Qué expectorante e iluminador resulta escuchar al filósofo Jorge Freire (Madrid, 1985), más aún después del cansancio verdoso hijo de esta campaña machacona y delirante que duró apenas un siglo. Nos dejó abotargados y tristones, lentos y raros. Pero si Freire abre la boca, verborreico como es, brillantísimo y pizpireto (con su pensamiento punzante, como de saeta) el mundo se reinicia y vuelve a parecer un lugar habitable. Un lugar por el que merece la pena pararse a pensar.
Dan ganas de rascar detrás de lo obvio. Y de estudiar los márgenes, y de revisar la letra pequeña. Y de huir de la autocomplacencia, del sectarismo y de la probabilidad aterradora de convertirnos en criaturas críticamente fofas que sólo lloran y maman relato.
Lo más hermoso de Freire es su antiesnobismo, su alegría y su generosa capacidad de hacer que quien le lee o le atiende se sienta inteligente, ¿no era eso un sabio? Ha escrito libros como Agitación. Sobre el mal de la impaciencia (Página de Espuma) o Hazte quien eres (Deusto). En octubre saldrá su próxima obra, que tratará acerca de la banalidad del bien. Tiene el don de poner el ojo en lo que importa y de atravesar la actualidad para llegar, al cabo, a las cuestiones eternas. Jorge Freire ausculta la época, pero su mirada ensayística también la marcará. Le necesitamos cerca para huir del ensimismamiento. Agárrenle.
P.- ¿Para qué sirve la filosofía en tiempos de barro político?
R.- Sirve para detenerse. Este barro político, por paradójico que resulte, es enemigo de la democracia. Vivimos en una democracia deliberativa, que, valga la redundancia, precisa de una deliberación, pero en tiempos de la política del entretenimiento lo que sucede es que el ciudadano ya no es un ciudadano, sino un espectador, un coro griego, con los actores principales bajo el foco… y el papel de la ciudadanía se reduce a entonar ciertos cánticos, a experimentar ciertas emociones… El coro tiene que exaltarse o indignarse o emocionarse o ponerse triste o alegre, pero nunca puede permanecer indiferente, y eso me parece terrible, porque al final nos reducen a eso, a ser meros espectadores.
P.- ¿Más que ciudadanos, somos ya eminentemente consumidores?
R.- Ambas cosas, no son términos excluyentes, pero convendría bajar a la tierra la idea mitificada del ciudadano, hartos ya de mirar a la Antigua Grecia… pensamos que el ciudadano es una especie de elector racional, puro y desinteresado, pero en realidad no es así y no pasa nada, hay que reconocerlo sin mucho dramita.
P.- ¿Estás a favor del sufragio universal? En el sentido de… ¿eres de los que piensan que deberíamos tener ya no un mínimo de formación, porque eso sería clasista, pero sí un mínimo de información antes de votar?
R.- El voto es una muestra de preferencia, y las emociones son igual de respetables que las elecciones racionales. Me hace gracia cuando nuestros expertos, nuestros catedráticos y chicos mediáticos, desde el pináculo de la torre de marfil, se escandalizan y dicen “qué horror, qué cosas tan populacheras, han sacado la cabina del Falcon al Paseo de Recoletos”... y sí, es lamentable que ahí se hagan su foto los domingueros y los cuñados, es de vergüenza ajena, pero si a la gente le divierte, ¿qué vamos a hacer? No todo va a ser leer ‘papers', ni los sondeos, ni los cálculos.
En las elecciones generales es importante la parte emocional, sobre todo si un candidato te genera o no credibilidad. El otro día, en un artículo en La Vanguardia, Iván Redondo decía que el votante de Suárez le adoraba porque le parecía “uno de nosotros”. Sí, era ese tío gris que no tenía lecturas, era un paleto y no pasa nada, porque le hubiéramos dejado a nuestros hijos. De eso va la política. Sánchez, por ejemplo, creo que ha hecho una buena campaña, pero eso no es suficiente porque carga con su terrible falta de credibilidad.
"El consenso es la estrategia que impone el vencedor para pacificar el territorio. El encuentro es otra cosa"
P.- ¿Me haces una biografía de Tinder de España?
R.- Por lo que veo en mi entorno, creo que España está cansada de desencuentros y de verse inmersa en querellas imaginarias, en disputas creadas para polarizarnos. Somos un poco como Quijotes dando lanzadas al viento. El problema no es que haya conflicto, es que el conflicto se invente para cosechar ciertos resultados. También veo una creciente voluntad de encuentro, que no de consensos, estoy en contra del consenso, detesto el consenso…
P.- Como la palabra “tolerancia”. Prefieres el “respeto”, tengo entendido.
R.- Sí, porque la tolerancia es lo contrario que el respeto. Te tolero es “hasta aquí, me tapo la nariz y trago”. El oso polar tolera mejor el frío que el caniche pero eso no significa que lo respete. Cuando se habla de “consenso”, se trata de abolir la disidencia, es un “no abras ese melón y no saques ese tema, porque está superado…”. Esto es falso.
En política todo se puede y se debe tocar, porque la política es fragmentación. El consenso es la estrategia que impone el vencedor para pacificar el territorio. El encuentro es otra cosa. En los últimos años la convivencia se ha debilitado, nos hemos cabreado bastante con el vecino y cada vez hay más temas que no se pueden sacar en las sobremesas.
P.- ¿Cuándo empieza el cisma? Nuestro mal rollo patrio.
R.- En Cataluña, en el famoso otoño caliente del referéndum, eso lo echa todo a perder. Eso hizo que la política se convirtiese en una tangana incesante que dejaba los temas importantes orillados. Eso no era espontáneo, no era casualidad. Me resultó revelador algo que dijo Eduard Pujol cuando le preguntaron por la lista de espera de los hospitales: “Eso está muy bien, pero que estas cuestiones no nos distraigan de lo importante, que es la independencia”.
Es decir: vamos a entretener a la gente con cuestiones simbólicas, posmateriales, imaginarias, para que no se trate lo esencial. Pues eso. Cinco años perdidos hablando de cuestiones que no llevan a nada. El procés ha sido una pérdida de tiempo no sólo para los catalanes, sino para todos los españoles.
P.- En ‘Hazte quien eres’ nos llamabas a alejarnos del identitarismo galopante. Tú explicas que “no importa lo que somos, sino lo que hacemos”. ¿Ha sido el identitarismo el gran cáncer de la izquierda española en los últimos tiempos, esa obsesión por la diferencia?
R.- Sí, de la izquierda y de la derecha, porque las dos han caído en el identitarismo al final. Como tantas cosas, es un extravío filosófico. La identidad es un concepto filosófico, pero las personas y las comunidades no necesitan ser iguales a sí mismas para existir. Una persona está sujeta a cambio. Por otro lado, esto sirve muchas veces de pretexto para un narcisismo individualista rayano en la imbecilidad. Esto de “yo me basto y me sobro, a nadie debo nada, soy el único artífice de mi ventura” es estúpido. Es una variante del narcisismo infantil, es pasar la vida mirándose el ombligo.
"La izquierda y la derecha han caído en el identitarismo, que es un extravío filosófico, una variante del narcisismo infantil"
La nueva política de izquierdas ha sido improductiva por esa vertiente introspectiva. Fíjate: pretenden tomar el cielo por asalto para quedarse recostados en la contemplación de las esferas de las identidades y en el sexo de los ángeles. Esto es chatarra averiada que viene de los campos estadounidenses. Escuchamos a los tertulianos ‘boomer’ decirnos que en Podemos son comunistas, ¡pero si son el alumno aventajado del Tío Sam…! Todas esas ideas del wokismo son capitalismo avanzado y multicolor.
Sumar no tiene nada de comunista tampoco, es más de lo mismo. Todo el programa de la ‘big pharma’ y el tratar de convertir a los jóvenes en enfermos crónicos y en pacientes de farmacéuticas es capitalista, no es comunista. Y tampoco lo es esto de “todo son tus decisiones personales, lo que importa es como tú te definas”… eso es decisionismo libérrimo, esencia del liberalismo. Esta izquierda es turbocapitalista.
P.- También decías que para ser feliz lo preceptivo es ser un feliz don nadie. ¿Somos unos grandes infelices, entonces, en la era del ego y de Instagram? ¿Cuanto más conocidos, y más famosos, más amargados? Me pregunto cómo puede resolver este entuerto la izquierda: nos dice que somos únicos, especiales, y, por tanto, mejores al resto, pero luego es colectivista. Vaya esquizofrenia.
R.- Bien visto eso. Bueno, es que esto tiene que ver con la idea de que la política tiene que conmovernos y emocionarnos constantemente y presentarnos novedades incesantemente. Yo defiendo una política aburrida, entiéndeme, no una tecnocracia, que eso es la antipolítica, sino una política más discreta, sin tanto sobresalto. Defiendo la idea de Epicuro: “Para ser feliz, hay que vivir oculto”. En una época dominada por el deseo de diferenciarse, no hay nada más rompedor que ser un don nadie, que vivir en la sombra y no estar pujando sobre el resto, porque así generas pelusilla y te malquistas con los demás por ser el más listo y el más gracioso.
De la nueva izquierda, lo imperdonable para mí es ese dogma de la infalibilidad papal, esa incapacidad de admitir culpas. Iglesias decía “toca hacer autocrítica”, ¿cómo que toca? Eso lo dicen los militares: “Toca arrebato, toca diana, toca retreta…”. Si beneficias a más de mil agresores sexuales y si le rebajas dos años la pena al violador del portal, no le eches la culpa a los jueces reaccionarios o a la canallesca o a la ultraderecha. Me recuerdan a esa escena de Lady Macbeth restañando manchas de sangre: “¡Fuera de aquí, maldita mancha!”.
Ah, no, no basta lavarse las manos para que se vayan las culpas. Está claro que no había mala voluntad en Podemos para le ley del sólo sí es sí, pero es una chapuza jurídica de las que hacen época. Encima juegan a esa lógica de que todos los demás somos culpables de algo… claro: si la culpa es de todos, la culpa no es de nadie.
"Defiendo la idea de Epicuro: para ser feliz, hay que vivir oculto”
P.- ¿Estamos, en realidad, dirimiendo entre izquierda o derecha, o el individualismo y el turbocapitalismo ya están tan en nuestro ADN que, gane quien gane el domingo, eso es lo que nos invade, este es nuestro inevitable marco? Pececitos de pecera…
R.- Sí, en realidad nadie se sale de la ventanita de Overton, porque ya no es ventana. Los debates más encarnizados siempre son por cosas menores, pero en los temas importantes no hay debate ni disidencia ni nadie que rompa la baraja. Es sospechoso… que haya temas de consenso que nadie se atreve a tocar…
P.- ¿En qué temas piensas?
R.- En los económicos, fundamentalmente. Tenemos a la famosa “derechita valiente”, Vox, que fíjate tú qué valientes son que no se han atrevido a definirse en la cuestión económica. Por un lado se gustan neoliberales, de la escuela de Chicago, y por otro, proteccionistas… todavía no saben si darle la voz a Espinosa o a Buxadé. No se atreven a romper ciertas cosas.
La nueva izquierda tampoco: más allá de declaraciones altisonantes y exabruptos, siempre ha sido socialdemócrata. Si te das cuenta, ni la ultraderecha es tal, ni la ultraizquierda es tal. Me da la sensación de que nos obligan a estar permanentemente politizados, como aquella acusación de Orwell a Henry Miller de “vivir en el vientre de la ballena”. Bien, esa crítica se entiende en el año 37, pero hoy lleva al proxismo. El ciudadano hiperactivo es la parodia del ciudadano participativo. Nadie tiene que estar a la última de todos los acontecimientos y calamidades que se van planteando, porque no todos los días hay eventos importantísimos.
P.- España, en realidad, filosóficamente, ¿es un país de izquierdas o de derechas? ¿Somos ingobernables, como ya nos llamaron, o más bien un pueblo obediente y temeroso de Dios, como me dijo un día Arcadi Espada?
R.- Espada se equivoca, a lo mejor porque cae en esa retórica de ‘la excepción española’. En la pandemia demostramos que, como cualquier pueblo y desde Hobbes lo sabemos, obedecemos si tenemos miedo. No somos más obedientes que el resto. En el 98 proliferaron títulos como ‘El mal de España’, ‘El desastre de España’, ‘España como problema’… eso es una gilipollez. Somos un país homologable al resto, y en ocasiones, ejemplar, más abierto y respetuoso con las diferencias. Pioneros en trasplantes de órganos, en aceptación del colectivo LGTB… y nos fustigamos por ser españoles, ¿qué cojones estamos haciendo? ¿Qué significa ser español?
Cuando te obsesionas con tu propio ser, estás fastidiado. Que alguien me diga en qué se diferencia España del resto de países. ¡Si su última anomalía era su carencia de extrema derecha, y paradójicamente, ya la ha resuelto y eso nos homologa con el resto de países de nuestro entorno…!
"Cuando rompes algo, no eliges por qué lado romperlo. Es lo que le ha pasado al 15-M, que al tratar de reventarlo ha sido sustituido por un 15-M de derechas"
P.- En un artículo reciente, criticaste la poca utilidad de mostrarse agresivo y violento con un rival, “leñero", como Sánchez con Feijóo, ¿por qué? ¿También en el país de la víscera caliente y del pronto, como el nuestro?
R.- Aquí la culpa la tienen los filósofos, que nos dijeron que de la discusión surge la luz, eso dijo Platón y es una estupidez, de la discusión sólo surge la bronca. La palabra, antiguamente, se refería a lo que hacían los romanos con las raíces de la vid, menearlas para ver si eran firmes… si uno discute consigo mismo y sacude sus argumentos para ver si son firmes, bien, pero sacudir al vecino o al compañero de tertulia o al amigo en la taberna es infértil. La crítica destructiva goza de un inmerecido prestigio.
Parece que si eres muy crítico, piensas muy profundo, y no es así. Son estos años de adanismo y de denostar la cultura de la Transición… que exige una reforma, sí, y debe adaptarse a los nuevos tiempos, pero… mira, cualquiera puede abrir un reloj, despanzurrarlo y romper sus piezas, pero a ver quién es el guapo que lo recompone para que vuelva a funcionar. Eso lo decía Burke en Reflexiones sobre la revolución francesa.
Hay que tener cuidado: cuando rompes algo, no eliges por qué lado romperlo. Es lo que le pasó al 15-M, que al tratar de romperlo todo fue sustituido por un 15-M de derechas. Esto que se ha puesto de moda de “yo es que hablo sin pelos en la lengua, sin complejos, digo las cosas claras…”. Es un horror. Ortega decía: “Cuando una persona me avisa de que me va a habar de forma espontánea, sé que me va a decir una grosería”. Tenía razón. Lo espontáneo del ser humano es el mono. Estoy en contra de la espontaneidad y de la incorrección política per se. Nos convierte en gañanes.
P.- Así que 15-M de derechas… es un concepto interesante.
R.- Sí, pero no lo tengo muy desarrollado. Tengo la sensación de que hace unos años había temas que parecía razonable no tocar, pero que han regresado por reacción. Por ejemplo, España tendrá muchos defectos, pero no es un país racista y nunca lo ha sido. Nadie se imaginaba que saldrían a la luz de un tiempo a esta parte discursos tan racistas. Yo viví el 15-M, alguna vez estuve por allí y creo que ya va siendo hora de criticarlo, porque fue estúpido por muchos motivos.
Fue un movimiento infantiloide que lo quería todo, mucho menos político de lo que se decía y que metía a todos los políticos en el mismo saco, pedía cosas maximalistas sin arraigo a la tierra, sin noción de lo material, y proponía algo antidemocrático: el directismo. La idea de la democracia sin intermediarios. Aquí no podemos decidir las cosas a mano alzada. Sí, bueno, Podemos y Ciudadanos espabilaron al bipartidismo, igual sirvieron para eso, pero yo no les echaré de menos.
"La peste negra de los últimos años ha sido el auge del relato. No importa la verdad, sólo el marco que tú impongas en la cabeza de tus votantes"
P.- Hablemos de la mentira como concepto filosófico. ¿Qué diferencia hay entre las mentiras de Feijóo y las de Sánchez? Entre los datos mal dados y los cambios de idea… ¿qué tipo de mentirosos hay y cómo definimos a los nuestros?
R.- La mentira siempre ha formado parte de la política. El peligro de ahora es más sutil, y no es que los políticos mientan, es que ya no creen en la verdad. La peste negra de los últimos años ha sido el auge del relato. No importa la verdad, sólo el marco que tú impongas en la cabeza de tus votantes. Un arquero que sabe dónde está la diana puede fallar, claro, el problema es que ahora están perdidos porque no tienen diana. Nuestros políticos no tienen diana.
Sánchez dice: “Voy a hacer un tour por los medios para humanizarme, la gente tiene una imagen fría de mí, de creído o de arrogante”… mira, eso da igual, porque construir una credibilidad es muy difícil pero destruirla es muy fácil. Es aquello que dijo Nietzsche, lo malo no es que me hayas traicionado, lo malo es que en lo sucesivo ya no puedo confiar en ti. Otra cosa que me irrita sobremanera son los politólogos y su creencia en los indecisos, que parece que están hablando de la resurrección de los cuerpos: “El último día los indecisos se levantarán del sofá y acudirán al colegio electoral y darán la vuelta a la tortilla…” (ríe).
El indeciso es un concepto vacío, el indeciso no es un tipo que está mesándose las barbas, es aquel al que llamas por teléfono y rechaza contestar. Del indeciso no sabemos nada. Agustín García Calvo hablaba del pueblo que no existe. En la sociedad de la vigilancia hay gente que se queda fuera. No se puede medir ni pesar. No se les puede hacer la foto. El indeciso nunca es decisivo. Su molde no sirve para explicar la realidad. Porque lo mismo el indeciso no es un indeciso, sino un emboscado…
P.- Dos ideas que me interesan y que están atravesadas por las clases o la lucha de clases, por llamarlo de alguna manera, aunque no sé si te parecerá un concepto obsoleto y marxista. Una: ¿por qué la gente cree que es más rica de lo que es? El otro día leí un tuit en plan coñero que decía “si tienes el sofá pegado a la pared, no eres clase media-alta, vota a la izquierda”. Dos: ¿qué te parece la medida de Yolanda Díaz de dar 20.000 euros a cada joven emprendedor que cumpla 18 años? Filosóficamente es similar a la renta básica universal, la idea es no estigmatizar ni que resulte una paguita, por eso se le da igual a todos, ¿es posible esto? ¿Merece la pena?
R.- Para empezar, me pongo enfermo cuando se habla de la famosa “paguita”, me parece ofensivo. Hablando del ingreso mínimo vital: como siempre que hay debates altisonantes, dejamos pasar lo verdaderamente importante, que eran las barreras burocráticas que tenía ese ingreso, que era dificilísimo cobrarlo y llegaban a él un exiguo porcentaje de personas. La idea de Yolanda de los 20.000 euros no me parece bien.
No es un ingreso mínimo vital y si dar 20.000 euros a chicos que cumplen 18 años no es una estrategia de compra de votos, lo parece bastante. ¿Esto es una medida de izquierdas? Eso creemos, porque nos lo han dicho, pero yo creo que no lo es: esa idea asume que el dinero no debe estar en el Estado, sino en el bolsillo del contribuyente, es decir, es una medida de derecha neoliberal.
Darle a un chaval de 18 años 20.000 euros para que se los gaste en bitcoins o juegos online… es una medida de derechas. En vez de ir a servicios públicos, que bastante debilitados y depauperados están, que está el Estado de Bienestar hecho unos zorros… ¿por qué 20.000 euros? Copiamos recetas estadounidenses idiotas que no tienen sentido aquí. Muchas ideas de Sumar que parecen de izquierdas son, en realidad, de la vieja derecha liberal.
"La imbecilidad de poner la cabina del Falcon en la calle es el último jalón de una campaña de tonterías"
P.- Oye, no me hablas nada de Feijóo. Quiero saber qué te ha parecido en esta campaña y cómo reaccionas frente a esa presunta búsqueda de la verdad o fiscalización del poder que quiere ser el periodismo. Mira cómo se ha alabado esta semana a Intxaurrondo, de TVE. ¿Esto es así? ¿El periodismo es un perro policía para unos pocos?
R.- Feijóo no se ha mostrado. No se ha abierto la capa, no sabemos nada de él ni de su programa económico. Se está ocultando. Ha brillado en la segunda mitad del debate con Sánchez, pero se ha mantenido bastante oculto. No sé qué pensar de él. Ha hecho una mala campaña. Los viejos partidos tienen ese remordimiento de estar predicando para ‘boomers’ y mayores… y se rodean de pequeños jóvenes y genios de 30 años que les brindan “genialidades” como la imbecilidad de poner la cabina del Falcon en la calle… es el último jalón de una campaña de tonterías. No esperaban la acometida de Marcial.
Pienso que todo esto de la entrevista de Intxaurrondo al final nos interesa a cuatro gatos, al pueblo llano le da igual. El papel del periodismo no puede ser el de un verificador. Esto hay que decirlo más a menudo: el periodismo fue esencial a la hora de secularizar Europa, ahí es nada, esto se debió en gran medida al periodismo en Inglaterra y está demostrado. ‘The Spectator’ iba de mano en mano en cafés y tertulias y sirvió para que temas que nunca se habían planteado, como la igualdad o el papel del ciudadano o el papel del Estado, proliferasen como debates.
Ha sido importantísimo como mediador entre lo que se cuece en las esfera de poder y los ciudadanos. No es sólo un ‘verdadero o falso’. Era un mediador y ha dejado de ser. Y tiene que ser un intérprete. Oiga, después de ocho horas doblando el lomo en el curro, usted comprenderá que busco periódicos de credibilidad para no tener que estar yendo a las fuentes originales…
P.- Mira a Ana Pastor, la reina del ‘fact-checking’… y el debate se le escapó vivo.
R.- Fue totalmente así, te dedicas a eso y luego te conviertes en un marmolejo cuando tienes a los candidatos mintiendo en tus narices.
P.- ¿Qué lecturas recomendarías a nuestros principales candidatos? Es una pregunta que trata de revelar, en el fondo, qué le sobra a cada uno o qué le falta.
R.- A Yolanda le recomendaría una novela de Siri Hudsvet que se llama El verano sin hombres donde se critica que la feminidad consista en aflautar la voz para parecer más dulce. No hace falta hablar a los ciudadanos como si fuésemos niños de guardería.
A Sánchez le vendría bien la sabiduría estoica de los clásicos para refrenarse, para no estar tan enfadado. Desde una fortaleza sitiada no se gobierna bien, ni con la barba sobre el hombro, desconfiando siempre… le recomendaría las Meditaciones de Marco Aurelio.
A Feijóo no terminamos de conocerle, parece que todavía no ha llegado a ser quien debería ser, así que le dedico mi último libro, Hazte quien eres, porque todavía no ha llegado a su máxima aspiración. Tiene que definirse. Que encuentre su diana y apunte bien.
Y a Abascal…
P.- ¿Sabes que le gusta Unamuno? O eso dice.
R.- ¿Sí? Pues Unamuno tenía tendencia al energumenismo. Le vendría bien algo más templado, algo menos tendente al exabrupto. Le recomiendo a alguien a quien nadie lee y es uno de los grandes prosistas de los últimos 200 años, Juan Valera. Es un antídoto contra esas prosas exaltadas, es un tío muy fino. Que se lea su novela Pepita Jiménez.