En su editorial del viernes, este periódico exhortó a los dos grandes partidos a atajar la inquietante escalada de violencia verbal que viene enfangando la política española de un tiempo a esta parte. Porque la lamentable perseverancia en la política de bloques no debería, además, trascender al ámbito de la deshumanización del rival político, lo que sucede cuando se convierte al adversario en enemigo y se desdibuja la frontera entre la legítima crítica contundente y los denuestos gruesos y vejatorios.
No parece, desgraciadamente, que las jefaturas de PP y PSOE se hayan dado por enteradas.
Por un lado, seguimos a la espera de que el PSOE reconvenga al vocal de su Ejecutiva Federal que injurió a Isabel Díaz Ayuso, tildándola de "unineuronal" y "genocida de abuelos". También de que Óscar Puente, o alguien en su nombre, se disculpe por las barbaridades que profirió el martes desde la tribuna de oradores, asimilando a Feijóo a las tramas delincuenciales de los narcos de Fariña y presentando a Aznar nada menos que como "instigador" del 11-M.
Por otro, el vicesecretario de Organización Territorial del PP aún no ha corregido su desafortunadísimo comentario sobre el incidente con un indeseable sufrido por Óscar Puente en un tren camino del Congreso de los Diputados el pasado viernes.
Sostener, como hizo en su tuit, que Puente es un "matón de patio de colegio" que "ya no puede salir a la calle" no sólo es un zafio ejercicio de descalificación. Es algo más grave, porque viene poco menos que a justificar un acto de hostigamiento contra un cargo público. En ningún otro contexto se le ocurriría a alguien culpar a la víctima de un ataque por sufrirlo.
Además, sorprende la torpeza mayúscula de este juicio. La más elemental inteligencia estratégica desaconsejaría a un responsable del PP entrar al trapo de la retórica incendiaria que Puente vertió durante el debate de investidura.
Por ello, Tellado, que es también miembro de la Ejecutiva del PP, debe pedir disculpas inmediatamente. De lo contrario, su partido debe desautorizarle.
Es cierto que esta dinámica polarizante viene de atrás. Al menos, desde la irrupción en el escenario político español de las fuerzas de extrema izquierda (una agresividad que hoy exhala también el discurso de la ultraderecha), que trajeron el invento del escrache y normalizaron la increpación ciudadana de los representantes públicos. De ahí que se antoje hipócrita la indignación ante conductas recientes contra autoridades de izquierdas por parte de quienes las justificaban para cargos de signo contrario.
En cualquier caso, el tensionamiento in crescendo sólo seguirá engordando si se le aplica la perversa lógica del y tú más. Se trata de contraponer, como hizo Feijóo con Puente, la templanza dialogante a la iracundia desaforada. Y no, como Tellado, de responder a los intolerables improperios del exalcalde de Valladolid con un ataque aún más ofensivo.
Los representantes públicos tienen la responsabilidad de llevar a gala una ejemplaridad que tiene su mayor expresión en la urbanidad en el trato con el resto de colegas. Por eso, no pueden permanecer impasibles cuando se insulte a cualquier político, sea del color que sea. Si PP y PSOE no van a abandonar sus vetos mutuos, que al menos se comprometan tácitamente a revertir la crispación que se ha instalado en el espacio público. Una que ya amenaza con traducirse en un peligroso tensionamiento de la vida civil que se vuelve en primer lugar contra quienes han sacado rédito de ese clima de frentismo.