Sunak de la India, hijo de Prat, Aldón en Rosa y arqueología feminista
Rishi Sunak, Ana María Aldón, Joaquín Prat y Margarita Sánchez Romero; la autora comenta lo más destacado de la semana a través de sus protagonistas.
Rishi Sunak
Me gustan las películas inglesas con hindúes dentro, sobre todo hindúes elegantes que lleven el sello de Eton y Oxford. Como en el caso de Rishi Sunak, el multimillonario que ya ocupa el 10 de Downing Street.
Los hindúes elegantes no sólo van a las universidades de prestigio, sino que a veces ganan el Nobel, como ocurría en la película El hombre que conocía el infinito, la impresionante historia de Srinivasa Ramanuja, un muchacho hindú que a fuerza de estudiar matemáticas acaba formando parte de la elite intelectual que lo acoge y finalmente gana el Nobel.
El Reino Unido presume de exquisito, pero justo es reconocer que la Commonwealth contribuye bastante a su lucimiento. Un hindú o un pakistaní, pasados por Oxford o Cambridge y reforzados por el críquet o el polo, son la pera, o por lo menos lo parecen. Y si es el primer ministro más joven del UK, ni les cuento. Ahora sólo falta averiguar si emulando a Boris Johnson recita la Iliada en griego clásico.
A Sunak, que ya figura en la Wikipedia con todos los honores, la vida le sonríe. Y la cuenta bancaria, también. Por primera vez, un premier más rico que el Rey. El otro día apareció en los periódicos de medio mundo una foto del matrimonio Sunak entrando o saliendo con sus hijas de Downing Street. Ni Larry, el gato ratonero de la residencia del primer ministro, les salió al paso. En el pie de foto constaba que las niñas asisten a colegios exclusivos donde coinciden con las hijas de Beckham. El premier (y supongo que Beckham) pagan una matrícula de más de 50.000 euros.
Volviendo a Sunak: su interesante catálogo de bondades no solo se refleja en una abultada cuenta bancaria. También es guapo y educado, de pelo espeso y engominado cual latin lover porteño, viste como un figurín y tiene un esqueleto huesudo y elegante. Además, usa trajes ceñidos que realzan su silueta, como antaño se decía en los anuncios de ropa femenina. Camina dando saltitos y aupando los hombros. Como buen lord, es alérgico al populismo, lo cual lleva a sospechar que Johnson le ganará la partida a la primera de cambio.
Con su familia acude habitualmente a un templo al que asiste buena parte de su comunidad étnica. Un día, cuando ya era un chico ansioso de éxito en política, el templo lo recibió con felicitaciones y aplausos. Uno de los notables que oficiaban allí, se dirigió a Sunak y dijo: “Estamos felices. Es como si hubiera llegado Obama”.
Ana María Aldón
Andaluza de pura cepa, es la más pequeña de seis hermanos. Sus apellidos son Aldón Lagomazzini, lo que le permite presumir de antecedentes italianos. Ana María Aldón conoció a José Ortega Cano cuando José Ortega Cano no pensaba ni remotamente en conocer a Ana María Aldón. Pero hete aquí que un día ella fue de excursión a la finca Yerbabuena, donde casualmente se habían casado el torero y la cantante, y allí estalló el escándalo. O sea, el amor.
Durante unos cuantos meses compaginó su negocio (un establecimiento de frutas y verduras sito en Sanlúcar de Barrameda) con arrumacos de torero andante y entonces empezó todo. En otras palabras, Ana María y Ortega se casaron y tuvieron un hijo. O al revés, tuvieron un hijo y se casaron.
El primer acto de amor del que dio cuenta fue seguir a su marido a Zaragoza, donde el maestro cumplía condena por conducción temeraria y homicidio imprudente. Un maldito accidente que habría de costarle la vida a un vecino de la finca.
[El futuro incierto de Ana María Aldón en televisión: ¿seguirá siendo colaboradora?]
Ella nunca olvidaría las penurias de su infancia, desde que era niña hasta que se divorció. Le acompañan los amargos recuerdos del padre, un hombre malhumorado y ausente al que en una entrevista llegó a calificar de “bestia parda” porque siempre la torturaba.
Junto a tanta memoria endemoniada Ana María conserva los sueños felices que germinaron en Yerbabuena, cuando de toda Andalucía llegaban autobuses atestados de gente deseando conocer el lugar sagrado de los Ortega Jurado. Parecía Lourdes.
Ana María Aldón, que ya tenía una hija anterior, fruto de un noviazgo furtivo, formó una familia nueva con Ortega Cano y el pequeñín. Tres eran tres y parecían la Santísima Trinidad.
La vida empezó a cambiar. Ana María estudió diseño y se dedicó a producir moda. No contenta con eso, se hizo un sitio en televisión, donde día sí, día no, ganaba un dinerito extra por hablar de su maltrecho matrimonio en una tertulia. Durante varios meses, Aldón no paró de dar la tabarra sobre su posible divorcio. Hasta que al fin lo consiguió. Ahora ejerce de muñeca, mitad rubia, mitad blanca. De seguir así, puede acabar bailando el tango en un negocio de adultos.
Joaquín Prat
No era nadie cuando entró en la SER influido por su padre, el hombre de los concursos de la tele, el galán que llamaba “señoritas” a las mujeres y al grito de ¡a jugarrrr! regalaba lavavajillas y viajes a Canarias.
Lo primero que aprendió Joaquín Jr. fue a mirarse en el espejo de Iñaki Gabilondo y a reproducir su voz, que parecía un anuncio de tabaco. Fue dejar la SER y Ana Rosa lo fichó inmediatamente para su programa. Al principio era divertido, risueño, un poco tímido. Pero fue cambiar de registro y dentro de él nació un hombre nuevo. A todos les gustó su forma de mirar a cámara, su sonrisa de color y el modo afable en que discutía con Lequio. Decían que se parecía a su padre (Joaquín Prat sénior) pero en opinión de muchos compañeros solo se parecía a sí mismo. Era buen periodista y excelente comunicador, y lo mismo servía para sustituir a Sonsoles Ónega que a un elegante locutor de Cuatro. No se sabe cuál será su siguiente paso, pero con toda probabilidad irá para arriba.
Prat Jr. tiene algo de calco de su padre, que hacía un gesto con el dedo y de su chistera salían conejos, fuegos artificiales y un apartamento en Torrevieja.
Resumiendo: es todo un galán. Y vale lo que pesa.
Margarita Sánchez Romero
Atentos a la mirada feminista a la mujer prehistórica que firma esta catedrática de la Universidad de Granada y divulgadora de moda. Su apelación a la etnografía desmonta muchas de las afirmaciones habituales sobre los roles masculinos y femeninos. El libro se titula Mujeres Prehistóricas y viene al pelo de la trifulca a cuenta de la Ley Trans (bueno, el accidentado proyecto, que está de paso por el Congreso), porque ahí se habla de las desigualdades entre hombres y mujeres, que en origen ya no eran biológicas sino culturales.
Cultural es todo aquello que acaba tuneando a la biología. Es falso que la mujer prehistórica no cazaba, no pintaba en las cuevas, no guerreaba, porque lo suyo era dar de mamar a sus hijos, satisfacer al macho y preparar la comida para la familia. Mentira cochina. Sostiene Margarita Sánchez Romero que las mismas mujeres pintaban, cazaban y guerreaban. En enterramientos de mujeres se han encontrado armas de guerra (arcos, hondas, lanzas…), junto a los huesos.
Criadoras de hijos y cuidadoras de enfermos, las mujeres fueron las madres y dirigentes de la civilización. Entre ellas había una progresión joven-madre-anciana a la que se adaptaban las funciones sociales y las enseñanzas.
Pero la mujer no se quedó solo ahí. Hizo grandes aportaciones a la evolución de la humanidad y jugó un gran papel en los inicios de la cultura, bien como maestra, nodriza, curandera o sacerdotisa, lo que hizo patente la existencia del matriarcado.
Amén.