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Un misterio borbónico: los reyes del siglo XVIII Felipe V, Luis I, Fernando VI, Carlos III y Carlos IV fueron monógamos aunque no necesariamente castos. Los del XIX y XX, Fernando VII, Isabel II, Alfonso XII y Alfonso XIII fueron promiscuos como bonobos.
La guionista Anita Loos conoció a Alfonso XIII a finales de los años 20 en la casa de Hollywood de Douglas Fairbanks, compadre del rey en las farras de Cannes. Cuenta Loos en sus memorias Adiós a Hollywood con un beso (Noguer ediciones) que cuando el rey preguntó por Fatty Arbuckle, una de las estrellas del cine mudo americano, ella le informó que el actor había violado con una botella en una orgía a la starlette Virginia Rappe, que murió dos días después. Y que el escándalo terminó con la carrera de Arbuckle. "Qué mala suerte, eso le puede pasar a cualquiera", comentó Alfonso XIII en una frase que revela una sexualidad nihilista.
Que tenía un apetito erótico voraz, que le iba la marcha, vaya, es algo que no tiene vuelta de hoja para sus biógrafos. Orgulloso de su apéndice en el bajo vientre, en su viaje a Las Hurdes el monarca ordenó al fotógrafo José Demaría Vázquez Campúa que lo fotografiara en pelota picada, junto al médico Gregorio Marañón que aparece cubierto con unos calzones. A Alfonso XIII le debe la patria el mérito, inconfesable entonces, del desarrollo del cine porno.
Fantasías de salido
Poco después de su presentación en París, el invento de los hermanos Lumière llegó a Madrid, donde enviaron a Alexandre Jean Louis Promio, uno de los primeros cameramen y probable inventor del trávelin tras poner su cámara sobre una góndola y filmar en Venecia Panorama del Gran Canal visto desde un barco.
El marqués de Reversaux, embajador francés en España, le aconsejó alquilar un local en los bajos del Gran Hotel Rusia, a la altura del actual número 32 de la Carrera de San Jerónimo. Había albergado un negocio de máquinas tragaperras y de juguetes mecánicos para niños y ahora era un espléndido salón comedor, bien decorado y con luz eléctrica. Allí, el 15 de mayo de 1896, el cinematógrafo debutó en España. La entrada costaba una peseta, bastante cara para la duración de un espectáculo de 20 minutos. Aun así, durante un mes, los madrileños abarrotaron las veinte filas de sillas de la improvisada sala.
Incluso la Reina Regente María Cristina llevó a su hijo, el futuro Alfonso XIII, que acababa de cumplir diez años y quedó impresionado con aquellas estampas animadas. Tanto que, con el tiempo, fue un cinéfilo empedernido, sobre todo le cogió afición al género que llamaban sicalíptico y sólo los connaisseurs porno.
Montó su propio proyector en un chalet en los Picos de Europa construido para él por la Real Compañía Asturiana de Minas. Allí el rey disponía de un enorme coto de caza que limitaba con los pueblos de Sotres, Bulnes, Espinama y Caín. Y allí se aficionó a las películas subidas de tono que adquiría en el extranjero y veía también en una salita del Palacio Real. Se valió de su privilegiado estatuto para hacer realidad sus fantasías sexuales de macho alfa y playboy sin fronteras.
Royal Films
Cuando se cansó de aquellas cintas de importación, decidió hacerlas a medida de su gusto, tosco como la lija. Ordenó al conde de Romanones ponerse en contacto con los hermanos Ramón y Ricardo de Baños, jóvenes catalanes que habían vuelto de Brasil donde, contratados por el indiano Joaquín Llopis, habían rodado cámara al hombro documentales en las plantaciones de caucho del curso del Amazonas.
El mayor, Ricardo, había aprendido el oficio en la firma Gaumont de París y creado la productora Hispano Films. Con su hermano Ramón se embarcó en un proyecto lujuriante como la Amazonia: rodar películas pornográficas para el mismísimo Rey de España. El nombre de la productora —Royal Films— no daba lugar a equívocos. Tal vez tampoco fuera casual que la sede de la Royal Films estuviese en el número 7 de la calle Príncipe de Asturias, en el barrio de Gracia.
El conde de Romanones llevaba al rey esas películas —más ordinarias que sicalípticas—, en una maleta de cuyo contenido disfrutaba Alfonso a solas o en compañía de otros, que se ponían como el pico de una plancha: su entourage cortesano, nobles como el propio Romanones, el marqués de Sotelo, el alcalde de Valencia o el dictador Miguel Primo de Rivera, marqués de Estella.
Alfonso XIII daba ideas para los guiones de las películas porno y hasta colaboraba en el casting de las lumis
La pornografía era entonces un vicio elitista, pero los actores y actrices se reclutaban en los bajos fondos. De los argumentos no vale la pena hablar. Chabacanos a más no poder y vulgares como un eructo: carnosas prostitutas del Raval barcelonés sin maquillar, sin depilar y con sobrepeso montándoselo con chulos tabernarios escogidos tras una ronda de castings. En blanco y negro y sin sonido, muestran escenas explícitas de alto octanaje, puro hardcore cutre. Ninguna tiene título ni créditos. Son tramas simples como el mecanismo de un chupete y pasan al clímax con una puesta en escena de chichinabo. El monarca daba ideas para los argumentos y guiones y hasta colaboraba en el casting de las lumis protagonistas.
El porno que quiere prohibir el PSOE
La productora porno de Alfonso XIII, Royal Films, estaría ahora mismo, si siguiera existiendo, temblando de miedo por la nueva ley contra la explotación sexual que ha presentado el PSOE en el Congreso de los Diputados. Y es que en uno de los artículos de esta propuesta, los socialistas plantean que se pudiera perseguir las grabaciones de películas pornos y sancionar a los productores.
En concreto, según informa Alberto D. Prieto, el artículo 187 asegura que "el hecho de convenir la práctica de actos de naturaleza sexual a cambio de dinero u otro tipo de prestación de contenido económico, será castigado con multa de doce a veinticuatro meses".
De aprobarse esta ley, esta disposición permitiría sancionar a los productores de películas, imágenes o contenidos pornográficos y también a cuentas de vídeos sexuales como 'Only Fans'.
A diferencia del ruboroso puritanismo victoriano de su mujer, nieta de la reina Victoria del Reino Unido, él llevaba en las venas la sangre francesa de la disipada corte de Versalles envenenada de joie de vivre. Alfonso compartía la idea de Voltaire, que decretaba: "Chassez le naturel, ça revient au galop". Esa frase genial lo decía todo. La naturaleza, como un caballo, vuelve al galope si se le pone freno. Por lo tanto, desenfreno.
Filmadas entre 1915 y 1925, unas en el Raval de Barcelona y otras en prostíbulos valencianos, la real fábrica de sueños húmedos produjo unas sesenta películas, aunque sólo se han conservado tres. En Consultorio de señoras (60 minutos de metraje) un médico se fuma un puro con el juramento hipocrático y pasa de la auscultación de las pacientes al asunto. En El confesor (35 minutos) un cura aprovecha la intimidad del sacramento de la confesión para solicitaciones sacrílegas. El ministro (31 minutos) va de la mujer de un funcionario que acude a pedir a un político que no despida a su marido y para resultar del todo persuasiva lo da todo. Porno y realismo social al mismo tiempo, porque el cohecho era moneda de curso legal.
Según Román Gubern, tras la muerte de Alfonso XIII se ordenó la destrucción de su filmoteca personal, pero los hermanos Baños guardaron algunas copias, que los coleccionistas Juan y José Luis Rado descubrieron en un convento valenciano a principios de los 90. Tras su restauración y digitalización, se incorporaron al archivo de la Filmoteca valenciana. Cuando Luis García Berlanga vio esas películas no acabó de entender "cómo podían gustarle a don Alfonso esas señoras tan exorbitantes en blanco y negro".
Habitación Nº 20
En España las películas porno (el cine X) no fueron legales hasta los años 80 y el franquismo no fue la única causa. Antes ya era considerado un género impúdico y degenerado. Lo cual no fue obstáculo para la buena disposición de Alfonso XIII al gozo extravagante, que le llevó a admirar el primer opúsculo pornográfico de la literatura inglesa, Sodoma o la quintaesencia de la disipación del aristócrata John Wilmont, conde de Rochester. Y a visitar con asiduidad el hotel Mónaco, una casa de citas en el barrio madrileño de Chueca. En la habitación número 20 solía echar una cana al aire.
A la reina Victoria Eugenia la traía por el camino de la amargura, sabía a qué dedicaba Alfonso el tiempo libre y quería divorciarse. Ya en el exilio en París, la desconsolada reina, harta de aguantar a su marido libertino, le dijo: "Me voy, ¡no quiero ver tu fea cara nunca más!". El matrimonio llevaba más de una década sin hacer vida marital. La reina se instaló en Londres y la pareja no volvió a vivir en la misma ciudad.
Lujo y voluptuosidad en París
Cuenta el historiador de los Borbones José María Zavala que un escritor estadounidense mostró a Alfonso XIII el índice de una biografía que pensaba publicar sobre él. El rey leyó atentamente cada uno de los capítulos que componían el libro y cuando se topó con uno titulado Los amores del monarca, torció el gesto: "¡Cómo! Esto no puede ser. El rey de España no tiene más amor que el de su esposa". El norteamericano sonrió y entonces, el rey, añadió socarrón: "Le insisto en lo dicho. Ahora, yo no sé si el duque de Toledo…".
El duque de Toledo era el alias con el que monarca se camuflaba para sus correrías de lujo y voluptuosidad de París. Además de un lío con Celia Gámez y otras cupletistas, Alfonso XIII tuvo cinco hijos extramatrimoniales. Con la aristócrata francesa Mélanie de Gaufridy de Dortan tuvo a Roger Leveque de Vilmorin (1905). Con la actriz española Carmen Ruiz Moragas tuvo dos hijos María Teresa (1925) y Leandro (1929).
Y dos hijas con dos institutrices de los infantes. La primera, cuyo nombre se desconoce, fue abandonada en un convento madrileño. La segunda, Juana Alfonsa Milán y Quiñones de León (1916), la tuvo con la nanny irlandesa de Beatrice Noon.
Sugiere Zavala que el actor y productor Luis Escobar era también hijo de Alfonso XIII. Como nació dos años después de la boda del rey, el monarca habría tenido dos hijos en poco más de un año: uno legítimo, Alfonso de Borbón y Battenberg, príncipe de Asturias, nacido el 10 de mayo de 1907; y otro bastardo, Luis Escobar Kirkpatrick, alumbrado el 5 de septiembre de 1908. Según Zavala, en su libro Bastardos y Borbones, otros de sus hijos sería el actor Ángel Picazo, que representó el papel de su padre biológico en la película de Santos Alcocer Las últimas horas.
De casta le venía al galgo porque su bisabuelo Fernando VII, su abuela Isabel II y su padre Alfonso XII eran igual de libertinos.
Cartas románticas
Alfonso XII ha pasado la Historia como un rey triste y con una imagen limpia como una patena que los hechos desmienten. En Trío de príncipes, Juan Balansó transcribió algunas cartas de amor de un hombre enamorado a su concubina, Elena Sanz, una cantante de ópera de la época. "Elena mía: Qué retratos y cómo te los agradezco. El chico [su bastardo Alfonso] hace bien en agarrarse lo mejor que tiene y por eso me parece le va a gustar tocar la campanilla... Tú estás que te hubiera comido a besos y me pusiste Dios sabe cómo... Daría cualquier cosa para veros. ALFONSO".
Veamos uno más de esos billetes tiernos. "Idolatrada Elena: Cada momento te quiero más y deseo verte, aunque esto no es posible en estos días. No tienes idea del recuerdo que dejaste en mí. Cuenta conmigo para todo. No te he escrito por falta de tiempo. Dime si necesitas guita y cuánta. A los nenes [los dos hijos del rey con la cantante] un beso de tu ALFONSO".
Y otro. "Idolatrada Elena: Mil gracias por tu billete de ayer y cuanto me dices. Mucho sentí no poderte ver anoche, y aún más triste estoy ante la idea de que te hayas enfriado conmigo. Otra vez haremos aún más, y así sudarás y no hay enfriamiento posible. Tuyo de corazón, A".
Esa nostalgia de sudores y esas palabras arrebatadas reflejan la pasión de un rey infiel. Escritas a pluma en un papel que el paso del tiempo ha amarilleado, documentan la doble vida de Alfonso XII. Su destinataria, la cantante de ópera Elena Sanz le dio dos hijos y fue uno de sus luminosos amores en la sombra.
Alfonso Sanz, bastardo de Alfonso XII, nació en 1880 y su hermano Fernando al año siguiente. El mayor fue concebido durante la viudez de su padre; su hermano Fernando, en cambio, era hijo adulterino, su concepción se produjo mientras Alfonso XII estaba casado con María Cristina.
El chantaje
Como su abuela María Luisa de Parma y como su madre María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, Isabel II bebió los vientos por los hombres uniformados. El ministro García Ruiz habló de Isabel II como "una nueva Mesalina nunca harta de torpes y libidinosos placeres". Difícilmente podía escandalizarse de los amoríos de su heredero.
Isabel II llamaba a Elena Sanz "mi nuera ante Dios"; lo cual tampoco es raro porque ella misma ejerció de celestina para que su hijo y Elena se conociesen en Viena en 1872.
El futuro Alfonso XII tenía 15 años, y la cantante 28. La reina empujó a su hijo a los brazos de Elena para evitar que se casara con su prima Mercedes, hija de la infanta Luisa Fernanda y del duque de Montpensier. De nada le valió, porque cuando Elena Sanz se fue de gira por Sudamérica, Alfonso conoció a su prima Mercedes, cayó herido por Cupido y se casó con ella en la basílica de Atocha el 23 de enero de 1878.
Mercedes murió de tifus seis meses después y el rey encontró consuelo en el estreno de la ópera La Favorita en el Teatro Real, en la que actuaba Elena.
En plena lactancia del segundo bebé de Alfonso y Elena, María Cristina, la segunda esposa del rey, lanzó un ultimátum: o la cantante salía de Madrid con su prole o ella liaba el petate y volvía a Austria. Elena Sanz tuvo que afincarse en París con sus hijos y la pasión del monarca perdió fuelle con la distancia. Tras la muerte de Alfonso XII, la despechada reina viuda dejó de pagar la pensión de cinco mil pesetas mensuales que el rey pasaba a su amante. Mal asunto, porque hasta la gacela se comporta como leona cuando le tocan los cachorros.
Elena reunió toda la documentación sobre su romance y contrató en París a un abogado de renombre: Nicolás Salmerón que, a los 35 años, tras la dimisión de Pi i Margall, había sido el tercer presidente de la Primera República y vivía exiliado en París desde la Restauración monárquica.
Cuenta José María Zavala que cuando Salmerón se entrevistó con el intendente de la Real Casa, Fermín Abella, se dispararon todas las alarmas. Abella se lo tomó como un chantaje. Y lo era.
Se trataba de llegar a un acuerdo para devolver las cartas íntimas y oteros documentos en poder de Elena Sanz. La cantante entregó 110 documentos a cambio de 800.000 pesetas en tres pagos (el equivalente a más de tres millones de euros). No era cosa de comprometer el nombre del rey por un quítame allá esas pajas.
Año y medio antes de morir, en el palacio de la marquesa de Esquilache, Alfonso XII conoció a la mujer del secretario de la embajada uruguaya en Madrid, Mercedes de Basáñez. Aunque la mermada salud de Alfonso XII estaba ya para muy pocas fiestas, engendró una niña con la uruguaya. Su auténtica filiación quedó en la línea de sombra de la Historia hasta 40 años después, cuando reinaba en Madrid su medio hermano Alfonso XIII.
El Impávido
La erotomanía de los Borbones viene de lejos. El cardenal Alberoni decía que Felipe V, el primer Borbón español, lo que necesitaba era "un reclinatorio y una mujer". Mientras su primera esposa María Luisa Gabriela de Saboya se consumía en la cama atormentada de escrófulas, la voracidad de Felipe V la requería tanto en la cama que la pobre mujer acabó extenuada y abandonó este mundo.
Felipe V, atormentado y bipolar, oscilaba sin solución de continuidad entre el éxtasis sexual y el religioso, entre el pecado y la culpa. El duque de Saint-Simon contó que en la noche de bodas con su segunda mujer, Isabel de Farnesio, en Guadalajara, "la real pareja permaneció encerrada a cal y canto 24 horas ininterrumpidas". A Isabel le sorprendió el catálogo de posturas de su esposo, su afición y sus destrezas inesperadas. Los confesores le permitían dar rienda suelta a sus fantasías siempre y cuando acabara vertiendo en el "vaso natural" de la mujer, cuya finalidad era la procreación por más que en el trámite se condonara el vicio.
Entre que al meapilas semental nunca le faltaba la pólvora y que a Isabel de Farnesio nunca le dolía la cabeza, la reina encontró en el sexo una poderosa arma de soft power. La reina lo tenía tan claro como el Frank Underwood de House of Cards: "Todo es acerca del sexo, excepto el sexo. El sexo es acerca del poder".
Isabel, que no era un gran talento político, disfrutó de mucho poder durante casi cincuenta años, su trono fue la cama y sobre el colchón dictó la política española con la ayuda del cardenal italiano Giulio Alberoni, que ejerció como un primer ministro y, según mentideros de la Corte, de algo más: se murmuraba que Carlos III no era hijo de Felipe V sino del cardenal.
La pareja real era adicta al Impávido, entretenida travesura con el que algunos anfitriones tentaban a sus invitados. Consistía en sentar a los caballeros desnudos de cintura para abajo, alrededor de una mesa redonda con faldones hasta el suelo. La esposa del anfitrión se metía debajo de la mesa, elegía aleatoriamente a uno de los sedentes, metía la mano entre sus piernas y se llevaba el manubrio a la boca. La dama iba probando todos los bocados sin ser vista desde la parte superior de la mesa.
La cosa era adivinar quién estaba siendo en cada momento objeto de las atenciones de la felatriz según el gesto de los participantes, que tenían que permanecer impávidos. A través de una mirilla oculta en la pared, Felipe V e Isabel de Farnesio espiaban el juego.
La minuciosidad de Carlos III
El tercer hijo de Felipe V, que reinó como Fernando VI, también sometió a su mujer Bárbara de Braganza a otro calvario en un lecho que primero fue conyugal y al final lecho de muerte. No pudo soportar las continuas violaciones del rey rijoso, insensible a las hemorragias de la reina, a sus vómitos y escalofríos causados por una carcinomatosis peritoneal.
El hijo de Felipe V con Isabel de Farnesio, Carlos III, rey de Nápoles y Sicilia antes de heredar la corona de España, se casó de mala gana por imperativo materno con María Amalia de Sajonia, hija del rey de Polonia. El 9 de mayo de 1738 se celebró la boda por poderes en el Palacio de Dresde (Sajonia), pero hasta más de un mes después la pareja no se vio. Fue en Portello, un barrio de Milán, desde donde se dirigieron al Palacio de Gaeta.
María Amalia tenía 13 años y aún no era núbil, el rey tenía 22 y rindió cuentas a sus padres de su noche de bodas en una carta que se conserva en el Archivo Histórico Nacional (Sección Estado, legajo 2760). El texto, en francés, es tan minucioso como exigía la mentalidad de las dinastías de la época, obsesionadas por asegurarse la descendencia.
"Nos acostamos a las nueve y temblábamos los dos pero empezamos a besarnos y enseguida estuve listo y empecé y al cabo de un cuarto de hora la rompí, y en esta ocasión no pudimos corrernos ninguno de los dos; más tarde, a las tres de la mañana, volví a empezar y nos corrimos los dos al mismo tiempo y desde entonces hemos seguido así, dos veces por noche, excepto aquella noche en que debíamos venir aquí, que como tuvimos que levantarnos a las cuatro de la mañana solo pude hacerlo una vez y aseguro a VV. MM. que hubiese podido y podría hacerlo muchas más veces pero que me aguanto por las razones que VV. MM. me dieron y diré también a VV. MM. que siempre nos corremos al mismo tiempo porque el uno espera al otro".
Las razones por la que Carlos se aguantaba y se conformaba con "sólo una o dos veces entre la noche y el día" eran las de "no acabar derrengado" y preservar su salud, como dice en la misma carta.
A diferencia de lo que era costumbre, Carlos y María Amalia durmieron siempre en la misma cama. El rey gastó toda la mina del lápiz y el resultado fueron 13 hijos. Eso, una mala caída de caballo y su gran afición al tabaco contribuyeron a deteriorar la salud de María Amalia que, ya reina de España, murió con 35 años.
Su nieto Fernando VII, mientras de día rezaba rosarios y oficios con su segunda esposa, la reina María Josefa Amalia de Sajonia, de noche iba de putas en compañía de su incondicional duque de Alagón, a quien campechanamente llamaba Paquito Córdoba.
La madre de Fernando VII, la reina María Luisa de Parma era también Borbón. Nieta por línea paterna de Felipe V y por la materna de Luis XV de Francia, tuvo 24 embarazos de los cuales catorce le dieron niños vivos, aunque solo siete llegaron a adultos. ¿Quiénes fueron los padres de los hijos múltiples de María Luisa de Parma? ¿Y los de su nieta Isabel II?, ¿queda, por cierto, algo de borbónica en la sangre de los Borbones?
Esa reina concita tanta unanimidad en la injuria que le lleva a uno al mosqueo. Las leyendas negras existen. Y la misoginia también. Espronceda, que veía en ella un pendón desorejado de furores uterinos, con escaso romanticismo la llamó "impura prostituta".
Hans Roger Madol, dice en su biografía de Godoy que la reina era una "chulapona desgarrada, maja bravía donde las hubiere, buscadora perpetua de las sensaciones viriles de los apuestos cortesanos que la rodeaban y de los más granados Guardias de Corps". En los archivos del Ministerio de Exteriores de París, se conserva cierto documento que abunda en lo mismo: "Es el vicio en toda su fealdad, es el escándalo más nauseabundo. Para alimentar la extraña sensibilidad de la reina, no son demasiadas las atenciones del Príncipe de la Paz [Godoy] y el concurso frecuente de la flor y nata de los Guardias de Corps".
El Conciso, un periódico que se publicó durante las Cortes de Cádiz, sin veladura alguna puso a caer de un burro a la reina María Luisa. La llamó "pérfida, intrigante, vulgar y sedienta de lujuria" y atribuyó a Godoy la paternidad de sus dos últimos hijos.
A los estetas franceses del XIX el sexo les parecía cosa de plebeyos, ese decadentismo exquisito no lo compartieron los Borbones. Su sangre caliente rebosó en las venas de nuestros reyes, convencidos, como Camilo José Cela, de que semen retentum venenum est.
Al menos en lo referido a la obstinación sexual de una dinastía, parece claro que la serie sobre Los Borbones de Atresmedia, que el pasado martes fue líder de audiencias con 2.235.000 espectadores, no lo cuenta todo.
El amor y los Borbones
¿Existió alguna vez el matrimonio por amor entre los Borbones españoles? Generalmente, no. Para los más afortunados, el amor llegó con el tiempo, tras apreciar las cualidades del cónyuge. Para otros no llegó jamás. Desde María Luisa Gabriela de Saboya, la primera esposa de Felipe V, hasta Letizia Ortiz, dieciséis mujeres y un hombre han ocupado el trono español como consortes. Una más, María Antonia de Nápoles, se quedó en el banquillo, al morir dos años antes de la proclamación como rey su marido Fernando VII.
Sólo tres consortes fueron españoles: Francisco de Asís Borbón, casado con Isabel II, María de las Mercedes de Orleans, la primera mujer de Alfonso XII y doña Letizia. Hubo además cuatro italianas, tres alemanas, dos portuguesas, una francesa, una inglesa y una griega. El único consorte varón, Francisco de Asís, fue príncipe desde la cuna y, salvo Letizia Ortiz, la única plebeya de la dinastía borbónica, todas las consortes fueron princesas de nacimiento.
En cuanto al amor, doce consortes se casaron por estrictas razones de Estado y sólo de otras tres puede decirse que se casaron por amor: María de las Mercedes de Orleans, la primera mujer de Alfonso XII, Victoria Eugenia de Battenberg, la infeliz esposa de Alfonso XIII, y Letizia Ortiz.