Cuando las pasadas Navidades el rey Juan Carlos decidió abandonar el Emirates Palace, el hotel de superlujo que lo había acogido desde el 3 de agosto de 2020 al autoexiliarse en Abu Dabi por sus problemas con la Hacienda española, su gran amigo el emir heredero, Mohammed bin Zayed, uno de los hombres más ricos del mundo árabe, le advirtió de que en su nuevo destino, una vivienda en la isla privada de Nurai (a unos 20 kilómetros de Abu Dabi), era más difícil garantizar su seguridad que en el lujoso hotel propiedad de los jeques y diseñado para convertirse en una auténtica fortaleza.
Y Mohammed bin Zayeb tenía toda la razón porque esta semana una periodista de EL ESPAÑOL | Porfolio se ha paseado por la playa privada que hay delante de la villa donde se hospeda Juan Carlos sin ningún problema. Atravesando un camino que hay entre dos de las casas más grandes de la isla, se puede caminar por una arena blanquísima, que a ratos recuerda al desierto por la cantidad acumulada, y un calor de justicia delante de los porches de las 11 villas que están conectadas entre sí.
Si fuera un pueblo del sur de España sólo se oirían las chicharras pero, allí, el mar yendo y viniendo, monótono y pasivo, se lo come todo.
Juan Carlos se sentía enclaustrado en la habitación de hotel Emirates Palace. La vuelta a España se alargaba y después de cuatro meses, vivir así se le hacía muy cuesta arriba. En su nuevo hogar, casi todas las villas tienen el mismo diseño en la entrada, un portón de madera con incrustaciones, y casi todas tienen una estructura parecida en el porche: un espacio velado con una piscina rodeada de tumbonas.
Difícil bajar a la playa
Eso sí, para bajar al mar que ve el emérito nada más levantarse, con un infinito azulado, Juan Carlos lo tiene más que difícil. Los algo más de 100 metros que separan la casa de la playa son un sube y baja de arena blanca que resulta difícil de atravesar para un hombre con sus problemas de movilidad, como se vio en las últimas imágenes publicadas en el puerto de Abu Dabi, en las que el emeríto caminaba sujeto a dos ayudantes. En su caso, al menos solo, no podrá refrescarse en el agua.
En el recorrido que hace esta revista por la playa privada de Nurai, sólo en una de las 11 villas se ve a una mujer acercarse al mar y remojarse los pies. Vestida con un bañador negro y el pelo recogido, se sorprende al verme caminar de villa en villa. Pero no hace ningún gesto y vuelve a su casa.
El silencio que se respira, roto sólo por el suave chapoteo, se pierde entre el color azul del mar, y la calma refresca a las villas. La de Juan Carlos, de unos 1.000 metros cuadrados de superficie y dividida como todas en dos plantas, se ha convertido tras más de 450 días de exilio en una especie de cárcel de oro para el emérito. Se levanta, hace ejercicio físico, "para estar como un oso", como confesó él mismo al periodista Carlos Herrera, y ve películas en la sala de cine privada y, al caer la noche, vuelve a la cama. Así un día tras otro sin importar si es lunes o fiesta de guardar.
Ni siquiera puede ya utilizar la pista de tenis que tiene el complejo. Llega tarde a esa actividad y además, habría que jugar casi de noche para no sufrir el intenso calor que se vive en este paraíso en pleno mes de noviembre. En verano, estando junto al mar, se pueden alcanzar los 48º.
Diferentes islas
La isla de Nurai, una de las 200 con las que cuenta Emiratos, era desierto hace apenas seis años. Con un área de un kilómetro cuadrado, fue la influyente empresaria emiratí Nadia Zaal la que tuvo el atrevimiento de construir un hotel de lujo en ese islote propiedad de los jeques. En el pequeño embarcadero, sólo una palabra, Love, recibe al viajero, y el azul del agua y la arena blanca de sus playas podrían ser la fiel imagen de la gran recompensa o Yanna (paraíso) que el propio Corán describe para las almas que alcanzan el cielo: casas agradables, jardines llenos de árboles y fuentes perfumadas con alcanfor o jengibre. También promete el Corán que habrá ríos de agua, leche, miel y vinos y estancias llenas de huríes, es decir, de bellas doncellas.
A jengibre no huele pero el toque de esta famosa empresaria, que empezó en el negocio inmobiliario familiar y que ha conseguido colarse entre las 30 personalidades más importantes del mundo árabe, se nota hasta en las duchas de la piscina, donde el champú y el gel son de flores de naranja de Hermés. También está presente en las toallas, suaves, grandes y recias, que ofrecen a cada huésped y que cambian de color si uno pasa de la zona oeste (azul) a la este (amarillo).
Todo parece encajar perfectamente en Zaya Nurai Hotel, conocida también como las Maldivas de Oriente Medio por su intensa agua cristalina, y en especial en sus 11 villas más exclusivas que sólo se pueden comprar o vender, nada de alquilar y que tienen escrito en la puerta de madera, en letras doradas, la máxima privacidad como lema principal de vida.
Si tomamos la islámica imagen del Yanna, en este caso, los ríos de vino se transforman en cócteles de moda que disfrutan muchos jóvenes emiratíes, parejas y grupos que celebran ahí cumpleaños y bodas aprovechando que en Abu Dabi sí se puede beber alcohol.
Sorprende la gran vegetación de este oasis, en un país que se ahoga cuando el aire mueve la arena del desierto, por su frondosidad y su olor a fresco todo el día. La mezcla de árboles y palmeras, que hacen las veces de vigilantes silenciosos, llega hasta los exclusivos porches a los que sólo se puede acceder en barco o helicóptero y entrar en buggy (el vehículo oficial de Nurai Island).
En uno de esos carros con ruedas va y viene don Juan Carlos cada vez que quiere volver a Abu Dabi a dar una vuelta (lo hace siempre que puede, según fuentes cercanas a la familia real). En enero se marchó del Emirates Palace harto del café con virutas de oro que sirven en el hotel, a razón de 20 euros la taza aunque él no pagara ni un céntimo de esos sorbos. Ahora echa de menos hasta sentarse en un restaurante o pasear entre cemento y cristal.
Y es que en esta casa el lujo es el mismo que en el famoso hotel fortaleza, pero el agua es más azul y el aburrimiento mucho más intenso. Sólo hay abiertos tres de los cinco restaurantes que tiene la isla y la mayoría de los habitantes de estas villas privadas piden directamente la comida para no tener que pisarlos. Así resulta imposible que el emérito, por mucha Yanna que sea, se coma un buen plato de jamón, como hacía con sus amigos del club de Sanxenxo, en un clima y un agua que no saben ni huelen igual aunque sea mar.
En Nurai, las huríes de las que habla el Corán son amas de llaves asiáticas, en su mayoría, que se desplazan en bicicleta en silencio y siempre sonriendo. Ellas viven en barracones, justo en una zona no muy lejana de la villa donde vive el padre de Felipe VI, junto con el resto del staff porque, según confiesan varios de ellos, es muy cansado ir y volver a Abu Dabi todos los días, sobre todo si no lo haces en un yate privado como Juan Carlos.
Una de las camareras filipinas que atiende a los huéspedes de la piscina principal en el Zaya Nurai se para un rato a hablar con esta clienta recién llegada a la isla, una periodista española en busca del rey. Dice que el emérito nunca aparece por esa zona. Ella sabe que vive allí, todos lo saben. Es el rumor que corrió hace meses como la pólvora entre los trabajadores acostumbrados a tratar con gente vip. "En los cinco años que llevo en el hotel he visto muchas cosas. Y no sólo de reyes", matiza.
Uno de los conductores de buggies que te lleva de una punta a otra de la isla y hace de guía de las villas, se para en seco cuando se le pregunta por quién vive en ellas. "No puedo darle información del rey español, madame", insiste mientras gira la cabeza para seguir vendiendo las bondades del hotel: "Estas casas tienen cuatro habitaciones. Estas de más adelante, tres y las del fondo, una o dos pero con piscina privada".
Silencio insufrible
Cuando te alejas de la zona de restaurantes y paseas por el camino empedrado que da a las villas, ya sólo se oyen el mar y los pájaros. Y la música es celestial, pero para unas vacaciones. Sin embargo, después de más de 450 días de exilio, para el rey emérito deben parecer una tortura. Ese silencio. Monótono. Discreto. Un aburrimiento que se mezcla con el calor en un paraíso que, como los de Milton, puede resultar perdido en muchas ocasiones.
Al menos, el rey Juan Carlos puede disfrutar de una cerveza española sin moverse de su sillón cada vez que ordene que le traigan a su villa una cañita o una doble, porque en todo el hotel la cerveza de grifo que se sirve es Estrella Damm. En mitad del Golfo Pérsico, en uno de los pocos emiratos donde sí se puede consumir alcohol, la Spanish beer se vende casi como si fuera agua, sobre todo, entre los británicos y franceses que copan las reservas del hotel y las barras de la coctelería.
El viaje hasta Nurai Island arranca en el aeropuerto de Madrid camino a Dubai o a Abu Dabi. Hay vuelos directos que duran entre seis horas y cuarenta minutos y siete. Una vez allí, hay que tomar un taxi o un vehículo con conductor, muy habituales en los Emiratos, hasta Saadiyat Island, que está conectada por carretera pese a ser una isla. En ambos casos, se tarda casi una hora hasta el pequeño embarcadero donde se puede coger un barco que, cada hora, desde las seis de la mañana hasta las doce de la noche, hace viajes a la isla. Son 12 minutos de trayecto por el Golfo Pérsico.
Aire, tierra y mar
Llegar hasta la isla donde buscamos al rey emérito no es fácil, pero tampoco difícil. Es más bien pesado. Lo saben las hijas del rey o cualquiera que haya querido visitarlo; dicen que en su porche ya se ha sentado más de un amigo e incluso su médico de confianza que lo visita casi todos los meses. Sólo tienen que hacer más de 5.600 kilómetros en avión, hasta el aeropuerto de Abu Dabi o el de Dubai, entre 45 minutos y una hora de coche, en función del tráfico (ríete tú de Madrid y de sus entradas en pleno puente, comparado con los movimientos entre emiratos) y cogerse un barco que les deje en la isla.
Según cuentan algunos de los trabajadores -que no pueden dar ninguna información sobre el rey-, las visitas reales habrían llegado en yates privados, pero el resto de los mortales que quiere ingresar en el paraíso tiene que coger la pequeña embarcación que sale de Saadiyat Island y pasar unos 12 minutos navegando antes de tocar la tierra prometida.
Finca en Albacete
El viaje por aire, tierra y mar agota hasta a infantas que vuelan en primera y tienen el barco en la puerta y de eso es consciente el propio rey emérito que, según algunas fuentes próximas a él, ya estaría pensando en la manera de volver a España.
De hecho, los últimos rumores son que Juan Carlos estaría haciendo las maletas y que podría cambiar la isla en mitad del Golfo Pérsico por una finca apartada. Hablan incluso de Los Llanos, en Albacete, donde podría, al menos, cazar o ver cazar, que tampoco está su cuerpo para mucho movimiento, según el programa Viva la vida (Tele5). Esta finca es en parte propiedad del marqués de Paúl, amigo de cacerías del emérito. Pero no hay mucho fundamento para creer que su sueño se convierta en realidad. Al menos, en breve.
A punto de cumplir 84 años, el próximo 5 de enero, y con la segunda Navidad que está previsto que pase, en principio, entre arena blanca, calor y olas, Juan Carlos debió de pensar, segundos antes de salir corriendo del hotel, por mucho Emirates Palace que fuera, cómo huir de la maldición de su abuelo Alfonso XIII. Como es sabido, éste murió en el mismo hotel en Roma donde vivió los últimos siete años exiliado, de incógnito, como él, en la habitación 23 del italiano Gran Hotel.
A Juan Carlos, que ya nació fuera de España, las Maldivas de Oriente Medio le deben de parecer el mayor de los castigos por más que cualquiera de los 47 millones de españoles se cambiaría por este rey aunque fuera unos días, sólo viendo las imágenes de esta isla de los dioses en la que vive en el emirato.
Para ser uno de los 15 afortunados que suben cada hora desde las seis de la mañana hasta las doce de la noche al barco que atraca en la tierra de la luz (eso significa Nurai) hay que estar alojado en el propio hotel, a razón de unos 900 euros la noche de media, o cogerse un pase de un día que cuesta menos de 120 euros y que te da derecho a usar las playas y las piscinas. Y aunque pueda parecer caro, el precio incluye un crédito de 100 euros para gastar en consumiciones allí (sin posibilidad de devolución).
En la isla hay poco más que hacer además de comer, beber, bañarse y tomar el sol (365 días al año sin una nube según las estadísticas oficiales). También se puede montar en moto acuática, hacer paddle surf y tomar muchísimas fotos para subir a las redes sociales. Toda el área está preparada con rincones especialmente decorados para los y las fanáticas de Instagram.
"Madame tiene que ir a la otra playa. Allí están los columpios en el mar donde todo el mundo se hace una foto. ¿No ha visto Instagram?", explica una de las limpiadoras que también sonríe cuando se le habla del rey de España, pero que tampoco quiere decir nada al respecto.
El agua, a 27º
Entre las tumbonas no sólo se ven extranjeros que apuestan por sentirse vips por un día o que realmente lo son y están alojados en las habitaciones que no tienen piscina privada. También hay mucho emiratí, como Salima, que vive en Abu Dabi, "a unos 15 minutos de aquí, más o menos", y que va de vez en cuando a Nurai, "pero eso sí, nunca en verano, ni tampoco en invierno; la primavera y el otoño son lo mejor". En barco de vuelta a las 19 horas, ya de noche cerrada, explica a esta revista que ha ido con sus sobrinos pero que no se ha bañado... Y se ríe.
Y es que el sol nunca deja de salir en la isla de Nurai. Es más, es de esos lugares con amaneceres bonitos, arrancando de aguas azulísimas y saladas y tan calientes como los 27 grados centígrados que se gastan en el mes de noviembre. "En agosto, el agua puede estar a 33", asegura esta turista nacional con su abaya y pañuelo negro, algo raro de ver en una isla donde la libertad sólo se limita por el silencio y el descanso.
Por eso no es de extrañar que Juan Carlos ya esté mandando recados de vuelta. En Zarzuela no saben cómo resolver la autoextradición del emérito y en Moncloa, aún menos, pero sus allegados insisten en que es un hombre a punto de cumplir 84 años y que no quiere morir fuera de España. Nunca lo ha querido.
Esta periodista española se va sin encontrarse frente a frente con el antiguo rey. Eso sí, cargada de esas virutas de oro, que tiene el café del Emirates Palace y comprende, incluso siente de cerca, la cárcel de lujo que supone la villa de Nurai para un hombre acostumbrado a hacer su real voluntad. El colmo de la desgracia del rey exiliado en su paraíso dorado es que desde su lujosa terraza de la villa se ven los aviones que parten desde el aeropuerto emiratí hacia cualquier punto del mundo, incluido España, donde, por ahora, él tiene vetado entrar.