A Pablo Casado y Albert Rivera les acompañó, desde junio de 2019 y hasta su ocaso político, el posado en la madrileña plaza de Colón con la creciente extrema derecha de Vox, liderada por Santiago Abascal. La multitudinaria concentración, que congregó a unos 45.000 ciudadanos, protestó contra "las cesiones al independentismo" de Pedro Sánchez y reclamó una repetición electoral. Con la fotografía, los líderes del Partido Popular, Vox y Ciudadanos proyectaron una imagen de alternativa que presumieron vencedora, pero apenas sirvió para que la izquierda y el nacionalismo periférico exprimieran la idea de un Leviatán tricéfalo al que combatir de la mano.
Parece difícil de refutar que la fotografía pasó mucha factura a la derecha. Cuatro años después, sólo Abascal continúa en primera línea. El PP tiene un nuevo líder, que se ha distanciado de Vox hasta donde ha sido posible, y Ciudadanos ha desaparecido del mapa parlamentario, perdiendo todos los escaños en las elecciones generales de julio.
Quizá sea el momento de preguntarse, pues, si la fotografía de Pedro Sánchez con la portavoz de Bildu en el Congreso, Mertxe Aizpurua, causará al presidente un desgaste parecido. O al menos una erosión adicional a la ya sufrida. De lo que no cabe duda es de que la imagen, ya reconocida como la fotografía del Viernes 13, marcará la biografía del presidente, pues su significado es histórico.
Desde el punto de vista de la amplia mayoría de las víctimas del terrorismo de ETA, es una afrenta. Bildu llegó a la reunión sin una condena expresa y pública de la actividad criminal de la banda. Ni siquiera de la profanación de la tumba del socialista Fernando Buesa la pasada semana en Vitoria. Bildu fue el único grupo parlamentario que se mantuvo al margen de la declaración institucional en el ayuntamiento.
Desde el punto de vista de los más afines al PSOE, la fotografía es histórica por dar normalidad a las reuniones de un partido de Estado con Bildu, pese a llegar sin que la izquierda independentista vasca suelte lastre. La fotografía será utilizada por el entorno de Moncloa para celebrar la audacia política de Sánchez y la contribución de las dos partes a la cauterización de las heridas. En sus análisis, la verdadera vocación del encuentro (cerrar los cinco apoyos para la investidura del candidato socialista y obtener garantías para la estabilidad de su legislatura) pasará a un segundo plano.
Lo que quedará por ver es si, en este proceso, Bildu terminará por convertirse en una fuerza estabilizadora dentro del sistema político, finalmente capaz de desligarse de su oscuro pasado. Algo que cuesta pasar por alto cuando la propia Aizpurua, en su pasado como propagandista, fue autora de esmeradas hagiografías de los etarras y condenada por apología del terrorismo.
En este sentido, no deja de ser una enorme contradicción que una formación tan obsesionada con la memoria histórica y con la supresión de cualquier vestigio de la dictadura franquista, tan comprometida de palabra con la paz en España y en el mundo, sea tan condescendiente con la larga historia criminal de ETA. Y eso termina por salpicar al candidato que toma prestados sus votos.
Ya incidimos en otro editorial en el asombro que genera que el PSOE realice este esfuerzo por naturalizar los pactos con Bildu, y por homologarlo al resto de fuerzas democráticas ante la opinión pública, al tiempo que excluye con vehemencia a Vox. No hay criterios racionales para sostener esta postura, pues es cierto que el partido de Abascal reúne ideas muy discutibles, pero se le desconoce ningún representante con delitos de sangre. Sería un paso adelante que, más pronto que tarde, Bildu pueda decir lo mismo. Y que, al fin, condene con la misma convicción y efusividad el terrorismo de ETA que las víctimas de sus atrocidades.