El caso Lorenzo Brown escribe una de las páginas más deshonrosas del deporte nacional y del ministerio de Miquel Iceta. El proceso por el que se ha concedido la nacionalidad española a este jugador de baloncesto nacido en Georgia, Estados Unidos, y sin vínculo natural o residencial con nuestro país, es inadmisible.
El "fichaje" de Brown, propio de clubes e impropio de selecciones, se conoció el pasado martes con una publicación del BOE donde se concreta que se produce "en circunstancias excepcionales" y "a propuesta de la ministra de Justicia".
La naturalización sin méritos del jugador del Maccabi Tel Aviv responde a una petición y una necesidad circunstancial. La petición del actual seleccionador, Sergio Scariolo, que lo entrenó en su etapa como asistente en los Toronto Raptors, de la NBA, y que propuso incorporarlo. Y la necesidad del equipo de encontrar un base tras las lesiones de Ricky Rubio y Carlos Alocén, bajas confirmadas para el Eurobasket que comienza el 1 de septiembre.
Lo que sigue es el resultado de la presión y la falta de miramientos de la Federación Española de Baloncesto, el Consejo Superior de Deportes y el Ministerio de Cultura y Deporte, que terminaron por llevar el asunto a la mesa del Consejo de Ministros y que lograron que el Gobierno pasara por el aro.
El caso no es sólo sangrante por la ausencia de vínculos emocionales o sanguíneos de Brown con España. El Gobierno, con esta nacionalización, rompe con el principio de igualdad y proyecta que las clases sociales importan, que hay ciudadanos que merecen el privilegio de acelerar sus procesos de nacionalización y no las esperas fatigosas para cumplir con los criterios establecidos. Los mismos que siguen decenas de miles de trabajadores inmigrantes que residen en nuestro país.
Mercenarios
La naturalización de Brown envía, a su vez, un mensaje muy fácil de comprender para los niños y adolescentes de las canteras nacionales. A los Rodríguez, Hernández y García que sueñan, en fin, con vestir los colores nacionales en torneos europeos e internacionales. También a los profesionales que durante meses han competido y arriesgado su físico con la selección en las fases clasificatorias, y que ahora ven su puesto en duda por un jugador nacionalizado de urgencia.
¿En qué momento pasó a considerarse aceptable el reclutamiento de mercenarios para el combinado nacional? ¿Analizaron la Federación y el Ministerio cómo estas decisiones alejan la selección de los españoles, a quienes verdaderamente representan un puñado de elegidos? ¿Es este el valor que conceden al que debe ser el orgullo más elevado para cualquier deportista español?
Como afirma la Asociación de Baloncestistas Españoles, "¿es creíble que la actual selección campeona del mundo no encuentre jugadores españoles con los que competir en las citas de máximo nivel internacional?".
Se mire por donde se mire, es un escándalo intolerable. Una decisión políticamente inadecuada, socialmente explosiva, éticamente despreciable y deportivamente cuestionable de la que Miquel Iceta deberá dar cuenta.