En la década de 1950, las crecidas del río más grande y poderoso de los Estados Unidos, el Mississippi, amenazaban ciudades como Baton Rouge y Nueva Orleans. Si no se controlaba el caudal, tendría un efecto inmediato y aplastante en la economía del país e, inevitablemente, también en la del resto del mundo.
La solución consistía en construir una barrera, pero los cálculos eran extremadamente complicados debido a las grandes variaciones de caudal que sufría el río a lo largo del año y a que había que desviar el 70 por ciento del mismo, lo que provocó que la mayor parte de los ingenieros con los que contactó el gobierno declinaran participar en el proyecto, excepto uno: Hans Albert Einstein, hijo del legendario físico Albert Einstein.
Einstein propuso tres estructuras separadas, y construidas con los materiales más fuertes y resistentes conocidos, con las que domar el río según las necesidades. La obra fue construida por el ejército de los Estados Unidos, se completó en 1963 y diez años más tarde tuvo que soportar una crecida con unas magnitudes nunca vistas hasta ese momento. Pero la obra de Einstein resistió.
Sorpresa ante el Meatt-Massipí
Por eso es fácil imaginar la cara de sorpresa de los exploradores españoles cuando, el 8 de mayo de 1541, tras miles kilómetros de expedición, se encontraron con aquel inmenso río que los nativos llamaban Meatt-Massipí y que tuvieron que cruzar con balsas improvisadas bajo el mando de un extremeño que hoy es recordado en los Estados Unidos y al que se le conoce como el Conquistador de las tres Américas: Hernando de Soto.
En 1513, Juan Ponce de León alcanzaba las costas de la Florida, bautizada así por haber sido descubiertas el día de la Pascua Florida. Posteriormente, los exploradores Álvarez de Pineda, Esteban Gómez y Vázquez de Ayllón proporcionarían los contornos de las costas del sureste norteamericano, pero sus tierras interiores seguían siendo una gran incógnita.
Por ello, en 1528, Pánfilo de Narváez probó fortuna encabezando una expedición de colonización de Florida que terminó con la muerte de casi todos sus miembros, 250 integrantes. Uno de aquellos supervivientes, Álvar Núñez Cabeza de Vaca, siguió vagando durante años por aquellos inexplorados territorios, conviviendo con los nativos, hasta que logró regresar a Nueva España, donde comenzó a difundir historias sobre las fabulosas riquezas que poseían los indios de aquellas regiones y la idea de que en la Florida había un nuevo El Dorado.
El Conquistador de las Américas
Hernando de Soto era un hidalgo extremeño de una pobre familia que decidió hacer fortuna en el Nuevo Mundo. Para ello, en 1514, acompañó a Pedro Arias Dávila a Panamá, donde comenzó su carrera como conquistador. En 1523 alcanzó el grado de capitán de caballería y se unió a Francisco Hernández de Córdoba en su viaje de colonización a través de Nicaragua y Honduras, donde se forjó una gran reputación como jinete y combatiente de excelentes tácticas.
En 1528 condujo su propia expedición por toda la costa de Yucatán, buscando encontrar un paso entre el océano Atlántico y el Pacífico, tras la cual, se unió como lugarteniente de Francisco Pizarro en la conquista del Perú, en 1532. Durante aquella campaña, De Soto fue enviado por Pizarro, acompañado de 40 jinetes españoles, ante la presencia del emperador inca, Atahualpa, para invitarle a cenar.
Atahualpa aceptó la invitación y presidió una lenta y ceremoniosa marcha con miles de sus súbditos, en su mayoría bailarines, músicos y porteadores, pero al entrar en la ciudad de Cajamarca para acudir al convite al que estaba invitado, fue capturado por los españoles.
De Soto lo visitaba diariamente y emergió una amistad entre los dos hombres, provocando que Pizarro lo alejara del monarca enviándolo a Cuzco, capital del imperio inca, a donde llegaría junto a Diego de Almagro el 25 de agosto de 1534 como teniente del gobernador general.
En 1536 dejó atrás Perú llevándose con él una fortuna de 100.000 pesos de oro, su parte de la conquista del imperio inca, y regresó a España, donde fue recibido como el legendario héroe que había capturado al emperador Atahualpa. Pero tras leer los informes escritos por Núñez Cabeza de Vaca y conocedor de las riquezas que él mismo había visto en Perú, decidió dejarlo todo para ir en busca de El Dorado de la Florida.
Para ello, logró de Carlos V una licencia para explorar aquellas tierras, pero tenía que costear por sus propios medios la expedición. A cambio se le nombraba gobernador de Cuba, la corona se quedaría con el 50 por ciento de los beneficios y se le distinguiría como adelantado de las regiones exploradas. De Soto vendió todos sus bienes para reunir la mayor expedición a la Florida jamás organizada hasta entonces y selló el acuerdo el 20 de abril de 1538. Un año después partía desde Cuba al frente de una flota de 9 barcos con 700 hombres y 200 caballos a bordo.
La conquista de la Florida
Llegaron a la costa occidental de la Florida, a la bahía de Tampa, a la que nombró como Espíritu Santo, donde dejaron un retén de soldados para cubrir la retaguardia, mantener la comunicación con Cuba y esperar a que la expedición terrestre localizara un punto de la costa en el que pudieran reunirse. Su objetivo era la colonización, motivo por el cual había traído toneladas de equipos y herramientas, además de sacerdotes, herreros, artesanos, ingenieros, granjeros y comerciantes.
Tras desembarcar, instalaron un primer campamento donde se encontraron con un hombre que, pese a vestir como un indio, les gritaba y hablaba en castellano. Se trataba de Juan Ortiz, un español enviado once años atrás para encontrar la expedición de Pánfilo de Narváez y que se había quedado viviendo entre los nativos desde entonces. El inesperado encuentro proporcionó a De Soto un valioso intérprete para entenderse con la población local.
Finalmente, el 15 de julio de 1539, la expedición se puso en marcha hacia el interior de la Florida, en busca de su particular El Dorado, pero desde el inicio, la marcha estuvo salpicada de enfrentamientos con las tribus locales, lo cual, unido a la ausencia de tesoros, empezó a desesperar a los españoles.
La expedición viajó hacia el norte, explorando la costa oeste de Florida, encontrándose un país en el que abundaban los pantanos y que estaba plagado de mosquitos, serpientes y caimanes, siendo extremadamente cálido y húmedo. Atravesaron los actuales territorios de Georgia, Carolina del Sur, Carolina del Norte y Tennesse y descendieron al sur por Alabama en busca del país de la reina de Cofitachequi, un lugar que algunos indios le habían dicho que era rico en oro y perlas, pero cuando lo alcanzaron descubrieron que realmente era rico en cobre. Nada de oro. Nada de perlas.
[La odisea del conquistador extremeño que se forjó en los Tercios y murió devorado por los indios]
En Alabama encontraron la ciudad de Mabila, una gran ciudad fortificada a la que atacaron en busca de riquezas y donde solo encontraron muerte y destrucción aniquilando a todos los guerreros defensores, unos 6.000, mientras por parte española murieron 20 hombres y 250 fueron heridos.
Desmoralizados, sin comida, sin equipo y sin esperanza, sus hombres sólo deseaban volver a la costa, abordar sus barcos y regresar a Cuba, motivo por el cual De Soto los llevó hacia el norte, evitando acercarse a la costa para evitar deserciones, hasta que el 8 de mayo de 1541 avistaron un fabuloso e inmenso río al que los nativos llamaban Meatt-Massipí (Mississippi), al que los españoles bautizaron como Río Grande, siendo los primeros europeos en avistarlo, aunque para De Soto era un simple obstáculo que cruzaron con balsas improvisadas con la esperanza de alcanzar una inexistente riqueza.
Muerte de Hernando de Soto
A mediados de marzo de 1542, sólo seguía viva la mitad de la expedición que había partido desde Cuba. De Soto tuvo que reconocer su fracaso, por lo que dio orden de enfilar hacia el sur. En abril alcanzaron de nuevo el Mississippi, momento en el que De Soto murió debido a una fiebre, el 21 de mayo de 1542, cerca de la actual McArthur, en Arkansas, en la ribera oeste del Mississippi. Dado que el conquistador había alentado entre los nativos locales la creencia de que era inmortal, como estratagema para conseguir su sumisión sin conflicto, sus hombres tuvieron que ocultar su cadáver en mantas lastradas con arena y lo hundieron en medio del río durante la noche.
Su lugarteniente quedó al mando de la expedición e intentó llegar a México por tierra, pero finalmente decidieron navegar el Mississippi a favor de la corriente y salir al mar, donde los vientos les empujaron hacia la costa, impidiéndoles navegar hasta Cuba. Tardaron 50 días en llegar a México, donde desembarcaron tras cuatro años de expedición, más de 6.000 kilómetros recorridos y con las manos vacías.
Desde el punto de vista de los españoles, la expedición, aunque reivindicó gran parte de América del Norte para España, fue un fracaso, ya que no adquirieron ni oro ni prosperidad ni fundaron colonias, aunque los registros de la expedición contribuyeron en gran medida al conocimiento europeo de la geografía, biología y etnología del Nuevo Mundo.
La expedición cambió la actitud de la corona española hacia el interior del continente y, a pesar de los repetidos fracasos, se siguieron explorando aquellos inmensos territorios, con la bandera española ondeando durante más tres siglos en lo que tiempo después sería Estados Unidos.
El nacimiento de un héroe
Pocos españoles han oído hablar jamás de Hernando de Soto, sin embargo, en Estados Unidos forma parte de su historia fundacional. Tal fue su importancia y su legado que este extremeño tiene un lugar de honor entre las ocho grandes pinturas que se encuentran bajo la cúpula del capitolio, una ubicación de gran relevancia donde se instala la capilla ardiente de las grandes figuras públicas de Estados Unidos.
En ese mismo lugar, si levantamos la mirada, seríamos capaces de observar una circunferencia de algo más de 90 metros y a casi 18 metros del suelo, donde se reflejan 19 grandes eventos que conforman la historia de Estados Unidos y entre los que se encuentra un relieve con la muerte de Hernando de Soto.
Además, en el estado de Florida hay dos condados con su nombre, numerosos parques, calles, existió una marca de coches con su apellido, cataratas, un memorial, figuró en los billetes de 10 y 500 dólares e incluso hay una ruta turística que sigue los pasos de este conquistador, quizá una de las figuras más fascinantes y olvidadas de la historia de España y que es recordado con devoción en el corazón de la nación más poderosa del planeta: los Estados Unidos de América.