Rajoy o el triunfo de la calma sin ideas
La autora analiza el resultado del congreso del PP, con un Rajoy que se sitúa por encima del bien y del mal, y al que no le salpican las polémicas que afectan a su partido.
Si algo se le ha reprochado al XVIII Congreso Nacional del PP es ser un congreso a la búlgara, donde no había resquicio para la improvisación. Solo la votación de la "enmienda anti Cospedal" podría haber alterado el guion. Pero ni siquiera este conato de rebelión o la acusación de "pucherazo" han alterado los planes de Rajoy de conservar su equipo casi intacto, y por tanto, de perpetuar su poder en el partido.
Es cierto que hubo un intento tímido de cambiar el rumbo del congreso, pero la dirección estuvo rápida. Si compromisarios de las delegaciones de Andalucía y de Galicia apostaron por votar a favor de la enmienda que limitaba la acumulación de cargos es porque tanto Alberto Núñez-Feijóo como Soraya Sáenz de Santamaría aspiraban a ir allanando el camino para cuando llegue el momento de la sucesión de Rajoy. Buscaban, por tanto, alterar los equilibrios de poder.
El rescate de la figura del Coordinador General, tal vez responda, en parte, a este problema. Con el nombramiento de Fernando Martínez-Maillo se contrarresta el enorme poder de Cospedal en el partido. Él se hará cargo de la renovación de las estructuras regionales y provinciales.
Algunos atribuyen su éxito a la mayor experiencia; otros, a la suerte que parece acompañarle. Pero Rajoy ha vuelto a ganar
Pero esta solución nunca ha ofrecido unos resultados positivos, pues para que funcione es necesario que haya un perfecto engrasamiento entre los dos cargos, cosa que ahora parece poco probable. La relación entre Cospedal y Maillo sale deteriorada del congreso, al haber permitido éste que se presentara la única enmienda que podría generar polémica y perjudicarla personalmente.
Con la ratificación de la secretaria general y la designación de Maillo como número 3 Rajoy ha querido mantener los equilibrios internos de poder, de manera que no se incline la balanza del lado de ninguno de los dos pesos pesados del partido: Cospedal y Sáenz de Santamaría.
No cabe duda, por tanto, de que el gran vencedor del congreso ha sido Mariano Rajoy. Algunos atribuyen su éxito a la mayor experiencia; otros, a la suerte que parece acompañarle. En cualquier caso, Rajoy ha logrado que la atención mediática se centrara en la asamblea de Podemos en vez de en el congreso del PP: la disputa entre Iglesias y Errejón en Vistalegre era mucho más atractiva que la calma que reinaba en la Caja Mágica.
Incluso la ponencia social ha dejado muchos puntos abiertos para evitar herir sensibilidades. Y todo el mundo tan contento
Ha evitado así Rajoy tener que hablar de todos los temas polémicos que han rodeado al PP todo este tiempo, y de las que él, al menos sobre el papel, es el máximo responsable. Ha salido impune, nadie le ha cuestionado su liderazgo (ha reunido el 95,65% de los votos de los compromisarios) y no se ha visto en la tesitura de tener que dar ninguna explicación. Incluso la ponencia social ha dejado muchos puntos abiertos para evitar herir sensibilidades. Y todo el mundo tan contento.
Con su relección, Rajoy podrá encabezar por tercera vez la candidatura del PP en las próximas elecciones generales, puesto que los estatutos atribuyen automáticamente esa condición al presidente del partido. Y eso, aunque con ello se incumpla una de las cláusulas del acuerdo entre los populares y Ciudadanos.
Por último, con la victoria de Pablo Iglesias, la posibilidad de llegar a acuerdos con el PSOE para sacar adelante cuestiones de Estado está más cercana hoy que ayer. Dado que Iglesias está empeñado en trazar una raya sobre el suelo que suponga una frontera infranqueable con el PSOE, eso beneficia a la estrategia del PP.
Cuando mira al frente, Rajoy no ve más que a una izquierda dividida en dos partidos fracturados. Ni Aznar ha enturbiado la calma
Pero los populares no deberían confiarse ni olvidar que estuvieron a punto de cocerse en la salsa de sus propios errores. Si Iglesias no hubiese despreciado el pacto con Pedro Sánchez y Albert Rivera, hoy estarían ocupando los bancos de la oposición y seguramente enfrascados en una guerra interna. Es decir, en vez de haber asistido este fin de semana a una fiesta en la Caja Mágica, habrían celebrado un funeral.
Sin embargo, la realidad es que Rajoy ha presentado un PP como perfecta encarnación de la unidad. Y cuando mira al frente no ve más que a una izquierda dividida en dos partidos fracturados. Ni siquiera la ausencia de Aznar ha enturbiado la calma. Eso sí, hemos visto un partido aparentemente sin ideas.
*** Gema Sánchez Medero es profesora de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad Complutense de Madrid.