Lo primero que uno piensa al conversar con Félix de Azúa (Barcelona, 1944) es que resulta sorprendente cuánto se ríe y qué calidad exquisita tiene su risa: digamos que lubrica lo feroz de sus palabras, pero, es más, lo modifica irremediablemente. Va rondando los ochenta y se troncha con júbilo inédito, cerrando los ojos de puro placer, con un soniquete casi infantil, encantador, medio culpable, como de niño feliz y gamberro que acaba de incendiar el coche de su padre.
La risa es un acto de afirmación, Félix lo sabe y así se subraya en el mundo: detrás de la filosofía, de la poesía, del periodismo, de la cátedra de Estética y Teoría de las Artes, detrás del sillón opulento de la RAE, detrás de la intelectualidad apabullante sólo resuena una carcajada breve, luminosa, invencible. De Azúa entendió hace mucho que la única obligación que tiene en la vida es pasarlo lo mejor posible. Por eso esta charla debe leerse en esa clave: en clave de alegría. De ironía. De escepticismo. De expectorante desapego.
Desayuna Félix en Chamberí escuetamente: café, un croissant pequeño, la piel finísima y venosa de las manos sujetando el bollito, la bufanda roja aún bajo techo. Acaba de publicar Baudelaire y el artista de la vida moderna (Debate), un ensayo sobre la violenta metamorfosis del autor maldito, que, pensándolo bien, tiene mucho que ver con la suya. A ambos se les torció la vida después de la revolución y empezaron a dudar de conceptos manoseados -y a menudo, tramposos- como "progreso", "democracia" o "fraternidad". Ambos temían acabar fulminados "por el ala de la imbecilidad", tan omnipresente como un manto mundial. Ambos creían que los poetas son los únicos ciudadanos decentes en una sociedad sin alma. Ambos avistaron el final de una era.
Hoy De Azúa detalla que negocia con la muerte la fecha de su última fiesta y que le interesa el mundo para contárselo a su primera y única hija -fruto de su amor con la joven arquitecta de Oviedo Eva Fidalgo-, que ahora tiene nueve años. ¿Quién puede encontrar una razón mejor?
Pregunta.- Dice usted en su nuevo libro que las obsesiones -las cosas que amamos y algunas personas- nos dominan a nosotros, no nosotros a ellas; que nos llevan de la nariz “como los bueyes”. ¿Qué le ha llevado a usted en su vida de la nariz, qué le ha arrastrado?
Respuesta.- ¡Bueno! La verdad que muchas cosas. Tengo un libro llamado Historia de un idiota contada por él mismo y, naturalmente, ese idiota soy yo. Soy un idiota. El subtítulo del libro es "el contenido de la felicidad". Como todo el mundo, yo he querido ser feliz. Tardé mucho en darme cuenta de que la felicidad era un invento de la publicidad, sobre todo, de los bancos. La publicidad nos domina absolutamente: la gente cree ser algo, pero sólo obedecen a algo que les han dicho a través de un anuncio. En mi caso, cuando era pequeño, la publicidad era la revolución comunista, el paraíso del proletariado, el padrecito Stalin. Los jóvenes en general somos bastante tontos…
P.- Me encanta que hable en presente.
R.- ¡Sí! No tontos exactamente, pero tenemos poca experiencia y no sabemos distinguir al tahúr de la persona que quiere ayudarnos realmente. En mi juventud caímos muchísimos tontos en la publicidad del comunismo. Nos hicimos comunistas. Por fortuna, fracasamos, claro (se parte). Yo además era de los comunistas de Mao. Estaba entonces en Barcelona. Tú imagínate que Cataluña, en lugar de Pujol, hubiera tenido a Mao.
P.- Pesadillesco.
R.- No hay mucha diferencia entre ellos (se ríe), pero prefiero a Pujol todavía. Luego estuve viviendo en París, me fui muy joven. Franco no me exilió, me exilié yo mismo, pero queda más elegante decir que era un exiliado político.
P.- Es más teatral.
R.- ¡Claro! En París era la época de las drogas, el sexo y el rock and roll.
P.- Dice "las drogas" con tono despectivo, como si hubiera sido algo desagradable, pero usted disfrutó del LSD que dio gusto, ¿no? Supo exprimirlas sin que ellas lo exprimieran a usted.
R.- No, no, un momento (se parte). ¡De las drogas no se puede disfrutar de ninguna de las maneras…!
P.- ¿Ah, no?
R.- De vez en cuando un porro pues a lo mejor ayuda a echar la tarde y a no parecer tan tonto delante de los demás y tal, pero en aquella época, en los setenta, efectivamente le dábamos al LSD, que no era en absoluto alegre ni divertido ni nada.
P.- No lo probé.
R.- Es que no podrías probarlo de todos modos, porque el LSD de ahora, que es el éxtasis y estas cosas, ya está traficado y es como un yogur Danone. El LSD de antes duraba varios días, te volvías medio loco y tuve dos amigos que se tiraron por la ventana, era algo bastante frecuente.
"Yo consumía LSD para hacer filosofía: el efecto duraba varios días, ahora está tan traficado que es como un yogur Danone"
P.- Pues vaya plan.
R.- La gente quería volar. Era horroroso, no se pasaba nada bien. Pero en mi grupo lo usábamos para hacer filosofía. Porque si eres estudiante de Filosofía o lees filosofía, el LSD ayuda a darte cuenta de que lo que llamamos "realidad" es un cuento, es un acuerdo entre mucha gente en el que decidimos que los autobuses llegan a tal hora o que esto de aquí es una parada de autobús. Cuando tomas LSD, la parada de autobús se convierte normalmente en una palmera con dátiles y un mono arriba, y el autobús te da mucho miedo que llegue porque es un mamut. Una pequeña modificación de la glucosa te convierte el mundo en otra realidad. Filosóficamente es muy interesante, pero amigos míos que empezaron a tomar LSD…
P.- Acabaron en la heroína.
R.- Sí, y acabaron todos cascándola. A mi entender sólo usan las drogas los que se aburren.
P.- ¿No se aburría usted?
R.- Yo no he conseguido aburrirme nunca, Lorena, no lo he logrado. Y lo he intentado, ¿eh? En un verano he intentado muchas veces tumbarme al sol en una playa y pensar en los pajaritos. A los dos minutos estaba fuera de mí, me levantaba y me iba.
P.- Así que, por sintetizar, sus dos primeros vicios fueron el comunismo y la filosofía.
R.- Exactamente. Pero cuando se terminaron… ya no me acuerdo de qué vicio cogí. Me temo que a partir de ese momento empezó la vida literaria. Al volver de París empecé a escribir libros, que es una cosa que siempre se empieza a hacer por vanidad. En mi caso era vanidad, claro, pero era también como una obligación personal. Cuando era pequeño yo vivía en una casa con mis padres y no nos llevábamos bien. Mi refugio era escribir. Empecé a escribir con 12 o 13 años, y mi primera novela, que era una cursilería, me la descubrió mi padre (yo la escribía en lugar de hacer deberes) y me la destruyó, "¡para que aprendas…!". Era la antigua manera de enseñar, a través de la disciplina, del sufrimiento, del sacrificio. A mí me parece muy bien, ¿eh? Soy más partidario de eso que de las tonterías que están haciendo ahora Castells y esta gente.
P.- Del no repetir curso, del no poder ni suspender uno, por mucho que se empeñe.
R.- (Ríe). Es que... Se han cargado la educación porque no les interesa la gente educada, es evidente. Yo si fuera político también preferiría que la gente fuera completamente tonta. Se han cargado la educación, ¡adelante…! Hombre, está bien, ¿eh? Piensa que a partir de ahora ni un solo estudiante español será contratado jamás por una universidad extranjera ni podrá trabajar jamás en una empresa seria. Tendrán la reputación que tienen los bachilleres marroquíes o del Líbano o de Etiopía.
P.- ¿A usted qué le da miedo, si no es, como a Baudelaire, la ausencia de dios?
R.- ¡Vaya pregunta! (sonríe). Déjame pensar. La verdad, no es que yo sea valiente, pero no creo tener miedo a nada.
P.- Guau.
R.- Sí, sí, tengo miedo a que se me muera la gente a la que quiero, y sobre todo quiero a mi hija pequeñita. Pero aparte de eso, por mí mismo, pues no. Hay que aclarar una cosa: la gente tiene miedo mientras la muerte no es bienvenida. Pero yo ya en este momento estoy en muy buenas relaciones con la muerte.
"Hace seis meses estuve a punto de morir. Tuve una enfermedad mortal y me salvé, como ves: soy invencible"
P.- No me diga eso, Félix, que nos acabamos de conocer y no quiero despedirme de usted.
R.- ¡Es verdad! Hace seis meses estuve a punto de morir. Tuve una enfermedad mortal y me salvé, como ves (a carcajadas).
P.- ¡Tremendo! ¡Invencible!
R.- Sí. Lo soy (se vuelve a reír, tiernamente). Y ya había tenido otra un poco antes. He tenido muchas experiencias con la mortalidad y no me ha parecido una cosa muy mala.
P.- ¿Y no se puso como histérico, no pataleó? ¿No hay una reacción histriónica cuando uno ve que la muerte se acerca? Yo había gritado "¡NO!".
R.- ¡Todo lo contrario…! Qué va. Hablaba con Madame La Mort, que es una señora muy alta, muy amarilla… y es guapa, ¿eh? Lleva unos velos. Es una persona interesante. Yo le decía "espérate al jueves, porque el miércoles va a venir a verme la nena, mi hija, y ya el jueves podemos terminar". Negociaba, ¿sabes? Y no lo pasé mal.
P.- Pero fue usted escurridizo y no se dejó seducir por esa dama. No aceptó su fecha fatal.
R.- Me curé. Y cuando venga la próxima ocasión no sé si me dejará negociar el día, pero lo intentaré. No creas: no me da miedo la muerte, no me asusta, y además no quiero retrasarla demasiado, porque si no empiezo a dar la lata a los demás.
P.- Leí que lleva enfadado con dios desde Bachillerato. ¿Se considera un maldito?
R.- No… qué va. Soy un bendiiiiito (suaviza la voz, cascabelea).
P.- Oooooh.
R.- (Se descojona). Soy un inocente, Lorena. Los malditos, pobres, tienen muy mala vida. He conocido a varios. A Leopoldo Panero, que fue el mejor poeta de mi generación. Fuimos muy amigos. Durante una temporada lo mandaron a Barcelona para que no molestara, y allí nos conocimos. Teníamos un grupo de gente muy divertida. Y él ya estaba chiflado, siempre ha estado chiflado. Pero la locura, en ocasiones, en algunos personajes, cae de forma creativa.
P.- Hasta que la cosa desbarra.
R.- Sí, mucho. Cuando ya lo encerraron por primera vez, no recuperó. Los últimos años de manicomio fueron horrorosos, sufría mucho. La verdad es que para convivir con un loco, para acercarse a un loco, para querer ser bueno con un loco… ¡hay que estar loco! (ríe).
P.- Recuerdo que Michi Panero decía eso en la segunda parte de El desencanto, que a todo el mundo le gustaba mucho su hermano casi como atracción de feria, como exotismo delirante, pero que a la hora de la verdad no le aguantaban ni diez minutos tomando un vaso de agua. Cuidarle no era divertido.
R.- Es absolutamente real. Todos salíamos escapados. En la época de París que te decía, Leopoldo pasó por allí, pero duró muy poco, estaba ya bastante tocado en los años ochenta. Nos reuníamos en una cafetería siempre. Un día había llovido y estaba Leopoldo mojando un trozo de pan en un charco para comérselo. Era un pan seco que había encontrado vete a saber dónde. Los locos lo pasan fatal.
P.- No podemos negar que la imagen tiene algo de poético, a pesar de lo desolador.
R.- Eso si consideras que la poesía consiste en el dolor y el sufrimiento, el horror, el asco y la muerte.
P.- ¿Usted lo considera así?
R.- Todo lo contrario. La poesía es la única esperanza de la humanidad, la cosa es que lleva cien años casi sin aparecer. El último gran poeta que yo recuerde debió de ser Rimbaud. Elliot. Rilke. Claro, han pasado casi cien años de eso y ya no ha habido más poesía. Celan, pero ya es poesía de la muerte, del horror, de la oscuridad, cuando la poesía buena de verdad es siempre una alabanza. La poesía nos ayuda a vivir cuando es verdaderamente, ¿cómo decirlo? Un homenaje.
P.- Un canto.
R.- Eso es. Esa es la función de la poesía, tanto si lo que describe es el infierno, como Dante, como si describe el cielo azul de Machado. Acaban de publicar ahora un poema que no lee nadie ya, que es La Araucana, que es un poema épico, es como la Ilíada, sólo que en América y a través de los conquistadores españoles. Es la historia de la conquista de Chile pero a la manera de Homero. Con mil páginas escritas todas en octavas reales. ¡Una belleza, una grandeza, una maravilla…! Te cuenta las luchas entre los nativos, que eran unos indios grandes, muy guapos, muy forzudos, muy nobles y honrados, contra los españoles, que eran muy nobles, muy honrados, muy guapos, pero con barba. Como si fueran Aquiles y Héctor. ¿Quién lo va a leer? Nadie. ¡Nadie!
P.- ¿Cómo definiría usted al españolito medio de hoy?
R.- ¡Ay, pobrecito, españolito medio…! (se ríe). Media España le va a helar el corazón. Mira, los españoles somos una gente simpática: los europeos suelen ser secos, antipáticos, muy egoístas… pero inteligentes. Los españoles somos simpáticos, generosos, amables y bastante tontos. Qué le vamos a hacer, ¿no? Han sido seis siglos de educación nacionalcatólica. Con eso no hay quien levante cabeza. O sea: todavía antes teníamos a Cervantes, a Fray Luis de León, no sé… había miles de españoles maravillosos en el siglo XVII. Luego la cosa se va estrechando y ya llega un momento como el de ahora, que en cuanto tienes un poco de talento, en España te meten en la cárcel. Ya sea con Franco o ahora, ¿eh? Si tienes un poco de talento, estás fuera de la vida real: no te darán ningún empleo, ninguna subvención, ningún premio… estás marginado como si fueras leproso. No puedes ser individuo. No puedes tener una vida independiente. Has de obedecer o al tonto de Sánchez o al bobo del PP, que no sé ni cómo se llama.
P.- Casado.
R.- ¿Quién? ¿Se llama así? (ironiza).
P.- ¿Es usted un poco nihilista?
R.- Ay, pues depende de qué entiendas tú por nihilista…
P.- Lo que usted dice en el libro: que no tenemos motivos para la esperanza, sólo para la resistencia.
R.- Pues no, soy enormemente optimista, estoy lleno de esperanza, me lo paso pipa y no tengo la menor relación con el pesimismo.
"Muy pocos españoles son capaces de salir de la mediocridad: y si sales, no vas a tener ni un duro"
P.- Tiene una mirada agria hacia el mundo. ¿O es el mundo el que es agrio?
R.- ¿Te he dado esa sensación…? Nada agria. Lo que tengo es una mirada individual. Hablo por mí mismo. No hablo por boca del partido, ni del sindicato, ni de la masa, ni de los que son del Atlético o del Madrid, ni de los que son de derechas o de izquierdas, ni de los que son católicos o islamistas. Te hablo desde mi modesta y humilde individualidad. Eso a la gente le asusta muchísimo. Dice "pero hablemos claro, ¿tú estás en contra del aborto o no?".
P.- Debates de brocha gorda.
R.- Sí, es que los españoles somos así, hija mía, muy poquitos logramos salir de esa mediocridad. Pero es lógico, porque si sales de esa mediocridad no vas a tener ni un duro.
P.- ¿Cómo ha hecho usted para sobrevivir entonces económicamente, siendo antisistema?
R.- Sí… si eres antisistema, sólo puedes ganar dinero o bien siendo un rockero, o una súpermodelo… ahí sí. Puedes salir maravillosamente vestida, como la ministra ésta, Yolanda, elegantísima, que sale diciendo "nosotros, los revolucionarios, nosotros, los rebeldes" (ríe). Pero, ¿y esta pequeñoburguesa, que se parece tanto a mi abuela?
P.- ¿Se le parece, Félix? ¿En el discurso o físicamente?
R.- No, no, de personalidad. Vanidosa, pesada, metomentodo. Quiere hacer lo mismo a todos de la misma manera, ¿no?
P.- ¿No cree que ella ha conseguido que el comunismo vuelva a ser un poco sexy? Tenía tanta caspa encima…
R.- Sí, porque la gente es como te digo. Pero para mí no hay la menor diferencia, salvo algún detalle, entre nazismo y comunismo. El nazismo se cargó a 50 millones de personas y el comunismo a 14 millones.
P.- Nada, querido, número arriba, número abajo…
R.- (Ríe). Sí, hay una diferencia, pero a partir de un millón (que es lo que nos cargamos en la guerra civil) ya todo me parece igual. Pero, ¿la gente es mema? ¿No se dan cuenta de que están apoyando una dictadura feroz, criminal, asesina y cuyas ruinas actuales son Venezuela, Cuba, Corea del Norte…? ¿Tú crees que esta fantasiosa ministra querría vivir en uno de estos países? Ahí tendría que vestirse de esparto. Nah. Eso no lo soportaría.
P.- ¿De qué manera es usted disidente hoy, de qué manera es usted revolucionario? Creo que no le gusta casi nada…
R.- (Sonríe). A mí "revolucionario" me parece que es una palabra ya marcada por la publicidad. Sacas un betún y es un ¡betún revolucionario! O una gaseosa, ¿no? ¡Subversiva! Todo es publicidad.
P.- ¿Todas las palabras están manchadas por la publicidad? ¡Que diga eso un académico de la RAE!
R.- ¡Ahora vamos a presentarle a la señora Marisa del Fresno, que va a una peluquería subversiva…! (Ríe). Y sale con unos pelajos de tablao flamenco, como nuestras ministras. ¡No, somos subversivas…! Bien, todo esto son chorradas de la publicidad. Yo no soy subversivo ni revolucionario de esos… soy una persona educada, que quiere a sus amigos, que le gusta estar como estoy contigo hablando. Para ser revolucionario o subversivo hay que tener ganas de matar a alguien, y yo no tengo ganas de matar a nadie.
P.- ¿Nunca ha tenido ganas de matar a nadie?
R.- Bueno, cuando era joven y comunista.
"Cuando era joven y comunista hubiera matado a Franco: hoy sé que matar es una gilipollez"
P.- Vicios del momento.
R.- Claro. Si me hubieran dicho "Félix, tienes la oportunidad de matar a Franco". Pues lo hubiera matado, fíjate. Hoy no. Hoy sé que matar es una gilipollez.
P.- En ese momento pensaría que era algo utilitario, utilitariamente mejor para todos.
R.- Bueno, cuando perteneces a una secta, cuando tienes una ideología (no cuando tienes ideas, sino ideología), ¡es que no piensas! Te dicen "coge esta pistola, ve allí y mata a esa señora". Y tú coges y la matas. Se llama Yoyes (se ríe). ¡Y es de las tuyas! Pero el imbécil aquel, que debe ser un cromañón raro… (no, los cromañones eran muy listos), aquel, digo, que debía ser un subnormal, cogía la pistola y ¡pum!, se cargó a una que era de su propia secta. Son asquerosos todos. Volviendo a mi humilde persona, yo no soy de esos. No tengo nada que ver con toda esa gentuza que apoya al gobierno de Sánchez. Mi rebeldía particular es ser de Ciudadanos. Ya sabía yo que pondrías esa cara.
P.- ¿Qué cara quiere que ponga, Félix? Usted vale mucho más que eso.
R.- No, no, te equivocas, querida. Ciudadanos fue fundado por gente muy mona, como yo. Muy cuca.
P.- Sí, eso sí. Gente muy guapa. Decía Rosa Belmonte el otro día en una columna que usted es el más guapo de su generación.
R.- ¡Pero…! No. No (se sonroja, esquiva). A ver, Ciudadanos estaba mal llevado, como todos los partidos, a cuál vas a salvar. Pero a mi entender es un partido absolutamente necesario en un país en donde la mitad de la gente quiere matar a la otra mitad. Ahora estamos, como sabes, con Sánchez y los suyos, que quieren volver a perder la guerra civil, y el PP, que quiere volver a ganarla. Y me tienen hasta las narices. En cambio, los de Ciudadanos están en medio, no quieren jugar el juego de la guerra civil y tienen todo mi apoyo. ¿Que están en malas manos…? Como todo en este país. ¿En qué manos están los chiringuitos de la Costa del Sol y la Iglesia española? ¡Mediocres! Gente con pocas ideas. Pero a Ciudadanos les votaré en la próxima ocasión.
P.- Sus lecturas predilectas han sido Nietzsche y los estudios bíblicos. Curioso. ¿Cree que existe la dignidad o algo parecido a eso? En algún momento del libro dice que la dignidad es cosa vieja, cosa obsoleta.
R.- Sí, pero no lo digo por mí… es que tú vas a un botellón y dices "perdonen, ¿hay alguien digno?", y todo es “jajajá”. Las carcajadas se oirían en Burgos.
P.- ¿Cree que el concepto se ha ridiculizado?
R.- ¡Bueno! Todo lo que vale la pena está ridiculizado. Para eso está la televisión, los partidos… todo lo bueno está ridiculizado. Hasta los buenos estudiantes. Pero eso no quiere decir que la dignidad haya dejado de existir. Nosotros, los que estamos fuera del juego estatal, sabemos perfectamente quién es digno. Sólo tenemos amigos dignos. Jamás seríamos amigos de un indigno, por supuesto. Y como yo debe haber muchísima gente. Lo que pasa es que estamos callados. Como yo, que, como ves, estoy callado (irónico).
P.- ¿Cuántas veces ha muerto el arte, cuántas la literatura y cuántas la inteligencia?
R.- A ver, es muy difícil. Esta es una pregunta de seminario. Que yo sepa: en 1970 empiezan a morirse cosas, simplemente porque hay un cambio de era. Y todo lo que había funcionado hasta entonces, desde la Edad de Piedra, empieza a dejar de funcionar. Los de las cavernas, los del Paleolítico, hacían caballitos y cosas de esas en las paredes, y lo hacían muy bien. Después de eso viene por un lado Grecia, que no está mal lo que hicieron, y luego, un poco más tarde, los cristianos, que no están mal (las catedrales góticas, y tal). El Renacimiento está bastante bien, el Barroco tiene cosas muy bonitas, como El Vaticano, que como lo hizo Miguel Ángel, pues mira, está bien. Luego la cosa empieza a estropearse. Viene el Romanticismo; ahora ya estamos en el siglo XIX, que sigue siendo el último momento de enorme interés: los románticos verdaderos, como Hölderlin, ¡son maravillosos! Entramos en el siglo XX, empiezan las vanguardias, las inaugura Baudelaire (se supone que estamos hablando del libro de Baudelaire)…
P.- De alguna manera sí.
R.- (Ríe). Tú dilo. Baudelaire es el primero que se da cuenta de lo que va a pasar. ¡Que viene la Modernidad, que es cuando empieza la decadencia…! Bueno, no la decadencia, pero sí un acabamiento. Poco a poco se van acabando esas cosas: se acaba la escultura, la pintura, la música se va arrastrando como puede, la literatura hace lo que puede también, pero ¡ya ves…! Y cuando llegamos a nosotros, pues ya todo se ha acabado. Hemos empezado una era nueva. Era, no época. En esta era las artes, la cultura, la literatura, la historia y todo eso va a dejar de tener la más mínima importancia. Ahora bien, si uno tiene un poco de individualidad, si uno no está a sueldo de un partido o de un sindicato, de una masa o de un equipo de fútbol; si uno trabaja para sí mismo, puede lograr un poco de independencia y por lo tanto podrá tener un juicio propio y habrá de leer lo que realmente se ha de leer, no lo que le dicen. Efectivamente, en términos de Estado, la cultura y el arte se han convertido en una herramienta política, no tienen vida propia. Pero desde el punto de vista individual, cada uno se puede salvar si tiene un poco de fe o de confianza en sí mismo.
P.- Recuerdo un poema suyo que me fascina. Arrancaba diciendo: "Estás triste: los desnudos no te afectan". ¿Qué sabe usted del erotismo y del sexo que no sabía con 18 años?
R.- ¿De verdad quieres saber cosas de esas?
"Podemos es heredero de la Iglesia Católica, le obsesiona el sexo: ‘Félix, a ver si te haces Felisa’"
P.- Pues claro que sí.
R.- Hija mía, el sexo está sobrevalorado. Es una cosa que saben usar, una vez más, los de la publicidad… pero la verdad es que tiene ya un aspecto de mercancía que no hay quien se lo crea. Todo es sexo, todo tiene glamour, todo es estupendo. Por desdicha, si tienes que salir en un programa de televisión, lo mejor que puedes hacer es empezar diciendo: "Yo soy pederasta, pero me he curado, y ahora soy homosexual pero sólo lo hago con negros albinos" (se ríe). ¿Comprendes? En esto se ha convertido el sexo. Sobre todo para ese partido tan curioso que es el heredero de la Iglesia Católica, que es Podemos, y que arrastra una obsesión sexual absoluta, extraordinaria. Podemos nos está diciendo todos los días lo que tenemos que hacer. "¡A ver si te operas, Félix…!". Es que me parto.
P.- Que si se opera de los genitales, dice, ¿no? Para cambiarse de sexo.
R.- ¡Eso! "A ver cuándo dejas de ser Félix y eres Felisa…" (a carcajadas). Por eso, es que lo del sexo tiene muy poco interés. Hombre, tiene interés para cada uno, pero públicamente… cada vez que hables en público sobre sexo te estás convirtiendo en un idiota, qué le vamos a hacer.
P.- ¿Qué le cuenta a su hija de nueve años sobre el mundo?
R.- Sobre el mundo aún poco, pero sobre cosas sí… mira, el otro día un editor me dijo "oye, ¿por qué no escribes un libro para niños, pensando en tu hija, pensando en algo que le interese, y hacemos una cosa bonita, con bellas ilustraciones?". Y le pregunté a mi niña: "Chatita, a ver, ¿qué te gustaría que escribiera, algo que te interese mucho…?". Estuvo un rato pensando. Piensa mucho, la niña.
P.- Se parece a su padre.
R.- (Embelesado). Sí, nos parecemos mucho. Y al final dice: "De las medusas" (se troncha). ¡Me hizo polvo!
P.- Jamás lo hubiera podido predecir.
R.- ¡Me dejó totalmente bloqueado…! Nunca podré escribir un libro para mi hija. Qué bárbara. Es una intelectual, qué horror.
P.- ¿Cómo le ha atravesado a usted la paternidad? La primera mitad de nuestra vida está atravesada por nuestros padres y la segunda mitad, en muchos casos, por nuestros hijos. Digamos que eso empapa.
R.- A mí me ha cambiado la vida, Lorena. Completamente. Piensa que yo he sido padre con más de sesenta. Hay que tener cojones (se ríe).
P.- ¿Escribe de otra manera?
R.- Eso ya que lo digan los otros.
P.- Lo estudiaré.
R.- Lo que sí sé es que desde que ella llegó, soy otra persona. No tengo nada que ver. Ahora, eso sí: hay un tipo de alegría nueva, una alegría que sólo tenemos los padres. ¡Y las madres…! (con retintín).
P.- Inclusivo, inclusivo.
R.- Por eso, que si no luego te sale una de éstas y te arañan. Es un tipo de alegría muy especial que yo no conocía. Yo antes no miraba a los niños por la calle, es que no los veía. Y ahora los veo y estoy fascinado, ¡son deliciosos! Y son listísimos. Y muy simpáticos. Cuando les saludas te contestan, aunque no te conozcan de nada. Son estupendos. Ya verás ese tipo de alegría cuando seas mamá… ¡no seas escéptica!
P.- No he dicho nada…
R.- Pero esa cara. Frente a lo que opinan buena parte de las Monteros tremendas, la maternidad es la cosa más maravillosa que os puede suceder, pero no por lo que ellas piensan, porque ellas no tienen ni idea, sino precisamente por la sorpresa que os vais a llevar. A partir de que os llegue el primer hijo, de repente ¡alucinaréis! Se os abrirá un mundo que no sabías que existía.
P.- Igual lo hago sólo por curiosidad.
R.- Es una buena manera de hacerlo. De verdad. Me despido de una futura madre. ¡Gracias a mí!