Alexander Probst tenía ocho años cuando comenzó su calvario. En 1968, cuando cursaba el tercer año de preescolar, entró en el coro de los Gorriones de la catedral de Ratisbona (Alemania), fundado en el remoto año 975. Ya en los primeros días en el internado del barrio de Etterzhausen, recibió las primeras bofetadas. Todos los niños cantores —los gorriones— llevaban un número cosido en la ropa. Él tenía el 439. Cuando oía: "¡El 439, paso adelante!", sabía que iba a recibir una tunda dolorosa y humillante.
Pero lo peor eran los abusos sexuales. Un cura lo metió en su grupo secreto de chicos; les daba cerveza y tabaco y les hacía ver porno. Después, casi todas las noches, el hombre entraba al dormitorio, metía la mano bajo las sábanas y agredía al niño sexualmente. "Más de cien veces", revelaría Probst muchos años después.
Desde 1964 a 1994, Georg Ratzinger, el hermano del Papa emérito Benedicto XVI, dirigía el coro de los Gorriones. Probst contó que el padre Georg conocía los abusos. "Él también me golpeó. Era colérico y tenía una vena sádica. Una vez me tiró del pelo con tanta fuerza que me quedó una calva como una moneda de cinco marcos. Recogí el cabello y lo guardé. He conservado mi pelo durante años", recordó en una entrevista en 2017 en el diario Augsburger Allgemeine.
Probst tenía once años cuando le contó a su padre los abusos. Lo sacó inmediatamente del internado, pero —cuenta Probst— "antes de eso tuvo una discusión con Georg Ratzinger. Frente a la puerta, escuché que mi padre se puso furioso. Creo que estuvo a punto de golpearlo. Nunca habló de eso".
"Georg Ratzinger [el hermano del Papa] también me golpeó. Era colérico y tenía una vena sádica"
Una prisión, un infierno
Décadas después, en 2010, Probst dio a conocer lo que le hicieron en el coro. Lo hizo en un libro de 200 páginas: Abusado por la Iglesia. Monseñor Georg Ratzinger (había sido nombrado prelado de honor en 1976) murió el 1 de julio de 2020 a los 96 años. Tres años antes, aseguró que no tuvo conocimiento de los abusos sexuales. Según Ulrich Weber, el abogado a quien la Iglesia encargó investigar el caso en 2010, el hermano del Papa emérito estaba al corriente y habría "mirado a otro lado", ya que reinaba una "cultura del silencio" para proteger la institución. Quienes permanecen fuera de la Iglesia porque hay en ella tantos hipócritas, olvidan que siempre hay sitio para uno más.
Tras su denuncia, Probst tuvo que soportar presiones del obispo de Ratisbona, Gerhard Ludwig Müller, que lo acusó de dañar la reputación de la Iglesia. "Ese hombre —contratacó Probst— protegía a los abusadores". Müller fue obispo de Ratisbona de 2002 a 2012 y retrató a las víctimas como profanadores de su diócesis, por "difundir afirmaciones de la posverdad". Cuando fue designado prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (o sea, Pastor Bonus, custodio supremo de la correcta doctrina católica), "fue como poner un zorro a cargo del gallinero", dijo Weber.
Con la excepción de un párroco, todos los perpetradores (identificados) de delitos sexuales han muerto. Ese párroco trabajó en el internado como consiliario hasta 1972. "Abusó sexualmente de mí unas 200 veces, y no sólo de mí. En 2010, cuando denuncié los hechos, no mostró arrepentimiento ni culpa, todo lo contrario", revela Probst.
Al menos 547 niños del coro de los Gorriones fueron víctimas de abusos (privación de alimentos, vejaciones, golpes o violaciones) cometidos por al menos 235 presuntos perpetradores entre 1949 e inicios de la década de 1990, según un informe de la archidiócesis de Múnich-Frisinga. Cada uno de los afectados ha recibido entre 5.000 y 20.000 euros de indemnización, según la cadena Deutsche Welle.
Las víctimas describieron este coro milenario y mundialmente conocido como "una prisión, un infierno y un campo de concentración marcado por el miedo, la violencia y la angustia".
El hermano sádico
Georg Ratzinger nació en 1924 (tres años antes que su hermano Joseph, nombrado Papa el 18 de abril de 2005) en la ciudad bávara de Altötting. Mostró un talento temprano para la música y a los 11 años tocaba el órgano de la iglesia. Hijos de un policía y una ama de casa, los dos hermanos nacieron en una familia muy religiosa y eran sobrinos nietos del político alemán Georg Ratzinger, un sacerdote y reformador social que fue miembro del Parlamento bávaro y del Bundestag. Los hermanos entraron en el seminario el mismo día de 1951. Georg le comentó a Associated Press que durante la Segunda Guerra Mundial se acurrucaba con su hermano mientras escuchaban los partes de guerra en la radio.
Georg llegó a ser un músico virtuoso y supervisó la grabación de numerosas obras maestras y giras de conciertos por todo el mundo del coro de los Gorriones. Georg y Joseph siempre estuvieron muy unidos. El mayor se preocupó cuando el menor fue elegido Papa, creía que el estrés afectaría a su salud y que ya no pasarían tanto tiempo juntos. El pontífice acondicionó un apartamento en el Palacio Apostólico para su hermano, que viajaba con frecuencia a Roma.
Georg murió días después de que el Papa emérito hiciera una visita de cuatro días a Ratisbona para despedirse. La reputación de Georg ya estaba empañada cuando tuvo que disculparse ante los investigadores por disciplinar a los niños con castigos físicos. Tanto lo quiso el expapa que no es descartable que mintiera por él.
El cura pederasta H.
Los informes sobre el abuso infantil masivo en la Iglesia en todo el mundo comenzaron en Estados Unidos en 2002 con una investigación del Boston Globe. El abuso sistemático en Irlanda, Francia y Australia se hizo público y en 2010 el escándalo llegó a Alemania. La pregunta central siempre fue: qué sabían el Vaticano y el Papa. La contestó Correctiv, publicación alemana independiente y sin ánimo de lucro, tras una larga investigación que mostraba las conexiones del Papa emérito Benedicto XVI con un cura pederasta.
"Que acaben los abusos sexuales. Tu Stefan", decía una nota garabateada con letra infantil en la capilla de Simetsbichl
La capilla de Simetsbichl, un edificio encalado, se encuentra a las afueras de la pintoresca ciudad bávara de Garching an der Alz. En el interior, junto a una imagen de la Virgen María, hay un altar con velas, flores y libros de oraciones en los que los fieles dejan notas con sus plegarias: curarse de una enfermedad, ayuda en el embarazo o un cambio de trabajo. Garabateada con letra de niño una nota decía: "Que acaben los abusos sexuales. Tu Stefan". Sin fecha. No es posible precisar cuándo escribió el niño Stefan su ruego a la Virgen. Las plegarias de Simetsbichl se remontan a los años en que el padre H., uno de los abusadores más hiperactivos de la Iglesia alemana, dirigía la parroquia de Garching.
No muy lejos de la capilla Simetsbichl, está la iglesia de San Nicolás. El padre H. vivió allí, en la vicaría, hasta 2008. Durante treinta años abusó de niños, y la Iglesia lo encubrió enviándolo de parroquia en parroquia: Essen, Engelsberg, Bottrop o Garching. En 2010, el New York Times estableció una conexión entre el entonces Papa Benedicto XVI y el padre H., de quien desveló su identidad: Peter Hullermann. También una carta al arzobispo de Múnich-Frisinga, el cardenal Reinhard Marx, de 2012, a la que tuvo acceso Correctiv, mostraba que los obispos estaban preocupados por la conexión entre Benedicto XVI y el sacerdote pederasta.
Después de una condena de 18 meses de cárcel en 1996 (que no cumplió) y una multa, Hullermann continuó haciendo trabajo pastoral. De hecho, durante más de 20 años trabajó como coadjutor y administrador parroquial de Garching, donde tuvo contacto regular con niños y supervisó a 150 monaguillos. Como arzobispo de Múnich-Frisinga (entre 1977 y 1981), Ratzinger aprobó el traslado del cura Hullerman desde Essen a Garching. Ratzinger también decidió darle alojamiento en la diócesis.
"Personas importantes de la Iglesia encubrieron las denuncias para proteger al Padre H. y la imagen de la Iglesia", denunció a Time Werner Huth, terapeuta de Hullermann de 1980 a 1992. Tanto la investigación de Correctiv como la del New York Times revelaron la responsabilidad directa del expapa en la reincorporación del cura pederasta. Ratzinger estaba al tanto de su comportamiento "pedocriminal". En 2000, Hullermann incluso se jactó de que Ratzinger había ido a visitarlo.
El terapeuta Huth describió en 2010 a su antiguo paciente como un "viejo arruinado, narcisista, borracho y muy deprimido", pero añadió que durante la terapia de grupo, Hullermann (a quien siempre llama Padre H.) fue condenado por abusar sexualmente de menores. Sólo cuando el diario Süddeutsche Zeitung se hizo eco, en 2010, de las revelaciones del New York Times, el depredador sexual fue suspendido de sus deberes pastorales.
Hullermann se justificó culpando al espíritu de la época, porque "los chicos eran geniales, hablaban abiertamente sobre el sexo y me sedujeron". Alegó que no podía ser castigado por crímenes que habían prescrito hacía mucho tiempo sólo porque la visión actual de las cosas hubiera cambiado. Por entonces seguía bebiendo como una holoturia. Ya escribió Herman Melville que "mejor dormir con un caníbal sobrio que con un cristiano borracho".
Por entonces se supo en Alemania que ni el caso de los Gorriones de Ratisbona ni el de Hullermann, que ahora tiene 74 años, fueron los únicos. En una abadía de Ettal hubo más de cien denuncias, en Berlín hubo casos en el Colegio Canisius, en Bonn en el Colegio Aloisius, en Aquisgrán en un monasterio benedictino. Las noticias de abusos sistemáticos en las instituciones eclesiásticas llegaron arracimadas.
El cura pederasta Hullerman tiene 74 años y tardó mucho en ser retirado. Tras su condena, siguió tratando con niños
La Conferencia Episcopal tuvo que actuar y acordó que los abusos fueran investigados. En 2018, se presentó en Fulda un primer informe. Los nombres de las víctimas y de los perpetradores permanecieron en el anonimato, pero la escala era aterradora. En 70 años se habían detectado 1.670 sacerdotes y religiosos pederastas y 3.677 víctimas. El informe calculaba cínicamente que por cada sacerdote acusado hubo 2,5 víctimas en promedio. Pero es poco probable que un "pedocriminal" se detenga después de dos o tres abusos, especialmente cuando sabe que la Iglesia lo encubre. El caso Hullermann sugiere que el número de víctimas por abusador podría ser 10 veces mayor. Lo cual estremece tanto que lleva a pensar a los buenos católicos que no es que Dios haya muerto, sino que está sano y salvo, pero trabajando en otro proyecto.
Encubrimiento, mentiras y rectificaciones
El pasado 20 de enero, el bufete de abogados Westpfahl, Spilker, Wastl (WSW) publicó la investigación encargada por la Iglesia sobre abusos sexuales en la archidiócesis de Múnich-Frisinga desde 1949. Son 1.800 páginas en las que los abogados identifican a 497 víctimas;42 casos se remitieron a la Fiscalía.
El caso Hullermann ocupa parte separada del informe. Los investigadores acusan al sacerdote de abusar de al menos 24 niños durante más de 30 años mientras se mudaba de comunidad en comunidad, y al expapa Benedicto XVI de "mala conducta" por no apartarlo del trabajo pastoral. El New York Times informó que el 15 de enero de 1980, en una reunión presidida por el cardenal Ratzinger, entonces arzobispo de Múnich-Frisinga, se abordó el caso Hullermann. Se acordó mantenerlo en su puesto a pesar de su peligro.
Ratzinger respondió a las preguntas de los abogados del bufete WSW en una carta de 82 páginas y negó haber participado en la reunión del 15 de enero de 1980 en la que se abordaron los abusos de Hullermann. Para refutarlo, los abogados presentaron el acta de la reunión, que prueba que Ratzinger estuvo presente. Dice el octavo mandamiento: "No mentirás". Hacerlo, pues, es un pecado, ya sea considerado venial o mortal.
El pasado lunes 24 de enero —en unas declaraciones de su secretario Georg Gänswein al portal Vatican News—, Ratzinger tuvo que desdecirse y recalcar en su descargo que "no hubo mala fe", sino un error en la redacción. Lamenta el "accidente" y se disculpa. Es un patrón de la Iglesia admitir sólo lo que ya no puede ser discutido.
El hecho de que un expapa haya tenido que dar explicaciones a abogados que lo acusan de encubrimiento es una singularidad histórica. Que, además, la valoración pericial concluya que manejó mal cuatro casos de abuso es de una importancia tan corrosiva que las consecuencias para la reputación de la Iglesia podrían ser devastadoras: una catástrofe de relaciones públicas y, naturalmente, un desastre moral. El portavoz de la asociación de víctimas Matthias Katsch se mostró decepcionado con la reacción del expapa: "Debería disculparse porque es en parte responsable de que un sacerdote pudiera abusar de niños de su diócesis durante décadas. Ése es el verdadero escándalo", dijo Katsch el lunes pasado a Deutsche Presse-Agentur.
Sin embargo, la explicación de Ratzinger es más plausible de lo que parece a primera vista. ¿Qué sentido tendría negar su presencia en la reunión cuando le constaba que el acta estaba en los archivos? Además, ya se conocía desde que hace 12 años lo contó el Süddeutsche Zeitung. Ratzinger sabía que una falsedad lo estigmatizaría aún más entre la prensa que ahora le pasa factura urbi et orbi por su encubrimiento de los pederastas y por mentir en un asunto tan sórdido y tan sensible para el prestigio de la Iglesia.
Y ahora, el deshonor
El 25 de marzo de 2005, Viernes Santo, Ratzinger, entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, sustituía a un muy enfermo Juan Pablo II en el Via Crucis ante el Coliseo romano. En la novena estación clamó: "¡Cuánta suciedad en la Iglesia! La traición de los discípulos es el mayor dolor de Jesús. Kyrie, eleison. Señor, sálvanos". Dos semanas más tarde, reunidos en cónclave, 114 purpurados lo eligieron Papa.
No sólo fueron esas palabras las que lo llevaron al solio de San Pedro. También ayudó su intelectualidad sofisticada y que los cardenales lo veían como un spindoctor y un líder resolutivo. No funcionó desde el principio. Algunos medios alemanes recibieron su elección con el ambiguo remoquete de Panzer Kardinal, una alusión a su intransigencia por condenar a más de un centenar de teólogos y religiosos cuando gobernó la Congregación para la Doctrina de la Fe. También recordaron su militancia en las Juventudes Hitlerianas y que fue soldado de la Wehrmacht al final de Segunda Guerra Mundial, siendo un adolescente.
Como Papa, siguió rodeado de enemigos, apenas hizo cambios y en la llamada Santa Sede el poder siguió en manos de los inmovilistas de siempre. Benedicto XVI pensaba que el Vaticano II le había sentado mal a la Iglesia y que había que rectificarlo. Con una mano trató de lavar la ropa sucia en casa y ventilar la atmósfera mefítica de una institución corrompida. No lo logró. Con la otra obstaculizó el deslizamiento liberal de la Iglesia. Lo pagó con mala prensa entre los sectores progresistas.
Cansado y amargado, se retiró con acerbas pullas a los prelados. Los casi ocho años de pontificado le dieron de sí lo bastante para molestar a los musulmanes al vincular a Alá con la violencia y la irracionalidad. También a los judíos por poner como ejemplo de santidad a Pío XII, acusado de no mover un dedo ante los crímenes nazis. Se enfrentó a la comunidad científica al repudiar la investigación con células madre y al condenar el uso del preservativo en África para frenar el sida. Como lamentó su biógrafo, el periodista Vittorio Messori, fue "criticado por no hacer nada y por hacer demasiado".
Primero, Joseph Ratzinger fue una lumbrera teológica en Baviera, luego cabeza de huevo del Vaticano II, guardián de la fe y debelador audaz de las miserias de la Curia. Ahora, a sus 94 años, lo acosa el deshonor con buena parte de la prensa presentándolo como un teólogo mendaz, sintagma que era normal para Lutero, autor de esta perla: "La medicina hace enfermos, la matemática, tristes y la teología, gente pecadora". Amén.
Breve historia del pecado
Para los griegos, pecado se decía hamartia, fallar el tiro; nosotros tomamos la palabra del latín pedico, tropiezo. La teología incorpora la voluntad, y eso es el pecado: una trasgresión voluntaria de los preceptos religiosos. Esa falta tiene, como el alcohol, distintos grados. Por eso en la profusa, difusa y abstrusa teología, el pecado se dice de muchas maneras, lo que dio pie a Borges para concluir que "la teología es una rama de la literatura fantástica".
Para la escolástica, el primer pecado —el original— es la desobediencia. Dios castiga a Adán y Eva porque se rebelan contra la ley eterna, signifique eso lo que signifique. Lo que significa para San Agustín es un intento de destrucción del orden divino de las cosas; o sea, un rechazo a Dios y a su santa voluntad.
¿Y cuál es esa voluntad? Sobre eso hay división de opiniones teológicas y, por lo tanto, diversos catálogos de pecados. Sólo en el Nuevo Testamento hay más de veinte listados de pecados. El más impresionante lo encontramos en la primera carta de San Pablo a los Corintios, que enumera a "inmorales, idólatras, adúlteros, lujuriosos, invertidos, ladrones, codiciosos, borrachos, difamadores y estafadores".
Como las cosas cambian, hay pecados ya descatalogados y otros nuevos. El Papa Francisco afirmó en una homilía en 2020 que pecado es "no pagar a la criada como se debe pagar". Ahí estuvo bien. La mayoría de los católicos, sin embargo, más que a los sermones de Francisco, atienden a lo que dijo Borges: "He cometido el peor pecado que un hombre puede cometer. No he sido feliz".
¿Y qué dice a todo esto Ratzinger? Muchas cosas, pero, sobre todo, que "el que esté libre de pecado que tire la primera piedra". Lo dijo en 2010, un día después de pedir disculpas por los abusos cometidos por sacerdotes católicos contra menores en Irlanda. Habló de "vergüenza, remordimiento y deshonor".