A finales de 1502, el viajero y aventurero italiano Ludovico di Varthema partía desde Venecia con rumbo a Oriente para conocer nuevas tierras. Impulsado por la curiosidad se dirigió primero a Egipto, donde llegó a El Cairo, a continuación, visitó Siria, Alepo y Damasco, momento en el que ya dominaba el árabe lo suficiente como para poner en marcha su verdadero plan: hacerse pasar por musulmán.
De esta manera, se embarcó en un apasionante y arriesgado viaje, empeñado en descubrir unas culturas desconocidas para el hombre occidental, enrolándose en el ejército de los mamelucos que defendían las caravanas de peregrinos con destino a La Meca, un lugar sagrado que acabaría visitando, convirtiéndose así en el primer no musulmán que accedió a su santa ciudad.
Tras ser encarcelado en Yemen huye con la complicidad de la esposa del sultán, se gana la amistad de un mercader persa y viaja a su lado desde la India hasta la isla de Java y retorna a la vida cristiana para ayudar a los portugueses en distintas batallas por todo el océano Índico.
Regresó a Europa en una galera portuguesa que llegaría a Lisboa en junio de 1508. Años después escribió una crónica de sus viajes, traducida a varios idiomas, que sería inspiración para otros muchos aventureros, entre ellos, un barcelonés que decidió convertirse en un príncipe sirio para recorrer el mundo árabe, colarse en La Meca y trazar un plan para invadir Marruecos: Domingo Badía, alias Ali Bey.
Descubriendo Arabia
Domingo Francisco Jorge Badía y Leblich nacía en Barcelona el 1 de abril de 1767 y era hijo de Pedro Badía, secretario del Gobernador Militar de la ciudad y de Catherine Leblich, de origen belga. Y era lo que hoy en día se conoce como superdotado, ya que con tan solo 14 años ya dominaba materias como Geografía, Matemáticas, Física, Astronomía, Historia, Dibujo o Cartografía.
Siendo todavía un adolescente, su padre fue trasladado a la costa de Granada, donde le había sido encargada la organización del sistema de defensa de torres de vigilancia costeras para avisar de la llegada de corsarios argelinos.
Sería en esta zona donde el joven Domingo realizó su primer contacto con la cultura musulmana, ya que era una región con importantes comunidades descendientes de los moriscos que habían escapado de las expulsiones decretadas por Felipe III y con cuyos hijos habría crecido el joven barcelonés aprendiendo su idioma. Además, también estaba en contacto con los numerosos comerciantes y pescadores magrebíes de la zona, dando origen a su atracción por el mundo árabe, provocado por las historias que los navegantes le contaban sobre África.
Posteriormente, ingresó en el ejército, donde fue destinado como Comisario de Guerra y recaudador de impuestos, pero parecía que la administración militar no era lo suyo, por lo que se trasladó a Córdoba, se casó y fue nombrado Administrador de la Fábrica de Tabacos de la ciudad.
Allí dedicaba su tiempo libre a estudiar diversas materias, pero, sobre todo, una que le apasionaba: la construcción de globos aerostáticos para realizar estudios atmosféricos. Durante uno de sus ensayos, su globo ardió en el aire y en otro tuvo que realizar un aterrizaje forzoso que casi acaba con su vida, lo que provocó que, secretamente, su padre pidiera a las autoridades que le retirasen la licencia de vuelo de estos artilugios.
El nacimiento de su plan
Frustrado y arruinado por el malogrado proyecto aerostático, se trasladó a Madrid para trabajar como bibliotecario de Pablo de Sangro Gaetani d’Aragona y Merode, III príncipe de Castelfranco y Grande de España, donde pudo leer numerosas obras científicas entre las que posiblemente se encontraba la crónica de Ludovico di Varthema, el primer occidental en pisar La Meca, y la obra de Mungo Park, un explorador británico que había intentado llegar a la actual ciudad de Mali, prohibida para los cristianos en aquella época, y que le causaron una fuerte impresión, además de hacerle soñar con realizar él mismo aquellas gestas.
Sería en esta época, a partir de 1801, cuando ideó un proyecto de exploración del norte de África con objetivo científico y político, en que viajaría solo y, aprovechándose de su dominio del árabe, se haría pasar por musulmán. Badía pretendía estudiar nuevas posibilidades comerciales y elaborar mapas cartográficos, algo muy valorado por los militares, y aunque sonaba descabellado, la situación entre España y Marruecos fue vital para que aquella locura se convirtiera en una realidad.
Marruecos se encontraba en un momento de gran inestabilidad, ya que la sucesión de sus gobernantes no estaba regulada, lo que provocaba multitud de intereses, complots y conjuras, que hacían que violasen los acuerdos comerciales con España y que incluso llegasen a amenazar las ciudades de Ceuta y Melilla.
Así que, cuando el primer ministro español, Manuel Godoy, recibió el dossier con el proyecto de la expedición de Badía, decidió usarlo para acercarse al sultán marroquí, Muley Soliman, y si fuera necesario, para instigar revueltas en el país con vistas a justificar una invasión española. El componente científico quedaba oficialmente descartado y era cambiado por uno más colonialista, convirtiendo al explorador en espía, algo con lo que Badía no estaba de acuerdo, pero sabía que era su única oportunidad para llevar a cabo aquel viaje.
De Domingo Badía a Alí Bey
Así que comenzó los preparativos, lo que le obligó a perfeccionar su manera de actuar, su lengua e incluso su vestimenta, mandando fabricar trajes turcos de la más alta calidad y cambiando su nombre por el de Alí Bey ben Uthman, alias con el que viajó a Londres y París, donde comprobó con éxito que era capaz de pasar desapercibido como un musulmán más.
Así, en junio de 1803, llegaba a Tánger, en Marruecos, un príncipe sirio en peregrinación a La Meca tras realizar estudios en Europa. Un hombre culto y con un carisma personal excepcional que se presentó al mundo árabe como Alí Bey. Y el engaño funcionó a la perfección.
A su llegada se rodeó de una importante comitiva y comenzó a aplicar una política de regalos (cortesía de la hacienda española) que le ayudó a granjearse el cariño de sus seguidores y a abrir las puertas necesarias para cumplir con su misión, mientras viajaba por toda la geografía marroquí recabando información, hablando con futuros insurgentes, realizando mediciones y cartografiando el terreno.
El doble juego de Badía se basaba en formar parte del círculo más estrecho del sultán Soliman, quien llegaría a regalarle un palacio en Marrakech, con la intención de convencerle para que aceptase a España como protectora frente a sus numerosos enemigos y renegase de su alianza con los británicos, mientras hablaba con las tribus rebeldes para instigar revueltas dentro del país si el sultán se negaba a colaborar.
En su estrategia, Badía llegó a buscar alianzas con conspiradores musulmanes descontentos con la política del sultán y a postularse como su sustituto, así como la creación de un estado moderno islámico constitucional, algo que ni siquiera existía en España.
Su plan estuvo tan avanzado que llegó a solicitar a Madrid 2.000 fusiles, 4.000 bayonetas y 10.000 soldados a Ceuta para apoyar el levantamiento, pero el rey Carlos IV se echó para atrás en el último momento, frenando los planes de invasión de Badía y dejándole en una posición muy incómoda tanto con Soliman como con los insurgentes, y que provocó un intento de asesinato fallido con varios escorpiones bajo su almohada.
Conocedor de sus intrigas, el sultán lo mantuvo preso durante algún tiempo hasta que finalmente lo expulsó del país, llegando a Trípoli, en Libia, en octubre de 1805, donde fue muy bien tratado y gozó del favor de sus gobernantes. Seis meses después partió a Chipre, donde se cree que realizó nuevas misiones secretas para España que jamás salieron a la luz.
En mayo de 1806, tras llegar a Egipto y recorrerlo por entero, propuso al gobierno español la apertura de una ruta marítima a través del país para conectar Filipinas y la Península sin tener que bordear África, una idea que se llevaría a cabo medio siglo más tarde en el Canal de Suez.
Destino: La Meca
A finales de 1806 abandonaba Egipto, cruzaba el Mar Rojo y llegaba al puerto de Yedda, el 13 de enero de 1807, donde pasó varios días enfermo, hasta que, el 21 de enero, partió a La Meca, la ciudad santa que estaba bajo la autoridad de los califas otomanos y a la que llegó dos días después con su salud todavía muy deteriorada.
Si alguien descubría que era cristiano, la ejecución estaba asegurada, pero, a pesar de ello, y de ser ya medianoche, insistió en cumplir con los ritos del peregrinaje, dando las siete vueltas prescritas al santuario de la Kaaba y convirtiendo a Alí Bey en el primer español no musulmán en acceder a La Meca. La tarde del día siguiente se entrevistó con el gobernador, al que le contó su amplia, rica e inventada biografía. Cinco días más tarde, las puertas del santuario se abrían por última vez durante el año para la limpieza ritual que efectuaba personalmente el gobernador. Acompañando a la comitiva, iba un europeo: Alí Bey.
Durante los seis meses que duró su estancia en la ciudad sagrada, Badía dibujó planos, escribió sobre sus tradiciones y ritos y determinó por primera vez en la historia su posición geográfica exacta.
Al servicio de Napoleón
Tras pasar de nuevo por Egipto, estuvo en Jerusalén, Nazaret, Gaza y Siria, donde descubrió que iban en su búsqueda, ya que los egipcios habían descubierto que Alí Bey era una identidad falsa, por lo que no tuvo más remedio que huir desde Estambul atravesando toda Europa hasta llegar, en mayo de 1808, a Bayona. Allí se encontró con Carlos IV y su hijo Fernando VII, que habían renunciado a la corona española en favor de Napoleón.
Carlos IV recibió a Badía en audiencia y lo recomendó a Napoleón quien, maravillado por sus aventuras y sagacidad, lo envió con su hermano Jose I, nombrándole alcalde de Córdoba en 1810. Pero tras la expulsión de los franceses de España, huyó a París, donde comenzó a escribir su libro de viajes y gozó de gran popularidad entre los intelectuales.
Alguien como Badía no podía mantenerse quieto y en 1815 presentó al gobierno francés un plan actualizado para la conquista de Marruecos que fue desechado. Pero en 1817, Luis XVIII lo nombró mariscal, recibió la nacionalidad francesa y decidió proponer una nueva expedición a La Meca para posteriormente atravesar África para recabar nueva información política, militar y científica, que recibió el visto bueno de las autoridades francesas.
Partió en enero de 1818 con el nombre de Alí Abu Othman, llegando a Damasco en julio, pero cayó enfermo de disentería y falleció en septiembre de 1818 en los altos del Golán, cuando ya viajaba rumbo a La Meca. Se sospecha que el motivo de su muerte no fue la enfermedad, sino que fue descubierto por miembros del servicio secreto británico, quienes lo envenenaron hasta morir.
Fallecía así un aventurero, un precursor de los agentes secretos, un gran ilustrado, explorador y cronista que recopiló sus vivencias en una maravillosa obra a la que tituló Viajes de Alí Bey por África y Asia, que se convirtió en un bestseller de la época leído en toda Europa, traducido a inglés, alemán y francés y que promovió la curiosidad por la cultura islámica en occidente.
Algunos de los exploradores más legendarios de la historia, como Richard Francis Burton o Alexander von Humboldt no se entenderían sin la figura de Domingo Badía, a quien admiraban y leyeron. Sin este barcelonés, nuestro mundo sería completamente distinto.