Conviene no idealizar la Segunda República
Hay que conocer la historia para aprender de ella. La Memoria Histórica nos lo impide, porque impone un relato idealizado que refleja mal la realidad de la Segunda República.
En Fuego Cruzado: la primavera de 1936, Fernando del Rey y Manuel Álvarez Tardío han recogido minuciosamente lo ocurrido entre el triunfo del Frente Popular, en febrero del 36, hasta el golpe militar del 18 de julio. Han acudido a las fuentes primarias para construir un riguroso análisis histórico de un periodo crítico del que, a pesar de la Memoria Histórica (o más bien a causa de ella), no se han extraído las enseñanzas necesarias.
Y lo cierto es que las semejanzas con la situación actual son muy llamativas.
Desde luego, algunos de los integrantes del Frente Popular (el sector mayoritario de los socialistas y los comunistas) no creían en una democracia republicana, que consideraban "formal" y "burguesa", y abogaban en su lugar por la verdadera democracia "obrera", es decir, la dictadura del proletariado.
Esto es innegable porque ellos mismos lo repetían, abiertamente y con total tranquilidad, en todos los foros: mítines, periódicos e incluso en cuanto salían al extranjero.
Lo malo de los restantes (la izquierda republicana de Azaña, Unión Republicana, y los socialistas de Prieto) es que, aunque creían en la democracia, parecían pensar que era cosa exclusiva de la izquierda: "Tenemos la República y nadie nos la arrebatará".
Azaña, dada su debilidad parlamentaria, estuvo obligado a ir a remolque de los revolucionarios. Por eso se limitó a reprimir la violencia de Falange y renunció a controlar la desatada por la izquierda obrerista (que incluía asesinatos y cacheos, detenciones, agresiones contra destacados derechistas locales) y a atribuirla en todo momento a provocaciones de la derecha.
"El pegamento que cohesionaba el Frente Popular era la amnistía a los condenados, incluidos aquellos con delitos de sangre"
Por la misma razón le pareció normal que en muchos ayuntamientos, aprovechando que había que reintegrar a concejales condenados por la revolución del 34, la izquierda comenzara a sustituir concejales de derecha (que habían sido elegidos en las urnas) por concejales afines. Sí, lo han leído bien.
Para justificar todo esto, el Frente Popular tuvo que agitar el inmenso espantapájaros del fascismo, a pesar de que Falange, en las elecciones de febrero, ni siquiera había obtenido representación parlamentaria.
El pegamento que cohesionaba el Frente Popular era la amnistía a los condenados, incluidos aquellos con delitos de sangre, por la fracasada revolución que socialistas y nacionalistas habían protagonizado un año antes.
Y con ello, los que habían defendido la legalidad republicana pasaban a ser considerados opresores. Los más exaltados proponían incluso encarcelar a Gil Robles y Lerroux.
De este modo se refrendó el relato según los cuales los revolucionarios no habían tenido más remedio que dar un golpe de Estado ante la tremenda provocación que suponía que la derecha pretendiera entrar en el gobierno tras ganar las elecciones, y eso confirma la impresión de que la izquierda consideraba que la República era suya.
El caso es que media España tenía miedo, y el asesinato de Calvo Sotelo lo confirmó definitivamente. Y si hubieran conocido la realidad su miedo habría estado aún más justificado: en el asesinato participaron milicianos socialistas de La Motorizada, la escolta de Prieto, y el escolta de Margarita Nelken, y los socialistas hicieron todo lo posible por encubrirlos.
"Debería preocuparnos que la izquierda reivindique cada vez más la Segunda República, frecuentemente como modelo"
Lo que vino a continuación lo conocen. Un golpe militar el 18 de julio seguido de algo bastante parecido a una revolución el 19. El gobierno de Giral, renunciando a defender la República con los medios legales, entregó armas a las organizaciones obreras.
La lección que se debería extraer es esta: cuando uno se abre a pactar con los extremistas que le quedan más cerca, y pretende gobernar contra la mitad restante de la comunidad, la situación no es favorable ni estable, y en casos extremos puede estallar.
Los gobernantes que, como Azaña, lo intentan, son perfectamente irresponsables.
No se trata de justificar el golpe militar ni la dictadura que vino a continuación. Pero conviene conocer la historia para aprender de ella. La Memoria Histórica nos lo impide, porque nos quiere imponer un relato idealizado que refleja bastante mal la realidad de una Segunda República en la que el respeto al adversario, la alternancia y el pluralismo no gozaban de buena salud.
Por esa misma razón debería preocuparnos que la izquierda la reivindique cada vez más frecuentemente como modelo, pretendiendo superar así esa magnífica época de la historia de España que ha sido la Transición.
*** Fernando Navarro es exdiputado de Ciudadanos y exviceconsejero de Transparencia en Castilla y León.