La obtención del escaño 172 para el bloque de la derecha tras el recuento del voto exterior correspondiente a la provincia de Madrid cambia si no radicalmente, sí muy sensiblemente el escenario político en España. Porque ese escaño 137 para los populares hace que la suma de PP, Vox, Coalición Canaria y UPN supere en un escaño a la suma de PSOE, Sumar, ERC, PNV, BNG y EH Bildu, que se queda en 171.
Dicho de otra manera. A Pedro Sánchez ya no le basta con la abstención de Junts para ser investido. Necesita el sí del partido de Carles Puigdemont.
Aunque la distinción entre una abstención y un sí puede parecerle irrelevante a la mayoría de los ciudadanos (dado que lo relevante es si ese voto, sea afirmativo o abstencionista, permite o no la investidura del presidente o la aprobación de una ley), lo cierto es que esa diferencia tiene un enorme peso político.
Y a diferentes pesos, diferentes precios. Eso lo sabe bien Puigdemont y lo sabe bien Sánchez, al que la legislatura, que ya se presentaba mucho más compleja que la anterior dado el equilibrio casi total de fuerzas entre el bloque de la derecha y el "progresista" (que incluye a la izquierda y a todo el nacionalismo), se acaba de complicar todavía más.
El escaño 172 para el bloque de la derecha supone un revés de grandes dimensiones para Sánchez por tres razones.
1. La primera es que obliga a Sánchez a obtener el sí de Junts y no su mera abstención. Es decir, le obliga a una contrapartida mayor. El precio del apoyo de Junts durante la legislatura, por lo tanto, ha aumentado exponencialmente, convirtiendo a un prófugo de la justicia como Puigdemont en el verdadero hombre clave de la legislatura.
2. Más allá de la investidura, complica sobremanera la gobernabilidad y obliga al PSOE a contar con el acuerdo de la izquierda radical (EH Bildu y ERC) y de la extrema derecha soberanista (Junts y PNV). Y todo ello mientras en Sumar se cocina a fuego lento una facción "rebelde" que obedecerá a los intereses de Pablo Iglesias y no a los de Yolanda Díaz.
3. La tercera razón es de tipo simbólico. 137 son los mismos escaños que tenía Mariano Rajoy en 2016, cuando contó para su investidura con la abstención de 68 de los 83 diputados del PSOE tras la destitución del secretario general del partido, que en ese momento era Pedro Sánchez.
El presidente tiene por lo tanto sobre su mesa un problema no precisamente liviano. Porque incluso en caso de conseguir la investidura, ¿cómo pretende gobernar durante cuatro años con un Senado con mayoría absoluta popular? ¿Con la mayor parte de las comunidades españolas, y especialmente las más importantes de ellas, en manos del PP? ¿Cómo pretende hacerlo, además, sometido a las exigencias de cinco partidos nacionalistas y de Sumar, formado a su vez por 15 partidos con intereses diferentes?
El escaño 137 ha supuesto una enorme inyección de moral en el PP. En primer lugar, porque su ventaja sobre el PSOE ya no es de 14 escaños, sino de 16. En segundo lugar, porque su oferta de colaboración con el PSOE gana fuerza ante la evidencia de que la coalición de perdedores a la que aspira Sánchez obliga a malabarismos parlamentarios difícilmente compatibles con los retos que debe afrontar España durante los próximos cuatro años. Y a la cabeza de ellos, la recuperación económica.
El escaño 172 para el bloque de la derecha obliga a Pedro Sánchez a reunirse cuanto antes con Alberto Núñez Feijóo a la vista de que la gobernabilidad de España se ha vuelto prácticamente imposible si no es con un pacto de los dos grandes partidos. Una nueva huida hacia delante del presidente sería de una manifiesta irresponsabilidad. Y no es ese el mandato que salió de las urnas este pasado domingo.