A mediados del siglo XIX, la sede del Congreso de los Estados Unidos de América, el Capitolio, se había quedado pequeño, por lo que se amplió duplicando su capacidad, quedando algunas zonas en desuso que había que reaprovechar. Tras varias propuestas e ideas, el congresista Justin S. Morrill propuso que una de esas zonas acogiera unas estatuas enviadas por cada uno de los estados en un concepto al que llamó: “National Santuary Hall”.
La idea era contar con una sala en la que cada estado del país aportara dos estatuas de personas relevantes en su historia para que su legado fuese recordado en el Capitolio y que sirvieran de representación simbólica de ese territorio. La ley que se creó en 1864 decía así: “Se autoriza al presidente a invitar a todos y cada uno de los estados a que proporcionen y suministren dos estatuas de personas fallecidas que hayan sido ciudadanos de los mismos, e ilustres por su renombre histórico o por los distinguidos servicios cívicos o militares que cada Estado considere dignos de esta conmemoración nacional”.
En la actualidad, la colección del National Santuary Hall está compuesta por 100 estatuas y entre ellas está la de un español, hecha de bronce, por el italiano Ettore Cadorin y que fue entregada al Capitolio en 1931. La obra, en representación de California, simboliza la entrega de este español a las comunidades a las que sirvió y su aportación crucial al desarrollo inicial de California, estableciendo el sistema de misiones que fue el germen del estado actual.
Aquel misionero, que comparte el honor, junto a Ronald Reagan, de representar a California en el santuario nacional más importante de todo Estados Unidos es Miguel José Serra Ferrer, un legendario franciscano que el Papa Francisco hizo santo y que es considerado por muchos en España como un genocida racista.
Un mallorquín misionero
Miguel nacía el 24 de noviembre de 1713 en Petra, Mallorca, de un pobre matrimonio formado por Antonio Serra y Margarita Ferrer quienes, a pesar de los escasos recursos con los que contaban, ingresaron a su hijo en la escuela del convento franciscano de San Bernardino de Petra, desde donde pasaría a ampliar estudios en el convento de San Francisco de Palma de Mallorca.
Con 16 años se hace fraile y toma por nombre “Junípero”, en honor a uno de los primeros compañeros de san Francisco de Asís. Su interés por la filosofía le lleva a dedicarse a su estudio y docencia en su convento y en la cátedra de Teología en la Real y Pontificia Universidad Luliana y Literaria de Mallorca, una institución académica que fue predecesora de la Universidad de las Islas Baleares.
Pero Mallorca parecía quedársele pequeño, así que decidió viajar a Hispanoamérica en calidad de misionero junto a su amigo, el padre Francisco Palou, con quien se embarcaba, el 13 de abril de 1749, en Palma de Mallorca en un barco inglés que los condujo a Málaga, desde donde prosiguieron su viaje hasta Cádiz, inicio de su travesía atlántica.
En agosto de 1749 junto con Palou y otros dieciséis franciscanos procedentes de varias partes de España, partía hacia el virreinato de Nueva España, actual México. Hicieron escala en Puerto Rico y desembarcaron en Veracruz el 7 de diciembre de 1749, tras un viaje que creyó que sería el último, ya que estuvieron a punto de naufragar.
Mientras sus compañeros de viaje tomaron los caballos que les ofrecieron para llegar a Ciudad de México, fray Junípero decidió hacer a pie los 500 kilómetros que separaban Veracruz de la capital de Nueva España, para de esta manera impregnarse con cada palmo de terreno de aquellas nuevas tierras y conocer la cultura en la que disponía a sumergirse, pero la dureza de este viaje fue tan atroz que a su llegada tuvo que pasar varios días postrado por una dolencia en una pierna que ya no le abandonaría hasta la muerte.
No regalo pan, reparto levadura
Tras recuperarse solicitó permiso para fundar una misión en Sierra Gorda, un territorio montañoso conocido por la hostilidad hacia los frailes y en donde ya habían fracasado algunos de sus compañeros. Seis meses después recibió la autorización del virrey y decidió que, para vencer las dudas de los nativos, no solo fomentaría el cristianismo, sino que también emplearía las materias necesarias para la subsistencia, como la ganadería o la agricultura, para ganarse su afecto, respeto y cariño.
A su llegada a Sierra Gorda puso en práctica su plan colaborando estrechamente con los pobladores locales para ofrecerles una vida más cómoda enseñándoles técnicas de cultivo, matemáticas y a leer y escribir. Junípero les dio armas, pero no para luchar, sino para crecer y ser más fuertes. Y funcionó. Durante nueve años, las misiones que allí fundó vivieron una prosperidad inusitada, hasta tal punto que hoy en día son Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Su siguiente destino le llevaría a territorio apache, en el actual estado de Texas, sin embargo, la muerte del virrey impidió este proyecto, por lo que tuvo que esperar varios años antes de recibir su siguiente ocupación, que le llevaría al lugar en el que se convertiría en un mito y una leyenda: California.
La Alta California, en la actualidad territorio estadounidense, pertenecía a la corona española, aunque desde su descubrimiento apenas se habían realizado exploraciones de este vasto territorio hasta que, a partir de 1767, la situación cambió. Ese año, el rey Carlos III decretó la expulsión de los jesuitas de todos los dominios de la corona debido a la sospecha de que esta orden intentaba interferir en los asuntos de estado.
Pero sin los jesuitas, esa parte del imperio quedaría desprotegida ante el avance colonizador ruso y francés, motivo por el cual el rey envió allí a 16 franciscanos encabezados por fray Junípero, con 56 años, junto a una expedición militar que consolidaría el dominio español en la zona. La comitiva salió de Ciudad de México el 14 de julio de 176, llegando a la Misión de Nuestra Señora de Loreto, considerada la madre de todas las misiones de California, desde donde continuaron con la exploración de la Alta California para llevar el Evangelio a la población indígena.
Fundando California
Mientras ingleses, franceses u holandeses exterminaban nativos, incendiaban sus aldeas y les regalaban mantas infectadas con viruela, el mallorquín levantó nueve misiones esperando que los habitantes locales se fueran acercando a ellas. Allí les enseñaban la palabra de Dios, pero también carpintería, herrería o albañilería, como puede verse en las ruinas de una forja catalana que todavía se conserva en la Misión de San Juan Capistrano.
Los franciscanos españoles acabarían fundando 21 misiones a lo largo de la costa de California sentando las bases del legado hispano en toda la región. Todavía hoy se pueden apreciar los beneficios de ese legado en las grandes ciudades de este estado, como San Diego, San Francisco o Los Ángeles, enclaves que conservan el nombre original de las misiones de las que nacieron. Incluso en algunos lugares de California se siguen sembrando algunos de los cultivos introducidos por fray Junípero.
El español llegó incluso a ganarse la enemistad de importantes figuras del virreinato, como el gobernador de Nueva California, un explotador que abusaba de la población local. Cuando fray Junípero supo de sus abusos, redactó un informe al virrey de Nueva España que es considerado una de las primeras “Cartas de Derechos de los indios”, situada al mismo nivel que los escritos de Fray Bartolomé de las Casas y que él mismo llevó en mano al virrey en Ciudad de México y que provocó la sustitución del gobernador denunciado.
A pesar de lo que muchos pretenden, a su muerte, el 28 de agosto de 1784, nadie consideraba a Fray Junípero Sierra un genocida, un racista o un exterminador. Para el mundo era el fundador de nueve misiones franciscanas que salvaron a miles de personas del hambre, la marginación y de los colonos más despiadados de California.
El nacimiento de un santo
El 14 de septiembre de 1987, el Papa Juan Pablo II tuvo un encuentro con nativos americanos en Phoenix, Arizona, donde alabó la labor de Junípero en la defensa de sus antepasados. Tres días después visitó su tumba en la Misión de San Carlos Borromeo de Carmelo, en Monterrey, California. Un año después lo beatificaba.
En el año 2013, 300 aniversario de su nacimiento, los reyes de España (Príncipes de Asturias en aquel momento) visitaron la misión para dejar una ofrenda floral en su tumba y dos años después, el Papa Francisco lo canonizaba en la ciudad de Washigton D.C. por la probada veneración popular que lo considera un personaje extraordinario que rivaliza con George Washington o Thomas Jefferson en la importancia a la hora de explicar la fundación de los Estados Unidos de América.
En la homilía de la Misa de canonización, el 23 de septiembre de 2015, el Papa Francisco señaló que fray Junípero “tuvo un lema que inspiraba sus pasos y que plasmó en su vida. Supo decir, pero especialmente supo vivir diciendo: ¡siempre adelante!”.