Como informa hoy EL ESPAÑOL, Pedro Sánchez pedirá a Arabia Saudí, durante su visita de tres días a Oriente Medio que le llevará hasta Riad, Jordania y Catar, que reconozca al Estado de Israel. Lo hará tras el ataque israelí en suelo sirio que ha decapitado a parte de la cúpula de la Guardia Revolucionaria iraní en Damasco, la misma que controla a Hezbolá y que diseña y ejecuta ataques diarios contra el norte de Israel.
Es evidente que con este movimiento el presidente del Gobierno pretende equilibrar su compromiso de que España reconozca al Estado palestino antes de fin de año.
Una medida que en Israel, pero también entre sus aliados más cercanos, se ve como inoportuna. Porque ¿cómo evitar que Hamás e Irán interpreten ese reconocimiento como una cesión de Occidente frente a la masacre del 7 de octubre? Es decir, como la prueba de que el terrorismo contra Israel proporciona ganancias diplomáticas.
Este diario ha defendido en sus editoriales que el fin del conflicto entre Israel y los palestinos, que es en realidad una ramificación de un conflicto mayor, el que mantiene Irán contra Israel, pero también contra Arabia Saudí y Egipto por la hegemonía regional, pasa de una manera o de otra por la solución de los dos Estados.
Una solución de los dos Estados, sin embargo, con dos condiciones tajantes. El reconocimiento de Israel por parte de los países musulmanes, muy especialmente Irán. Y la seguridad de Israel. Es decir, la garantía de que Israel no será atacado por fuerzas militares convencionales o por grupos terroristas a las órdenes de Teherán.
En este sentido, Sánchez, que durante su pequeña gira se reunirá tanto con el príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salmán, como con el rey jordano, Abdalá II, y con el emir catarí, Tamim bin Hamad Al Thani, está siendo coherente con su apuesta por la solución de los dos Estados.
Es también cierto que la masacre del 7 de octubre, la más mortífera contra los judíos desde el Holocausto, tenía entre sus objetivos abortar el cada vez más cercano reconocimiento de Israel por parte de Arabia Saudí tras haberlo hecho ya Marruecos, Baréin, Emiratos Árabes Unidos y Bután.
La masacre abortó esa posibilidad al forzar una respuesta de Israel que pone muy difícil a Riad justificar el reconocimiento del Estado israelí.
Abortó también, al menos temporalmente, la nueva estrategia de Jerusalén, que implica puentear a los palestinos en la búsqueda de una salida al conflicto ante la evidencia de que estos rechazan de forma sistemática cualquier oferta de fin de un conflicto que sólo a Irán le interesa alargar sine die.
Las probabilidades de éxito de la iniciativa de Sánchez, dado el peso diplomático de España en la región, son ciertamente escasas. Pero es coherente con su visión del conflicto; marca distancias con la postura de sus socios de coalición, con posturas que rozan el antisemitismo; y le permite paliar en cierta manera la mala imagen internacional generada por las felicitaciones recibidas por el grupo terrorista Hamás.
Sea cual sea la respuesta a su iniciativa, este diario coincide en la necesidad de intentar rehacer de nuevo las negociaciones diplomáticas que quedaron paralizadas tras la masacre del 7 de octubre: la del reconocimiento de Israel por parte de Arabia Saudí. Porque esa sería la manera de que Hamás e Irán recibieran el mensaje correcto. El de que el terrorismo no renta.