Lo más parecido a un acto de contrición que hemos podido escuchar hasta ahora de boca de Pedro Sánchez han sido sus palabras sobre la cuestión feminista en su entrevista en Onda Cero de este lunes. El líder del Ejecutivo ha reconocido que hay no pocos varones que se han sentido afrentados por discursos cuyo ánimo parecía inspirado más por un espíritu criminalizador del género masculino que por una ambición igualitaria.
Resulta curioso que Sánchez haya localizado en los "hombres de entre cuarenta y cincuenta años" el grupo poblacional que ha podido percibir como "incómodos hacia ellos" estos discursos. Acaso un gesto de deferencia hacia los boomers desafectos con las políticas feministas dictado por los estudios demoscópicos, con la vista puesta en las elecciones.
Y bien está que el presidente asuma que el feminismo gubernamental, lejos de mostrarse integrador, se ha sentido en ocasiones como un discurso excluyente incapaz de interpelar a los hombres para la necesaria lucha por la igualdad.
Con todo, las palabras de Sánchez no han sonado tanto a escarmiento como a elusión de responsabilidades. Porque el presidente ha querido presentar al ministerio de Irene Montero como el único culpable de las regresiones en materia de igualdad.
Pero no se puede pasar por alto que la cuota socialista del Gobierno no ha sido ajena a la deriva fanática de un cierto feminismo. Basta con recordar que Sánchez se desentendió y permitió que acabasen prevaleciendo las tesis más radicales de la agenda queer en iniciativas como la Ley Trans, con el PSOE bloqueando la mayor parte de las enmiendas. Y que se degradó a Carmen Calvo y al sector de las feministas clásicas socialistas en lo que sólo cabe interpretar como un gesto de aquiescencia de Sánchez hacia la comprensión del feminismo de Irene Montero.
De hecho, es un ejercicio de cruel cinismo endosarle a la ministra de Igualdad toda la responsabilidad por los desaguisados legislativos de su ramo. Y esto es lo que ha hecho Sánchez cuando ha asegurado tener "discrepancias públicas y notorias con la ministra de Igualdad, sobre todo en la ley del sí es sí".
Porque, ciertamente, el balance de Irene Montero al frente de Igualdad ha sido calamitoso. Y no es arriesgado aseverar que se trata de una de las ministras más nefastas de la historia de la democracia española.
Y sin embargo, Sánchez ha dado su sello de aprobación a todas sus iniciativas, por lo que no puede ahora desentenderse hipócritamente de sus chapuzas. Para perpetrar la negligencia legislativa del sí es sí fue necesaria la concurrencia de complicidades de ministerios socialistas. Empezando por el Ministerio de Justicia encargado de su reforma, que dio su visto bueno a la norma en un primer momento.
El Consejo de Ministros es un órgano colegiado. Y el sí es sí fue una ley del Gobierno de España en su conjunto. Por tanto, también colegiadamente debe responder el Ejecutivo por sus pifias.
Tampoco vale, como ha hecho Sánchez, plantear que intentó "persuadir" a la ministra de Igualdad de la "urgencia" de corregir el error. Un error que reconoció seis meses después de que empezaran a trascender las rebajas de penas. Y que sólo se decidió a enmendar cuando le convino electoralmente al PSOE desmarcarse de sus socios radicales y presentarse como el adulto en la habitación.
Además, Sánchez también se ha escudado en que si llegó tarde a la reforma fue porque Podemos no daba su brazo a torcer. Sin embargo, como le afeó repetidamente este periódico, el PSOE contribuyó a aumentar el dolor de las víctimas y el número de delincuentes beneficados, al haber alargado inexplicablemente una negociación en la que era evidente que los morados no iban a ceder.
Es cierto que Yolanda Díaz, al consumar el derribo de Irene Montero, se lo ha puesto fácil al presidente para convertir a su socio de coalición en un chivo expiatorio. Pero hay entonces una evidencia que Sánchez nunca podrá justificar: ¿por qué no destituyó en su momento a una ministra tan cerril e incompetente?