Desde que en marzo de 2022 Pedro Sánchez dio un vuelco a la posición histórica de España sobre el Sáhara Occidental, reconociendo la soberanía marroquí sobre el territorio, el Gobierno ha presumido de haber resuelto la crisis diplomática con el país vecino hasta haber alcanzado unas "relaciones excelentes".
Pero las sucesivas y reiteradas maniobras de presión que ha venido ejerciendo sobre España la monarquía de Mohamed VI invitan a poner en cuestión el compromiso de Marruecos con la "renovada asociación estratégica bilateral" reafirmada en la Cumbre de Alto Nivel del pasado enero.
La última de ellas ha sido el veto a los visados especiales con los que los trabajadores transfronterizos marroquíes podían acceder a Ceuta y Melilla desde que en 2022 se reabriera parcialmente la frontera terrestre.
Las autoridades marroquíes llevan varias semanas prohibiendo el tránsito mediante estos permisos de duración limitada expedidos por los consulados españoles, obligando a los residentes en las zonas aledañas a presentar el visado Schengen si quieren acceder a las ciudades autónomas.
Este giro incomprensible de una situación fronteriza que parecía normalizada viene a probar que las negociaciones para regular el tráfico comercial y la circulación de personas están paralizadas. Y la estabilización de las relaciones comerciales, comprometida en la Hoja de Ruta firmada por Sánchez y Mohamed VI en 2022, estancada.
Pero resulta especialmente sangrante cuando el Ministerio de Asuntos Exteriores acaba de aprobar la homologación de los permisos de conducción nacionales con Marruecos, un mes después de la última visita de Sánchez al país.
Supone una flagrante falta a la voluntad mutua de "fortalecer nuestros lazos de amistad", expresada por Rabat en ese encuentro, el hecho de que mientras España permite a los conductores profesionales marroquíes trabajar en nuestro país sin necesidad de convalidar el carnet con pruebas de ningún tipo, Marruecos se niegue a dejar entrar en Ceuta y Melilla una mano de obra vital para la economía de la zona.
¿Es también propio de un "país vecino, amigo y socio estratégico" realizar maniobras navales en las aguas del Sáhara Occidental cercanas a las costas de Canarias, como las que ha iniciado la Marina Real de Marruecos este viernes?
En unas aguas jurisdiccionales, además, reivindicadas por España después de que Rabat extendiera la zona exclusiva económica, y mientras busca con la UE un acuerdo de pesca que obligaría a las cofradías españolas a dejar de faenar en las aguas marroquíes.
¿Se puede seguir sosteniendo que las relaciones Madrid-Rabat "pasan por su mejor momento en décadas", como se jacta Moncloa, cuando hace dos semanas militares marroquíes instalaron junto al paso fronterizo de Melilla una gran antena capaz de captar frecuencias a distancia y de intervenir las comunicaciones de las FCSE?
Colocada, además, en una supuesta tierra de nadie cuya neutralidad y soberanía española Marruecos no respeta de facto. Algo similar a lo que ocurre con Ceuta y Melilla, cuya españolidad se niega a reconocer formalmente Mohamed VI.
¿Es posible afirmar, como ha hecho Sánchez, que "España y Marruecos hemos establecido una cooperación ejemplar en materia de inmigración", cuando las autoridades marroquíes han seguido cortando o abriendo el paso a nuestras fronteras según su conveniencia?
Por no hablar de las fundadas sospechas que apuntan a la autoría de Marruecos tras el espionaje con Pegasus del móvil del presidente del Gobierno y varios ministros, curiosamente coincidente con la crisis diplomática de mayo de 2021 por la acogida de Brahim Gali.
Y más que sospechas supone la constatación, como la que pudo acreditar EL ESPAÑOL, de la connivencia de la Marina Real marroquí con el narcotráfico, y la colaboración por acción u omisión de sus patrulleras con las narcolanchas que cruzan el Estrecho para introducir hachís en España. La Guardia Civil ha denunciado la "colaboración cero" de Marruecos (primer productor mundial de hachís) cuando se le requiere cualquier diligencia en sus investigaciones sobre el narcotráfico.
Para que la reanudación de la cordialidad política con el régimen de Mohamed VI se traduzca realmente en la apertura de "una nueva página en las relaciones entre el Reino de España y el Reino de Marruecos", Rabat debe honrar la reciprocidad que lleva aparejada la restitución de las relaciones bilaterales, en lugar de aprovecharse de ella para torpedearla subrepticiamente.