La guerra de Ucrania deja a la vista, casi a diario, las todavía profundas divisiones dentro de la Unión Europea sobre las medidas a asumir para contener a Vladímir Putin. Y entre el sector duro que abandera Polonia, temerosa de ser la siguiente en la lista de Moscú, y el servilismo de Hungría, gobernada por quien resulta cada vez más evidente que es un caballo de Troya del Kremlin, aparece un país particularmente señalado por su tibieza.
Alemania es, muy probablemente, el miembro europeo con mayor responsabilidad en el agigantamiento de la principal amenaza para la seguridad europea. Su altísima dependencia del gas ruso ha servido durante décadas como anabolizante para las cuentas del Kremlin, que ahora sufragan el horror en Ucrania. A esto cabe sumar una política energética que, en nombre del ecologismo, cerró plantas nucleares y técnicas de extracción de gas como el fracking para lucro final del régimen de Putin.
Se lo recordó ayer Volodimir Zelenski a Frank-Walter Steinmeier, que tenía previsto visitarle en Kiev con una delegación que incluía a su colega polaco, Andrzej Duda. Al líder de la resistencia ucraniana no se le olvida que el actual presidente de Alemania y viejo hombre de confianza del excanciller Gerhard Schröder, que ocupa un sillón en la junta directiva de la gasística rusa Gazprom y acumula motivos para la sospecha, ha tenido un papel protagónico en el enriquecimiento de la fuerza invasora.
Ucrania tampoco pasa por alto que Schröder impulsó el acuerdo para la construcción del famoso conducto Nord Stream. Que Angela Merkel apostó por el Nord Stream II. Que Olaf Scholz paraliza las nuevas sanciones: se niega a cortar totalmente las compras de gas y petróleo a un país que, como informa Bloomberg, no sólo no paga las consecuencias de las sanciones sobre sus hidrocarburos, sino que está mejorando los datos de sus exportaciones. Y que Steinmeier, en fin, aparece en la primera plana de los tres mandatos.
No hay alternativa
Es innegable que Alemania, con un gobierno de coalición que incluye a socialdemócratas y verdes, está esforzándose en reducir su dependencia del gas y petróleo ruso. No es sencillo hacerlo sin que se resienta su economía: la primera potencia del euro obtiene de ellos más de la mitad de su energía. Sin embargo, los crímenes de Putin en Ucrania le obligan a dar ya un paso más.
No es hora de pensar a corto plazo. Sí de seguir el ejemplo de la vecina Polonia, que se ha comprometido a cerrar por completo el grifo ruso para finales de año, por justicia para Ucrania y para seguridad de Europa.
No hay alternativa aceptable al embargo. Mucho menos tras las atrocidades documentadas en lugares como Bucha. O a la vista de que Moscú se prepara para una guerra larga con una nueva fase centrada en la región limítrofe del Donbás, con ciudades reducidas a escombros y miles de muertos como Mariúpol.
Parece evidente. Putin ha conseguido disparar las tensiones en la Unión Europea. No sólo con el gobierno cómplice de Viktor Orbán en Budapest, que ya anunció que seguirá consumiendo hidrocarburos rusos y que pagará en rublos para ayudarles a regatear las sanciones. También con posiciones templadas como la alemana, que corre el riesgo de quedarse a solas en Bruselas.
La historia recordará a quienes pusieron pie en pared ante el totalitarismo ruso. Y, con la misma exactitud, a quienes sirven de mecenas del genocidio de Putin en Ucrania.