Ocurre en el País Vasco, donde los partidos de siempre independentistas ya no lo son tanto; y apenas sucede en Cataluña, donde los partidos que no eran independentistas ahora lo son mucho. En Euskadi sí se puede hablar de "país" como lo hacía Pla. En el sentido de un lugar encapsulado, aislado por murallas invisibles de lo que pasa a unos pocos kilómetros.
En Cataluña, en cambio, el único país que uno puede ver en cualquier parte es España. Todo lo que emana de las declaraciones políticas y de la simbología es puramente español; está estrechamente relacionado con el Gobierno central y con los designios del país en su conjunto. Que si Sánchez sigue, que si cae; que si Puigdemont y el PSOE, que si ERC y el ministro Bolaños. Que si la amnistía, una ley netamente española.
Euskadi, no. Euskadi es hoy otra cosa. Un asunto que se dirime allí y sólo allí. Lo que por otra parte debería ser así siempre en las votaciones de cualquier comunidad autónoma.
España es una enorme contradicción. Su estructura de consumo de prensa resulta terriblemente regional, lo que se corresponde con un Estado en la práctica federal, de nación de naciones. ¿Cómo no va a ser plurinacional un país donde no puedes funcionar con la tarjeta sanitaria en una Comunidad que no es la tuya? "Desplazados" nos llaman en las vacaciones en Cantabria, como si estuviéramos en el Congo.
Sin embargo, las campañas electorales, donde en teoría tendría que operar esa descentralización palpable en casi todos los ámbitos de nuestra vida, funcionan como extensiones del debate nacional. Ahí estuvo Galicia y ahí estará Cataluña. Pero no en Euskadi. Euskadi es otra cosa, pensaba el otro día tomando un pincho de tortilla en 'el Antonio' de San Sebastián.
Me contaba un paisano que las elecciones del 21 de abril le producen más emoción que los partidos de la Real, el Athletic y el Alavés. Por primera vez, no saben si va a ganar el PNV. Y esa posible derrota tiene que ver con otro actor vasco, EH Bildu.
Era un sábado de sol, de fiesta, porque al día siguiente se celebraba el Aberri Eguna, el homenaje a la patria vasca. Paradójicamente, haber pospuesto el aterrizaje de un proyecto de separatismo inmediato ha logrado ese efecto nación que se le escapa a Cataluña.
El PNV con su paulatina adquisición de competencias, y Bildu blanqueándose como partido moderno de izquierdas, han ido fraguando un territorio que verdaderamente parece un reino. Fue un verdadero descanso no escuchar acerca de Sánchez ni de Feijóo.
Cataluña, a ojos del independentismo, está a punto de morir por apendicitis. El único rastro de "españolismo" con opciones de gobierno, el PSC, encabeza las encuestas. Y su victoria, si lleva a Salvador Illa a la Generalitat, podría hacer explotar ese apéndice e invadirlo todo de ¿constitucionalismo?
El remedio de Puigdemont tampoco parece acercar la independencia. Si hubiera un frente secesionista, teniendo en cuenta los mimbres y su incapacidad para contener los impulsos, estallaría otro procés y acabaríamos como en 2017.
En Euskadi no hay riesgo para la homologación española. Si gana el PNV (aunque pacte con el PSOE), la nación vasca se seguirá construyendo en diferido, por la vía de lo competencial y las reformas estatutarias. Si gana Bildu, ese camino será mucho más rápido, pero no sabemos cómo. Por eso el PNV habla de la "agenda oculta" de Otegi.
La mejor prueba de la aventura que afronta el País Vasco está en el transformismo de sus actores mayoritarios. Cada uno de ellos se está comportando de una manera inédita.
El PNV, forzado por sus alianzas con Sánchez y su oposición a Vox, cambió en un telediario el crucifijo del batzoki por la bandera arcoíris. Ahora, por haberse diluido en esa mayoría progresista con Podemos y ERC, trabaja contra reloj para alejarse lo máximo posible de Bildu.
Ha transformado el "unos agitan el árbol y otros recogen las nueces" de Arzallus en un discurso más propio del PP o incluso de Vox: que si Bildu no condena el terrorismo, que si no respeta a las víctimas, que si quiere instaurar en Euskadi el modelo económico de Venezuela... Y no está seguro de que el giro le salga bien.
Los aberzales, que en su día fundaban periódicos para declararse independentistas todos los días y exhibir su connivencia con los asesinatos, no hablan hoy de independencia. Intentan colocarse como un partido de verdes europeos y tratan de poner cara de primera comunión cuando sale el asunto del terrorismo. Han desaparecido los Ongi etorri y Arnaldo Otegi ha decidido no ser candidato para poner de titular a un chaval que tiene pinta de yerno perfecto.
Ha ocurrido muy rápido. En apenas un aurresku, el PNV se hizo 'progresista' y ahora intenta volver corriendo a la derecha. En los cuatro minutos que dura el Xalbadorren, Bildu ha metido en una cueva a los gudaris y cita a John Lennon en el Congreso.
La tortilla del 'Antonio', como la de ningún otro país.