cortas en las que "lo fantástico y lo real se combinan" en un mundo lleno de imaginación. Un año después, el colombiano visitó Galicia en busca de sus raíces, y de este encuentro entre la tierra de su abuela surgió un bonito artículo publicado en El País en el que el escritor relata lo vivido en la comunidad gallega.
Viendo llover en Galicia narra el autorregalo que el colombiano se dio a si mismo para cumplir uno de sus sueños "más antiguos": conocer Galicia. Esta es una tierra de buen comer y García Márquez lo sabía. Su abuela era panadera y, tras quedarse sin horno, continúo haciendo jamones. El escritor conservó en su memoria el sabor del primer trozo que probó y no fue hasta 40 años después, en Barcelona, cuando encontró una rebanada que le recordase al producto que preparaba su abuela.
Nace aquí el deseo del colombiano por conocer la ascendencia de Tranquilina Iguarán Cotes y, por tanto, la suya. García Márquez relata como encontró sus orígenes en las lluvias, los verdes y los vientos. "Sólo entonces entendí de dónde había sacado la abuela aquella credulidad que le permitía vivir en un mundo sobrenatural donde todo era posible, donde las explicaciones racionales carecían por completo de validez, y entendí de dónde le venía la pasión de cocinar para alimentar a los forasteros y su costumbre de cantar todo el día", escribe el premio Nobel.
Santiago de Compostela conquista a García Márquez, que asegura que "Galicia sin lluvia hubiera sido una desilusión" porque en los países míticos nunca sale el sol. El autor confiesa que había escuchado hablar de la comunidad gallega desde siempre, debido a la multitud de emigrantes que viajaron hasta América y a amigos como Álvaro Cunqueiro, pero creía que lo que contaban sobre esta tierra estaba deformado "por los espejismos de la nostalgia". Él mismo duda si sus 72 horas en Galicia fueron verdad o si padece los mismos desvaríos que su abuela. "Entre gallegos -ya lo sabemos- nunca se sabe", concluye el premio Nobel de Literatura.