Luis Mateo Díez (Villablino, 1942) vive en una séptima planta llena de luz y silencio. De fondo se escuchan sólo los pajarillos del Parque de Roma tonteando en la mañana, como en los cuentos que acaban bien. Todo lo que rodea a Mateo Díez está lleno de eso: de pistas, de símbolos, de ritos, de sueños. Es su lenguaje mago. Universal como el paraíso perdido, universal como el tren que se va o la ballena azul que muere en la arena de la playa (y nos recuerda que la civilización hace rato se fue al carajo). Luis frota las palabras y las ordena así, con la intención de tirar abajo las puertas del inconsciente colectivo.
Él quiso escribir sobre la vida del ser humano, pero no la que le acontece afuera, sino la que le sucede adentro, en ese camino largo y raro, sinuoso y salvaje que es la imaginación, ¡en fin!, este milagro misterioso que nos fue dado para hacer de este viaje algo menos aburrido, algo menos precario. Yo estoy de acuerdo con Luis en que la vida, en verdad, es lo que pasa en nuestra cabeza. Ni él ni yo conocemos nada en el mundo que sea más real que una fantasía. Es un gusto decirlo en voz alta.
Y es un gusto que el escritor, académico de la RAE y Premio Cervantes 2023 le abra la puerta a una con tanta afabilidad antes de un breve abrazo cortés. Va como un pincel, Luis, y hay algo gallardo y pulcro y digno en su presencia blanca, en su chaqueta cerrada, en sus gafas con una monturilla tan invisible que parece que levitan. Se entiende rápidamente que este hombre tenga tantos amigos: es de esas personas que te hacen sentir que se alegran de verte.
Otra sensación más: su manera de estar le es a uno muy familiar aún sin haberle visto en persona nunca antes. Quizás nos hayamos encontrado en otro mundo, en uno de esos en los que él cree, en uno de esos que él crea. Es afable. Es cervantino. Es inspirador. Es un gran conversador. Se ríe con la boca pequeña, con exquisita maldad, como enredando algo en secreto, como pensando (siempre) más allá de uno, más allá de lo que puede contar. Si un tema le escama, levanta un dedillo iracundo y habla con un enemigo invisible al que se refiere de "mire usted". Es exquisito, Luis, es generoso y colosal. No juega a sacar músculo intelectual: juega a vivir y a buscar la aventura en la vuelta de la esquina.
En su cabeza vive mucha gente. Gente estupenda, francamente, de esa que no se encuentra uno por la calle, como Don Quijote o Ana Karenina, ahí es nada. Son buenos amigos. Para eso está la literatura, dice: para conocer gente. Los libros y los bares son lo esencial, lo lubricante, ahí donde arrancan las historias y los amores, una promesa de eternidad. Las iglesias le sobran.
¡Tenemos tanta suerte con este Cervantes nuestro! Qué vivo y entero a sus 81. Luis Mateo Díez recibirá en poco más de un mes su prestigioso galardón, dotado con 125.000 euros que, según me cuenta, se gastará en fiestas. Pero, ah, la fiesta de su mente... esa es la más codiciada. Ese es su imbatible reino.
P.- Ésta es muy difícil, Luis.
R.- ¡Mejor! Hazme primero la muy difícil y luego vas bajando.
P.- ¿Quién es Luis Mateo Díez, además de un niño muy querido por todos, según he leído?
R.- (Ríe). Yo creo que es verdad eso. Fui un niño raro al que todo el mundo quería mucho. Y entonces yo, como era un poco malo y ladino, le sacaba mucho rendimiento. A lo largo de mi vida he sido una persona llena de amigos… amigos por todas partes… e intenté perpetuar el rendimiento que sacaba de niño. Me fue bien. Fui un chico consentido y una persona que tenía cierto encanto, al parecer.
P.- Está vigente todo eso.
R.- He sobrevivido. He tenido la suerte de tener un hermano muy cuidador. Fíjate que eso es increíble, ¿no? ¡Él subsiste como cuidador! Luego también he tenido muchas pérdidas a lo largo de la vida. Hace unos años me quedé viudo. Pérdidas duras, duras… eso hicieron que aquel niño se convirtiese en un anciano que ha encontrado en sentirse solo… ¿cómo decirte? Un destino. ¡Un destino! No es que me regodee en mi soledad, es que ahora tengo la conciencia, el cierto convencimiento, de que nacemos para estar solos. Lo otro son añadidos que se van teniendo por el camino… hijos estupendos, nietos estupendos.
P.- Hay una película maravillosa de Harry Dean Stanton llamada ‘Lucky’. Él ahí era ya un nonagenario taciturno. En un diálogo, alguien decía: “Nacemos solos y morimos solos”. “Eso es muy deprimente, ¿no?”. “¡Para nada! ‘Solo’ quiere decir ‘único en su especie’”. ¿Es su caso? ¿Es único en su especie?
R.- No lo sé. No puedo saberlo. No quiero sonar cenizo. He constatado que la vida es incómoda pero también maravillosa. O sea, que merece la pena.
P.- Usted persiste siendo un homo ludens, ¿no es eso?
R.- ¡Sí! Ahí estoy. Persisto. No está mal, dentro de este ritmo, del que tengo ahora, físicamente… en fin, he sido indolente en algunas fases y he tenido muchos extravíos.
P.- ¿Qué quiere decir con “extravíos”?
R.- Quiero decir que aunque he tenido conciencia de lo que había que hacer, me he contradicho a mí mismo.
P.- Ahá. Gamberradas racionalizadas.
R.- Claro, pero te diré que también tengo unas pautas de comportamiento.
P.- Cuénteme.
P.- Yo esto lo heredé de mis padres. Mi padre era un hombre… con mucha categoría, ¿sabes lo que digo? Eso no puedes decirlo ahora de casi nadie, porque no tienen ni agarraderas. La categoría de mi padre no era económica, sino de conciencia. Él administró bien a sus cinco hijos y nos inculcó generosidad, discreción y sentido común. Son tres pautas educativas que he procurado que hereden mis hijos y mis nietos. Tal vez yo creo que son las patas más importantes de la vida, más en este mundo revuelto. Creo en un bien enorme, común, que hemos ido perdiendo. La ejemplaridad a mí me parece cultura general.
"Mi padre nos inculcó generosidad, discreción y sentido común. Son tres pautas educativas que he procurado que hereden mis hijos y mis nietos"
P.- Le entiendo. También a mí me interesa la ejemplaridad cervantina. ¿Dónde se encuentran los valores quijotescos en la España de 2024?
R.- Yo creo que El Quijote se relaciona mucho con la generosidad. Es el sentido abierto de las cosas. La sensación de que uno vive comprometido en el servicio a los otros. Este tipo de cosas en mi caso no son religiosas, sino cívicas, civiles y todo eso. Mi idea quijotesca favorita, no obstante, es que la vida es una aventura en la que se nos ofrece salir al mundo a deshacer entuertos.
P.- Arreglar el mundo y, de paso, echar un buen rato.
R.- Eso es. Hay que salir a hacer el bien, hay que salir a salvar a la gente de sus desgracias y de sus tribulaciones…
P.- Y de su aburrimiento.
R.- Sobre todo, de su aburrimiento. Esto lleva a cierta deriva quijotesca que suele llevar a cierta locura o cierto disparate, ¿no? A la quimera. Eso es lo quimérico, pero dentro de lo quimérico hay una cierta lucidez que te reconforta, aunque acabes un poco tarumba, porque eso te da la medida del deber cumplido. Cuando El Quijote vuelve a casa y está malito, a punto de morirse, le viene la razón, desde luego, pero yo creo que ese Quijote es menos interesante que el que deshacía entuertos. Hace falta una gran generosidad y un sentido profundo de la aventura humana.
P.- Eso me resulta honorable.
R.- Qué bien.
P.- Le pregunté a su compañero de generación Merino, un hombre sobresaliente, que a qué edad había que leer El Quijote. Recuerdo que su respuesta fue hermosa: “Cuando se conoce la melancolía”.
R.- Es una respuesta estupenda.
P.- ¡Pero no quería yo contaminarle…!
R.- No, no. No es que me contamine, es que es algo personal, y en mi caso, por ejemplo, tuve suerte, porque el Quijote fue mi héroe infantil. Yo al Quijote lo conocí en la voz de aquellos maestros que tuve… cuando era un niño de la posguerra… pues en aquellas escuelas había maestros que nos leían, que no te hacían leer a ti. Y yo les escuchaba con mucha atención. El Quijote oral me impresionó porque descubrí en él a un héroe desastrado, a un héroe triste que sólo hacían vapulear, mientras él seguía con su disparatada y quimérica aventura. Eso me marcó mucho. Yo puedo decir que El Quijote no lo leí, sino que lo oí. Sí. Luego ha sido el libro de mi vida y lo he leído mucho, continuamente.
P.- Entonces, ¿a qué edad lo incluiría en los planes de estudio? Tengo la sensación de que a veces forzamos ese tipo de cosas. Y que El Quijote hay que leerlo cuando uno está formado un poco ya afectiva y vitalmente, para que cuaje.
R.- No lo sé. Mis hijos lo leyeron de adolescentes, pero mis nietos, que ya tienen esas edades, aún no lo han leído. El Quijote tiene una lectura muy entretenida. Es de los clásicos que perviven. Lo que pasa es que hay cosas que necesitan un esfuerzo. Hay que ponerse a leer. Ahora vivimos en una sociedad de pasivos, no de activos. Pero el ser humano moderno está predeterminado por las tecnologías, por todo lo que le llega, por lo que le pasa de largo… fíjate en qué situación estamos que ahora el ser humano cree que no necesita la memoria.
P.- ¿Le preocupa eso?
R.- Sí. Yo creo que la memoria es un elemento constitutivo del ser humano. Es fundamental tener un depósito del conocimiento y trabajarlo. Otra cosa son los usos que se hagan de la memoria… yo pienso que hay usos que a mí no me interesan nada, y no me parece muy honorable legislar sobre la memoria, pero en fin.
P.- Habla usted de la memoria histórica.
R.- Sí. Eso me resulta absurdo. Pero la memoria es consustancial al ser humano. Somos nuestros recuerdos. Para mí, la educación que soslaya la memoria comete un error total. ¿Recuerdas aquellos viejos sistemas educativos que te hacían aprender cosas de memoria? ¡Yo pienso que eran ejercicios muy satisfactorios! Cuando eras capaz de decir un largo poema de memoria, te sentías… ah, qué sé yo…
P.- Expectorado, largo…
R.- Sí. La memoria produce un gusto enorme.
P.- La sensación de recitar el poema y tener su sonido dentro, repiqueteando.
R.- Exacto. ¿No te sientes más tú misma? Por supuesto que sí. No sé quién decía que la memoria es un espejo del alma. Qué disparate tan bonito, ¿no? Me interesa la memoria y no creo en los artilugios que la sustituyen. Me gusta buscar, buscar, buscar y encontrar cosas que la vayan iluminando…
P.- Me dice usted que no le interesa la legislación sobre la memoria, pero me he enterado de que cuando era niño, escribió un cuento basado en su deseo de matar a Franco. ¿Me cuenta el plan?
R.- (Ríe). Era una tropelía eso…
P.- Una travesura hasta entrañable. Matar en la ficción…
R.- Yo quería hacerlo un poco en serio. Es que yo fui un niño especial. En el pueblo donde yo veraneaba, que era el pueblo de mis padres, tenía unos amigotes mayores que me celebraban mucho. Yo era muy ocurrente y disfrutaba de imitar. Me hacían echar discursos… imitaba muy bien al ministro de Trabajo de la época y eso era muy aplaudido. Tanto que trascendió un poco. Llegó hasta la Comandancia y me llamaron la atención. “Oigan, tengan cuidado con los juegos, no sea que…”.
"Cuando vine a Madrid, fui a oír a La Pasionaria en un mitin, y, no sé, me resultaba entrañable"
P.- ¡Prohibido jugar!
R.- (Ríe). Sí. Es normal que en ese ambiente me obsesionase con que Franco era muy malo. No es que viviera en un mundo muy politizado, pero… se me celebraba… yo vivía en un valle, además, muy cerrado y muy hermoso, donde no llegaban ni las ondas radiofónicas. La radio que llegaba era la Pirenaica. Recuerdo mucho oír a La Pasionaria hablando, en fin, de tomar las armas. Eso llegaba a mi pueblo minero… ay. Cuando vine a Madrid, fui a oír a La Pasionaria en un mitin, y, no sé, me resultaba entrañable. Luego la vi ahí sentada en el Congreso y me dije “bueno, este país empieza a ser otra cosa, empieza a desterrar a los viejos fantasmas”… Ya podía ser una señora desabrida, o como fuera, ¡o maravillosa!, la cosa es que me seducía ese ambiente que encajaba tan bien entre mis amigotes.
P.- Pero aún no me ha contado el plan… ¿qué pasa con eso? Si ya no podemos aplicarlo de forma retroactiva, ni nada.
R.- (Ríe). Te lo cuento, te lo cuento. El plan tenía como sustancia una conexión con un amigo mío, que tenía un primo que trabajaba en la Guardia Mora. Total, que conseguíamos contactar con él y convencerle de que fuera el sicario.
P.- ¿Pensaban pagarle? ¿Con dinero?
R.- No sé. Sé que la mandábamos una daga por correo certificado. Yo me encargaba de una parte, mi amigo de otra… el caso es que el magnicidio iba a caer en las manos del otro pobre desgraciado.
P.- Qué listo. Usted, sólo autor intelectual.
R.- Sí.
P.- Félix de Azúa me contó algo parecido. Él soñaba con matar a Franco, pero ya en la juventud.
R.- Sí, ¿eh? No sé. Ahora pienso que es normal que me obsesionase con eso, como me usaban de emisor estrambótico de niño... yo seguía el juego.
P.- ¿No se hizo después comunista usted, de tanto escuchar a La Pasionaria?
R.- No me hice comunista. Yo siempre he sido de la vertiente progre, en diferentes etapas, pero no he ido armando líos por ahí… he sido anarquista. Estaba en un grupo en el que nos considerábamos así, anarquistas apacibles.
P.- ¡Qué majos!
R.- No rompíamos nada. No he quemado nada en mi vida. Eso sí, hicimos una revista en León y la secuestraron… hubo problemas de aquélla.
"Me he alejado de la rabia política porque pienso que vivo en un mundo en el que hay demasiada realidad, demasiada actualidad"
P.- ¿Ahora también es un anarquista apacible?
R.- Ahora creo que soy… un anciano, un anciano retirado. Sí tengo ciertos prontos de genio, ¿qué duda cabe? Pero soy un hombre sosegado. La vida me ha dado duro con algunos asuntos, sucesos trágicos y demás, y eso me ha ido enfocando hacia cierta resignación y cierto sufrimiento. Es complicado de explicar. Pero me interesa el sosiego. Se me han muerto personas muy cercanas, las más queridas para mí, y me han amparado mis amigos. También me he alejado de esa rabia política porque pienso que vivo en un mundo en el que hay demasiada realidad… demasiada.
P.- Ha dicho usted que hay un exceso de actualidad.
R.- ¡Desde luego! Mi opción ha sido liberarme de eso. Yo me defiendo porque vivo en lo imaginario. Soy un escritor de obra extensa, pero mi experiencia de la vida está mucho más en la ficción que en la vida misma. En fin. Quizá eso signifique que he vivido un poco refugiado. Sí. Lo cual no quiere decir que no viva en primera línea todos los problemas que se dan en el mundo y en la sociedad. Me angustian las guerras, las desgracias, las mistificaciones. Todo eso es cierto, sólo me refiero a que he hecho una vida apartada con mis amigos del barrio.
P.- Hace usted siempre una reivindicación del humor. ¿Tiene que ver el humor realmente con la felicidad? ¿Existe algo semejante?
R.- No es que uno pueda elegir mucho, ¿no te parece? El humor se tiene o no, como la gracia divina. Es un gran toque, sobre todo cuando deriva de la ironía. Rebaja mucho la torsión excesiva de la gente pagada de sí misma, sus egolatrías ridículas. Mi literatura tiene un punto tragicómico y siempre hay ahí una veta humorística. He procurado cultivarlo. Es un arma crucial para vivir… en medio de la guerra. Pero la felicidad… yo eso no lo he tenido, fíjate.
P.- A ver si no la ha tenido porque no existe.
R.- Para mí el trasunto de la felicidad es la tranquilidad, es el sosiego, cuando no hay cosas que te extorsionan en lo más personal, en lo más cercano. ¡Qué cosa apacible! Ese ánimo… es mi favorito. Luego está el trasunto de la felicidad que tiene como fogonazos de placer.
P.- Confundimos euforia con felicidad a menudo.
R.- Muy cierto. Quizás por eso yo aspiro a la otra felicidad, a la pacífica, a la que nivela el ánimo y las emociones y los sentimientos. Hombre, puede haber, diríamos, explosiones apasionadas: todo eso es estupendo. Pero la idea de felicidad es un engaño, y creo que debería haber unanimidad en decir esto: la felicidad es un bien engañoso. Pero nos obsesionan con ello, nos adiestran para perseguirla. Es algo abstracto, no está en ningún sitio. Yo sólo creo en el gusto de vivir, pero, ¿para qué le vas a llamar felicidad? El gusto de vivir es otra cosa, es lo inmediato, es lo pequeño, es la emoción de lo diminuto, lo diario.
"La felicidad es un bien engañoso, nos adiestran para perseguirla pero es abstracta. Y el verdadero amor es la amistad"
P.- ¿Y del amor, qué ha aprendido usted?
R.- Que quien no lo tiene, no sabe lo que es. Yo no he sido alguien enamoradizo. No sé eso de irte a la calle y volver enamorado… claro que he tenido los correspondientes zarpazos amorosos, y claro que en ellos pudo haber algún acicate de felicidad (si la hubo, fue ahí). Pero para mí el amor está mezclado con el bien y con ser generoso, y eso, en infraestructura, es la amistad. El verdadero amor es la amistad. Eso lo cuenta muy bien Montaigne en sus ensayos.
P.- Lo decía a cuento de La Boétie, ¿no? ¿Por qué son ustedes amigos? “Porque él era él, porque yo era yo…”.
R.- Eso es. Esa idea, ese punto de equivalencia es el que me gusta. Al final, la parte crucial de una buena historia de amor compartida está en la generosidad que ambos puedan tener. Montaigne alude al matrimonio y cuenta que su éxito depende de cómo compagina los bienes amorosos propios de la pasión y el enamoramiento con los bienes generosos de la comprensión. Y eso está bien. Pero eso… ¿qué es? Nada al lado de las apasionantes historias amorosas que para mí hay en la ficción. En la ficción sí, me encantan…
"Los bares son tan importantes como las catedrales"
P.- En la ficción no duelen tanto.
R.- No, no. Pero en la ficción las vives. El asunto es que uno vive en la realidad y es precaria. El día a día es lo que hay. Pero luego tenemos una imaginación poderosa y nos hemos inventado el arte y las fantasías… ¡y eso es tan potente! Ahí tienes otro camino para vivir con intensidad cosas que no están en tu vida. Cito continuamente a Irène Némirovsky, que es una señora que yo quiero mucho, por ella y por lo buena escritora que era y por sus circunstancias, porque murió en Auschwitz… bueno, pues ella decía que toda gran novela es un callejón lleno de gente desconocida. Y ahí está. Entonces tú lees y conoces gente. ¡Y lo mejor de la vida es conocer gente!
P.- Ya sea en los libros o en los bares.
R.- De ahí la enorme importancia que tienen los bares. Voy a decir una pequeña boutade… yo tengo algunos personajes que viven en tabernas, porque las tabernas son la eternidad, eso es un pequeño disparate mío, una ensoñación… ¡no de alcoholismo, sino, yo qué sé, de atmósfera! Los bares son tan importantes como las catedrales. Un buen bar, como espacio de estar y de encontrarse…
P.- ¿Ha visto que ahora Yolanda Díaz quiere que los cerremos antes?
R.- Ya, bueno (resopla). No sé. No sé. Ahí no voy a entrar. No me meto en eso. Es mejor que cierren las iglesias que los bares, eso sí que te lo digo.
P.- He leído que el libro que más le ha marcado fue ‘La muerte de Ivan Ilich’. Justo lo estoy leyendo ahora. Me preguntaba si usted piensa en su propia muerte.
R.- Sí. Verás, mira… he pensado en mi mi mete, como en la de todos, porque como te decía he vivido zarpazos muy trágicos en ese sentido, de muertes de distintas categorías. Así que he entendido la muerte en un sentido bastante naturalista. O sea, es un acabamiento. Entonces, ¿llegar hasta ahí? Pues no lo sé. Lo que es terrible no es morirse, sino morirse antes de tiempo. Lo malo de la muerte es cómo te mueres. Ese es el grave dilema. Yo estoy muy de acuerdo con todas las teorías de libertad… uno debe de elegir sus cosas…
P.- Se refiere a la eutanasia, ¿no?
R.- Desde luego. Uno puede llegar a una situación de decir “oye, que a mí no me queda ya nada”. La muerte de uno mismo no tiene un resabio egoísta ni miserable, lo que tú no puedes es estar más malito de lo debido y en una situación comatosa terrible creando un problema a los demás: a la familia, a la gente que te quiere… y a la salud pública.
"Creo en la eutanasia: tú no puedes estar comatoso creando un problema a la gente que te quiere y a la salud pública, no se puede hacer más gasto del debido”
P.- Guau.
R.- Sí, incluyo ahí a la salud pública. No se puede hacer más gasto del debido (ríe).
P.- Cómo es usted.
R.- ¡Hombre! Es que el “cómo”, amiga… es duro, joder. ¡Y afrontarlo…! Ahora cuando te vas a hacer una prueba de lo que sea te hacen una sedación, ¿no? Y es maravilloso. Ahora se puede morir sedado. Hay una muerte un poco desabrida… no sé si estaba sufriendo mucho o no, que era la de Valle-Inclán. Se estaba muriendo y, ¿sabes lo que dijo? Dijo “¡cuánto dura esto!”.
P.- ¿Sabe lo que dijo Luis Cuenca? “Nos vamos a la mierda”.
R.- (Ríe). Bien, bien. Lo peor es morirse cabreado. ¡Pero no nos pongamos funerarios…!
P.- De acuerdo. ¿Qué es España para usted?
R.- Hombre, vamos a ver. Es mi patria. Así te lo digo (levanta el dedo, contundente).
P.- Pues ole.
R.- Aquí nací, aquí me crié. Es un país maravilloso, con una variedad de cosas, con gente de todo tipo, un país muy vitalista, un país que le ha dado a la cultura universal las cosas más bellas que se le pueden dar. Le ha regalado, de entrada, el más hermoso libro que se ha escrito nunca, que es Don Quijote. Tenemos patrimonio artístico por todo el país, por arriba, por abajo. Qué bonito es todo, de verdad, todo, todo. Pero… ah, somos un país muy desgraciado. Con una historia sin sentido.
P.- Como diría Gil de Biedma, ¿no?
R.- (Ríe a carcajadas) Bueno, lo de Gil de Biedma es perfecto. Éste es un país lleno de muchas tribulaciones. Es un país de muchos contrastes. Es el país de “españolito que vienes al mundo, te guarde dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón”, un XVIII estupendo, pero una Edad Media con unos reyes estrambóticos, entre Pinto y Valdemoro… nuestra Historia es un revuelto. Es Y con la hermosura de lo peninsular, ¿cómo no supimos hacer la península completa? Desgajamos Portugal, lo cual no se puede entender, no se puede entender… Hombre, muy duro. Y luego el guerracivilismo…
P.- ¿Sobrevive esa idea?
R.- Vamos a ver, eso se ha matizado mucho. Aquí tuvimos algo muy cruel en el siglo XX, cosa que pasó sólo a quienes asumieron la desgracia y la tragedia del guerracivilismo, 50 años de franquismo, de dictadura… eso tamizaba, tamizaba. Y luego una Constitución que es la mía, la del 78, esa es mi Constitución, no me la compare usted con las republicanas y demás. La mía es la que es. Y un momento histórico crucial que es el acuerdo, el resolver todo aquello. Bueno, vienen derivas… más que la cosa machadiana de las dos Españas, aún hay posicionamientos crudos y contrastes llevados a un punto demencial. Esa visceralidad es muy española.
"Mi Constitución es la del 78: no me la compare usted con las republicanas"
Pero hay que saber que la sociedad luego no es tanto así: la convivencia, el sentido de la vida… a la hora de la verdad, es otro. Pero sí, la herencia de la gobernación de este país es muy triste y muy dura. Además, vivimos en un mundo con unas guerras terribles, unas desolaciones, unas actitudes genocidas, con un Tercer Mundo echado a perder, con un mundo islámico llevado a la miseria de la herencia medieval.. España ha tenido un gran mal, un mal terrible, que es la Iglesia católica: ha sido furibunda. Vale, dejamos fuera a los santos, a San Juan…
P.- ¡Y a mi Santa Teresa!
R.- Por supuesto. Y luego le agradecemos a la Iglesia las vertientes monumentales y todo eso, vale, bien, pero ha sido muy dura esta Iglesia, nos ha machacado la vida totalmente. No nos la merecemos. Yo creo en un… pseudoprotestantismo… ¡y tampoco!
P.- ¿No le ha rezado usted entonces nunca a ningún dios?
R.- Bueno, yo tuve una etapa muy bonita de meapilas. Fui un adolescente meapilas. Esto sale un poco en la novela que va a aparecer, en ‘El amo de la pista’. Ahí está la historia de un chico protagonista, Cantero, que se ve manipulado por un mistificador… y lo llevan, lo traen, ahí está la fábula. Sé mucho de eso. Hay una amistad de meapilas ahí. Lo fui, ya te digo, pero me curé. Además, ese tipo de desórdenes emocionales y religiosos… casi siempre tenían que ver con que iba yo a la iglesia porque había ahí una chavala, una chica que me gustaba. Eran misas y comuniones.
P.- “Hay otros mundos, pero están en éste”, decía Paul Éluard. ¿Usted ha creado mundos imaginarios porque éste no le bastaba, porque España se le quedaba corta, porque quería trascender al costumbrismo?
R.- No en lo sociológico, ni en lo testimonial, ni en lo histórico, eso está en un subsuelo de mi persona y de mis ideas. Es más complicado y más ambicioso. Lo que he tenido yo es esa ambición de ser un novelista que cuenta la vida, pero no el testimonio de lo que se vive, sino de lo que se inventa.
"Yo he tenido la ambición de ser un novelista que cuenta la vida, pero no el testimonio de lo que se vive, sino de lo que se inventa"
P.- ¡Qué bello!
R.- El patrimonio es lo imaginario, el sostén de lo que somos, las grandes novelas, el cine… el arte está atado a la vida. No debe ser un rollo elitista. Y lo sabe el que sabe apreciar el arte y tiene una sensibilidad… que no es un don, que se adquiere: porque las cosas buenas son costosas, como leer, no andar con el chirimbolito del móvil. Si tú tienes una experiencia como lector o como novelista sabes que leyendo novelas se aprende más de la vida que viviendo. ¿Te parece eso una exageración de contraste?
P.- No.
R.- O sea, mucha de la gente más maravillosa que yo he conocido, que ha existido, está en la ficción. ¿Conoces tú a Ana Karenina? ¿Estará por ahí? No anda por ahí. Hay otras chicas maravillosas, desde luego, pero… ¿Y Don Quijote? La ficción está lleno de ese callejón de gente desconocida… y cuanta más gente de esa conoces, más enriqueces tu existencia. La experiencia de vivir no está en ser un gran aventurero ni en andar por ahí todo el día buscando no se sabe qué. La experiencia está en lo cotidiano: en lo que yo llamo “la aventura a la vuelta de la esquina”.
P.- Esa ha sido la gran columna de su escritura.
R.- Sí. Es mi pauta. Yo encuentro aventuras a la vuelta de la esquina. Yo no tengo ninguna ilusión de irme a cazar leones al África salvaje, yo qué sé, y sin embargo, en mi vida habitual hay algunos conocimientos interesantes, observaciones, el mundo de la naturaleza… todo lo que te atraiga. Sabe más de la vida el que ha leído muchas novelas que el que no ha leído ninguna, y tiene muchos más recursos para tener un sentido de la misma… oye, y que no te lo ensucien, o te lo roben, o te lo desgasten.
"Que el Premio Planeta sea de un millón de euros me parece obsceno"
P.- Oiga, ¿qué se hace con 125.000 euros?
R.- (Ríe) ¡Nada! Desaparecen como vinieron.
P.- ¿Sí?
R.- No, no. Pues haces muchas celebraciones. Es lo que hago yo. Con los amigos, con la familia. Es una cantidad importante. No está mal.
P.- Bueno, mire el Premio Planeta: un milloncito.
R.- Eso es otra historia. Esas cantidades son obscenas. ¡La cantidad! Yo no digo… no, que le den el premio a quien se lo tengan que dar, y que lo disfruten… pero la cantidad es un poco obscena, porque los dineros, cuando se multiplican tanto y son tan exagerados que desbordan no ya lo necesario, sino más allá… qué sé yo. “No, a mí me gusta tener el dinero suficiente para mis caprichos”. Bien, está bien, eso es algo que todos nos debiéramos de merecer, que nuestro trabajo rentara eso. Para que las vidas se nivelaran y tuvieran ese tal. Eso está bien. Pero, ¿el hartazgo, la millonada? A no ser que seas un empresario…
P.- Usted estudió Derecho. ¿Cree en la justicia? En general. En la jurídica, en la poética… en fin, en la divina ya sé que no…
R.- ¡Bueno! Sí. Yo no sé si es posible la justicia en la tierra, pero la vida de las naciones honorables y la lucha por la convivencia y la democracia, radica en que tengamos un sentido poderoso de la justicia. Ese sentido poderoso de la justicia creo que estriba en la convicción de creer en ella. Si ya la desvirtúas o tal… es un derecho natural. Es un bien. Sí. No debemos tener excesivas dudas.
P.- ¿Qué libro le recomendaría usted al rey, a Sánchez y a Ayuso?
R.- Uy, uy… ¿Sabes lo que haría? Les regalaría a todos mi última novela, ‘El amo de la pista’, y así me quito de problemas. Creo que les puede interesar, fíjate. Si hueles la fábula… hay muchos elementos simbólicos. ¡Las novelas deben mantener siempre la ambigüedad de la extrañeza y del misterio!
P.- Eso es lo que más me interesa del mundo, ¿sabe? El misterio.
R.- Muy buena elección, porque es fundamental. ¿Sabes por qué? Porque no hay nada más misterioso que el ser humano. Somos tremendamente misteriosos.
P.- Unos más que otros, ¿no?
R.- (Ríe). ¡Sí, sí! Los hay pendencieros, los hay bobos… pero todos. Hay muchos grados de misterio. Por ponernos pedantes para acabar, por ponernos metafísicos: la vida estriba en iluminar algo el misterio que somos, en buscarle un poco de luz. Eso daría entendimiento, comprensión y… a lo mejor es la única manera de hacernos justicia a nosotros mismos. En ese tipo de misterio podemos descubrir cosas horribles, pero podemos también descubrir lo mejor de lo que somos y que nunca logramos abrazar.