La doctora Ellen Wiebe convive a diario con el dolor. Como si se tratara de un ángel de la muerte –entiéndase el término en positivo o negativo–, es la responsable de velar por los moribundos en sus últimos minutos. El último rostro al que ven antes de cruzar hacia lo desconocido. La última sonrisa. El último adiós. Su paciente más reciente ha sido una anciana mujer de ochenta años que abandonó el mundo hace tan sólo una semana rodeada de sus seres queridos. Es la número 455. Han leído bien: ha ayudado a morir a más de cuatrocientas cincuenta personas. Más que todas las eutanasias que se han llevado a cabo en España en los dos años que, el próximo 24 de marzo, se cumplen desde la aprobación de la Ley Orgánica que la regula. Es una de las personas que más 'muertes dignas' ha practicado en el mundo. Y lo ha hecho desde Vancouver, Canadá, el país más tolerante –junto con Bélgica y Holanda– con el suicidio asistido.
Desde que el país norteamericano legalizó la eutanasia en 2016, alrededor de 50.000 personas se han beneficiado de la medida. Su programa de asistencia médica para morir, MAID (Medical Assistance In Dying), comenzó a estar disponible ese mismo año para todo paciente que tuviese graves enfermedades terminales. Pero a partir de 2021 el gobierno del primer ministro Justin Trudeau se vio forzado a ampliar la cobertura después de que los tribunales reconocieran el derecho constitucional de los canadienses a morir dignamente. Se amplió la extensión de MAID a todos los hombres y mujeres mayores de 18 años que tuviesen patologías físicas o crónicas graves y, voluntariamente, decidieran dejarse ir, independientemente de si su enfermedad ponía en riesgo su vida o no. Polémica medida que fue duramente criticada por los sectores más conservadores, y especialmente por la Iglesia católica.
Sin embargo, en 2024 Canadá irá más allá, ya que abrirá la puerta a incluir en su lista de candidatos al 'suicidio asistido' a todos aquellos pacientes con enfermedades mentales graves que no han conseguido mejorar tras la terapia. Nueva decisión que se ampara en los tribunales y que ha suscitado una fuerte controversia. ¿No es la eutanasia una forma de 'librarse' de los 'enfermos' a los que ha fracasado el propio sistema? ¿No se convierte en una suerte de 'suicidio a la carta' para quienes no necesariamente deberían morir? ¿No será un efecto llamada para aquellos que padezcan trastornos mentales? ¿O se trata de un derecho legítimo y justificado que, en el fondo, se convierte en la única acción auténticamente humana, pues somos el único animal capaz de decidir voluntariamente su aniquilación? No hay nadie mejor que la doctora Wiebe, la persona que más ha ayudado a la muerte a cobrarse la vida de sus peones, para contestar a esta pregunta.
"Cada uno debe tomar sus propias decisiones. Nadie puede decidir por los demás. Tenemos el derecho tanto de controlar nuestras vidas como nuestras muertes", asegura a EL ESPAÑOL | Porfolio la doctora Wiebe, quien, a pesar de lidiar a diario con la muerte, desprende una simpatía natural. No tiene ningún tipo de complejo en hablar de lo que supone ayudar a morir sus pacientes. Es más, lo cuenta con orgullo, y se refiere en más de cinco ocasiones a la práctica de la eutanasia como "un honor". Para ella es casi un servicio, un deber ético y moral.
Así lo afirma cuando recuerda su primera eutanasia, que practicó pocos meses después de conocer que Canadá aprobaría el programa MAID. "Fue increíble, con una persona muy especial", asegura. "Se llamaba Hanne Schafer y era una profesora de la Universidad de Calgary. Yo aún no tenía licencia para practicar [la eutanasia] en esa provincia y aún era finales de 2015. MAID no había sido aprobada todavía. [Hanne] estaba buscando a alguien que la ayudase a morir en Holanda. Y como yo me había formado allí, le dijeron que había una doctora en su propio país que la podía ayudar. Así dio conmigo".
Y continúa: "Ella estaba muy mal: tenía esclerosis lateral amiotrófica y llegó a un punto en el que sólo podía mover un pulgar y una pequeña parte de su rostro. Su única forma de comunicarse era arrastrando el dedo sobre el teclado de un iPad. Hablamos de una mujer que fue profesora, escaladora, una persona súper activa que no quería sufrir el último estado de su enfermedad. Recuerdo que cuando le pregunté si estaba segura me medio sonrió y levantó el pulgar. Fue un honor estar a su lado para ayudarla. Igual que para otros tantos. La muerte asistida les permite tener el control del final de sus vidas".
No es el único caso que tiene guardado en la retina. El siguiente lo recuerda con mucho dolor. "Se trataba de un joven con la misma enfermedad. Lo que pasa es que... tenía la edad de mi hijo", relata la doctora. "Su sufrimiento era palpable. Tenía espasmos de dolor y le costaba respirar. En el momento de morir decidió que no quería estar rodeado de su familia. No es tan raro: los familiares muchas veces se ponen muy emotivos y los pacientes no quieren pasar ese mal trago. Entonces, les pidió a todos abandonar la sala. Yo me quedé a solas con él. Estar con alguien con tanto nivel de sufrimiento es como mirarte frente a un espejo: sientes el dolor en tu propio cuerpo". Se le humedecen los ojos. Solemne, aguarda unos segundos antes de continuar con el relato.
"Cuando le estaba inyectando la medicación, sus músculos pasaron de estar contraídos a relajarse. Es la primera vez que lo vi en calma desde que lo conocí. Sentí entonces cómo mis propios músculos se relajaban. No me di cuenta de lo tensa que estaba hasta que él dejó de estarlo. Fue una experiencia muy profunda estar a solas con ese joven, tan similar a mi hijo. Me sentí muy agradecida de poder estar ahí y ayudarlo".
Ese es, precisamente, uno de los grandes beneficios que ofrece la eutanasia: permitir a los pacientes que padecen graves enfermedades controlar el sufrimiento en sus últimos días de vida. Una opción que, tal y como señala Wiebe, supone un bálsamo de paz para quienes padecen enfermedades graves, sean estas curables o no. "Saber que tienes la oportunidad de acabar con el dolor te impulsa a querer afrontar el tratamiento. Da esperanza, porque eres consciente de que siempre te quedará una salida".
Esa posibilidad es aprovechada cada año por unos 10.000 canadienses. Una cifra enrome en comparación con los 500 que mueren por eutanasia en California, estado con 35 millones de habitantes, los mismos que Canadá, o los 172 que tuvo España a lo largo de 2021. Las muertes por MAID, explica Wiebe, suponen más del 3% de los fallecimientos totales de Canadá. Y en algunas regiones, como Columbia Británica, donde ella practica, la cifra asciende al 8%.
P.– ¿Por qué existen esas diferencias estadísticas entre provincias? Algunas muestran un 8% y otras un 0,7%.
R.– Las personas que eligen una muerte asistida suelen formar parte de cierta 'élite'. Es gente que ha tenido poder en su vida. Pacientes blancos, bien educados, con dinero, con carreras de éxito, empresarios que han tenido algún tipo de control en su carrera. Cuando el Gobierno dice que pueden tener control hasta sobre su propia vida, lo aprovechan. Mi zona, por ejemplo, es un área de retiro al que suelen venir personas independientes, aquellas que están dispuestas a abandonar el lugar en el que han trabajado y educado a sus hijos. ¿Quiénes no suelen acceder tanto a MAID? Los nuevos inmigrantes. Gente con raíces familiares. Grupos étnicos específicos con vínculos comunitarios. Y, luego, por supuesto, influye la comunicación de cada autoridad sanitaria dentro de los diferentes territorios en los que se divide el país. Cuanto más acceso y facilidades otorgues, más gente la utilizará.
P.– ¿Cuál es el procedimiento legl para poder acceder a la eutanasia? Porque Canadá amplió la posibilidad de tener una muerte digna a personas muy enfermas pero no terminales.
R.– Primero, un documento escrito, firmado y con testigos de unas tres páginas. El paciente debe firmarlo por sí mismo. Si no está capacitado, tiene un apoderado. Pero tiene que ser algo escrito y firmado. Y un testigo, aunque al principio eran dos. Y ese testigo, por ejemplo, no puede estar en el testamento familiar. Luego debe haber dos clínicos –ya sean doctores o enfermeras practicantes– que hagan un asesoramiento y completen un informe detallado del paciente de unas 7 o 10 páginas. También hay una regulación sobre la medicina utilizada. Nosotros compramos las medicinas en las farmacias. Vamos y firmamos lo que hemos cogido. Todo lo que no se use, debo llevarlo de vuelta y registrarlo. Si no cumplo alguna parte o hago algo mal en términos de dar ayudar a una muerte, me arriesgo a siete años de cárcel. Si me equivoco con el informe, puedo pasar dos años en prisión.
P.– ¿Qué le dice a los críticos con la eutanasia?
R.– Pues que es como mi trabajo con el aborto [antes, Wiebe hizo campaña pro-aborto y dirige una clínica para la interrupción del embarazo]. Es legal. Tenemos el derecho constitucional de controlar nuestra fertilidad, pero nadie tiene eso salvo que exista un doctor dispuesto a hacerlo o a prescribir las medicaciones. Entonces el debate no es tanto sobre el derecho sino sobre el acceso. Ese ha sido mi trabajo. Por ejemplo, esos números bajos de España probablemente indiquen que las personas que tienen un diagnóstico no tienen realmente todo el control sobre sus decisiones.
P.– ¿Cree que la muerte asistida es una idea de la izquierda?
R.– Es una pregunta interesante. En Estados Unidos, por ejemplo, sólo los estados demócratas tienen esta medida, así que en cierto sentido supongo que sí. Pero, por otro lado, son las personas mayores quienes están más interesadas en la eutanasia. Y ya sabemos que con la edad uno se suele hacer más de derechas... ¿Verdad? Nuestros senadores son bastante mayores, gente que ha llevado una buena vida, y aunque puedan ser muy conservadores tienes una gran parte que es pro asistencia. Es curioso, porque la gente mayor no se preocupa por que las mujeres tengan derechos como el aborto. Ahí sí se nota el debate izquierda-derecha. Pero en la eutanasia sí, porque la gente mayor ve a sus amigos y a sus familiares morir y, como les toca de cerca, empiezan a sentirse aterrados por la idea de la muerte.
Eutanasia para trastornos mentales
Sobrecoge tanto escuchar las historias de los pacientes de Ellen Wiebe como saber el comportamiento que algunos grupos ultraconservadores y fundamentalistas contrarios al aborto y a la muerte asistida han tenido con ella. La han perseguido y hasta amenazado por llevar a cabo estas prácticas. La doctora, recordemos, es directora médica de Willow, una clínica especializada en terapias para mujeres donde también lleva a cabo abortos médicos y quirúrgicos. Además, ha contribuido en el desarrollo del programa 'Hemlock Aid' para brindar consultas a médicos y pacientes para instruirlos en el arte de ayudar a morir. Asimismo, trabaja como autónoma por cuenta propia para varias autoridades sanitarias dentro de su territorio, donde desempeña su trabajo como experta en eutanasia y se desplaza según la requieran.
"Los católicos controlan muchos hospitales y residencias de ancianos y rechazan dejarnos entrar en sus recintos", explica Wiebe. "Así que nos vemos obligados a hacer transferencias forzadas de los pacientes que quieren beneficiarse de MAID. Deben ser movidos en las últimas horas de su vida... y muchos de ellos sufren lo que no está escrito". Esa situación, confiesa, le ha llevado a tener problemas personales. "Yo, que he defendiendo el aborto durante muchos años, vengo de una familia muy religiosa. Mi hermana me solía decir: 'Bueno, no somos pro-aborto pero sí pro-Ellen'. Tuve suerte... Aunque perdí a una buena amiga porque no podía soportar saber que venía a verla después de ayudar morir".
Pero además de perder algunas amistades y tener incómodas discusiones familiares, la doctora Ellen Wiebe ha tenido que enfrentarse a los sectores reaccionarios de la sociedad canadiense, hasta el punto de temer por su vida. "Amenazas de muerte he tenido muchísimas. Me decían que era yo la que debía morirme. Pero todo eso ha sido principalmente con el tema del aborto. Pensé que ocurriría lo mismo con la muerte asistida, pero hasta el año pasado no hubo problemas. Entonces los medios empezaron a hablar de que MAID iba a ampliarse a personas con enfermedades mentales [en 2024]. Hubo muchísima mala prensa, y empezaron a atacarme de forma brutal. Recibí correos, cartas y mensajes. Algunos eran buenos, en plan 'le rezo a Dios para que te haga ver la luz', pero otros... no tanto".
En 2015, el Tribunal Supremo de Canadá reconoció el suicidio médicamente asistido como un derecho, ya que el "derecho a vivir" no debía ser una "obligación de vivir", tal y como dictaba la sentencia. Cinco años después, los tribunales volvieron a dar la razón a los defensores de la eutanasia, y ampliaron la cobertura de MAID a todos aquellos que padecieran enfermedades crónicas o imposibilitantes. Una legislación muy similar a la que ya se aplica en España. Sin embargo, en 2023 se dictaminó que el programa de asistencia a la muerte se iba a ampliar a personas con trastornos mentales graves. El ejecutivo de Trudeau, asediado por la polémica, retrasó la aplicación de la medida a marzo de 2024. "Queremos estar seguros, queremos que sea seguro", justificó el ministro de Justicia, David Lametti.
"Ahora está permitido sólo aplicar MAID a alguien que tenga una enfermedad mental si esta va acompañada de una grave enfermedad física. Eso acabará en 2024. Y es muy controvertido", asegura la doctora Wiebe. "Lo que dicen los tribunales es que se podrá aplicar a personas que sufren de problemas mentales que no se pueden aliviar con medicamentos, como una depresión crónica que dura toda una vida. Para ello habrá que cerciorarse de que se les ha ofrecido los mejores tratamientos y terapias. Es un trabajo difícil en el que habrá que dialogar con los especialistas, porque muchas veces existen terapias alternativas que no han probado. Yo, por ejemplo, en el caso de enfermedades crónicas, he reconducido a muchos pacientes de MAID con este tipo de terapias para quitarles la idea de morir. 'En vez de morir, vamos a probar esto', les digo. A veces ha funcionado. Y sé que nos tendremos que enfrentar a esto cuando trabajemos con personas con problemas mentales".
P.– Pero esto puede convertirse en una suerte de 'suicidio a la carta'. ¿No es una forma de fallar a los ciudadanos, de decirles que el sistema no puede hacer nada por sus problemas y que la mejor alternativa es la muerte?
R.– Yo he estudiado muy de cerca lo que ha pasado en Bélgica. Muchas personas quieren tener muerte asistida debido a sus trastornos mentales, pero no es 'muerte frente a tratamientos psicológicos', sino que se trata de personas que llevan veinte años medicadas, sufriendo, y que no tienen otra opción. Muchos, por ejemplo, por estrés postraumático; otros viven con depresiones crónicas durante toda su vida y llegan a un punto en el que dicen: 'Ya no puedo más. He terminado. He sufrido, sufrido y sufrido y no puedo deshacerme de esto'. Yo, personalmente, me siento dispuesta a ayudarles.
P.– Hace unos años un doctor le acusó a usted de colarse en un centro y 'matar' a un hombre de 83 años, un anciano judío llamado Barry Hyman que tenía cáncer de pulmón... y luego la 'absolvieron'. ¿Qué pasó?
R.– Eso ocurrió en uno de los centros donde MAID no está permitido. Allí hay una residencia de ancianos de larga estancia. El hombre vivía allí. Era su casa. Y dijo que quería morir en casa. Sus hijas buscaban honrar a su padre, así que fuimos a un abogado y al responsable del centro y les pedimos cumplir su petición, pero dijeron que no. Yo le expliqué a la familia que eso, al final, era decisión suya. Él insistió, así que le dije: 'Lo haremos'. Y lo hicimos [a escondidas]. Después, le di el certificado de defunción a su hija y le dije: 'Si lo muestras, todo el mundo sabrá lo que ha pasado. Pero si vas a la mesa de enfermería y dices que tu padre simplemente ha dejado de respirar, nadie lo sabrá. Es tu decisión'. Ella les entregó el papel, así que salí en la prensa [aunque fue una decisión polémica, no fue reprobada, ya que el procedimiento era legal].
P.– ¿Le han calificado alguna vez como 'ángel de la muerte'?
R.– La primera paciente que me llamó eso estaba con cáncer en el hospital. Cuando llegó el día de su muerte, me presentó a toda su familia. Sus hijas estaban alrededor de la cama, y ella me dijo: 'Aquí está mi ángel de la muerte'. Fue la primera vez que lo escuché.
P.– ¿Qué hace después de ayudar a morir a alguien?
R.– Mi marido escucha mis historias. Siempre me ha apoyado. Es un hombre increíble.
P.– ¿Cuál es la reacción más común entre las personas que saben que van a morir? ¿Qué suelen hacer antes?
R.– Siempre hablan a sus seres queridos y dicen: 'Te quiero'. Es lo más común que escucho. Y, por supuesto, es hermoso ver todo ese despliegue de amor, porque en el día a día nos olvidamos de decírselo a los demás. Recuerdo a una pareja. Estaban el uno al lado del otro. Ella le dijo: 'Te amo'. Él contestó: 'Te amo'. Y ella le replicó: 'No, yo te amo más'. Esas fueron sus últimas palabras. Resulta... conmovedor. Lo más común es que en esos últimos momentos haya pocas personas. A veces se celebran fiestas durante toda una semana donde hay comida, bebida, historias, fotos, y la persona que muere está en el centro de todo, pero no es lo habitual. Tampoco quedarme a solas yo con alguien. Lo normal es que haya pocas personas, pero muy cercanas.
P.– ¿Cuál es el último paciente al que ha ayudado a morir? ¿Puede contarlo?
R.– Fue una situación maravillosa... Era una señora mayor de unos ochenta años. Llegó su familia, parte de la cual vivía en Holanda, pero estaba repartida por todo el mundo. Cuando entré en su casa estaban contando historias, mirando fotografías, haciendo todo lo que haces antes de despedirte de alguien a quien quieres. Recuerdo que la habitación estaba plagada de origami japoneses [u orizuru, una suerte de grullas o cigüeñas hechas de papel típicas de Japón]. Había cientos: colgando del techo, en las paredes, como si volasen por toda la casa dirigiéndose hacia su cama. Ella adoraba las cigüeñas y se las estuvieron preparando durante varios días. Eso fue la semana pasada.
P.– Doctora Wiebe, ¿cree usted en Dios? ¿Hay algo más allá de la muerte?
R.– Tengo esa conversación antes de morir con todos mis pacientes. '¿Qué crees uqe pasa?', les pregunto. Y ellos me cuentan. Tenemos, como te puedes imaginar, unas discusiones fascinantes. Pero no, yo no creo.