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Berlín, 15 de marzo de 1921. Hardenbergstrasse, barrio de Charlottenburg, 11 de la mañana. Un paseante de fuerte complexión pasea confiado en dirección al jardín zoológico apoyado en su bastón. Cruza sus pasos con un joven, de ojos claros y nariz aguileña, muy elegante, que de inmediato se sitúa detrás del paseante y le apunta en la nuca con una 9 mm.
¿Cuánto dolor se requiere en el cuerpo para encarar una acción así? ¿Y si habláramos de un millón de muertes de hombres, mujeres, niños y niñas compatriotas, incluida la propia familia del que va a ejecutar el acto? ¿Y si añadiéramos que el presunto genocida ya ha sido condenado a muerte, pero sigue libre? Dejémoslos congelados unos minutos en esta tesitura –la pistola a pocos centímetros de la nuca- hasta esclarecer mínimamente los hechos.
Rusia y Ucrania llevan varios meses acusándose mutuamente de genocidio. Atendiendo al significado asumido en 1948 por la ONU - genocidio: el delito perpetrado con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso- las atrocidades en el Donbass o Bucha, podrían ser calificadas de crímenes de guerra, pero en principio no de genocidio. Para investigar unos hechos como genocidas se requiere la prueba de intención inequívoca del aniquilamiento de un colectivo.
La invasión de un país, de hecho, y aunque parezca discutible, no es genocida según la ONU, aunque sí el mayor crimen de guerra. Fueron genocidas la matanza de Srebrenica (8.000 bosnios a manos del ejército serbobosnio de la zona), en 1995; el asesinato de más de medio millón de tutsis por la mayoría hutu de Ruanda en 1994; la eliminación de más de millón y medio de campesinos camboyanos por el partido de los Jémeres Rojos en 1975-79; el Holocausto judío de 1939-45 perpetrado por los nazis, el mayor genocidio de la Historia -alrededor de seis millones de personas muertas-; y la primera de todas las barbaries contemporáneas: las matanzas de armenios en Anatolia entre 1915 y 1923…una extinción sistemática que ocasionó la muerte de entre un millón y millón y medio de personas por parte de dirigentes del Imperio Otomano.
No pudo ser calificada de genocida porque entonces la palabra no existía. Cien años después sigue impune. Turquía, país heredero de los otomanos, solo admite 300.000 muertos por hambre. España no figura entre la treintena de países que han reconocido ya aquellos hechos como un genocidio contra la Humanidad.
La primera nación cristiana
En 1878, tres millones de armenios, una de las razas más antiguas de la tierra, estaban dispersos en los tres continentes que ocupaba el Imperio Otomano, desde Egipto hasta Transnistria. No eran poderosos acumuladores de riqueza, como podría ser el caso de los judíos, sino más bien campesinos y artesanos, afanados y callados, de religión cristiana y alfabeto ancestral. Algunos escalaban en Constantinopla a puestos relevantes en los gobiernos de mayoría turca, o en la esfera de la cultura y de la música.
En aquel fin de siglo, los cafés de Izmir (Esmirna) o Constantinopla (Estambul) eran liberales tugurios en los que músicos griegos, armenios, sirios y turcos tocaban juntos los ritmos rebétikos, entre el humo de los narguilés, los efluvios del raki y los vientres insinuantes de las bailarinas. En los valles de Erzurum y Trebisonda (Turquía), vecinos de una y otra etnia y religión vivían en armonía, anclados en sus propias tradiciones. Es cierto que había una guerra contra Rusia en el Cáucaso, pero quedaba lejos.
Sin embargo, aquella guerra comenzó a generar su espiral de odio. La perdió el imperio de la Sublime Puerta (Otomano) y Rusia ocupó el este, esa franja entre los mares Negro y Caspio de donde pronto brotó oro negro.
Los otomanos comenzaron a pensar que los armenios, mayoritarios en la zona de la batalla, habían colaborado con los rusos. La desconfianza se convirtió en castigo y pérdida de derechos. Los armenios, para defenderse, crearon partidos nacionalistas. El Imperio, que no deseaba ver surgir un estado armenio independiente, con su política de arrinconamiento no hacía más que favorecer esta opción. A eso se le llama una profecía autocumplida, y figura en los rincones oscuros de las decisiones extremas.
El carnicero de los armenios
El Imperio Otomano también se debilitaba en el continente. Por el tratado de San Stéfano tuvo que admitir la independencia de Serbia, Montenegro y Rumanía y un estatuto especial para Bulgaria. Grandes masas de otomanos musulmanes que habían ocupado estos países comenzaron a desplazarse hacia la metrópolis de Constantinopla y la península de Anatolia. El sueño de un estado islámico homogéneo, sin concesiones a otras creencias, hervía en la conciencia de los dirigentes otomanos.
Abdul Hamid II fue conocido como el Sultán Rojo no por su ideología sino por la sangre armenia que se le atribuyó. La prensa francesa prefería llamarlo le boucher des armeniens (el carnicero de los armenios). Entre 1894 y 1896 masacró a más de doscientos mil, según varios cálculos. La palabra aniquilamiento comenzó a conjugarse en las conversaciones de los palacios de Topkapi, frente al Bósforo.
Hamid II todavía estuvo diez años en el poder. En 1908 fue depuesto sin violencia por un nuevo partido reformista. Se llamaba Comité de Unión y Progreso, pero todo el mundo lo conocía por el Gobierno de los Jóvenes Turcos. Los armenios pensaron que una colaboración con ellos podría reportarles la autonomía política y territorial. Pronto salieron de su error. En 1909, en Adana, entre 15.000 y 30.000 armenios sucumbieron en una nueva matanza.
Los Jóvenes Turcos
El ministro del Interior de este gobierno era un turco fortachón y bigotudo llamado Talaat Pasha. En 1910, el profesor danés Johannes Ostrup se entrevistó con él en Constantinopla. Años más tarde, en sus memorias, relataría que Talaat le habló claramente de sus planes para exterminar a los armenios. Así que estos Jóvenes Turcos tenían dos caras.
Con una mostraban sus fracs y pelos engominados, bajo sus sombreros fez o tambursh, y sus pajaritas anudadas, en una perfecta simbiosis exótica y occidental, para seducir a las potencias continentales. Y con otra, desenvainaban las palas y machetes para rebanar a los armenios en nombre de la jihad.
El 2 de noviembre de 1914 los Jóvenes Turcos tuvieron que elegir en qué bando querían combatir en la Gran Guerra. Rusia lo hacía con los aliados, ellos lo harían en contra y al lado del Imperio Austrohúngaro. Abrieron, por tanto, el frente oriental de la guerra contra Rusia. Su ministro, Enver Pasha, quiso recuperar todo el Cáucaso perdido en la guerra del 78. Pero fracasó estrepitosamente. Culpó de ello a los armenios, a quiénes acusó de haber combatido en número de 5.000 junto a los rusos.
En la noche del 23 al 24 de abril de 1915, doscientos cincuenta intelectuales armenios fueron detenidos en la capital, trasladados a dos centros de reclusión en Ankara y, en las siguientes semanas, deportados y asesinados. Esta fecha, 24 de abril, es la que conmemora el inicio del genocidio armenio.
El Parlamento otomano aprobó una Ley de Expropiación por la que "todas las propiedades, incluidas las tierras, el ganado y las casas de armenios quedaban confiscadas". Diputados otomanos como Ahmed Riza se opusieron en vano: "No son bienes abandonados voluntariamente por los armenios; ellos han sido expulsados por la fuerza y exiliados".
Talaat asumió la coordinación del operativo de Expropiación que consistía en expulsar a las familias armenias de sus aldeas ancestrales en dirección a los desiertos de Siria y Mesopotamia. Otras órdenes más inconfesables fluían por debajo. Cientos de miles de ancianos, mujeres y niños (los hombres en edad de combatir fueron separados de sus familias) iniciaron una diáspora de dos meses sin víveres ni agua para subsistir.
Muertos vivientes en el desierto
En agosto de 1915, el New York Times aseguraba que "los caminos del Eufrates están llenos de cadáveres de exiliados, y los que sobreviven están condenados a una muerte segura". Tratándose de un periódico del enemigo, podría parecer propaganda de guerra. El problema es que los propios aliados del Imperio Otomano coincidían en la denuncia. Franz Gunther, representante del Deutsche Bank, que construía el ferrocarril a Bagdad, aportó fotografías de muertos vivientes en los desiertos de Siria. Otto von Lossow, agregado militar alemán: "El gobierno de Talaat quiere destruir a todos los armenios". Walter Rossler, cónsul alemán en Alepo, aseguró haber escuchado que en aquellas marchas de la muerte "alrededor de la cuarta parte de las mujeres fueron violadas regularmente por los gendarmes, algunas hasta diez y quince veces seguidas".
Pero ¿dónde estaban los hombres que podrían haber defendido a sus mujeres e hijas de estas agresiones? El plan de los Jóvenes Turcos estaba siendo riguroso. Entre 1914 y 1915 el gobierno excarceló a miles de presos comunes para que formaran parte de una Organización Especial que escoltaría los convoyes armenios hasta el desierto. Vehib Pasha, comandante del Tercer Ejército Otomano, llamó a estos escoltas "carniceros de la especie humana».
Incendios y ahogamientos
El método comenzaba por la expulsión de las familias armenias de sus casas, la quema de sus negocios y la separación de los hombres en edad de combatir.
En realidad, no combatieron nunca. Desarmados, fueron utilizados en los trabajos más duros antes de ser ejecutados y abandonados en los barrancos. Sus familias, en la mayoría de los casos, no volvieron a verlos jamás.
En cuanto a éstas, iniciaron a la fuerza un éxodo hacia el sur y hacia el este. Pero muy pocas llegaron. La declaración jurada de doce páginas del mencionado comandante del Tercer Ejército, Vehib Pasha, presentada en los juicios de Trebisonda como acusación, informaba de una quema masiva de la población de un pueblo cercano a Muş: «El método más corto para deshacerse de las mujeres y los niños concentrados en los diversos campamentos fue quemarlos". Prisioneros turcos que presenciaron estas matanzas relataron al ejército ruso: "el hedor de la carne humana ardiente impregnó el aire durante muchos días después». El experto en genocidio Vahakn Dadrian ha calculado que "ochenta mil armenios en noventa aldeas de la llanura de Muş fueron quemados en establos y pajares…y otros cincuenta mil, sólo en la provincia de Trabzon (Trebisonda), fueron arrojados al mar".
El cónsul norteamericano en esta ciudad lo corrobora: "Muchos de los niños fueron cargados en botes y sacados al mar y arrojados por la borda". El cónsul italiano de Trabzon en 1915, Giacomo Gorrini, escribe: «Vi a miles de mujeres y niños inocentes colocados en botes volcados en el Mar Negro».
Hambre y horror
Las mujeres y ancianos supervivientes que consiguieron llegar al desierto sirio fueron abandonados a su suerte, junto a sus proles. El cónsul alemán en Alepo, Walter Rossler, recordemos: aliado del Imperio Otomano, reportó "fosas comunes con más de sesenta mil personas en Meskene y una gran cantidad de montículos de cadáveres, ya que murieron debido al hambre y la enfermedad". En Abu Herrera, cerca de Meskene, describió cómo los guardias dejaron morir de hambre a 240 armenios, y escribió que éstos "buscaban granos en los excrementos de caballos».
En el hospital de Trabzon, un tal doctor Said inyectó morfina en niños y niñas de familias armenias para acabar con sus vidas. El alegato fue presentado en los juicios de 1919 por el jefe médico de la zona, doctor Ziya Fuad. Este médico también declaró bajo juramento, junto a su colega doctor Adnan, que en los bajos de un colegio se encerró a escolares y se acabó con ellos por medio de gas tóxico. Otro sanitario, el doctor Haydal Cemal, por su parte, aseguró que en Erzican, Anatolia Central, niños y bebés armenios fueron inyectados con sangre de pacientes enfermos de tifus. Un total de 132.000 huérfanos armenios fueron atendidos por organizaciones humanitarias desde Constantinopla hasta Damasco al acabar la guerra.
Cien mil supervivientes
Entre 800.000 y 1,5 millones de armenios murieron de 1914 a 1918, según las potencias occidentales. En documentos pertenecientes al principal autor de aquel exterminio, el ministro Talaat Pasha, un millón de armenios desapareció de los registros oficiales de población entre 1915 y 1916. El funcionario alemán Max Erwin von Scheubner-Richter escribió que menos de cien mil armenios sobrevivieron a la deportación.
En 1919, el tratado de Versalles puso fin a la Primera Guerra Mundial y la delegación armenia presentó una reclamación de 3.700 millones de dólares (53.000 millones actualizados a día de hoy) al gobierno otomano por la destrucción de dos mil iglesias y doscientos monasterios. En cuanto a los bienes particulares, la reclamación ascendía a 20.000 millones de francos (350.000 millones de dólares). Ninguna restitución se produjo porque el gobierno otomano jamás respondió a esta reclamación.
Políticos e intelectuales otomanos reconocieron la responsabilidad de su nación a título individual. El testimonio más elocuente fue el de Abdülmecid II, el último califa del islam de la dinastía otomana: "Esas horribles masacres son la mancha más grande que jamás haya deshonrado a nuestra nación y raza. Fueron completamente obra de Talaat y Enver".
La culpa colectiva por el exterminio coincidió con el final de la guerra perdida por los imperios otomano y austrohúngaro. En Constantinopla comenzó un juicio para los culpables, varios militares y políticos de alto rango, pero no sus cuatro principales cabecillas, que estaban en paradero desconocido. Sobre todo, el más buscado: Talaat Pasha, ministro de Interior. Los cuatro fueron condenados a muerte "in absentia". El resto de implicados, salvo alguna pena de muerte aislada, obtuvo la libertad a cambio del canje de 23 prisioneros británicos.
Operación Némesis
Por eso, el joven elegante que en la mañana del 15 de marzo de 1921 apunta a la nuca de un tranquilo paseante en una calle de Berlín con una pistola 9 mm, sabe que no va a fallar. Un millón de víctimas están empujando su dedo índice en el gatillo.
Dos años antes, en Eriván, capital de la nueva Armenia independiente, una organización armada, la Federación Revolucionaria Armenia, había decidido poner en marcha la Operación Némesis. Némesis es la diosa griega de la Venganza y la Retribución. La Operación Némesis quería borrar del mapa a 200 responsables otomanos de las matanzas. El primero de la lista era Talaat Pasha, refugiado en Berlín: el hombre que pasea apoyado en su bastón sin imaginar la pistola que apunta su nuca.
Sólo una bala fue necesaria de las ocho del cargador.
El autor del disparo fue detenido en una calle adyacente. Sus primeras palabras fueron: "Yo armenio, él (refiriéndose al muerto) turco. Nada contra Alemania". Su identidad era real: Sogomón Tehlirian, 24 años, estudiante de mecánica. Llevaba tres meses en Berlín tras la pista de Talaat.
Un proceso histórico
El juicio y veredicto de Tehlirian forman parte de la historia de la jurisprudencia (Un proceso histórico/Editorial Argentina/2012). Este es el diálogo que se produjo entre el acusado y el juez:
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Juez: ¿Cómo murieron sus padres?
Acusado: Tras el saqueo, nos dispararon mientras íbamos en la caravana. Uno de los gendarmes tomó a mi hermana y se la llevó. “Que me quede ciega” gritaba mi madre, no recuerdo más. Prefiero morir antes que recordarlo.
Juez: Recupérese y cuéntenos más sobre esos eventos, es el único que puede hacerlo.
Acusado: Me golpearon y vi justo en ese momento cuando abrían el cráneo de mi hermano con un hacha.
Juez: ¿Su hermana volvió?
Acusado: No, la violaron frente a nuestros ojos pero no volvió
Juez: ¿Quién golpeó el cráneo de su hermano?
Acusado: Los soldados y los gendarmes. Luego mi madre cayó.
Juez: ¿Cómo?
Acusado: No lo sé, quizá de un balazo.
Juez: ¿Y su padre?
Acusado: No lo sé, se lo habían llevado junto a otros hombres.
Juez: ¿Qué hizo usted?
Acusado: Me habían golpeado en la cabeza y me desmayé. No sé cuánto tiempo pasó.
Juez: Habiendo caído quedó en medio de la masacre.
Acusado: No sé cuánto estuve así, quizá dos días. Desperté y estaba rodeado de cadáveres. Todos los miembros de la caravana estaban muertos.
Juez: Entre los muertos, ¿encontró a su familia?
Acusado: Vi a mi madre muerta boca abajo, el cuerpo de mi hermano estaba sobre mí. También asesinado.
Juez: ¿Era su hermano mayor?
Acusado: No, el menor.
Juez: ¿Y sus hermanas?
Acusado: No las volví a ver.
En una sentencia sin precedentes, Sogomón Tehlirian que asesinó al temido Talaat Pasha en una calle de Berlín, fue absuelto. La FRA solo cumplió su sed de venganza en siete de los doscientos responsables de las matanzas. Al año siguiente, la República de Armenia quedó anexionada a la Unión Soviética.
El III Reich
Las masacres de armenios revolotearon los siguientes lustros del siglo sin una definición jurídica apropiada. Fue el fiscal polaco Raphael Lemkin quién acuñó el término genocidio en 1943 para describir lo que había ocurrido contra los armenios en el Imperio Otomano y estaba ocurriendo contra los judíos en el III Reich. Ambos casos resultaron casuísticas indispensables para las leyes sobre crímenes de lesa humanidad que vinieron después.
Una semana antes de invadir Polonia, Adolph Hitler arengó a sus comandantes preguntando retóricamente al aire: "¿Quién, después de todo, se acuerda hoy de la aniquilación de los armenios?". Hitler persuadió a sus oficiales de que, en definitiva, la agresión contra esta minoría provocó un gran debate, pero ni una sola consecuencia para la nación perpetradora. El Holocausto judío, a manos de los nazis, situó en más de seis millones el número de víctimas por odio étnico.
La postura oficial
Treinta países de la tierra han reconocido hasta el momento el genocidio armenio, entre ellos, Rusia, Estados Unidos, Alemania, el Parlamento Europeo o el papa Francisco, pero no España –aunque sí algunas de sus comunidades autónomas- ni desde luego, Turquía.
La postura formal de la República de Turquía es que los asesinatos no fueron deliberados ni sistemáticos sino debido a que los armenios representaban una amenaza como grupo cultural simpatizante de los rusos; que los armenios –y no más de 300.000- simplemente murieron de hambre o que, en todo caso, las masacres ocurrieron en tiempo de guerra.
En los últimos años, Turquía ha endurecido su postura oficial. Hace una semana, el gobierno de Erdogan prohibió la conmemoración del exterminio en Estambul, pese a lo cual un grupo de armenios y kurdos lo celebró, como cada 24 de abril, y presentó en el Parlamento una proposición para borrar de las calles los nombres de responsables de las matanzas.
La llama eterna
Donde sí se celebró, como viene ocurriendo desde hace 106 años, es en Erevan, la capital de Armenia. Allí, en una colina sobre el río Hrazdan una estela de 44 metros simboliza "el renacimiento nacional de los armenios". Doce losas en círculo representan las doce provincias de la Armenia histórica, hoy en territorio de Turquía, entre ellas el monte sagrado Ararat en el que, según la Biblia, se posó la nave de Noé después del diluvio. En el centro del círculo, a una profundidad de metro y medio, se halla una llama eterna. Alrededor del monumento, existe un muro de cien metros de longitud con los nombres de las ciudades y las aldeas que fueron escenario de las matanzas.
Como cada 24 de abril, cientos de miles de personas caminaron hacia el monumento del genocidio y depositaron claveles o tulipanes rojos alrededor de la "llama eterna". Esta evocación se repite en todas las comunidades armenias dispersas por el mundo.
Posiblemente las autoridades turcas nunca admitan lo que ocurrió. Pero hay una prueba intangible que despeja dudas. Pidan música armenia en su buscador…Escúchenla. Es imposible que esas bellas, dolientes y nostálgicas melodías no procedan de la verdad de un alma colectiva herida hasta los tuétanos.