¿Ha nacido una nueva Alemania?
Alemania se aventura en terra incognita con el auge de dos partidos radicales de extrema derecha y extrema izquierda, y Europa con ella.
Algo se ha roto en el alma de cristal de Alemania. Se veía venir, porque en la política alemana los cambios son pausados y los avisos han proliferado, pero nadie ha hecho nada eficaz para evitarlo.
Y lo que se ha roto es muy difícil de recomponer, pues se ha quebrado la confianza del ciudadano alemán en su sistema político y su modelo de sociedad, basado en los acuerdos y los consensos.
Los resultados de las elecciones celebradas ayer en el land de Brandemburgo, que se suman a los registrados en el mismo sentido en los anteriores comicios de los Länder de Turingia y Sajonia, arrojan un notable ascenso de los populistas de derecha (Alternativa para Alemania, AFD) y de izquierda (Alianza Sahra Wagenknecht, BSW).
Esta irrupción electoral de los extremos supone una sacudida tectónica del panorama político alemán vigente desde la postguerra, de consecuencias imprevisibles, pero ninguna de ellas tranquilizadora.
Ambas formaciones políticas radicales han cabalgado a lomos de un creciente malestar social cuajado en torno a una inmigración descontrolada y no integrada, la fatiga en el apoyo a Ucrania en su guerra defensiva contra la invasión de la Rusia de Putin, y los inasumibles costes energéticos y económicos ocasionados por la acelerada implantación de la transición verde impuesta por Berlín y Bruselas.
AFD y BSW, enfrentados en todo lo demás, coinciden sin embargo en sus agendas anti inmigración, pacifista y antiecológica. Es una tragedia que los partidos coaligados en el Gobierno Federal (socialistas, verdes y liberales) hayan hecho oídos sordos a un evidente descontento respecto a esos temas.
"Alemania se lanzó a construir su milagro económico impulsado por un capitalismo 'renano' de alta productividad, generador de excedentes económicos con amplia redistribución social"
Este divorcio entre las agendas de las élites gobernantes y el ciudadano alemán, que se ha acentuado con el tripartito de Berlín, pero que viene de más atrás, ha conducido finalmente a un cuestionamiento de los acuerdos nacionales y los consensos básicos que han presidido la vida política y la sociedad alemanas en los últimos ochenta años.
Tras la inmensa catástrofe del nazismo y la derrota de II Guerra Mundial, y bajo el lema de "ningún experimento" del canciller Adenauer, la traumatizada sociedad alemana se fue reconciliando consigo misma alrededor de un consenso político (el Estado social de derecho) y económico de Estado del bienestar (Wohlstand für alle de Ludwig Erhard).
Alemania se lanzó a construir su milagro económico impulsado por un capitalismo "renano" de alta productividad, generador de excedentes económicos con amplia redistribución social, dirigido por un consenso político articulado por dos fuerzas de masas (Volksparteien) centradas y moderadas: la socialdemocracia del SPD y la democracia cristiana de la CDU/CSU. Una arquitectura institucional y un modelo socioeconómico que convirtió Alemania en un país próspero, estable y previsible.
De hecho, tres de sus cancilleres de postguerra, democristianos, Konrad Adenauer (1949/63), Helmut Kohl (1982/98) y Angela Merkel (2005/21) parecían eternos. La estabilidad es el valor supremo de la política alemana.
Esos consensos básicos con los que se identificaba la inmensa mayoría de los alemanes, y que excluía de la vida política a los extremistas y populistas, se han diluido, sin que se pueda adivinar en el horizonte un escenario alternativo de equivalente estabilidad.
El impacto de esta impugnación no se limitará a Alemania, sino que se dejará sentir inevitablemente en toda la Unión Europea, creada sobre los mismos consensos y por las mismas fuerzas políticas que la Alemania de la postguerra.
Alemania se aventura así en terra incognita, y Europa con ella.
*** Nicolás Pascual de la Parte es embajador y eurodiputado.