Les pagamos para hacer política, así que háganla. No se olviden de que ustedes pasarán, como haremos todos, pero eso que creemos entre todos seguirá aquí. El planeta continuará girando. Nosotros no estaremos, pero dejaremos una estela. Ojalá que tenga sentido. Ojalá que no sea dolorosa.
Podremos patalear, aseverar que los ciudadanos han votado mal, que los medios han influido, que las encuestas estaban manipuladas y desmovilizaban a una parte del electorado o cualquier otra circunstancia, la que cada uno quiera, pero lo único cierto, yo creo que lo pensamos todos, o al menos la mayoría, es que Pedro Sánchez será presidente del Gobierno, Carles Puigdemont verá reducida al mínimo su comprometida relación con la Justicia y la legislatura comenzará a andar.
Renqueante, desequilibrada, desconfiada y provocando el mayor desconcierto, pero echará a andar en este ya asombroso 2023.
No sé si será en un par de semanas, como dice Isabel Díaz Ayuso, que con la nocturnidad vacacional del verano Sánchez anunciará el sí de Junts, pero lo acabará haciendo. Él o el líder huido. O, quién sabe, tal vez ambos, juntos, parapetados en algún lenguaje extraño y confuso lleno de vaguedades hasta hace poco imposibles.
Pero que, en opinión del socialismo y del independentismo, resulta suficiente para afrontar el próximo reto. No hay nada imposible para el máximo exponente del Manual de Resistencia, y no se ha caracterizado nunca el presidente en funciones, desde luego, por ignorar los deseos de aquellos a quienes necesita. Al menos hasta ahora.
Así que el paso de la XV legislatura no será, evidentemente, muy sólido. Al fin y al cabo se trata de un país gobernado por un partido del todo dependiente de otros que pretenden destruirlo. No parece posible una contradicción mayor, ni más disparatada. Pero es lo que resulta del ejercicio de la democracia, el mejor sistema inventado hasta la fecha para elegir gobiernos.
Desde su altavoz como candidato más votado el 23-J, pronto Feijóo deseará no haber afirmado tantas veces que él liderará el Ejecutivo o que habrá un bloqueo institucional, porque no pasará ninguna de las dos cosas, y se dispondrá a vigilar a quien no le ganó las elecciones, pero sí el Gobierno.
Eso sólo ocurrirá un tiempo, porque el gallego, con sus cuatro mayorías absolutas en Galicia, tampoco está para esperar mucho. A la presidenta de la Comunidad de Madrid ("no estamos para fiestas", como dijo tras las elecciones para rebajar una euforia fingida, pero euforia al fin), tampoco le gusta esperar. Ni perder. Ayuso sale a ganar, y gana. Al menos hasta ahora.
Pero les pagamos a todos ellos, sí, para que hagan política, así que háganla. Pero a favor del país que les satisface el sueldo, el que les ofrece la notoriedad y todas sus ventajas, y también la responsabilidad. En un mundo ideal eso significaría que los grandes partidarios idearan unos mínimos comunes que siguieran siempre, independientemente de quien gobernara.
Los detalles ya se pueden ir un poco más hacia la derecha, que revitaliza la economía, o hacia la izquierda, que potencia los derechos de las minorías. Pero en lo fundamental, en el bienestar de todos, en la libertad de todos, en el respeto a todos, en la defensa de lo que somos como país, ahí deberíamos encontrarnos. Ahí deberían encontrarse.
Tristemente, eso no pasará. Aquello de no preguntar qué puede hacer tu país por ti, sino qué puedes hacer tú por tu país, eso a lo que se refería John F. Kennedy, aquí no sucederá. Nuestros políticos parecen plantearse exactamente lo contrario.
Y, sin embargo, constituiría el mayor ejercicio de alta política, de sentido de Estado, de defensa de lo común. El intento por maximizar lo que hemos construido en el marco de la Constitución, también de su flexibilidad, que la hace más robusta, pero sin agredirla.
En nombre de todo aquello que nos ha impulsado este último medio siglo a convertirnos en lo que somos, y no en un país gris e ignorante, fruto de una guerra y de la victoria de los más fuertes, los que iniciaron el conflicto armado y se mantuvieron en el poder por la misma razón, la fuerza, hasta el fallecimiento de un supuesto caudillo.
"Apostemos todo al rojo" dijo Sánchez al final de la campaña. Pidió un verano azul el PP. Como si ignoraran ambos, y sus partidos, y sus votantes, que ya no hay rojos ni azules. Sólo un país en vilo pendiente de un laberinto del que difícilmente puede salir indemne.