Los últimos días de la campaña de las elecciones presidenciales del próximo martes están teniendo un protagonista inesperado: la comunidad latina de Estados Unidos.

Los 36 millones de hispanos residentes en Norteamérica representan el 15% del electorado, y serán determinantes a la hora de decantar el margen de la victoria de unos comicios particularmente reñidos. Arizona, uno de los siete Estados bisagra decisivos, es de hecho el que cuenta con el mayor porcentaje de esta población de todos los del país.

Aunque el voto hispano ha sido tradicionalmente demócrata, la diferencia se está estrechando. Del 62% de latinos que votaron por Joe Biden en 2020, hoy lo harían por Kamala Harris, según la encuesta del New York Times/Siena College, el 56%.

Mientras tanto, Donald Trump está recortando distancias. Si en 2016 recibió sólo el 28% del voto hispano, este porcentaje aumentó hasta el 32% en las pasadas elecciones, y hoy rondaría el 40%. Además, la mayoría de los varones de este segmento poblacional se inclinan por el expresidente.

Sólo recientemente Harris se ha aplicado a frenar esta sangría, apelando al "orgullo latino" y prestándole más atención a este electorado. Los demócratas cometieron el error de esperar que el flagrante racismo de Trump generase una repulsión natural entre la comunidad hispana que les llevase automáticamente a las filas demócratas.

Es comprensible en cualquier caso esta inferencia. Porque resulta difícil explicarse cómo es que un candidato que ha criminalizado injustamente a los inmigrantes, elevándolos a la categoría de principal amenaza securitaria de EEUU, puede haber logrado aumentar sus apoyos entre la comunidad hispana.

Máxime después de que Trump ni siquiera haya pedido perdón por el mitin de la semana pasada en el Madison Square Garden de Nueva York, en el que un cómico invitado por él calificó a Puerto Rico de "isla de basura flotante".

Además, el expresidente ha venido radicalizando su discurso migratorio hasta alinearse con los postulados del supremacismo blanco. Está usando a los 12 millones de simpapeles de Estados Unidos, a los que ha acusado de "envenenar la sangre pura de la nación", como chivo expiatorio de todo los males del país.

La explicación de que haya logrado incrementar sus apoyos entre aquellos a quienes se refirió en el pasado como "bad hombres" parece residir en el hecho de que muchos inmigrantes legales consideran que serían los más beneficiados por el control fronterizo de Trump.

Porque el expresidente ha sido hábil a la hora de quebrar la solidaridad de la inmigración hispana, trazando una distinción entre los indocumentados que vendrían a traer desorden y a beneficiarse de las subvenciones, y los honrados en situación legal a quienes los primeros arrebatarían su trabajo arduamente conseguido. Para un inmigrante cuyo afán es lograr la integración en su comunidad, ser considerados parte del nosotros de Trump favorece su identificación con los republicanos.

Hasta tal punto es así que, según la misma encuesta del New York Times, el 51% de los inmigrantes hispanos y el 67% de los residentes en EEUU no consideran que cuando Trump habla de inmigración se esté refiriendo a ellos.

Pero la realidad es que, a juzgar por el programa del candidato republicano, los hispanos se verían perjudicados por las decisiones de su aparente benefactor. Si gana Trump, América Latina será una víctima colateral de las guerras comerciales con China, que se ha convertido en el principal inversor en el continente.

También cabe esperar un importante perjuicio a la economía mexicana derivada de la política de relocalización de las empresas estadounidenses que se instalaron al otro lado de la frontera y que el expresidente quiere traer de vuelta a EEUU.

Por no hablar de que resulta ingenuo pensar que los hispanos residentes en Norteamérica no vayan a resultar damnificados por las deportaciones masivas que ha prometido Trump, así como por la negación de asilo a los inmigrantes que intenten acceder desde México.

Es comprensible el enfado de los hispanos tras el incremento del coste de la vida durante la Administración Biden. Pero los datos no permiten concluir que el desempeño económico de la Administración Trump fuera mucho mejor. Y, sobre todo, no cabe augurar mayor bonanza a cuenta de su programa proteccionista, con una subida de aranceles que resultaría altamente desestabilizadora en el nuevo contexto económico.

De entre los hispanohablantes con derecho a voto en EEUU, tampoco los españoles podrán mostrarse ajenos a las consecuencias de una victoria de Trump. Porque el aislacionismo del expresidente puede materializarse en la retirada de ayuda a Ucrania o incluso en la salida de EEUU de la OTAN, lo cual acrecentaría la amenaza que representa Rusia para Europa.

A la luz de la experiencia, no es lícito esperar ningún beneficio de un segundo mandato de un delincuente convicto, sobre el que pesan además otros dos cargos criminales por alentar el asalto al Capitolio de 2021 y por el intento de manipulación electoral en Georgia.

Un presidente que fue sometido dos veces a un impeachment, y que se ha negado a aceptar las reglas de juego democráticas. Que además de haber protagonizado una intentona golpista ha mostrado su afinidad por distintos autócratas y ha recrudecido su retórica nativista y su ánimo persecutorio, evocando así experimentos totalitarios hasta ahora ajenos a la cultura política de la democracia más antigua del mundo.

Con su vulgaridad denigratoria, ha envilecido hasta el paroxismo el discurso público estadounidense, ha emponzoñado la vida civil del país y ha auspiciado una corrosión de sus instituciones que será difícil revertir si resulta reelegido. Los americanos en general, y los hispanos en particular, no tienen nada que ganar con una victoria de Trump.