El Papa Francisco lleva un tiempo dando alas a las especulaciones sobre su continuidad al frente de la Iglesia católica. Pero ayer, durante el viaje de vuelta de su peregrinación penitencial en Canadá, el pontífice fue un paso más allá en sus insinuaciones, abonando claramente el escenario de su renuncia en un futuro próximo.
Francisco ha admitido haber barruntado ya la "posibilidad de echarse a un lado". No es una declaración de intenciones en firme, pero sí un reconocimiento de sus crecientes dificultades, a causa de una persistente dolencia de rodilla que le mantiene en silla de ruedas, para continuar con una agenda de viajes muy exigente.
No hay que olvidar que, además de máxima autoridad espiritual de los católicos, el Papa es también el jefe de Estado de la Santa Sede. Y como autoridad secular, Francisco tiene una serie de responsabilidades en el ámbito internacional que son netamente políticas.
Entre ellas, las más propias de la Ciudad del Vaticano son las relaciones diplomáticas y las visitas a otros jefes de Estado. Justamente aquellas labores que Francisco ha admitido encontrar más fatigosas.
Por ello, ¿no sería más lógico normalizar, como sucede para cualquier otro jefe de Estado, que el Papa pudiera apearse del cargo toda vez que sus problemas de salud obstaculizaran su desempeño político? Basta con recordar, por ejemplo, los reiterados episodios de desorientación y despiste de Joe Biden. Episodios que han contribuido a sembrar especulaciones sobre unos posibles indicios de senilidad, quedando comprometida la imagen exterior del liderazgo del presidente de Estados Unidos.
Al fin y al cabo, como ha explicado Francisco, el relevo al frente de la Iglesia "no sería una catástrofe". Así, una de las reformas que podrían contribuir a la adaptación del Vaticano a los tiempos modernos sería concebir el papado como una magistratura que se ocupase durante un tiempo tasado.
Papas más longevos
No puede pasarse por alto que Bergoglio tiene ya 85 años, y que lleva más de 9 de pontificado. Es natural plantearse si los cambios demográficos modernos no obligan a una revisión de la tradicional doctrina eclesiástica del carácter vitalicio del mandato de los papas.
El aumento en la esperanza de vida hará que veamos pontificados cada vez más largos y papas cada vez más longevos. Y, con ello, cabe esperar que en los años venideros la institución papal se vea crecientemente afectada por el declive físico asociado a la senectud de sus titulares.
En este sentido, es revelador que ya en 2014 Francisco adelantase que si algún día su salud no le permitiese continuar con su magisterio, se haría "las mismas preguntas que se hizo el papa Benedicto XVI". Bergoglio entendió que, teniendo en cuenta que las personas cada vez viven más años, la figura del "papa emérito" (uno que abandonase por motivos de salud o por fatiga) sería cada vez más habitual en la Iglesia de hoy.
"Creo que el de Benedicto XVI no es un caso único. Creo que lo veremos como alguien que abrió una puerta, la puerta del papa emérito", dijo Francisco apenas un año después de haber sido elegido pontífice.
Conviene recordar que la salida de su predecesor conmocionó al mundo, ya que hacía 598 años desde la última vez que un papa renunció en lugar de morir en el ejercicio de su cargo. Por ello, Francisco ha venido insistiendo en considerar algo normal la renuncia papal.
Siendo cierto que este Papa se ha caracterizado por abrir las puertas a múltiples asuntos novedosos, convendría que se abriera también la puerta de una manera distinta de entender la designación del obispo de Roma, especialmente en su faceta de soberano.
Que el Colegio Cardenalicio apostase, en el momento del cónclave, por un liderazgo más joven es una de los cambios más razonables a introducir. Francisco tenía ya 76 años cuando fue elegido. Y Benedicto XVI, 78.
Junto a esto, que la Iglesia se abriera a una reforma del derecho canónico que sustituyese el carácter vitalicio del cargo por una elección por 'legislaturas' sería lo más aconsejable. Así, el ministerio petrino podría ostentarse por un tiempo limitado y más breve. Y se reduciría el impacto en los pastores de la Iglesia de los achaques propios de la edad.
Al igual que en la consideración de la mujer, la libertad sexual y tantos otros frentes, el papa Francisco tiene la oportunidad, antes de abandonar la sede vaticana, de promover una necesaria modernización que alcance también al funcionamiento de una monarquía absoluta y teocrática anómala en nuestros días.